No me arrepiento de haber tirado la primera piedra cuando metiste los cuchillos, la escopeta antimotín entre mi gente y tu oficial.
No me arrepiento de este amor –que me empalaga el corazón– porque dijiste que valíamos cada persona un voto, mil pesos, un saco de porotos.
Y nos diste tu palabra en la fogata, tus botellas al alba. Comimos de lo que nos devolviste. Fumamos juntos sólo por respirar tu aire. Para qué, si al despertar te lo habías robado todo –todo de nuevo:
No me arrepiento de este hedor. Yo lo despido, tú lo despides. Ahora sólo quiero, quiero parti
parti
parti
parti
participar de algún incendio, más que sea el de mi propio cuerpo.