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Fábula del falso cardumen de pirañas

Por Carlos Labbé



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Al otro lado del agua sólo tres personas tenían lanchas y nada más existían cardúmenes de pirañas ponzoñosas, frondas de algas tóxicas, algunas parras duras. Así que el resto tenía que remar cada día a la orilla de enfrente, hasta llegar a un río donde los habitantes de allá les tenían autorizada una mínima pesca, a cambio de un tributo de peces que sólo aceptaban enviado en lanchas.

 Cada día, alguien del resto se acercaba a alguno de los tres y les pedía si podían compartir la lancha para alcanzar la orilla de enfrente, de esa manera se agotarían menos y podrían ocupar más energía en la pesca en el río. Alguno de los tres respondía siempre lo mismo:

 ––Tenemos lancha porque somos quienes mantenemos en buena forma el acuerdo con los de la orilla de enfrente. hemos cultivado, para el beneficio de todos, una amistad con ellos por generaciones. Ellos son importantes, entiéndanlo; sólo reciben a quien los visita en lancha.

 Pasaron meses, años, décadas, y el resto ya estaba muy cansado de remar. Por esos días comenzó una larga tormenta, de manera que se hacía peligrosa la salida en bote y el alimento comenzó a escasear.

 ––Todas las personas acá necesitamos las lanchas por igual ––exigieron los del resto a los tres que las tenían––. Es de vida o muerte.

 ––Ustedes sólo saben remar, comerse lo que nosotros les damos y dormir. Las lanchas existen para quienes tienen la capacidad de visitar a los de la orilla de enfrente. Ustedes pueden remar, nada más; deben aprender a remar mejor. 

 Hasta que el hambre, el cansancio y la desesperación se hicieron intolerables. Algunas personas murieron en alta mar, intentando en vano alcanzar el otro lado de la tormenta. El resto no pudo más. Su cólera no logró ser apagada por los truenos, por la lluvia intensa, ni por las marejadas. 

 Así que esa noche prendieron fuego a dos de las lanchas y a sus tres dueños. 

 A la mañana siguiente, la tormenta había amainado. 

 Una multitud de personas se subió a la tercera lancha, aprendieron rápidamente a conducirla y se dirigieron a la orilla de enfrente. Fueron horas y horas las que pasaron buscando dónde atracar con seguridad la máquina, sin éxito, hasta que decidieron estacionarse en aguas profundas y enviar a dos de sus mejores nadadoras a tierra firme.

 No encontraron una sola persona. No había vestigio alguno de seres humanos en todo el continente, confirmarían después. Lo que sí encontraron fue un segundo río, atestado de pirañas y de combustible para lanchas, que se vertía artificialmente en el agua del mar. 

 A los pocos años de cerrar el vertedero, todo tipo de peces, vegetación y climas habían surgido al otro lado del agua, ahí donde ahora la gente ahora prefería nadar.



 

 

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