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Piezas secretas desde Chile
"Piezas secretas contra el mundo", de Carlos Labbé. Periférica, 2014
Por Bibiana Ruiz
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Letras blancas, fondo rojo, foto de un cuáquero -quizás un menonita o por qué no un espía- en blanco y negro. La tapa de Piezas secretas contra el mundo suena a conspiración que atrapa. La última novela de Carlos Labbé (Chile, 1977) es un texto que se diferencia de los que llenan estantes de librerías porque reúne cartas de desamor y crítica política en un escenario virtual, todo dentro de una novela ecológica. Con la lectura de las primeras páginas del texto surge una pregunta inevitable, un planteo que el lector no puede dejar de hacerse: ¿sucede antes o después de la humanidad? Y la inmediata respuesta: la impresión de sentirse perdido, casi tanto como el narrador protagonista que al principio no logra completar ni una noción de sí mismo ni del ambiente en el cual se encuentra sumergido. Esa sensación parece diluirse a medida que se avanza en la lectura pero nunca se aleja del todo.
Sin embargo, una vez asumida la imagen de un planeta devastado (en el cual transcurre la mayor parte de la acción), aparece el contenedor Albur -con su acuario y su laguna contaminados-, un lugar ficticio en la región de Aysén, en el sur de Chile, muy cercano a la salmonera responsable del fin de la vida. Esa zona se recorre por comandos, no porque sea inhabitable sino porque se trata de un videojuego en el que el lector (futuro jugador) utiliza una palanca para “pasar niveles” y perdurar. En las distintas etapas se requieren diferentes habilidades (táctil, sonora, motriz, comunicativa, cognitiva) porque la subsistencia en ese mundo depende de ellas. Paralelamente, Labbé narra el desarrollo del guión del videojuego. Lo realiza una chica que buscó asilo justamente en Aysén, porque está acusada de causar el incendio de la biblioteca de la universidad noruega en la cual estudiaba. Mientras ella encuentra un refugio virtual para su realidad, un inspector designado por una comisión académica revisa la carpeta que contiene su trabajo, buscando pistas camufladas en las diferentes etapas de la aventura cibernética. Cabe aclarar que Albur es -en el mapa real- la zona geográfica chilena de exterminio por excelencia.
Saltar a una etapa lejana es la táctica del juego, pero para lograr eso es necesario entender los orígenes según los griegos, las muchas y diferentes tradiciones que conviven en la tierra, y elegir una posición ética antes de sumergirse en este mundo virtual. Aunque el autor insinúa que quien lee «controla el juego con la lectura», la verdad es que se encuentra prisionero en un laberinto de meditación continua. Si el lector logra mimetizarse con la historia al punto de hacer de la lectura su realidad (virtual), el texto cumple la función de disparador-cuestionador del mundo en el presente ingresivo de la humanidad.
“Es sólo caparazón, y se vuelve tan ajeno a los lugares como el lector de estas páginas que quiere mantener algunas marcas de etapas anteriores.” El autor describe así al protagonista del ciber-mundo, mientras cambian los escenarios, el lenguaje y los registros. La prosa reflexiva se mezcla con las “notas” de desamor que escribe la chica, en las cuales reprocha a su novio lejano por sus actitudes durante y después del incidente.
El libro puede leerse de diferentes maneras, aunque la recomendable es la no-tradicional, es decir, eligiendo alguna de las opciones al final de cada capítulo para continuar con la historia del personaje. Labbé construye una especie de Elige tu propia aventura versión adulta en el que las alternativas oscilan entre pasar a otro nivel del videojuego y observar los daños a la naturaleza (y sus consecuencias) o militar políticamente junto a la acusada del incendio o apoyar sus cartas llenas de odio y desamor. Piezas secretas contra el mundo es larga y enigmática como su título. Seguir las conexiones y desconexiones por las que va la trama puede tornarse agotador o aburrido. Se debe tener en cuenta que el libro es un rompecabezas en el que hay que estar muy atento al encajar las piezas para construir un sentido, tal la propuesta experimental de Carlos Labbé, incuestionable representante de la nueva narrativa chilena.
(*) Foto de Carlos Labbe por Mónica Ríos