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Psicoanalizando a Carlos Labbé
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El presente es un breve test psicoanalítico-literario elaborado por reconocidos especialistas en el arte de la inquisición. Con este examen buscamos introducirnos en los confines más apartados de la mente de Carlos Labbé y revelarle que no se encuentra solo, que todo lo que ha hecho hasta el día de hoy tiene una justificación inconsciente que tarde o temprano lo llevará a la inmortalidad enciclopédica o a una celda en un centro de reposo.
— Saltas del octavo piso de un edificio cargando un libro que publicaste recientemente. ¿Cómo se llama el libro y quién lo editó?
— Es una novela, Piezas secretas contra el mundo, y la editaron Julián Rodríguez y Paca Flores para su editorial Periférica de Cáceres, España, en enero de este 2014. Espero que este título mío y la intensidad del rojo de la tapa alerten a alguien para que me reciba allá abajo, allá arriba o en cualquier punto intermedio que interrumpa esta trayectoria.
— ¿Hace cuánto que ese libro y tú se conocen?
— Creo que conocí sus últimas páginas uno de los últimos días de febrero de 1997, cuando con unos amigotes recorríamos la Carretera Austral chilena. Yo me estaba arrancando por la única calle de un pueblo de Aysén y me crucé con dos adolescentes, una niña de diecisiete y su hermano menor. Estaban sentados frente a un busto de Gabriela Mistral, en una plazuela, y la miraban fijamente sin hablar –ese silencio entre los dos me hace pensar que eran familia. De repente me di cuenta de que él dejaba que le cayera la baba por la boca y por el cuello hasta la ropa. Ella, a quien esta situación le daba lo mismo, sostenía un libro de aventuras en una mano; uno de la colección Elige tu propia aventura, quiero imaginar que recuerdo.
— ¿Qué tipo de relación tienes con él después de haberlo escrito? ¿Lo recordarás dentro de veinte años (si es que te salvas de la caída)?
— La lectura por opción múltiple que ofrece Piezas secretas contra el mundo mantiene para mí un cierto recorrido misterioso, una carga, que me hace abrirla al azar de vez en cuando para perderme en mis certezas. Espero que este libro se me siga apareciendo como un pasillo con enésimas puertas ante una sola llave, que es el tiempo finito de lectura del cual uno dispone. No sé si lo recordaré dentro de veinte años, porque tengo la sensación de que los libros propios no participan de los mismos procesos mnemónicos con que intentamos entender una experiencia física cotidiana cualquiera que nos ha pasado, como hacerse un té, mirar el cielo, cruzar la calle o lanzarse del octavo piso –y por libro propio no me refiero sólo a eso que he escrito yo. Más bien esta obra pasa a un lugar que en la propia nuca, de manera que uno la pierda de vista y que al mismo tiempo las otras personas vean fácilmente que uno la anda trayendo encima, que sea una advertencia al mismo tiempo que una contraseña para relacionarse con esta persona autorial cuando les dé la espalda.
— Sigues cayendo (esto en la vida real dura solamente segundos, pero ahora los segundos se alargan como en un sueño); de pronto ves a otra persona, que ha saltado al mismo tiempo que tú. Te das cuenta de que se trata del personaje más fascinante de tu libro. Descríbelo para nosotros.
— Se trata de la persona fundamental que en Piezas secretas contra el mundo llamé el invertebrado, 13.233.262-2 o la persona que lee. Es eso: una figura cambiante que va pasando de ventana en ventana mientras voy cayendo, que tiene algunas caras que conozco y sobre todo la de quien está leyendo ahora mismo. Y es el riesgo mayor que tomé en mi novela: el personaje más importante es el narrador que lee, la narradora que reescribe mis fragmentos a medida que toma la decisión de seguir las opciones de saltar a tal o cual página, o bien de no hacerle caso a esa figura que ve escamoteada en las ventanas mientras cae –como si fuera la misma página que lee– y en vez de eso seguir linealmente, porque esa figura es la de su propio reflejo.
— ¿Te gusta que el personaje más fascinante de tu libro imite tu salto o te parece que pudo haberse expresado de otra manera, con más originalidad?
— No creo que haya imitado mi salto. En Piezas secretas contra el mundo todo parece demasiado arbitrario y al mismo tiempo la intriga es perfectamente racional, calculada; en las últimas páginas ese personaje fascinante de mi libro que es la persona que lee encuentra una solución abarcadora, amplia, completa, aunque nada se hace explícito; yo, en cambio –que no tengo idea de si me lancé al vacío o si realmente alguien me empujó del octavo piso– estoy convencido de que al final de este salto no se cerrará ningún libro, y aun así –después del miedo al dolor, al desintegramiento corporal– la sensación será infinitamente más satisfactoria, más inhumana, y nada tendrá que ver con alguna experiencia moderna de final literario.
— Sigues cayendo, ahora el personaje más fascinante de tu libro se prepara una taza de té (es inaudito lo que se puede hacer en pocos segundos mientras alguien cae en picada). Tú, no obstante, prefieres fantasear con la novela de tus sueños. ¿De qué trata esa novela?
— Mi fantasía es una novela que nunca se acaba, cuyos párrafos se dejan leer como las palabras de una conversación entre dos personas donde hay de todo menos apuro, un diálogo que al mismo tiempo permite repasar una y mil veces cada frase, cada voz, cada anécdota, cada articulación narrativa, sin que la carga de las palabras se degrade. Es exactamente como esa novela que al aparecer en la madrugada hace que despiertes, sonriendo, sólo para descubrir que no puedes contársela a la persona que duerme a tu lado después de haber tenido esa conversación –porque el efecto se desvanecería. Entonces no queda otra que ir sigilosamente a buscar papel y un lápiz para empezar a escribirla.
— ¿La novela de tus sueños fue escrita por ti?
— Puede que sí. Puede que sea mi Libro de plumas, o su continuación, Libro de espuma –que estoy escribiendo en mi cabeza ahora mismo, a punto de empezar a sentarme a tomar nota. Puede que sea Alias el Rocío, el Popol Vuh, La vida instrucciones de uso, Las olas o el I Ching; está claro que yo no las he escrito, pero las intervengo cada vez que abro alguna de sus páginas al azar para continuar una lectura que me interviene sin orden.
— ¿Crees que el personaje más fascinante de tu libro quisiera ser también el personaje más fascinante del libro de tus sueños?
— Eso sí, eso es lo único que tengo claro del libro de mis sueños: la única obra literaria que no se agota es la que excede la autoría individual para permitir la permanente reescritura, la colaboración, la intervención concreta de una comunidad que por lo menos se extienda y discuta al respecto en el tiempo: pasa con El capital, con La Torá, con los libros de cuentos de Borges ahora, con La Constitución Política de las naciones que parecen respetarse a sí mismas.
— Recuerdas de súbito que antes de saltar dejaste el grifo del agua abierto (pensabas tomar un baño de tina). ¿Te preocupa que haya un incremento importante en el recibo del agua?
— Me preocuparía por un segundo de quien tuviera que pagar por ese exceso de agua, sólo para inmediatamente sentirme pésimo por las personas concretas que quedarían mal ante el hecho de que tuve que saltar del octavo piso. Luego: ¿por qué saltaría del octavo piso? ¿No será que me empujaste?
— ¿Crees que en vez de gastar en baños y agua la gente debería pensar más en las hormigas que pisa al caminar (millones de víctimas y millones de pisadas)?
— Sabes, he pensado lo mismo. Pero las hormigas no necesitan de nuestra compasión, tampoco las cucharachas ni las ratas. Los árboles sí, sobre todo de quienes somos trabajadores de los libros.
— ¿Crees que las peras son un buen alimento o en tu opinión están sobrevaloradas?
— Las peras son deliciosas, sobre todo cuando las comes como ensalada. Estoy convencido de que el agua que traen es suficiente para que uno se hidrate cuando ya no quede agua potable y tengamos que dejar de trabajar en los libros y en las pantallas, para volver a los árboles. Eso no quiere decir que dejemos de escribir y de leer, ¿pero cómo escribir y cómo leer si no se está dejando un signo fijo en la materia, sin dañar la corteza, signo que se vuelve inequívoco ahí fijado, germen del dogma, de la ley tanto como de la sabiduría y de cualquier estructura sólida que se necesite para lograr una improvisación placentera en conjunto?
— Si te salvas de esta caída, ¿volverías a lanzarte?
— Jamás. Quién sabe sobre qué persona caí para salvarme, qué le pasó con mi impacto, por qué alguien se dedicaría a escribir libros que buscan ser leídos a toda costa.
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Carlos Labbé (Chile, 1977) es músico pop, guionista de cine y televisión, crítico literario, antólogo, profesor de universidad y editor; ha publicado las novelas Pentagonal: incluidos tú y yo (2001), Libro de plumas (2004),Navidad y Matanza (2007), Locuela (2009) y Piezas secretas contra el mundo (2014). En 2010, fue seleccionado por la revista Granta como uno de «los mejores narradores jóvenes en español». También es autor del libro de relatos Caracteres blancos (2010).
Fotografía: Horacio Ríos