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Campo de estacas
Carlos López Degregori. Bogotá: Pontificia Universidad Javeriana, 2014.
Por Jhonny J. Pacheco
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Una antología no es una reunión cualquiera o arbitraría de textos, sino una construcción de un mundo, una puesta en escena de su referente desplegado a lo largo de su obra. En el caso de Campo de estacas (2014), de Carlos López Degregori, la performance de los versos, la elección de los poemas, la sensibilidad expuesta, hacen que esta muestra nos acerque más a la casa ausente, el amor desolado, la poesía sinestésica, el retrato del otro, la bipartición del yo, y las metáforas corporales; elementos, dicho sea de paso, que ya engranan la arquitectura de sus poemas.
Dividido en tres partes (dos de antología y una de poemas inéditos), el libro se abre como una pátina de colores escultóricos en el que cada verso delinea una imagen, un entorno trastocado, que intenta construirse y situarse no solo en la realidad del Emisor, sino en la imagen y memoria del Receptor. Así también, como una sonata musical, el ritmo, la melodía, las imágenes, la fluidez, las sensaciones, así como la explosión lírica, van in crescendo a medida que la lectura nos va atrapando y devorando para colocarnos en un mundo circundante donde lo único que resta es el amor, pero no amoroso, sino metaforizado, donde no hay traslación semántica, sino conjunción de semas, de sentidos, que luchan por significarse. Al final de la orquesta verbal, la sinfonía queda distendida en los versos largos, prosísticos, donde la aspereza de la prosa se substrae con los rezagos de los significantes poéticos, pues estos buscan una nueva armonía donde lo íntimo y lo ajeno sean uno solo en la mirada poética.
En la primera parte intitulada "Estacas", López Degregori ha apuntalado el significado de su poética: los lugares prohibidos, los recuerdos familiares, el amor rudimentario y lejano, la poesía encarnada, el cuerpo y el Tú devorado, el espectro y la imagen del Emisor en el otro, la incertidumbre y miedos, así como la soledad acechante que acompañan a la desolación de "árboles decapitados". En esta sección, el poeta lo ha dicho prácticamente todo, ha delineado el recorrido errático del significado en la palabra, es decir, en el mismo lenguaje que no puede aprisionarse a sí mismo; por ello las "estacas" nominales, las raíces de los sentidos fundacionales en el estro de su quehacer poético.
En la segunda parte denominada "Los escondites", el texto se nos presenta por momentos reflexivos y apropiantes de los bosques, la lluvia, la peste, y los mismos referentes poéticos, como Villon y Keats, que se encuentran atrapados y petrificados en la materia verbalis, donde antaño fueron hacedores de vida poética, pero que ahora solo son nominaciones de la semiosis. Ahora en cambio el lenguaje se ha rebelado contra el Emisor, por ello, los “rectángulos negros” que tapan las palabras, la anomia de las formas estróficas, la prosa abrumante, y los poemas fragmentados, intentan desgarrar las ideas “estacadas”, como se vio y se sintió en la primera parte, para intentar solazar el verbo y el sustantivo con el objetivo de que estos pierdan su carácter significacional y solo sean sintagmas sin núcleo tanto del cuerpo como del amor. Empero, la acción no llega a concretarse, pues la resemantización de estos elementos logra realizarse en las imágenes y versos de los poemas siguientes.
Ya en el tercer y último apartado, “Un hoyo como mis ojos”, el receptor encontrará la recompensa de su viaje sígnico, pues López Degregori nos brinda y obsequia siete poemas inéditos donde la calidad y la madurez poética, así como el bestiario (palomas, conejos, ovejas, órganos de estos animales), la infancia, la soledad de la casa, la bipartición de los personajes, etc., se complementan y auguran un nuevo libro avasallador de significados dolorosos, aunque catárticos: “Habría sido suficiente la falta de una estrella o tu inquina durante el alumbramiento o, más atrás aún, el temblor de tu cuerpo en la humedad de las sábanas cuando te sostuvieron unos brazos que no eran los de mi padre”.
Con ello, Campo de estacas no es una antología aglomerante de poemas, sino la exposición de una poética, un referente que nos invita a conocer ya no sus extramuros angustiantes, sino la subjetividad prístina, cotidiana, y, por momentos, desoladora, como si camináramos sobre un campo de estacas acuchillantes de nuestra vida.