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Él soy yo
—Un recorrido por el haz y el envés del doble en Una mesa en la espesura del bosque de Carlos López Degregori—
Jhonny J. Pacheco
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El doble, pro-eyección
Haz y envés en los poemas de López Degregori
1
Cuando Rimbaud decía “Je est un autre”, él poeta nos acercaba hacia nosotros mismos, a lo más íntimo del ser, al otro mismo que es un yo distinto, diferente, pero al fin y al cabo, un “yo”. Sin embargo, este no es el único argumento para construir una identificación semántica, una semejanza semiótica, un parecido sígnico, de la primera persona del lenguaje con la tercera gramatical, pues el psicoanálisis, con la Teoría del Espejo, nos brinda conjeturar, hilar, arribar, a una conjunción de dichas personas singulares. Recordemos que en el estadio especular, el yo, se construye a partir de una imagen proyectada de su otro yo. Efectivamente, se produce una «proyección» [1], pues hay una «eyección» impulsada en favor de algo («pro») a alguien, en el que se transmiten efectos, defectos, afectos, e intenciones del que proyecta para lograr una diferenciación y construcción de su nicho propio, aunque se desprenda un ecosignificado [2] en el proceso significacional.
Si tomamos lo expuesto en el párrafo anterior, notamos que el “doble”, el “otro” pro-eyectado, a partir del “yo”, se va estructurando poco a poco y comienza a ocupar, posicionarse, en la cadena de los significantes. La imagen especular, el negativo, el holograma, procesa los elementos del “yo” para eyectarse a sí-mismo en la realidad significante. De este modo, “él”, el “otro”, principia a revertir la frase del poeta francés “je est un autre” en «él soy yo», pues la idea de Rimbaud genera una estela de distancia, de semejanza como diferenciación; en cambio, la frase revertida muestra el vínculo inmarcesible entre las dos personas gramaticales, pues ambos se retroalimentan, es decir, existe una interdireccionalidad en el que, luego de la «proyección» del otro, hay una interdependencia llegando, incluso, a soslayar al primero.
Con lo dicho, ¿qué intentamos buscar con el nacimiento del “otro”? ¿Tratamos de nacer nosotros mismos como singulares y únicos? ¿Extirpar lo diferente del «nos» para insertarnos en la masa vulgaris, el “ellos”? ¿Desterrar lo “malo” y obsceno del sí-mismo para quedarnos con lo “bueno”? ¿Acaso intentamos negar que somos el haz y el envés de una misma moneda como la cinta de Moebius? Creemos que es lo último, pues al negarlo, producimos una materialización de un solo vínculo, pero que a la vez es doble. Y el libro Una mesa en la espesura del bosque, de Carlos López Degregori, es la prueba de ello.
2
Somos el “otro”, el que nos regocija, alivia, y forma parte de nosotros. La premisa del libro de López Degregori es plantear que el “otro” no es un desconocido, un paria, un elemento ajeno, extraño y horripilante, sino que está constituido de nuestra misma materia, humus del yo, que intentamos obviar pero que siempre retorna, pues lo propio no puede ser negado. “Je est un autre”, de Rimbaud, no puede ser validado en estos tiempos, porque cuando el autor de Una temporada en el infierno lo escribió, él, estaba sumido en una época de descubrimientos y exploración de mundos nativos, no antes observados y denotados para el ojo europeo, por ende, estas referencias no existían dentro del mundo sígnico oficial. Sin embargo, frente a la diferencia ignominiosa en el que el hombre del Viejo Mundo se “afirmaba” ante esa persona que no entraba en su lógica por su vivir rudimentario, su cosmología arcaica, su lógica natural y anti-técnica, Rimbaud —un explorador también de aquellas tierras lejanas y ajenas en sus últimos años de su vida— consideró que el “yo” europeo era igual al que marginaban en su discurso. Asimismo, la idea del vate oscilaba en el extrañamiento, la cosificación del otro, pues lo llamaba “otro”, sin nombre, sin la existencia en el mismo lenguaje, por lo tanto no existe, dado que es incomprensible, no-natural, pese a que “ellos” vivían en un referente donde la convivencia y la unión con la naturaleza eran acciones primordiales. Ahora bien, si esa era la lógica de fines del siglo XIX y primeras décadas del siglo XX, López Degregori realiza una vuelta de tuerca a esta concepción, pues ese “otro” extrañado no es ajeno, no es de otra realidad, o sea, de otra verbalización, sino del mismo sujeto enunciador, del que marca la diferencia y distancia.
A través del tiempo, en la literatura se ha hecho necesario exorcizar lo “ajeno” del nosotros mediante la creación del “diferente” que, paso a paso, consume nuestro entorno semántico. Recordemos, verbigracia, el cuento de Poe, “Willian Wilson” o la novela de Wilde, El retrato de Dorian Grey, en el que el doble no permite la existencia de su originador en un mismo plano significante, cuando este ya se ha presentificado, puesto que el lenguaje no puede concebir la significación de un mismo Sujeto. Con ello, en el libro de López Degregori, este proceso de “consumación” se irá procesando a medida que avancen los poemas, porque, en principio, presenciamos la irrupción de un ente, un espectro, un fantasma, un yo’, que no es delineado como peligroso, ni extraño, ni amenazante sino cercano, regocijante y placentero como sucedieron en las obras mencionadas. Incluso, la originalidad del poeta desestructura lo que se concibe como las peripecias del otro: creación, destierro o negación, y canibalismo del yo, ya que lo que se desprende en los poemas del libro es una simbiosis natural, libre, necesaria hasta volver a crear otro ser mediante un solipsismo creador.
Ahora bien, otro aspecto del libro de López Degregori es lo corporalización del ajeno semejante. Es así que el Emisor siente latidos en su mismo cuerpo; observa que el rostro del “otro” es él mismo; que el “yo” existe por el otro; y que regresa y habla con él hasta sentir unas sensaciones casi místicas y eróticas en las sábanas que se han impregnado del extraño propio. Incluso, la incomprensión del desconocido cercano lo personaliza en la imagen del “Minotauro”, ser irracional que significa la animalidad a flor de piel, impulso intransigente de los instintos, pero que en López Degregori se presenta como un ente abatido expeliendo ternura y confusión. Al final, el otro ya se ha convertido en parte del Emisor, ya que en el poema, “De cuantos años”, nos dice “es una condición necesaria para mi vida” para luego expresar en “Una barca de piedra” lo siguiente: “porque es la forma más justa de parecerme a ti”. De este modo, se ha consumado las transustancialización simbólica; la metáfora “a es b” se ha realizado notablemente, pues las posiciones de enunciación de fijación sígnica se han intercambiado, dado que el destino del Emisor ahora se decide en el ser del “otro”: “un destino que debe cumplirse en tus ojos”. Sin embargo, esta bipartición del enunciador no finaliza en este proceso, sino que el “otro” también se desdobla, pues aparece un segundo “otro-yo” ajeno, aunque cercano, como se denota en “Una mesa en la espesura del bosque”: “No a una persona sin remordimiento que soy yo / ni a dos que eres tú”. Con lo último, se puede sentenciar que el proceso se irá repitiendo ad infinitum, puesto que el Yo único no termina de conocerse en su introspección, en su incursión psíquica y desdoblamiento de sí-mismo representado en la figura e imagen especular de un “otro” que no es más que un “yo”.
Marzo de 2015
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Notas
[1] Hemos dividido el significante «proyección» en sus dos raíces “pro” y “eyección” siguiendo los significados que nos brinda la RAES.
[2] Hemos creado este neologismo “ecosignificado”, pues el “eco”, según la RAES, en la cuarta acepción, dice: “3. m. Cosa que está notablemente influida por un antecedente o procede de él”. Entonces, si lo unimos con el significante “significado” para describir la proyección del yo a su otro, su doble, podemos forjar un elemento creado a partir de otro elemento pese a sus diferencias significantes.