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RELACIÓN ENTRE VIDA Y TIEMPO EN LA NARRATIVA DE CARLOS LEÓN

Por Antonia Viu
Revista Mapocho, N°46 (2do semestre 1999)


 



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Aunque el paso del tiempo es un motivo que atraviesa toda la narrativa de Carlos León, se podría ver como el marco de una presencia mucho más fuerte: los recuerdos. En cada uno de los relatos y las crónicas de León surge el recuerdo como una manera de romper la linealidad de la historia que narran, de los personajes o de los lugares que describen. Ya no es el recuerdo como la reacción pasiva ante un tiempo que se fue, sino un modo de recuperar los momentos que quedan escondidos detrás del olvido.

Al intentar describir la relación entre tiempo y sujeto, Henri Bergson se refirió a dos elementos muy interesantes: la duración y la intuición. En la Introducción a la metafísica, Bergson define la duración como movimiento incesante que va uniendo nuevas creaciones cualitativamente diferentes y que sólo puede captarse mediante la intuición, entendiendo por intuición “la simpatía por la cual nos transportamos al interior de un objeto para coincidir con lo que tiene de único y por consiguiente de inexpresable” (16). No se trata, así, de una cadena de instantes homogéneos y cuantificables que van arrastrando al hombre en su devenir, como en el pensamiento de otros autores, sino de una categoría viva, que acompaña a los sujetos que la habitan y que se manifiesta a quienes saben mirar. Así se desprende de las palabras del propio Bergson: “Mi pasado entero me sigue a cada instante”.

La coexistencia de los términos duración e intuición en la imagen del tiempo propuesta por Bergson son vitales para lo que intento proponer en este estudio respecto a gran parte de la obra de León: el recuerdo como un diálogo íntimo y trascendente con el tiempo. Así, en estas páginas trataré de analizar la compleja relación que surge entre personas, lugares y palabras que se despliegan en el tiempo y se reúnen en el recuerdo o en un tiempo distinto que tendría que ver con lo que Bergson llamó duración. El objetivo de este análisis es ver si la forma que asume e! recuerdo en las obras estudiadas podría equipararse con la intuición en su capacidad de percibir la duración.

Al hablar del recuerdo como aparece en las obras de León, surgen una serie de elementos que he integrado a mi hipótesis inicial: diálogo, intimidad y trascendencia. Esto, porque para que haya intuición se requiere cierta intimidad con las cosas y los seres que están dentro del tiempo, una mirada que dialoga con la realidad y la trasciende, sin verla en términos de funciones o de poder. Un diálogo íntimo que tenga la cualidad de derrotar al tiempo entendido como muerte requeriría que el sujeto se ubicara dentro de cada una de las dimensiones que aparentemente están fuera de él.

I

Transformar el tiempo en duración al habitarlo, romper la soledad al enredarse con los lugares y la gente que salen al encuentro y que nos estremecen; esto parecena ser lo que propone el narrador protagonista y muchos otros personajes de las obras de León.

En Sueldo vital, por ejemplo, el protagonista demuestra una mirada ante la realidad que traspasa la rutina de la oficina en que trabaja. La presencia de Alberto, uno de sus colegas, va a dar forma a la alternativa que él intuye, un día que lo invita a su casa después del trabajo. Suben a un tren que lo saca de Santiago y, en medio de la naturaleza, Carlos descubre un espacio habitado por un tiempo distinto, en el que aún se puede hablar, escuchar y mirar. Por medio de Alberto, el narrador muestra la posibilidad de mantenerse lúcido en un mundo de archivos, formularios y relojes.

En otra obra, Las viejas amistades, este contraste en la manera de percibir el tiempo se presenta sin necesidad de oponer la vida en el campo a la de la ciudad. Dentro de la ciudad hay lugares especiales en los que el ritmo apremiante del sentido común no puede entrar. El espacio que mejor representa este fenómeno es la peluquería de don Javier. En ella los amigos se reúnen cada tarde, no para cortarse el pelo, como sería lo “lógico”, sino para conversar o simplemente para estar juntos. Para los contertulios de la peluquería el presente importa poco, las obligaciones se olvidan al compartir sentimientos y recuerdos que van anulando la barrera del tiempo: “El barrio, al conjuro de las conversaciones, se transformaba, poblándose de establecimientos y de casas fantasmas y de seres fugaces, milagrosamente rescatados del olvido”. (149).

En su libro de crónicas, Hombres de palabra, Carlos León alude a esta manera de rescatar -a través del recuerdo- los acontecimientos que fueron importantes para nosotros: “El tiempo, eufemismo consolador para designar la destrucción, necesita de algunos acontecimientos, señeros, para que algunos días perduren”. (95). El recuerdo nos abre la puerta a días pasados, convocando lugares y personas muy lejanas, tal como quedaron en nuestra memoria, es decir, sin que el paso del tiempo las haya podido afectar:

“Estoy recostado, sin desvestirme, cavilando. Una imagen pretérita, insinúa de pronto, su contorno impreciso. Un niño borroso, inmóvil; luego esa misma imagen aislada se puebla de olores y rumores, sigue enriqueciéndose y personas y cosas perdidas comienzan a vivir de nuevo”. (Sueldo vital, 191).

En Sobrino único, libro de relatos del autor, también aparece el recuerdo como enemigo de la muerte: “Tía Enriqueta también se fue; creí que para siempre. Sin embargo, a medida que envejezco la voy sintiendo de nuevo junto a mí, como antes...”. (73).

De la obra de León se desprende que el recuerdo relaciona presente y pasado no sólo por el hecho de que recupera desde un momento vigente vivencias que pueden haber tenido lugar hace mucho tiempo, sino porque en el presente de pronto surgen detalles o actitudes que abren un momento dormido: “De pronto algo íntimo, agridulce y antiguo se conmovió dentro de mí y regresé a otro tiempo; a un pueblo remoto e inexistente, donde un torpe joven desmarañado cantaba anárquicas canciones junto a un niño pretérito...”. (69).

En Algunos días ..., Carlos León insiste en la existencia de estos recuerdos que no se persiguen por medio de la mente, sino que salen mágica e inesperadamente al encuentro del hombre. El narrador nos entrega su explicación frente a este fenómeno, explicación que parece brotar de los labios de Proust:

“ ... detrás de la memoria consciente existe otra memoria: la del tacto, del gusto, de la vista y del oído, más rica y fecunda que la primera que puede hacer coincidir dos momentos separados por aludes de tiempo, conjunción ésta que crea, aunque sea en forma fugaz, la eternidad y con ella la felicidad”. (95).

Aunque el narrador se da cuenta de que nuestra memoria consciente es frágil, que suele doblegarse ante el tiempo y poblarse de olvido, sugiere la posibilidad de que lo que hubo de mágico en nuestro enredarnos con este tiempo huidizo, atraviese con nosotros -como equipaje y como vehículo- hacia algo que permanezca. La lucha del hombre por trascender el olvido en busca de una continuidad que dé sentido a lo vivido se ve sobre todo en una de las obras de Carlos León: Todavía. Ya el título de esta novela constituye una imagen de algo que estira su presencia a través del tiempo. En contraste con la perspectiva del hombre actual, que centra su existencia en el próximo minuto, el título de esta obra de León sugiere una posibilidad que aún late, una realidad que no puede desecharse. Se trata de una historia de amor que acompañó la infancia y adolescencia del protagonista, narrada como recuerdo después de muchos años, con un sentimiento de rebeldía y tristeza al darse cuenta de cómo el tiempo fue restando sentido e importancia a todas las cosas que alguna vez lo estremecieron.

“Carmen regresó un día cualquiera. Habían pasado meses, pero ella no. Era como un calendario marcando un solo día. Eso creía, al menos. Pero el tiempo -en esa época no lo sabía- iba modificándome sutilmente, como el río sus riberas, en forma apenas perceptible”. (86).

Pero si bien es cierto que vivir es partir, hay algo que pareciera quedarse, fundiéndose con los lugares y las personas que fueron importantes. Ésta es la solución que el narrador planteana en esta obra: cada vivencia, aunque olvidada, va marcando a los personajes y los acompaña en su transcurrir como parte de la identidad que ayudó a formar, superponiendo capas de tiempo y derrotando la muerte:

“La veo (...) aferrada a mí, con la pasión de una tigresa y la ternura de una hermana; diciéndome, no te dejaré nunca; integrada conmigo, formando una aleación inmune a la muerte, que organizó mi juventud, de la que aún me nutro, dándome una identidad que dura todavía”. (121).

En la obra de Carlos León se ve cómo el tiempo incluso se puede convertir en un aliado en la lucha por trascender, ya que deja de ser un “elemento turbador” en cuanto abandonamos el plano de las superficies. El paso del tiempo, burlado mediante el recuerdo, permite mirar hacia atrás y aprender de los errores, trascender la vivencia específica en busca del sentido que la envuelve. Así, el tiempo -al pasar- va enviando señales de alerta que podrían entenderse como retazos de muerte que se van instalando en cada ser humano, o como eslabones que se articulan en la búsqueda de sentido. El mundo cambia, pero la mirada del hombre también lo hace y va descubriendo matices íntimos de las cosas que no percibiría si se le presentaran todas de golpe. Considerando esto se llega a comprender algunos personajes presentados por Carlos León que parecen estar al margen del tiempo y sus afanes. Son seres para quienes la edad constituye una especie de condecoración. Uno de los personajes en los que esto se ve de manera clara, es el dueño de la peluquería de Las viejas amistades. En don Javier, el paso de los años ha dejado una sabiduría que le permite ver más allá de los problemas específicos que afectan al hombre, previendo la importancia que tendrán una vez superados: “Don Carlitos ..., don Carlitos ... -y luego, con tono distinto-: Desarrugue el ceño, no sea niño, en un tiempo más se va a reír de todas estas cosas”. (147).

En Sobrino único, Carlos, el personaje principal, admite:

“Quizás las cosas que me han ocurrido desde entonces, hayan sido como un lento aprendizaje, como un largo camino en cuyo término el mismo niño de otro tiempo, envejecido ahora, ordena y organiza, para rescatar del caos, su angustia pura y su soledad esencial”. (74).

El protagonista de uno de los relatos que conforman Retrato hablado, "Cortesía”, también refleja la tranquilidad de quien ha asumido la edad como triunfo:

“- ¿Cómo está, Carlos?
- Envejecido -le respondió su anfitrión, sonriendo.
- La idea no parece afectarle demasiado -repuso Schumann, mirándole con atención.
- Tiene razón -le respondió su amigo, suspirando-. Me produce la sensación de haber llegado a puerto seguro después de un larguísimo y peligroso camino...”. (67).

Pero no sólo quienes triunfan en el desafío propuesto por el tiempo alcanzan la tranquilidad ante su devenir; están también los que deciden retirarse del juego, aislándose dentro de un pasado que conserva el sentido que su presente perdió, o que ofrecía más posibilidades de realización y felicidad. De esta manera, el ahora pasa a constituir sólo el marco del recuerdo. Ésta es la realidad vivida por uno de los personajes de Sobrino único; el narrador, que es a la vez el protagonista, comenta respecto de una de sus tías lo siguiente: “La vida de tía Enriqueta, como esos calendarios existentes en casas ha mucho tiempo abandonadas, se había detenido en el pasado. En el presente se sentía extranjera”. (27). Por otra parte, en Todavía vemos lo mismo, pero de una manera más radical; un hombre en un pueblo abandonado, que vive en el pasado hasta que la esperanza le devuelva todo lo que un día el tiempo se llevó: “Espera, espera. Para él no cuenta el tiempo; no como todo el mundo, a una mujer, un hijo o un pariente, sino a un pueblo. A este pueblo. Cree que alguna vez, roto el encantamiento, volverá a ser lo que fue...”. (88).

Esta especie de recuerdo crónico como exilio de la linealidad temporal sería comparable a los sueños, ya que éstos tendrían la misma capacidad redentora ante el devenir. Mediante este poder de nuestra mente cada noche se superponen y relacionan momentos que en el olvido de la vigilia se vuelven desconocidos:

“En el lecho, mis pensamientos tórnanse más leves, fáciles, todo parece perder importancia, los acontecimientos y personas se sutilizan, semejan sombras silenciosas y luego dejan de dolerme y se transforman en un tiovivo absurdo que gira más y más, deteniéndose al fin en una sola imagen”. (Sueldo vital, 127).

En Retrato hablado también existen alusiones a esta magia convocada por el sueño o por la ensoñación:

“En el duermevela era (el sur, A.V.) como la maravillosa lámpara de Aladino; suministraba ciudades que surgían de la lluvia como un arco iris, calles de las que sólo recordaba una sonrisa o una esquina, amigos que sonreían eternamente (¿hacían alguna otra cosa además de sonreír?) ...”. (“El Sur”, 86).

En los comentarios del narrador sobre el presente también se percibe una crítica de la modernidad que recuerda lo dicho por Bergson respecto a la diferencia cualitativa que presentan entre sí los momentos que constituyen la duración. En Algunos días ..., por ejemplo, se refiere al período de vigencia de las canciones en los siguientes términos:

“Antes las canciones duraban más tiempo; diez o veinte años después de su aparición, todavía encontraban eco y aún lograban emocionar(...). En la época actual, las canciones se han deshumanizado y resulta empalagoso escucharlas después de un par de semanas". (69).

Esta reflexión se continúa en Hombres de palabra.

“Por las noches, ahora, el barrio es una parodia. Los lugares perduran, pero las lámparas de petróleo o gas han cedido paso al neón; las orquestas, a esos obsesionantes robots musicales que repiten incansables melodías hasta desgastarlas, en menos de una semana”. (97).

II

La importancia de la manera en que el hombre se acerca a la realidad se percibe claramente al considerar que todo su comportamiento se estructura en torno a su visión de mundo. Carlos León manifiesta claramente su propia mirada ante la realidad mediante un comentario respecto a la filosofía de Heiddeger y Sartre, en Hombres de palabra.

“Martín Heiddeger y Jean Paul Sartre, quienes con un hábil golpe de timón, torcieron la gran línea del pensamiento contemporáneo, transformando al hombre exangüe de los sistemas filosóficos tradicionales, en el hombre verdadero, con sangre, con glándulas y vísceras, “condenado” a la libertad y cuyo quehacer se realiza con las cosas”. (60).

Así, se ve que para León la naturaleza del hombre está en su relación con la realidad, con las cosas. El hombre que se mantiene al margen de las cosas no estaría actualizando su condición humana. La mirada de la época, entonces, no dejaría fuera del hombre sólo el tiempo, como se señaló en el capítulo anterior, sino toda la realidad. Sin embargo, esto no significa que el hombre haya dejado de relacionarse con la realidad por haberse abstraído en el mundo de las ideas; sigue habiendo una relación, lo que se desvaneció fue el carácter humano de ésta. El apego a las cosas está quizá más arraigado que nunca, pero sólo en un plano de dominio, de funciones.

La forma que ha tomado este apego a las cosas por su utilidad o su valor mercantil, más el tiempo como linealidad cíclica que rige nuestras ciudades, es la rutina. En Sueldo vital, el narrador señala lo ajeno de este sistema de vida a nuestra propia naturaleza:

“Si el carácter de ciudadano relaciona a los seres en un plano impersonal, el de funcionario elimina el último residuo de impersonalidad. Reparar en lo íntimo y entrañable de cada uno constituiría un desafío a las leyes naturales, como si la balanza que acusa nuestro peso nos deseara un feliz cumpleaños”. (209)".

Carlos León enfatiza su falta de fe en la sociedad moderna en la “Autobiografía inconclusa” que precede a Algunos días ... : “...Juntamente con las ‘primeras letras’ enfrenta el conflicto entre sociedad y soledad, optando por la segunda”. (11).

Dentro de esta sociedad, las instituciones desempeñarían la misma función de la rutina: hacer del hombre un objeto fácilmente manipulable. En Sueldo vital esto se expresa de la siguiente manera: “Se substituyen los seres humanos contradictorios, imprevistos, enfadosos, en suma, vivientes, por abstracciones racionales poseedoras del encanto tranquilizador de las cosas inanimadas”. (201). No es extraño, entonces, que la rutina y las instituciones se presenten de manera simultánea. En la misma obra, el narrador muestra esto por medio de los personajes y el escenario en que éstos se mueven: funcionarios que desempeñan burocráticas labores, dentro de una oficina que uniforma los días al negarles la luz del sol, y en la que cualquier relación es regulada. El vacío y el sentimiento de indignidad que esta forma de vida va infundiendo en el hombre se trata de suplir mediante la ilusión de pertenencia que dan las instituciones. En Sueldo vital los colegas del protagonista constantemente están tratando de reclutarlo en alguna, o de convencerlo para que haga causa común con ellos en cualquier afán mínimo, que les permita creer que han trascendido la estrechez de sus existencias:

“- ¿No perteneces al Centro de empleados?
Respondo negativamente.
- Es una organización muy buena. Deberías hacerte socio. La cuota es mínima, se pueden leer los diarios. Además, periódicamente hay actos culturales. Uno se construye”. (107).

Carlos León, a través de sus libros, se alza contra este estado de cosas, y trata de rescatar al hombre y su identidad como única manera de darle un sentido trascendente a esta vida. Sólo lo individual de cada lugar o cada persona la hace querible y la salva del olvido. Así se ve en el “A modo de excusa” que el autor antepone a Hombres de palabra.

“No encontrará, pues, el lector en estas páginas sencillas fechas, datos, clasificaciones, doctrinas ni escuelas, sino amigos que llevo enredados conmigo en días inolvidables, consumados en distintas ciudades del norte o del sur o en el puerto de Valparaíso, que elegí para vivir, como un compadre”. (13).

El hombre se aturde de afanes por el poder, la fortuna y el prestigio social, sin ver que, al mismo tiempo, la vida fluye llena de cosas sencillas, reales y mágicas. Ya no hay un interés real por explorar el mundo, por averiguar qué quiere la vida de cada persona, sino que todo lo que sea salirse de lo previsible aterra. Uno de los personajes de Sueldo vital, don Erasmo lo dice: “Ya está todo previsto( ...) No existe lugar para el riesgo y la aventura; ambos, que constituyen la sal y la gracia de la vida, están enajenados mediante el pago de una prima de seguro a ciertas oficinas administrativas”. (1 16-7).

La mirada con que cada hombre percibe el mundo revela lo que piensa y lo que siente. Así, mientras algunos de los personajes de León cobran vida en su contacto con las cosas y las personas, otros se vuelven planos y efímeros, ya que para ellos el mundo sólo parece representar un desafío por ponerse sobre los demás y utilizar cada cosa de acuerdo a su función. Un ejemplo de lo dicho sería Juan, uno de los amigos del protagonista de Todavía: “Lo dejaban helado los pueblos fantasmas, las arenas sinfónicas, los muebles que hablaban de otro estilo de vida, los cementerios; él vivía preocupado de los procesos industriales”. (89). Al mismo personaje se refiere el narrador cuando señala: “Su mentalidad científica, o por lo menos técnica, no habría entendido jamás el encanto de una puerta de otro tiempo o la vitalidad muerta de una oficina salitrera”. (90).

De lo anterior se desprende que ni la sensibilidad ni la emoción son transmisibles, ya que los lugares, las personas y las cosas abren su intimidad sólo a quien sabe mirarlas. Si las relaciones profundas entre dos seres los van entremezclando hasta el punto en que cada uno de ellos puede trascenderse y proyectarse hacia el otro y -a la vez- abrirse a recibir, el desencuentro en la manera en que dos personas perciben el mundo hace que nada de lo que cada uno de ellos pueda tratar de transmitir al otro, quede. Esta gran diversidad entre las miradas hace que dentro de una misma realidad puedan coexistir tantos mundos como hombres la habitan, lo que posibilita que de vez en cuando surjan voces que lleguen a cuestionar todo lo que el sentido común de la época ha establecido. Sin embargo, las diferencias en la manera de mirar el mundo no siempre se expresan de modo radical. Hay gente que vive lo cotidiano, pero protegida por un margen que le permite conservar su identidad y ver las cosas desde arriba. Esta distancia no tiene nada que ver con la mirada objetiva y desarraigada del hombre de hoy, sino que es la trascendencia que da la fusión íntima y auténtica con la realidad.

Carlos León capta la presencia de lo trascendente en la gente, con la sensibilidad que sólo puede tener quien también lo ha vislumbrado. Así, la Olga, uno de los personajes que aparecen en el capítulo referido a David Ojeda Leveque -en Hombres de palabra-, reflejaría esta condición de estar más allá: “La Mati, tomada de mi brazo, permanecía en silencio, mientras la Olga, bella, distante y secreta, parecía encontrarse siempre en otra parte”. (26).

Cuando se posee la identidad que da la relación auténtica e íntima con la vida, se entiende que el sentido de ésta está en las cosas simples, y ya no hay necesidad de aparentar ser nada más que lo que se es. Para Carlos León, José Santos González Vera era un hombre que gozaba de esta sencillez. También en Hombres de palabra, dice: “En Santiago, en su oficina del segundo piso del viejo edificio de la Universidad de Chile, se dedicaba a tomar té. Debió también hacer otras cosas, pero su delicadeza era tal que las ocultaba para no espantar a los visitantes”. (65). En este mismo libro se señala también a David Ojeda Leveque como un hombre que no necesitaba frecuentar círculos de intelectuales para sentir que tenía algo que decir. Por el contrario, para él -al parecer- los lugares menos “acondicionados” para ello, eran en los que mejor podía sentirse la vida: “Prefería las calles, los bares, todos aquellos lugares en donde discurría espontáneamente y simple, la vida. En el Círculo de Letras hubiera desentonado como un marciano”. (28).

Otra idea sugerida en las obras de Carlos León es que por más arraigada que esté la mirada funcional ante las cosas, ésta suele resquebrajarse frente a una experiencia estremecedora. Dicha fisura, en algunos casos, abre paso al cuestionamiento de las creencias que sustentaban esta mirada, tornándola mas íntima. Cuando los personajes de León sufren el embate de la vida, el mundo se vuelve una proyección de sus sentimientos, o descubren detalles ignorados de las cosas, que las unen solidariamente a su dolor. En esos instantes, las individualidades se rompen y los personajes se sienten uno con el mundo. En Todavía, el matrimonio de Carmen es, para el protagonista, un acontecimiento muy doloroso. Afectado por él, dice:

“La calle y la ciudad, pese a sus colores alegres, se vistieron de luto. Me oprimían el corazón algunos rincones abandonados, ciertas casas tristes, vitrinas de comercio que exhibían sus pobres mercancías, en ninguno de los cuales había reparado antes”. (69).

Al parecer, según Carlos León-narrador, la vida no se podría vivir más que desde la propia intimidad; un niño, por ejemplo, ve lo infantil de lo que hay a su alrededor, y así se va relacionando con la realidad a una misma altura. También en Todavía, el protagonista dice: “tenía ocho años igual que yo (las calles y las ciudades tienen la misma edad que uno)”. (120). Un pasaje de “La década de los años ‘veinte’ en provincia”, en Algunos Días ..., refuerza esta idea: “En esos tiempos nada importante ocurrió o si ocurrió no nos dimos cuenta. Es natural, en el fin de la década, Chile y nosotros apenas bordeábamos los catorce años y a esa edad nunca ocurre nada”. (78). Pero el que la ciudad sea la realidad que acoge lo íntimo de los hombres, en modo alguno la disgrega o le resta objetividad. Si bien es cierto que es la gente la que crea las ciudades, a través de su fundirse con ellas, la ciudad va transcendiendo el aporte de cada persona en particular, llegando a constituirse en una entidad distinta. Esto se expresa en “Valparaíso y su geografía íntima”, otro capítulo de Algunos Días ... “...nuestra ciudad es más que la suma de sus calles, paseos y lugares pintorescos. Tiene también algo imponderable y secreto: su vida interior tan intensa transciende esos elementos, los unifica y les confiere un sentido”.(78).

Cada ciudad, cada barrio y cada calle tienen una personalidad que les es propia y que los diferencia de las demás. En Hombres de palabra, dentro de la sección en que se recuerda a Andrés Sabella, se manifiesta la existencia de esta personalidad en cada entorno:

“Con las primeras luces del alba, el barrio empezaba a desperezarse, cambiaba de faz adquiriendo una personalidad madrugadora e industriosa. Camiones multicolores y sonoros, cargados de legumbres y verduras salpicadas todavía de rocío, desplazaban las sombras agazapadas alrededor del mercado (...) La gente comenzaba a reintegrarse, murmurando a la vida”. (98).

En Sobrino único, Carlos León sugiere que la profundidad de esta relación entre hombre y entorno, es la que hace que los lugares muchas veces hablen de sus habitantes, y que, a su vez, la manera de ser de un hombre revele el sitio al que pertenece: “&te (el pastor, A.V.), por un inexplicable mimetismo, mostraba singular similitud con su vivencia”. (63).

Finalmente, hay que decir que Carlos León destaca el hecho de que el hombre de hoy ha dejado de sentir la naturaleza, de que la ha relegado de su vida en su afán por poseerla. Pero también sugiere que todos estos empeños, mirados desde lo alto, despliegan su orgullosa pequeñez: “La luna, sin función aparente en las ciudades, recupera en el campo la plenitud de su imperio y confiere al paisaje nocturno una elocuencia sosegada y plena”. (Sueldo vital, 216).

III

Como se veía en los capítulos anteriores, tanto el recuerdo como la relación auténtica con la realidad tienen el poder de llevar al hombre más allá del mundo de espejismos que ha creado, al devolverle la mirada humana ante la vida. Es importante ahora comentar un tercer elemento que también poseería dicho poder: el diálogo.

En las obras de Carlos León se vislumbra el diálogo -o la conversación- como un arte olvidado, que no busca ser útil, ya que está dentro de la eternidad, sino que tiene el poder de volver a hacernos sentir seres humanos. Así, el diálogo que defiende León no tiene nada que ver con el intercambio lingüístico que persigue el traspaso de información con un fin preciso, sino que se refiere a la instancia en que dos seres humanos abren su intimidad encontrándose y logrando conectarse con algo que está más allá de cada individualidad. El silencio formaría parte de este tipo de diálogo, ya que un silencio realmente compartido, y no la reunión de dos soledades mudas, podría unir a dos personas mejor que palabras que no acierten a expresar lo que se quiere transmitir.

De este diálogo auténtico, en que se permiten los silencios, está poblada la relación de Carlos y Carmen, protagonistas de Todavia. El propio Carlos así lo señala cuando dice: “Solíamos conversar de este o aquel tema hasta hartarnos”. (49), o cuando comenta, “... seguíamos juntándonos en el mismo sitio, casi a diario, para estar en silencio. Existen matices de la felicidad que no requieren palabras” . (62). El contacto profundo entre los dos protagonistas, aún niños, ha dejado huellas inconfundibles de cada uno en el otro. Así lo manifiesta la hermana de Carmen, Susana, cuando le dice a Carlos: “¿Sabes? Tú y Carmen son como esos matrimonios de muchos años que acaban por parecerse. Detrás de tus gestos y carantoñas vi, de pronto, el rostro de mi hermana”. (47).

Por estar ubicada dentro de la eternidad, este tipo de conversación sustrae a sus participantes del tiempo. Al conversar, se llena cada minuto, trascendiéndolo. Así lo siente Schumann, uno de los personajes de “El hombre del traje blanco” (Retrato hablado): “... se distrajo mirando en su contorno. Percibió en las mesas hombres y mujeres que conversaban inconsciente y despreocupadamente, como si dispusieran de la eternidad”. (60).

En otra obra, Hombres de palabra, Carlos León recuerda a José Santos González Vera como un hombre conocedor de este “arte” de conversar: “No abandonaba jamás su ecuanimidad; su charla discurría en un medio tono continuo, que poseía la virtud de detener el tiempo. Sólo el crepúsculo, a manera de despertador, nos indica el transcurso de cuatro o cinco horas” (65).

Este “medio tono” al que se refiere el narrador, parece tener una importancia especial para el desarrollo del tipo de conversación rescatada a través de las obras de Carlos León. Pero este requisito no se cumple en cualquier lugar; su presencia estaría condicionando, así, el escenario en que el arte de conversar puede surgir. Según dice León en este mismo libro, uno de los lugares propicios sería el café:

“En los primeros (los bares, A.V.), el ruido de cachos, las risas estentóreas de los parroquianos y hasta algunas cantatas surgidas de broncas gargantas, exigen voz de mando y oídos recios. Por el contrario, en el café impera el medio tono, las conversaciones son tranquilas y uno, encontrándose en medio de la gente, puede conservar su intimidad. Hay, pues, por añadidura, voces de bar y voces de café”. (155).

En este punto me parece interesante profundizar la distinción entre “voces de bar” y “voces de café” propuesta por León. Esta división estaría representando dos enfoques radicalmente opuestos en la manera en que el hombre puede ver el mundo. El primero, es -como ya se ha analizado en otros capítulos- el que caracteriza al hombre de hoy, quien se ve por sobre la realidad en una relación funcional y de dominio. El hombre que ve el mundo de esa manera, elegiría el bar, porque su modo de relacionarse con los demás es imponer su voz y competir. Generalmente su vida está reprimida por las obligaciones y las jerarquías que la sociedad impone, que el bar constituye un lugar en donde exorcizar sus frustraciones. Además, el bar es preferido por el hombre de hoy, porque en él prima la incomunicación con sus semejantes; ya no hay un interés real por oír lo que los otros tienen que decir, sino sólo por imponer el propio punto de vista y aparentar:

“El artificioso diálogo constituye un tributo a las reglas del juego. El bebedor que se respeta, remiso a quemar etapas -la ansiedad está mal vista en esos casos-, inicia el rito precursor del momento cumbre, el primer trago, con un regodeo previo y solemne a la vez”. (Sueldo vital, 48).

Las voces de café, en cambio, son las que se involucran con el mundo y que buscan compartir con los demás el sentido de estar vivos. Estas “voces de café”, también encuentran otros escenarios dentro de las obras de Carlos León. Uno de ellos es la peluquería de don Javier, en Las viejas amistades. Este lugar es evocado desde otra obra, Algunos días ..., por el mismo narrador: "... la clientela, indiferente a los dictados de la moda, prefería practicar un arte olvidado: conversar”. (71). También las casas, por influjo de sus habitantes, pueden ser un lugar propicio para que surja este tipo de conversación. En Algunos días. .., el narrador dice, "En la casa de mi amigo (...) cada visitante, encontraba la posibilidad de decir unas cuantas palabras, de ser tomado en cuenta, de afirmarse, en suma, como ser humano”. (60).

Ya se ha analizado el poder de la palabra dentro del arte de la conversación y de qué manera se relaciona con el tiempo, pero la palabra también puede ser arte en sí misma. La realidad, los momentos y las personas, sólo pueden evocarse mediante las palabras verdaderas, sencillas y directas; saber encontrar estas palabras sería, según León, la misión del escritor. Por lo menos así se desprende de un comentario acerca de Alone que aparece en Hombres de palabra:

“...posee como nadie, la calidad de escritor nato, tenía la mirada y la actitud frente a la vida de éstos, interesados en: las palabras, las únicas palabras en que una cosa puede ser expresada para rescatarla de la muerte”. (53).

Pero éste es sólo un ejemplo, ya que casi todos los personajes a los que se les dedica un capítulo dentro del libro tendrían la condición de verdaderos escritores. Así lo refleja el título de la obra mediante su doble significación. Por un lado, son hombres de palabra porque trabajan con ellas, porque recrean el mundo a través de ellas. Por otro, el título sugiere que los escritores aludidos serían hombres cuya palabra vale, hombres en los que se puede creer.

Del último pasaje citado se desprende también que los escritores, mediante las palabras, tienen la capacidad de detener el tiempo, de salvar las cosas y las personas de la muerte. Esto lo conseguirían de dos maneras: al escribir retratando a algo o a alguien y convertirlo en un personaje o una imagen que renacerá cada vez que sea leído, o al rescatarse ellos mismos de la muerte echando al vuelo de la historia palabras que siempre los llevarán consigo.

Así parece haberlo alcanzado Braulio Arenas, según el comentario de Carlos León en el mismo libro.

“ ... viene de muy lejos (...) Detiene el tiempo para que no atropelle a señoritas secretas de provincias. Algunas noches, si está de humor, lanza hacia arriba las palabras y, mientras empiezan a caer como estrellas fugaces, las coge al vuelo y confecciona con ellas pólizas de seguro contra la muerte”. (126).

Al comenzar este trabajo proponía analizar el recuerdo en las obras de Carlos León como una forma de intuición, en el sentido otorgado por Bergson a este término. Una manera en que el hombre lograría percibir la duración de su vida al relacionarse con lugares, personas y palabras, rescatándose de la muerte que traería el olvido. A través del análisis de las obras de León consideradas en este estudio, creo haber demostrado que el recuerdo sí tendría la capacidad de superponer capas de tiempo y espacio, con todos los seres y vivencias que las habitaron. Cada persona llevaría consigo la gente que formó parte de su vida, los lugares y los fantasmas que la estremecieron como parte de su identidad, pero sólo mediante la lucidez del recuerdo esos elementos aparecerían en momentos inesperados, por una mirada, un olor o una conversación, como algo vivo que lograra volver a conmovernos.

Llama la atención la manera en que Carlos León-narrador logra expresar esto en obras sin ninguna pretensión academicista y que por lo mismo parecieran haber ahuyentado a los críticos durante años. Los relatos y crónicas de León son obras en las que “discurre simple la vida”, nada más, ni nada menos, lo que las abre a una multitud de posibles miradas que aún permanecen mudas.

 

 

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BIBLIOGRAFÍA

- Bergson, Henri. Introducción a la metafísica. Trad. Héctor Alberti. Buenos Aires: Ediciones Siglo Veinte 1984
- Ferrater Mora José. Diccionario de Filosofía. 6a ed. 4 vol. Madrid. Alianza Editorial, 1979.
- Husserl, Edmund. Fenomenología de la Conciencia del Tiempo Inmanente. Buenos Aires, Editorial Nova 1959
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- Proust, Marcel. “La Fugitiva”, En busca del tiempo perdido. Trad. Consuelo Berges, Madrid, Alianza Editorial 1968.
- Ricoeur, Paul, et al., El Tiempo y las Filosofías. Ed. Unesco. Salamanca, Ediciones Sígueme 1979.



 



 

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RELACIÓN ENTRE VIDA Y TIEMPO EN LA NARRATIVA DE CARLOS LEÓN
Por Antonia Viu
Revista Mapocho, N°46 (2do semestre 1999)