Oficio
La orfebrería es la historia de cada cual, además,
para que cada uno corte lo suyo. Revuelto el mundo,
qué más hay para ver?
Escucho el paso, cualquier lengua, cada aventura,
mil valientes salen a escena,
aterrados.
Yo, en cambio, vengo a contar otras lenguas, ojos
muertos. Yo, cuando ví, no os ví: ví la joya, sin veros,
lúcidamente.
Yo ví el viaje que cuento, mi vida, labios amargos.
Ahora, sólo un suspiro a tientas temiendo
honduras que no he de andar.
Entonces y sólo entonces, se siente la calidez.
Materia
De allá para acá, vengo a buscar lazarillo en ciernes.
Apenas engendrado vine, lo pido para mi mano, mi cuerpo
ciego, a calentar inviernos.
Nada más esto dicho, se le contesta. Doloroso,
de reojo, con sonrisa de niño buscado, explica: que sea
ancla para quien los siete años ha navegado, y viene.
El mundo así no más, conocido por conocer, no
es novedad ninguna. Sí, la profundidad turbia del molo de
abrigo; ahí ha de anclar el lazarillo urgente.
Entonces y sólo entonces, desata su lengua,
engendrada en su cuerpo hermafrodita: cuenta
. . . . . . . . . . su vida.
I
Denegada la petición, se espera. En ello, todo ciego es
experto. Mientras, mira en torno: mora. La respuesta subyace
en cada cual.
No sin valor se pidió, sino amorosamente, a tientas, como
en toda espera, viviendo a solas grandes proezas.
Nunca antes se pidió un cuerpo para sí; antes se arrebataba.
Ahora, se espera, se engendra la espera.
Se recuerda con sólo palabras cómo se va y cómo
se viene buscando el lazo con la cuerda,
la tierra.
Se aprendió también vocablos, jerga ignorada de
engendramiento.
Se supo, mientras, con ello, de otras oscuridades, la
profundidad sin dueño.
IV
¿Quién no puede esperar qué sigue ahora?
¿Quién tiene la boca cerrada?
¿Qué más pide quien pide tanto?
Cualquiera sea el nombre, toma el tranvía, se va.
Pide más allá, manos de guitarra, de cuerpo entero: mirar.
En la oscuridad, se predispone al único letargo, con interferencias.
Penurias, ¿qué más pide el deseoso? Lazarillo enmudecido para mí
sin preguntas, paciente, no yo.
Los días de marcha en el barrio ni los perros miran.
Tropiezo en la calle y no digo nada; yo, sí, yo, me guío sólo
por luminosidad, forma real.
Espero que atravieses por mi puerta ahora : cómo estás.
Espero que llames desde tí, como antes.
Espero que huyas de otras miradas, que no veas nada.
VII
Mañana es para vosotros, yo soy siempre hoy.
Para vosotros, toda palabra es oscuridad; para mí,
vosotros.
¿Qué es la luz? ¿Quién será palabra que yo oiga
con mis ojos encadenados?
¿Vosotros?
Me enardece la caricia del lápiz sobre el papel;
vosotros ardéis a la luz, lo sé; lejana de sí no
queréis ver su fuente.
Tampoco mi propio techo ardiendo
a plena luz, en el fuego, mi cuento.
Epílogo
. . . I
Hasta que no se sienta a la mesa y palpa sus bordes
todo ciego está muerto. Tan excitado antes
por la vida, tan sobrepasado ahora.
La luz es lo que se escucha en los árboles, el camino.
En ello, nadie escucha tanto, sólo quien espera. Siempre
lo demás es otra cosa, no hay búsqueda con las palabras.
Los humos consumidos por la llama, los vecinos
aterrados bajo sus techos, los perros conteniendo el aliento
en el aullido.