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SOBRE LA NARRATIVA DE CLAUDIO MALDONADO
SANTO SUDACA (EDITORIAL FUGA)
Por Waldo Rojas
Poco asimilable de buenas a primeras a lo que, para mal o para menos mal, son los rumbos de narrativa chilena actual, en la escritura de Claudio Maldonado se dan cita vocaciones, o se quiere apetencias de estilo, de variada resonancia y contextura. En sus relatos lo que importa, y lo primero que en todo caso suscita en el lector cierta inquietud y, por lo tanto, interés, es su manera oblicua de situarnos en un mundo o marco de comportamientos verbales que igual se complacen en el idiolecto tribal corriente que se entreveran en crispaciones subjetivas del acto de nombrar, sentir, percibir. Si a fuerza de usos y abusos la expresión no hubiera perdido su pleno sentido primero, yo hablaría gustoso de espesor poético. Porque aquí las figuras de lenguaje y los juegos metafóricos no son ya, como sucede en general, puro recurso expresivo, sino que constituyen la materia misma del relato. Los personajes, reducidos a veces a un hilo de voz, se parecen al modo hondamente subjetivo con que entran —y no sin efracción— en el orden del lenguaje. Mejor aún, van naciendo de él. Y son éstos unos entes aquejados de malestar en la posibilidad misma de existir, de ser humanamente en la mirada y el sentimiento de los otros, como si la mirada ajena en lugar de fijarlos en una carnalidad de individuos los expulsara del recinto de lo real, marginándolos de los códigos de la familiaridad con que se nombran las cosas y los seres, y en medio de la cual éstos se interpelan, se aman o se ignoran. Marginados justamente del orden de la lengua socializada y de las significaciones estatuidas, lo son también de la esfera de la pretendida normalidad social e incluso mental. Por eso esta atmósfera vagamente enrarecida que acompaña sus desplazamientos en el tiempo glauco de la espera y en el espacio de soledad que la circundan.
Paris, otoño de 2008
