Poemas de Claudia Magliano
Nadie detiene mi boca
fiera que acecha y retrocede
dejo toda esperanza en las puertas de mi casa
por mí se va a la ciudad de llanto
el eterno dolor es abrir los ojos
mirar es ciénaga
marisma que arrastra las sombras de aquellos que por amor se quitaron la mirada
heridas en el cuerpo de dios
hecho carne por el soplo de su criatura.
Nadie detiene mi boca
fiera que acecha y empuja
nadie detendrá la caída
hacia el fondo del fondo de los fondos
allí donde los leones abren sus fauces y no es mi boca la que devora y arde
es la boca de los leones
hambrienta de mí
espera que mi cuerpo ceda al lazo y se entregue a la dulzura del aire.
He navegado en otras barcas
y he visto todo lo que había dispuesto:
el eterno dolor, la perdida gente
porque fue la justicia quien me hizo
y antes de mí no hubo nada creado.
¿Quién pondrá en mi boca la flor del clérigo?
¿qué virgen me dará sus manos para que en ellas rueden las perlas del rosario?
No soy yo quien dicta las leyes
ni es mi nombre una inventiva
no hay pavor más grande que no poder salir del cuerpo que nos han dado
ser un náufrago que en la orilla se vuelve para mirar las olas
y reavivar el miedo en cada instante
en cada instante
en cada instante.
No se puede estar demasiado lejos de las palabras
no se puede andar con el alma entre las manos siempre
como anda el buey con el yugo a cuestas para arar el camino de la siembra
que no le dará alimento ni fortuna
ser un animal que lleva sobre el lomo toda la tristeza de la tierra
el hijo de un dios que no alcanzará la estirpe de su padre
una pequeña planta en la maleza
la marca en la frente del homicida
ser un crimen nada más.
Vivir cuesta una vida entera
¿quién cambiará su moneda de la suerte por mí?
Nadie detiene la hondura de mi fábula
nadie traspasa el umbral de mi nombre
nadie en mi boca habla
pequeñas fieras anidan en mi lengua
soy un león que me devora y regurgita
fuera del centro no queda nada
y en el centro la oquedad acecha
como una loba demacrada y hambrienta que me hace retroceder hacia donde el sol no calla
y su luz es una herida
que me escribe.
Inédito
Me habían arrancado el corazón con los dientes
y es que uno siempre habla de uno
aunque se diga otro u otra
siempre es yo la que llevo el corazón como una ofrenda
y tropiezo
y embisto como embiste el toro al adversario
como el carnero embiste a la oveja que hace temblar el campo con su balido cuando en la noche le esquilan el corazón
y a la mañana solo queda la piel oreándose
orando al dios de las ovejas para que otra vez le devuelvan su carne ya vacía
soliloquio del que canta una misa contra el cielo
para que solo los pájaros escuchen
y nadie venga a salvarlo
porque no siempre se quiere ser salvado
a veces también sucede
que es yo quien se arranca el corazón con los propios dientes
y canta o bala o tiembla en el hueco que dejó la lluvia
como una madriguera para meterse dentro
y no salir hasta que el campo reverdezca o las uvas se pongan negras como la negra noche en la que un carnero embiste a una oveja que canta una plegaria a dios, si es que hay dios piensa la oveja, piensa y bala y cimbra
el alambrado tiembla
tiembla cuando pasan los corderos con un corazón entre los dientes.
Inédito
¿Quién devorará a los soberanos? ¿Quién del trigo no hará pan si el hambre le devora las entrañas?
Una civilización estalla sobre otra. Cada dios tiene para sí guardada una estrategia.
¿Qué diluvio sobrevendrá ahora que los rascacielos empuñan pararrayos y no hay oscuridad posible para ocultarse al enemigo?
Esta es la tierra que nos toca, lo que nos ha dado la suerte.
Un hombre es más alto que una casa, casi llega al cielo y sin embargo nada detiene su combate.
Un toro nacido de las aguas cabalgará sobre el pecho de los mares hasta partirse.
Astas y manos aferrándose a las olas, el tumulto del viento que pasa.
Nadie le arrojará una cuerda al ahorcado, ni un madero al que a la orilla asoma.
Inédito
El aljibe escupe el agua esa que hemos de beber dijiste
no otra de río o estanque porque la noche trae muertos a la superficie
y en la mañana parece que
ya no quedara nada sin embargo
hay restos de piernas y brazos flotando allá más lejos cerca del molino
y no los vemos
la vida comienza justo en la puerta de tu casa
en el galpón donde se alinea la lana del rabo de las ovejas que cortaste a fuego
chilla y aúlla el ganado res cabeza molida a golpes o de un solo tiro
pac
seca es la muerte de los animales es seca y muda
muda muda no dicen nada los animales no cuando los matan
se dejan ser presa sabrosa ah hoy también comeremos tierna carne de oveja
y mañana la alfombra de cuero acariciará mi piel delante de la estufa
y haremos leños con el monte y haremos el milagro de la noche/ sin muertos flotando en el río porque no los vemos /la vida comienza en la puerta de tu casa comienza /sí así dulce es la tarde cayendo sobre los campos.
Res, Ático ediciones, 2010
Uno que atiza el fuego preparando la pala es flaco el hombre/ es un hombre/ claro y cómo no serlo golilla sucia sobre el cuello flaco y la familia allá en la ciudad allá en la capital/ ah quién no hubiera sido rudo rural rupestre rústico quién hubiera sido señorito señor quién hubiera no yo que no tuve suerte vine a parar aquí caminante resto de gaucho lo que queda de otros tiempos antepasado soy de mí mismo/ y la pala al rojo pobre bicho cómo sufre vio cómo sufre el bicho y no dice nada.
Res, Ático ediciones, 2010
Yo hacía fuerza para que vos te murieras. Para no perderte. Para que te quedaras así como ahora, adentro.
Yo hacía fuerza para matarte/ te alentaba/ te daba ánimo/ te estaba siendo fiel, a vos y a la literatura.
No te maté. Eso es cierto.
Te conté que mandé hacer una biblioteca hasta el techo/ de pared a pared/ que necesitaba una escalera para llegar al estante de arriba/ que arriba había puesto los libros que más uso para aventurarme en la búsqueda de las palabras/ para sentir el riesgo de una altura dos escalones superior a la mía.
Yo no te estuve matando. Solo quería que te murieras porque ya no te quedaban libros y porque ya no había una casa en la montaña cubierta de nieve y porque era verano y a vos el verano no te gusta. Y además hacía calor y estabas desnuda y yo por primera vez estaba viendo tu cuerpo/ y descubrí que me parezco a vos/ que la forma de algunas partes tuyas es igual a la forma de algunas partes mías. Y yo podría haber sido vos.
Entonces empecé a hacer fuerza contigo para que vos te murieras. Porque tampoco quedaba aquello que era recuerdo y sostenía.
Yo hacía fuerza para matarte porque vos no podías hablar y me parece que eso no te gustaba.
Yo hacía fuerza para matarte porque vos no podías hablar.
Publicado en De divina proporción (muestra de poesía uruguaya).
Editorial La coqueta, 2017
Recuerdo
que esas perlas fueron sus ojos.
T. S. Eliot
Dime, qué desea tu corazón. Dónde dejaste la piel que te arrancaron cuando naciste.
Traías una piel curtida por el agua y ninguna ofrenda para el mundo que iba a ser ahora tu casa.
Dime qué deseas cuando los ojos se te abren. Qué perlas magníficas ruedan por tus labios hasta tragarlas y hacer con ellas el corazón, eso que espera oculto entre las tripas que lo envuelven como una serpiente envuelve los viñedos.
Hay palabras que no debieran estar en la poesía. Hay palabras que habría que partir como las perlas para ver si hay algo más en el centro rugoso y opaco.
Lo único brillante es la piel y te la quitan cuando naces. Hacen con ella un abrigo para el fuego. Hacen con ella un manto para los dioses.
Porque la gente nace sin ofrendas y algo hay que darle al viento para que no nos arrastre como a los peces más pequeños la corriente del río que pasa dibujando ondas de luz entre las rocas.
Dime qué desea tu corazón. No podré calmar tu hambre. No podré darte otra cosa más que savia. No podré hacer que tu pulso sea más tenue que el sonido del mar en la tormenta.
Dime, qué desea tu corazón. Quizá podríamos hacer con él un poema y poner adentro las palabras que no debieran estar en la poesía.
El corazón de las ciruelas, Civiles iletrados-Ático ediciones, 2017