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LOS ULTIMOS DÍAS DE JOHN McCORMICK
Relatos de Eduardo Cobos.
Ediciones Inubicalistas, Colección narrativa, 2018.
        Por Claudio Maldonado
 
          
          
          
        
          
            
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          Creo  estar en presencia de un libro de relatos de viaje, de aventuras, pero no el  estilo clásico de un Tom Sawyer o de un diario de crónicas lemebelianas, donde  la peripecia lucha en su rememoración por trasplantarse a un presente virtual.  Aquí los hechos se anclan en la memoria, y su esfuerzo está en rescatar  fragmentos de objetividad. Es en esa reinvención donde el olvido pasa a ser el  gran creador. Si ya no duele es porque el recuerdo ya no importa, nos dice  Nietzsche en su Genealogía de la moral. Y   los protagonistas de estos relatos, al volver o  permanecer en un exilio voluntario, en un  destierro mental, en un  volver y no  volver al hogar de los mayores, se remecen marcando una huella naturalista de  la cual no podrán zafar. El paisaje común es el fin de la dictadura en Chile,  un ambiente que para muchos sólo se hace respirable con la lucha en las calles  o con ver a la distancia como la evasión de la realidad no es la panacea para  sentirse mejor.
         En Beruti, el primer relato, este chileno  se encuentra en Argentina. 1986. En un refugio, en una casa ocupa, un sueño  comunitario donde conoce a dos de sus habitantes el Rengo y la Flaca.  Hay una imagen esencial en este relato: los  tres, borrachos en un colchón, viendo el partido de Argentina contra Inglaterra  ¿Cómo se podría llevar al extremo a esta situación? El relato florece cuando la  pasión por el fútbol no se torna bovina, Las Malvinas es una una pena profunda  y no quiere mancharse con la bandera patriota. Cosas que pasan en medio de la  soledad. Este chileno no aguanta el barullo del triunfo y  escapa por las calles  rehuyendo   el carnaval. 
         En  los relatos Itaí y Urupagua, la soledad de este chileno,  extraño a los pueblos tropicales de Sudamérica,   cae en la trampa de parecer nunca lo suficientemente distante del  horroroso baldío de Lihn. En Itaí, un inglés qué conoció en sus andanzas, le  pide que algún día viaje a Itaí. El chilenito llega, pero al día siguiente es  revisado interrogado y expulsado del pueblo ¿Por qué ocurre esto? El inglés  algo hizo en ese lugar y lo mandó solo como una señal, la señal que él todavía  vive en la memoria de esa comunidad En la zona de Urupagua, Lalo, el  protagonista que además está indocumentado, sólo quiere apagar la calentura del  cuerpo con la picardía provinciana, jura que la está haciendo de oro, pero es  casi asaltado por la policía, rechazado por una prostituta que huele que ahí no  hay guita y se esfuma.  Y al final la  carencia sólo le permite penetrar a un trozo de carne en un cuartucho oscuro,  un trozo de carne frío como las calles de Urupagua. En el fondo el chileno es  una costra, un calorcillo vacío en un pueblo extraño que puede ser cualquier otro.
         En Retornados se hace un fresco de la  época del plebiscito de 1988. Los retornados volviendo en cantidades  llamativas, los militares dando avisos de apertura, de falsa apertura, la  esperanza mezclada con el miedo. ¡Mueran los malditos ochentas! parecen decir  todos los personajes que configuran la trama. La  aparición del Griego, un tipo que dice ser  hijo de exiliados, los aterriza a todos. Los 80ts se desangran lentamente, pero  ahora los sapos de la CNI pronto dejarán las parrillas eléctricas y serán  reemplazados por un lumpen moldeado finamente por 16 años de represión. ¿Qué  hará  esta sociedad frente los 90, donde  el enemigo verdadero ya ha criado a su pequeño ejército de bestias?
         A  leer el relato Los últimos días de John  McCormick se me hace ineludible recordar al Bolaño de Prefiguración de Lalo  Cura. Ese cuento donde el protagonista ve uno de los vídeos de su padre actor  porno teniendo sexo con una actriz embarazada, que es su madre y él, por  cierto,  también actúa dentro de la  barriga. En el relato de Cobos se dibuja la crónica de un actor porno que ha  caído en desgracia, ha dejado el trabajo, sus colegas lo desprecian y solo el  amigo de la primera juventud quiere ir por su rescate. El destino de John  también está prefigurado ¿Se contagió una venérea mortal, el ego profesional le  desbarató las ganas de competir o simplemente se cansó y no pudo más? No importa,  el pequeño héroe ha muerto y no hay nada que lo salve de la desaparición.
         En  el relato Una década después Ricardo  Azuaje  esboza una crítica contra la  narrativa de la época. Este escritor le plantea al protagonista la idea de  arriesgarse más en el desarrollo de los personajes y exprimir la trama hasta el  extremo. Quizás Azuaje (y es aquí donde divago)   percibe  esa presión entre los  escritores no tan viejos de la época, que es la de escribir la gran novela de  la dictadura y morir en el intento extremando esos fragmentos de realidad  histórica en función de que la anécdota objetiva pueda tener muchos más caminos  de creación. Total, cómo termina diciendo Azuaje: si los muertos sólo viven en  nuestra imaginación los podemos articular a nuestro antojo. 
         En Hacia la medianoche Ceni Blixen es la  Cenicienta  a la que se le ha prohibido  ir a la gran fiesta por verse tan bella con una minifalda y unas pantis a punto  de estallar en su rotura. Ceni Blixen  se  escapa por la ventana, donde se junta con su yunta y la lleva en su moto. Hija  de un europeo que luego se volvió a casar y que le da una madrastra con tres  hermanas envidiosas. Ceni Blixen lo logra, al igual que su par del cuento de  hadas, aunque ésta no tiene hadas sino un viejo traficante que se lleva la  mejor parte.  Son los tiempos que corren  diría el Griego de hace un par de relatos atrás, mientras lanza una risa  monstruosa, signo del entrecruce de siglos.
         Llegamos al último relato Santiago, otra visita, donde el protagonista conoció en Caracas a  Roberto Bolaño. En la conversación recuerda como el narrador se ríe de sus  colegas chilenos y sólo le recomienda a Pedro Lemebel. Aquí comienza la  aventura por llegar a entrevistar al poeta. Pero todo es una bella coincidencia,  tanto poeta como  periodista hace diez  años se vieron y la entrevista se realiza con un afecto distante. Todo termina  en una fiesta, la fiesta de la literatura, la fiesta de la ficción, de las  coincidencias, de los retornos a los viejos momentos, como si el espíritu de  estos relatos se condensara en unos versos de César Vallejo: ¡Alejarse! ¡Quedarse!  ¡Volver! ¡Partir! Toda la mecánica social cabe en estas palabras.