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LA POESÍA COMO UN JUEGO DE ILUSIÓN Y ANTIESCUELA
Reseña a “Un Álbum de Poesía”, de José Tomás Labarthe, Pequeño Dios Editores, 2015
Por Claudio Maldonado
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La infancia es un territorio al cual siempre volvemos. Podemos, también, ser más drásticos en esta observación, y plantear que es una zona donde experiencias, afectos, procesos de formación escolar, despertar sexual, por nombrar algunos elementos, vienen a constituir una especie de círculo omnipresente en todo nuestro desarrollo posterior y la fijación de obsesiones claves. Más allá de la envergadura estructural y temática, “Un Álbum de Poesía” (Pequeño dios editores, 2015), cuarto libro de José Tomás Labarthe, es un esfuerzo –como suele ocurrir en los grandes procesos creativos– (in)consciente por no dejar de habitar este círculo, en donde la escritura y el texto-objeto, es el vehículo que trae al presente del hablante, y en un continuo tráfico, la materia prima necesaria desde esta memoria, desde esta evocación. Al leer con detención nos damos cuenta que tras el vértigo de la acumulación de imágenes, alternación de ritmos (pienso en el primer poema del libro, titulado “Juguetes”, en donde la musicalidad de los primeros versos transportan –camuflados como polizontes– endecasílabos y octosílabos) el gran soporte de este trabajo es la movilidad lúdica, propia de los infantes. En efecto, porque es en el juego en donde los niños son capaces de olvidar, omitir y resignificar las estructuras y reglas de sentido convencionales, dando saltos tempo-espaciales sin remordimientos. Esta idea es coherente con los recursos que Labarthe esgrime; pensemos en la utilización del verso libre, la prosa, tipografía, dibujos-manchas, extensión, tema y, una de las cosas más importantes a mi juicio, la presencia y desaparición calculada de la puntuación, que somete al texto y al lector, sobre todo en la primera parte del libro, a un curioso efecto de continuidad de este “volumen” discursivo, independiente de que cada poema, como es esperable, tenga un título individual y nos enfrente a pequeños bloques de identidad narrativa.
Si bien es cierto que el autor nos somete a una gran movilidad en este “Álbum de Poesía”, también lo es que este desparpajo, en ocasiones, conduzca a exageraciones coloquiales - por llamarlo de alguna manera – que traban los encabalgamientos más logrados y tornan ripioso su tono. En este aspecto, resulta evidente la influencia de Parra, base estética que fundamenta la emulación del lenguaje liceano o universitario, espacio imaginario al cuál se retorna una y otra vez, como alumno o profesor, en ocasiones de forma más confesional y otras con un velo onírico, como en el poema “en este momento”. Dijimos Parra, pero también en esta línea podríamos mencionar a Bertoni o incluso a Juan Luis Martínez, en relación a la propuesta totalizadora del libro como dispositivo visual. Atom, Entrenador, son algunos de los nombres que el autor utiliza para enfatizar el rol de un actor, individuo, regularmente mayor, que guía al hablante en este proceso de descubrimiento de la poesía y su escritura. Dónde está el lugar de esta manifestación poética, cuál es su valía, quienes son los poetas, son algunas de las interrogantes que, entre líneas, Labarthe nos plantea en un extenso ejercicio de conversación interna, que no desdeña el uso de una fuerte ironía: el poeto como idea y nomenclatura, es la síntesis de una gran sospecha sobre la figura del poeta y su ego, el poeta y su relación al medio editorial exitoso, el poeta como médium necesario entre el misterio y la expresión escrita. Poeta, poeto, poetillo, poetastro, poetony, como ejemplo de imperfección y escrutinio, arquetipos de un loro incansable que el hablante armador del álbum antiescuela tendrá que saber enfrentar.
Imágenes: Antonia Isaacson