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CONFESIONES EN ROJO Y NEGRO
EL FUEGO Y LA NOCHE HACEN NACER EL DÍA
Acerca de un libro de fútbol de José Luis Prieto y De cómo conocí a su autor

Por Marco Aurelio Rodríguez
Escritor. Máster en Literatura PUC


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Ay, si hubiera una auténtica religión.
(Le rouge et le noir
―Stendhal)

Todavía era cancha, es decir, era una ceremonia en que lo premiaban por sus sueños de fútbol: mejor cuentista. Allí estaba el Premio Nacional de Periodismo Vladimiro Mimica relatando poéticamente el encuentro. Yo acompañaba esa mañana de sábado a mi querido amigo Reinaldo Marchant, reconocido como Premio Nacional de Literatura de Fútbol. Y entre los que piensan fútbol, pierden la cabeza y se acomodan un balón a modo de nube de algodón o de humo y alucinan fútbol, llegaban cracks como al entretiempo, porque el fútbol nunca se quita, allí no existe el olvido ni la farsa. Por eso leer un libro de aquellos que acariciaron la pelota con el empeine es disfrutar “confesiones o recuerdos intermitentes”, como inicia el libro de José Luis Prieto Confesiones en Rojo y Negro, a quien conocí allí de manera distendida.

Me regaló su libro, amablemente, con una dedicatoria a Marco Antonio. Pero al saber de sus talentos gráficos ―dibujante y pintor, que es una manera particular de ser futbolista― no quise contradecir esas letras distintas a Aurelio, pensando la delicadeza del pincel de las de Antonio.

Coincidimos en el humor y en ciertas circunstancias. Él, de Talca. Tiene referencias de los Rodríguez Wiff, mi familia. Pero, confiésome pobremente futbolado, yo no lo conocía, a pesar de que había escuchado hablar de un Prieto en el ámbito del club de la Católica, casa de estudios que frecuenté, lo mismo que mi amigo José Luis. También compartimos una tristeza ineludible y profunda ―y nunca cicatrizada―, la memoria de un hermano menor que ya no sigue con nosotros.

Hojeando su libro me di cuenta que valorábamos lo gráfico, él el humor, yo ―dibujante derrotado― en las imágenes literarias y en la ironía cotidiana; él, pintor de aquello que da confianza y tiza. Debe haber sido igual como futbolista, un artista y a veces también un desacatado alucinador. Así va su justificación en la literatura. Aquí estoy con su libro. Que alguien que venga de padres y hermanos y se deba a sus compañeros y expanda su carácter afable, muestra coherencia con su intención en el fútbol: corazón ―como José Luis señala― que anima con intuición e inteligencia. Eso lo hace humano y abordable. Por eso leo su libro.

De dónde es él. De Rangers, rojo y negro como Talca. Decir Prieto es lo mismo. Ya lo sabemos por la conversación y por el título. “Eduardo Prieto padre, uno de los goleadores del equipo que en 1952 ganó su cupo en la Primera División, fue el que inició el camino. Le siguió Eduardo hijo, que jugó en los años 70, luego continuó José Luis y finalmente Pablo. (…) Los Prieto son una de las pocas familias en Chile en que cuatro de sus miembros hayan jugado profesionalmente en el mismo club, quizás si los Castañeda en Palestino, club donde Ronkoni también militó…”, nos señala Marco Antonio Cumsille en el prólogo de este libro de Ronkoni, que es su salvoconducto artístico…

Su máxima futbolística y vital: “El que tiene independencia ingénita, fervor por el trabajo y pasión por el arte, no podrá estar jamás oscurecido ni relegado a un segundo plano”.

El recuerdo de su abuelo, su padre y su hermano mayor. Las “mochas” de los “mochos” en el Liceo Blanco Encalada donde su hermano mayor Eduardo “disputaba” (en el amplio sentido de la palabra) la pelota, y los memorables campeonatos escolares..., los clásicos contra el Liceo de Hombres de Talca (mencionado tantas veces por mi padre, que se crio allí, lo mismo que sus hermanos) y el Colegio Seminario. Eran los años 70, donde los Prieto conocen los vaivenes (en el amplio sentido de la palabra) además del resentimiento social.

José Luis recuerda sus vacaciones en el balneario de Constitución (¡Ay, sus vestidos de roca en el mar!) trajeado de marinerito, circunspecto infante, señorial, almidonado y fotografiable, ¡situación que le indignaba! De aquí su emoción de rebeldía. José Luis, por ese tiempo, prefería los caballos a las patadas de los futbolistas. Cómo no olvidar ese patadón en la rodilla derecha cuando se hizo futbolista ―bombo de familia― por el 78. ¡Porque sí, sucumbió a la cancha, terruño familiar!

Allí, desde la cancha vio y vivió de todo, desde la ascensión y la caída del “Cabezón” Aravena [no voy a compartir bocadillos del libro]; recuerdos del mítico cubrevallas rioplatense Walter Behrends que atajara, en un mismo juego, dos penales a Leonel Sánchez; el helado “Pocholo” Azócar, gran capitán histórico de Rangers, u algún otro como aquel que ―en palabras del gran Julio Martínez― “para verlo jugar hay que ir vestido de smoking”; o hermanos disputando un encuentro en equipos distintos, Rangers y Huachipato ―pero nunca hermanos rivales.

José Luis, el del tiempo del Topaze y El Pingüino, de Barrabases y El Peneca (yo crecí con Mampato), Roy Rogers y El Jinete Fantasma (yo quedé de aire enrarecido de Flash Gordon), de los cambios de revistas y libros de hojas amarillas como una primavera que llegará a otoñarnos, se convirtió ―entre otros José Luis, que hay varios― en autor de viñetas, la mano casual, la caricatura de insolencia ingenua, la lectura crítica, y pintor de retratos puros, luminosos, como un clochard parisino, acuarelas de caballos que se difuminan al trote de hermosura vana, así es la vida.

José Luis Prieto, su libro, sus anécdotas, su persona, su serenidad y su fuerza, es como disfrutar y añorar el fútbol.

A veces pienso que el fútbol está a un peldaño más arriba que la vida. “El que tiene independencia ingénita, fervor por el trabajo y pasión por el arte, no podrá estar jamás oscurecido ni relegado a un segundo plano”.


 

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