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Pliegues ciudadanos: historia, violencia y subalternidad en «Barrio bravo» de Luis Cornejo

Daniela Pinto Meza
Universidad de Playa Ancha
CONFLUENZE Vol. 10, No. 1, 2018, Dipartimento di Lingue, Letterature e Culture Moderne, Università di Bologna.



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ABSTRACT

In the text Barrio bravo (1955) Chilean writer Luis Cornejo, both places as experiences narrated by the author, weave a collective vision of subservience to the mid-twentieth century in Chile. Through a set of milestones and events framed in a coordinate spatiotemporal marked for life in the santiaguinos conventillo, is built one whose historical-literary microhistory configuration develops in opposition or resistance to the regime of nationalist order since the nineteenth century regulates politically and culturally Chilean society.

Keywords: Memory, violence, subalternity, microhistory, nation.

En el texto Barrio bravo (1955) del escritor chileno Luis Cornejo, lugares y experiencias narrados por el autor, entretejen una visión colectiva de la subalternidad a mediados del siglo XX en Chile. A través de un conjunto de hitos y eventos enmarcados en una coordenada espacio-temporal signada por la vida en los conventillos santiaguinos cuya configuración histórico-literaria se desarrolla en oposición o resistencia al régimen de orden nacionalista que desde el siglo XIX regula política y culturalmente a la sociedad chilena.

Palabras claves: Memoria, violencia, subalternidad, microhistoria, nación.

 

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Introducción
Dentro de las temáticas que conforman la trama de ciertas creaciones narrativas en los albores del siglo XX (1920-1950) en Chile, se encuentran aquellas que logran, a través de vastas descripciones de ambientes o caracterizaciones de distintos personajes, representar la condición material y cultural de la sociedad desde diversas perspectivas, donde subjetividades y significaciones son construidas siguiendo, por una parte, los códigos sociales arraigados a la desigualdad, la marginalidad y la pobreza y, por otra, marcas estilísticas de orden estético. Es en esta coyuntura histórica cuando las implicancias de los procesos políticos (liberales-conservadores), económicos (industrialización-pobreza) y socioculturales (centralismo-marginalidad) producido por una modernidad en constante expansión, se hacen cada vez más evidentes en la literatura nacional. Tal es el caso de las novelas centradas en la vida dentro de los conventillos santiaguinos o de espacios marginales.

Históricamente, este fenómeno social inscrito en la narrativa, se convirtió en un problema constante (que debían y deben solucionar los gobiernos) al aumentar el crecimiento demográfico en las ciudades desde la segunda mitad del siglo XIX, transformando sus espacios y centros urbanos en un prisma poliforme de asentamientos, circulación peatonal, enfermedad y pobreza. En este estado de cosas, ni la construcción arquitectónica ni el dibujo geográfico –traídos desde Europa por Pedro de Valdivia, preservado por un sinnúmero de gobernantes y conservado por Benjamín Vicuña Mackenna–, pudieron escindir totalmente las calles (repletas de “huachos”, mendigos y cesantes), los barrios (cuyas coloniales y “celestes” paredes colindaban con la nueva “pandereta” sucia y derruida del vecino o con la antigua casa burguesa en ruinas utilizada como conventillo) y la idealizada ciudad patricia (que tendrá que convivir con aquella horrible “ciudad bárbara” hasta nuestros días)[1]. Sin embargo, a pesar de lo anterior y siendo el cometido iniciado desde el proceso de Conquista, estas representaciones opuestas de una misma ciudad, devinieron “segregación” de la parte afectada, arrojando a sus miembros a una marginalidad social y cultural, que con el tiempo y las políticas de urbanización periféricas, se convirtieron en fuertes separaciones espaciales cuyos límites y accesos fueron restringiéndose aún más hacia el siglo XX, no solo en Chile sino también en América Latina[2].

Ahora bien, respecto a Luis Cornejo Gamboa no son abundantes (Marambio, Fuentes y Flores), estos centran la atención en la temática de la violencia entendida bajo los códigos de la marginalidad social y las experiencias que dentro y fuera de los habitáculos del conventillo generan exclusión. Por último, el corpus narrativo escogido: Barrio bravo (1955), no ha sido analizado siguiendo los ejes temáticos de este escrito, donde se presenta, por una parte, al texto como un producción que puede ser leída en clave histórica, manteniendo el carácter ficcional de su traza; y por otra, la idea de signar la construcción del sujeto microhistórico cornejeano a través de la violencia urbana como tópico contante de la obra. De este modo, es posible observar el espacio del conventillo y las dinámicas generadas desde y en el mismo espacio, mediante la utilización de categorías interdisciplinarias pertenecientes al campo literario, antropológico e histórico.

Finalmente, para una mayor comprensión, este texto se estructurará metodológicamente siguiendo dos ejes centrales: a) la construcción de una contra narratividad en los relatos de Luis Cornejo y, b) la construcción del sujeto bravo desde la perspectiva microhistórica y como contrapunto de la idea de sujeto histórico proporcionado por la historiografía oficial. Todo esto con el fin de verificar la idea de releer Barrio bravo como un relato micro histórico que logra representar y articular una visión colectiva de la subalternidad a mediados del siglo XX en Chile. Esto, a través de un conjunto de hitos y eventos enmarcados en una coordenada espacio-temporal signada por la vida en los conventillos santiaguinos, la cotidianidad de la violencia y las formas de representación de la subalternidad y la marginalidad.


Hacia una (contra) narratividad: barrio bravo como relato microhistórico

La aparición de nuevos actores en el escenario historiográfico (campesinos, obreros, niños, mujeres, homosexuales, etc.) que no habían sido reconocidos por las corrientes históricas anteriores, preocupadas por fijar, desde la óptica epistémica, el carácter de verosimilitud impulsado por la escuela positivista y, desde el campo metodológico, el establecimiento de ejercicios a gran escala que a través de técnicas analíticas posibilitaran la explicación causal y el sentido de la investigación histórica de modo universal y explicativo configuran la emergencia de nuevas formas de acercarse al acontecimiento histórico. Es el caso de la microhistoria.

Separada de las antiguas formas de concebir la historiografía, tanto historiadores como antropólogos y sociólogos, comienzan un concienzudo debate acerca del método y las implicancias de generar corrientes sociales universalistas (marxismo, anales, positivismo, etc.) en tiempos en donde nuevos actores sociales se encuentran vinculados al quehacer cultural, produciéndose, por esto, la crisis de las ciencias sociales en la década del 70’. Esto, se vincula además con la aparición de los estudios culturales y subalternos, y al surgimiento de los estudios narratológicos y semiológicos (Saussure, Jakobson, Ricoeur, Lotman) que devinieron apropiación, por parte de las corrientes sociales, del relato como unidad mínima de representación y comprensión de todo acontecimiento histórico-cultural. En este sentido, la noción interpretativa-hermenéutica de la narratividad formulada por Paul Ricoeur en su obra Tiempo y narración (1983), permite ejemplificar, en base a las reflexiones críticas acerca de los modelos narrativistas propuestos por Hyden White (y otros como William B. Gallie y Paul Veyne), las controversias sobre la importancia de los nuevos enfoques funcionalistas, culturales y estructuralistas del lenguaje para el relato historiográfico[3]. Así, según los planteamientos del filósofo francés:

[...] el surgimiento de una nueva cualidad episódica, al término del trabajo de estructuración de la historia resuena como una llamada: la de que algo está sucediendo incluso en las estructuras más estables. Algo les está sucediendo: en concreto, que les llega la muerte (Ricoeur, 1983, p. 357).

Esta idea plasma la polémica contingencia que determinó la llamada “crisis de los paradigmas” y el consecuente giro que se llevó a cabo al interior de los estudios sociales, que va desde la excesiva confianza en los modelos analíticos con base en datos cuantificables, a la eclosión del relato como medio de aproximación y articulación de la historia –ya no con pretensión universal, sino más bien local–. Todo lo expuesto se conoce con el nombre de giro narrativo.

Siguiendo lo anterior, los estudios subalternos –vinculados a posicionar a los sectores marginados y marginales de la sociedad en el cetro de la reflexión social– propiciaron acercamientos contra oficiales dentro de la academia que, unidos al cambio generado a nivel de paradigma, permitió el estallido de nuevas interpretaciones socio-culturales que resignificaron los lineamientos de las ciencias sociales. Así, emergiendo de los suburbios en los que habían estado relegados por la historiografía oficial, estos grupos, florecen (re) y (de) construyendo la linealidad temporal y causal de los enfoques clásicos. De este modo, aun atendiendo al hecho de que las interpretaciones de los acontecimientos se hayan mediadas por la memoria y la perspectiva del historiador, los testimonios (oralidad-escritura), textos y documentos –en algunos casos literarios– se vuelven fuentes verosímiles de consulta cuyas trazas logran constituir contextos interpretativos. Ahora bien, dentro de este contexto nace la microhistoria.

Si tomamos los planteamientos de Carlo Ginzburg, para quien la historia, desde una óptica metodológica, se construiría en función de un acercamiento al acontecimiento histórico a través de los relatos de sujetos otros, muchas veces silenciados por la oficialidad, cuyo modus vivendi caracterizaría a cierta parte de la población a la cual pertenecen; es dable comprender la noción de una historiografía fundada en un proceso epistémico en constante articulación ascendente, bajo el cual el historiador se sirve de numerosas herramientas científico sociales (provenientes de diversas disciplinas afines) para realizar un proceso de construcción de su objeto de estudio. Así, las premisas axiomáticas pierden, en parte, su carácter de identidad intrínseca al derivarse de fuentes no siempre objetivas (testimonios, epístolas, informes, etc.), pero con las cuales es posible representar la realidad que transcurre en un determinado tiempoespacio. En este sentido, el historiador deviene observador, intérprete y narrador de una realidad posible:

Hay que admitir que cuando se habla de filtros e intermediarios deformantes tampoco hay que exagerar. El hecho de que una fuente no sea “objetiva” (pero tampoco un inventario lo es) no significa que sea inutilizable. Una crónica hostil puede aportarnos valiosos testimonios sobre comportamientos de una comunidad rural en rebeldía [...] (Ginzburg, 1976, p. 7).

Sumado a lo expuesto por Ginzburg en El queso y los gusanos (1976), Jacques Revel afirma que la microhistoria “nació como una reacción, como una toma de posición frente a cierto estado de la historia social de la que sugiere reformular ciertas concepciones, exigencias y procedimientos” (Revel, 2005, p. 126), con el fin de “enriquecer el análisis social haciendo las variables más numerosas, más complejas y también más móviles” (ivi, p. 131), donde siempre es necesario “definir las reglas de constitución y funcionamiento de un conjunto social o, mejor dicho, de una experiencia colectiva (ibidem). Esto es de suma importancia, por cuanto, en primer lugar, permite reconocer la obra literaria de Luis Cornejo como una fuente válida para reconstruir un trozo de microhistoria chilena, desde donde la traza escritural de un sujeto que ha experimentado el vaivén de una época, inscribe nuevos hitos y acontecimientos que pueden ser reconocidos en el presente. Secundariamente, recordando el estudio realizado por Carlo Ginzburg, en el cual se reconfigura parte de la historiografía del siglo XVI a través del testimonio de un molinero de nombre Menocchio, el texto Barrio bravo entrega el testimonio de hombres y mujeres que experimentaron la vida en una época específica desde lo popular. Por lo mimo, es dable pensar que, si para el historiador italiano “Menocchio se inserta en una sutil y tortuosa, pero nítida, línea de desarrollo que llega hasta nuestra época” (Ginzburg, 1976, p. 13) donde su aparición y estudio “No significa otra cosa que dar fe de una mutilación histórica de la que, en cierto sentido, nosotros mismos somos víctimas” (ivi, p. 14), entonces, los relatos creados por Cornejo dan cuenta de otra voces que (re)ordenan las coordenadas histórico-culturales de carácter oficial por tratarse de un conjunto de relatos anónimos que representan experiencias subalternas y, por ello, insurgentes cuya discursividad propone una mirada divergente del plano social –de la nación– que se intenta construir en Chile. De este modo, literatura e historia se unen con el fin de aproximarse al fenómeno historizable. En este sentido, la literatura se inscribe en el marco cultural de la época en la cual se encuentra inserta, desplegando discursos, sociogramas e ideologemas, por ejemplo, que entretejen la trama del relato literario, construyendo –y complejizando aún más el nexo entre historia y literatura– la trama histórica. Para el caso de Barrio bravo, este se inscribe en los albores del siglo XX cuando una crítica modernidad y, a la vez, esperada por muchos, no pudo contener el reducto de una sociedad sumida en la miseria y en constante expansión.

Asimismo, al comprender la literatura como medio que trasciende un plano particular hasta alcanzar marcos históricos comunes que (re)descubren signaturas sociales diversas que se encuentran al alcance de los lectores, la incomprensión de algunos procesos sociales se hace cercana y mayor. Así, el relato mismo de ficción logra articular una visión del acontecimiento que a través de la observación del lector, puede instalarse en el ideario espacio-temporal: “La ficción no guarda sólo la huella del mundo práctico sobre cuyo fondo se destaca; reorienta la mirada hacia los rasgos de la experiencia que ‘inventa’, es decir, descubre y crea a la vez” (Ricoeur, 1983, p. 492).

Esto, debido a que, a pesar de que el término de ficción es considerado poco fiable desde el punto de vista cuantitativo (metodológico), no es menos importante el hecho de que la narrativa ficcional no intenta demostrar con hechos concretos una determinada situación, sino más bien resaltar ciertos procesos, hitos o acontecimiento que tienen lugar en un momento de la historia misma del escritor. De forma tal, que al hablar de narratividad lo hacemos en función de la pretensión de verdad que puede llegar a tener un relato no histórico, pero que, mediante su lectura, nos permite observar un momento de la historia. No obstante, ¿qué tan real puede llegar a ser un relato de ficción? O ¿qué tan ficcional resulta la verosimilitud del relato histórico, asumiendo que existen diversas corrientes historiográficas que observan un fenómeno desde diversas perspectivas apuntando a una confianza en la inducción desde datos específicos? Cabe preguntarse, entonces ¿es realmente fuerte la separación semiológica y espitémica entre ficción e historiografía? Lo cierto posiblemente es que, la función concreta del relato se vincula, principalmente, al intento de generar una demostración comprensiva del funcionamiento de determinado fenómeno que no puede ser visualizado integralmente por medio de los procedimientos inductivos de orden cuantitativo, por lo que la intencionalidad del historiador se vuelve intrínseca a la construcción del relato mismo.

En Barrio bravo podemos encontrar un conjunto de hitos, procesos y descripciones que permiten acercarse al modo de vida de un cierto número de personajes, que bien podrían haber sido o, efectivamente fueron, personas innominadas y descartadas de la lista de la historia de los grandes nombres. Sin embargo, los relatos que van desde el contexto de producción de la obra hasta las historias contenidas en ella, configuran un relato de carácter microhistórico desde el cual es posible comprender un determinado período de la historia chilena. No en vano, el escritor nacional Luis Alberto Mansilla asegura que el texto de Cornejo:

Ofrece una visión de seres en la más extrema miseria y la marginalidad que tiene la fuerza de la verdad y de la contextura humana de sus personajes. No se trata de una mirada desde afuera, ni de una interpretación de sentimientos e intereses, sino de una inmersión desde adentro. La realidad de ellos tiene la misma brutalidad de los relatos (Mansilla, 1955, p. 14).

Entonces, ¿qué tan histórico puede ser, en su conjunto, el texto de Luis Cornejo? No más histórico que una obra de ficción que no busca legitimar sus fuentes y métodos para abordarlas. Una creación literaria que involucra la construcción de un discurso social que puede ser visualizado desde el instante en que leemos el título del libro: Barrio bravo. Pero ¿qué es lo que intenta decirnos Cornejo Gamboa con el título mismo del texto?, ¿qué idea de barrio se nos presenta? Y, finalmente, ¿son los personajes de la obra cornejeana sujetos o individuos históricos? Para responder a estas interrogantes, es menester, en primer lugar, contextualizar la obra narrativa. Ésta emerge de la vivencia. Una noción de barrio basada en la experiencia en los habitáculos del conventillo Las Delicias que conoció de primera fuente. En su obra, podría pensarse que sus personajes son recreaciones de alguno que otro inquilino, implicando que su literatura no queda exenta de los sociogramas propuestos por Angenot desde donde nos forjamos y construimos nuevas ideas y visiones de mundo circundante. Esto, dado que para el semiólogo, toda representación enmarcada en una cultura específica, debe ser considerada discursividad social o “sistemas genéricos, los repertorios tópicos, las reglas de encadenamiento de enunciados que, en una sociedad dada, que organizan lo decible –lo narrable y opinable– y aseguran la división del trabajo discursivo” (Angenot, 1991, p. 23).

La traza del creador de Los amantes de London Park (1960)[4] apunta a direccionar una nueva forma de escritura centrada en aquellos tópicos que Joaquín Edwards Bello quiso denostar en su obra El roto (1920): la pobreza, la sexualidad, la violencia, produciendo una contra narratividad que denuncia el descuido además de la extrema situación de desamparo que tiznaba los ideales de orden con esos “terribles” pliegues ciudadanos que, desde inicios de la urbe y hasta nuestros días, no han dado marcha atrás. En el relato, tanto personajes como escenas reflejan un acontecer cotidiano para una parte de la población chilensis que se inscribe en la memoria social de lectores y escritores tocados por la misma realidad. Todo esto, mediante la construcción de una narratividad signada por numerosos hitos y procesos configurativos del (des) orden sociocultural del país en una época específica y, cuyo saldo dejará a un sujeto popular prendado en la memoria microhistórica de muchos.

Construcción del sujeto bravo: violencia urbana y microhistoria

La narrativa de Luis Cornejo apunta a desentrañar las vísceras de un sistema corrosivo que hunde sus dedos en un desprotegido sector urbano de la capital nacional: el conventillo. Junto con este micro espacio, las prácticas sociales operadas por los grupos subalternos, se articulan como dos de los principios elementales sobre los cuales se cimenta la dialéctica de la violencia urbana y la resistencia cultural de estos grupos marginales. De esta forma, la descripción del espacio del conventillo en tanto intersticio de la nación plasmada en las letras chilenas, permiten una pronta aproximación a la existencia de un contexto signado por una violenta realidad cultural. Además, la aparición de zonas límites en las cuales se engendran diversos tipos de violencias posibilitan, a su vez, un acercamiento al complejo entramado de prácticas culturales subsumidas bajo los códigos de la agresión, la muerte y la exclusión sociopolítica por y desde los distintos grados de esta misma subalternidad. Finalmente, sumado a lo anterior, la noción de resistencia, sobrevivencia y permanencia en el interior de la nación, del conventillo y de la propia “familia”; articularán la construcción de un sujeto bravo.

La heterogénea resistencia del conventillo: primer soporte del sujeto bravo

Al referirnos a la noción de heterogeneidad, apuntamos a comprender ciertos procesos culturales cuyas configuraciones internas devienen “dispersas, quebradizas, inestables, contradictorias y heteróclitas dentro de sus propios límites (Cornejo Polar, 1996, p. 10)”. Una articulación y desarticulación de diversos fenómenos, formas y matices que coexisten al interior de una estructura entremezclando sus contenidos, discursos y corporalidades. Estas características entregan una imagen acerca del conventillo, toda vez que este lugar se define como un espacio de dimensiones precarias que alberga a decenas de personas en cuartos pequeños (redondos) conviviendo día y noche en condiciones de hacinamiento. Es en la convivencia cotidiana donde más puede apreciarse lo heterogéneo del ambiente. No obstante, a pesar de la multiplicidad de voces presentes en el conventillo del Lucho, existen igualmente puntos de encuentro entre ciertas prácticas sociales, creencias y performance –sociales y antisociales–, que generan redes de identidad y participación entre los habitantes del conventillo descrito por Luis Cornejo. De igual forma, la heterogeneidad del conventillo se presenta fuertemente vinculada al espacio urbano en el cual se encuentra inserto. Miles de viviendas apiladas en los rincones de la ciudad. Aunque también en el centro mismo de la urbe. Una tridimensionalidad del prisma habitacional que hace de las capitales un conjunto dispar de edificios e inmuebles. Por lo mismo, no solo el sujeto, sino también su locus muestran las configuraciones heterogéneas del constructo social. Es en esta espacialidad donde hallamos una primera coordenada de reflexión acerca de cómo se construyen subjetividades bravas. Ahora bien, desde una perspectiva urbana y urbanística:

En 1912 existían en Santiago, según las estadísticas, 1574 conventillos distribuidos en el radio comprendido entre Independencia, Vivaceta, el Hipódromo y el río Mapocho. En esta área, que no era la única zona de conventillos capitalinos, vivían 75.030 habitantes repartidos entre 26.972 piezas. El promedio por cuarto sería de 2,8. Sin embargo, ese dato [...] proporciona una visión optimista (Consejo Superior de la Habitación, 1912. En Torres, 1986, p. 70).

Son estos recovecos –pertenecientes a la antigua zona denominada La Chimba– los que engendran las máximas representaciones de la violencia urbana articuladas bajo los códigos del hacinamiento y la miseria. Empero, el espacio del conventillo se configura dentro de la ciudad como una zona liminal desde donde se establecen las diversas tensiones respecto al grupo hegemónico o zona de poder que, según Homi Bhabha, articulan las dinámicas de la subalternidad en función del conjunto de prácticas sociales generadas en el interior de este locus. Este fenómeno realza el carácter desigual y subalterno manifiesto desde las posiciones socioculturales minoritarias respecto a las hegemónicas, toda vez que

[....] El sujeto minoritario producido por la proximidad de diferencia (en vez de reciprocidad) emerge de una historia de prácticas discriminatorias y exclusionarias sin la temporalidad coeva que el dialogismo necesita para un reconocimiento exitoso (Bhabha. En: Beverley, 2010, p. 28).

La interrogante generada en este punto es si los personajes de Barrio bravo de Luis Cornejo pueden ser considerados sujetos sociales, al advertir la afirmación que realiza Homi Bhabha respecto al contexto cultural en el cual se desarrolla su reflexión. Es probable que desde cierta parte de la historia positivista o del materialismo histórico –desde Hegel a Marx–[5], los personajes no compondrían un “sujeto” en toda la extensión del término, puesto que en el caso de materialismo histórico la importancia de la construcción de un sujeto es que éste genere conciencia de sí mismo y, junto a otros trabajadores, activen cambios sociales que repercutan en la historia, como parte de su historia y que está signado por la nación de productividad.

En este sentido, “bajo el prisma historicista, la identidad de los sujetos aparece definido en la acción, por eso es que ‘están siendo’ (Pinto, 2012, p. 94). No obstante, si el estar siendo implica una diversificación de “las experiencias, percepciones y modos de representación de la vida social” (ivi, p. 94) que se despliegan claramente en las grandes organizaciones sociales pero también, desde el enfoque microhistórico, en la vitalidad de la permanencia, sobrevivencia y resistencia cotidiana que se experimenta en los bajos fondos, entonces, aun sin quererlo o sin poseer un atributo externo de trabajador o proletario, los personajes de Cornejo Gamboa logran contraponer sus marcas en la línea histórica oficial desde su propia subalternidad, transformándose, según esta perspectiva, en sujetos históricos.

Así, los sujetos de Barrio bravo, cuyos sociogramas se hallan presentes en la historia chilena a través de las problemáticas y discursos expuestos por ellos; son los depositarios de una parte, de un fragmento de historia social que desarticula el modelo portaliano y configura una heterogeneidad cultural, creando una nueva idea de nación articulada en virtud de la vida en el interior de los conventillos capitalinos, donde el matiz de la unidad nacional rompe su praxis interna.

De este modo, el conventillo con sus dinámicas internas y la idea de nación moderna –inspirada en una homogeneización de los espacios y los ciudadanos– se vuelven construcciones opuestas cuyo movimiento histórico enfatiza el carácter contracultural de los sujetos que viven en estos intersticios de las ciudades, puesto que:

Cada ciudad está rodeada por el correspondiente “manchón mestizo”. Por su rúbrica indeleble. El sello heráldico de los que “se quedaron” durante el siglo XIX, para atravesar a pie, de cualquier modo, toda la crisis del régimen portaliano y adentrarse sin miedo en lo profundo del siglo XX chileno [...] La pobreza, miseria y tozudez del pueblo mestizo chilenizaron Chile, desgajándolo de la adicción europeizante de la oligarquía chilena (alias “aristocracia castellano-vasca” o “Talca, París y Londres” o “los ingleses de América del Sur” (Salazar, 2012, p. 151).

Una contracultura generada, principalmente por una racionalización que pasó de ser un principio crítico ordenador del espíritu científico y libertador de las ataduras de los dogmas de lo tradicional, a un principio legitimador de la explotación, al servicio del lucro e indiferente a las realidades sociales, sicológicas y fisiológicas (Touraine. En: Dabeize 1994). En este sentido, el autor expone la realidad material, simbólica y discursiva en sus narraciones al construir personajes percibidos como residuos sociales o sujetos marginados: “Donde termina el barrio hay un fundo que divide el tristemente célebre Canal de la Punta. Los niños juegan revolcándose en el pasto, encumbrando volantines o ventilando sus pleitos a puño limpio” (Cornejo, 1955, p. 69).

Es en este elemento narrativo donde también se instituye la voz silenciada del sujeto innominado (La Cuatro Dientes, El Allegao, la Chica Fresca, El Señor González, Cuello de Loza, el Capote), constituyendo una contra historia que va desde los grandes nombres, a la forma seudónima de la generalidad subalterna. No obstante, gracias a la pluma cornejeana, las microhistorias seudónimas pueden contarse. La labor del escritor en este punto se instala en el orden de lo historiográfico al elaborar un relato que no escapa de su realidad circundante, de su tiempo y de su espacio, representando las problemáticas vivenciales y cotidianas que miles de personas experimentaron en los albores del siglo XX en Chile:

El escritor contemporáneo labora en afinidad con la atmósfera que lo rodea. Las desvergüenzas, las degeneraciones, los vicios, las iniquidades de una sociedad que se desploma: he ahí el material que el escritor aprovecha para sus manifestaciones estéticas. El escritor no escapa de su elemento ni se evade en forma inconfesable de la realidad substancial que lo circunda (Danke, 1955, p. 10).

De igual manera, inscrita en una oficialidad que no ha podido eliminar su existencia del “centro”, y cuyas características están signadas por los códigos de la marginalidad: el lenguaje, el uso del cuerpo como instrumento de violencia y la desconstrucción del tiempo en el relato histórico mediante la proliferación de tiempos parciales que reconstruyen microhistorias “ciudadanas”, este gran pliegue ciudadano representado por los personajes de cada uno de los cuentos de Cornejo Gamboa, afianza las tácticas (de Certeau 2010) necesarias para resistir al poder. Una resistencia comprendida como la oposición entre la dominación y el señalamiento de una política (o microfísica del conventillo) de lo cotidiano cuyo signo es el conflicto y no la introyección del orden; la tensión y no la pasividad de sus habitantes, la sobrevivencia y no la desaparición de sus inquilinos. En palabras de Gloria Favi “relato que imita y crea espacios que no se clausuran, supuestos que constantemente se regeneran, se niegan y finalmente anulan los límites complejos, estereotipados y definidos en la historia oficial del pueblo de Chile (Favi 2004).

En este caso, incrustadas en los pliegues de los cerros porteños o en las planicies periféricas de Concepción, Santiago y Antofagasta, los invitados de piedra del proyecto nación, despliegan sus humores hacia el cielo refulgente de la patria, o sus hedores hacia el plan, el centro o aquellos intersticios daméricos que desdibujan la geometría del conquistador. Este espacio, suerte de estructura proto urbanística por las irregularidades de su construcción, y transformadas en “hogar” en virtud de las diversas relaciones (simbólicas, materiales y sistémicas) creadas en su interior mediante su habitabilidad, permiten colegir la resistencia del sujeto subalterno en la medida en que éste sobrevive a y en la sociedad.

Este subalterno crisol de contra-ciudadanos –símbolo de una heterogénea construcción sociopolítica– se explicaría, según Gabriel Salazar, por aquel espectro que quedó de la mercantilización e industrialización económica que desde mediados del siglo XIX, produjo el desplazamiento de grandes masas de personas hacia las capitales del país, generándose una explosión demográfica a gran escala. De esta manera:

Comenzó a hablarse de una “ciudad bárbara” y de una “ciudad culta”. Se proyectó reorganizar la planta urbana de la ciudad de Santiago, por ejemplo, a fin de establecer una separación entre las dos ciudades. Pero ya era muy tarde para controlar el desarrollo urbanístico de la capital conforme a una pauta racional, y los municipios carecían de recursos [...] La “ciudad culta”, atrapada ya urbanística e históricamente en los tentáculos de “la ciudad bárbara” (es decir, peonal), solo podía defenderse a través de mejoras cosméticas y represión policial (Salazar, 1985, p. 233).

Siguiendo con lo establecido, reconocida con el nombre de cuestión social (“[...] masa marginal, muchedumbre hambrienta y alcoholizada que apestaba en todas partes y, lo que era más patético, [...] que nuevamente estaba siendo expoliada, exactamente por eso –por ser rotos reventados– por los dueños usureros de los conventillos” (Salazar, 2012, p. 152)), la ola de personas que comenzó a asentarse en todas partes, a multiplicarse y establecerse, produjo el surgimiento de un conjunto de rasgos y prácticas sociales reconocidas con el nombre de subculturas o contraculturas que, en contra de toda disposición oficial, desvirtuó el ordenamiento, desvinculando a los sujetos del ideal del proyecto moderno y de la supuesta identidad nacional que éstos debían poseer, mediante la adquisición de ciertos modus vivendi que enfatizó la exclusión y separación de la sociedad.

Esto, porque los barrios marginales no sólo eran insalubres y foco de graves infecciones, sino también peligrosos y mortales. Las condiciones de seguridad eran mínimas, y las “las fuerzas de orden” no ingresaban en estos espacios permitiendo el estallido de fuerzas violenta que trastocaban la convivencia dentro y fuera del conventillo. Esta realidad, en la voz de la élite, significó la confirmación de la imagen inmoral y contaminante de un mundo popular sumergido en la más abyecta condición social, lo que implicó la percepción por parte de la aristocracia de que ser pobres y ser delincuentes era lo mismo. Empero, la crítica a esta sinonímica sociedad, fue que esa misma élite no se mostró capaz de responder eficazmente a esta grave situación, teniendo bajo su poder no solo el capital monetario, sino la “brillantez de la inteligencia culta”. Estas y otras problemáticas son retratadas en Barrio bravo mediante la descripción de los espacios internos y externos de la zona del conventillo Las Delicias:

[...] Observa el techo y pone la mano extendida para recibir la nueva gota y ubicar el agujero. Una nueva gota cae. José corre la fonolita, pero ahora son más abundantes las gotas / [...] Caminaba con mucho cuidado por esas polvorientas calles, para no ensuciarse, hasta llegar a la calle Independencia. Y no sólo existía el peligro del polvo en verano y barro en el invierno, la cosa que más le preocupaba, una buena señora podría tirar a la vereda, mientras él pasaba, aguas sucias y otras cosas desde su habitación sin importarle los transeúntes (Cornejo, 1955, pp. 21; 43).

Asimismo, sin una señal clara que deviniera mejoramiento de la calidad de vida de un gran grupo del sector urbano, ubicado en el esplendor beneficioso que entregaba la modernización económica “a algunos”, los pobres se vieron también excluidos de la vida urbana y segregados de la praxis política que durante mucho tiempo (hasta nuestros días) gobernó el país. Claro que existieron ciertas reformas que permitieron regular algunos aspectos de este grupo marginado, pero sin resultados generalizados. Por el contrario, sí funcionaron algunas mediadas pensadas para la defensa de los intereses del Estado y de las clases oligárquicas que veían su integridad amenazada por la ola de delincuentes, huachos y rotos que deambulaban por sus jurisdicciones[6]. Esto, porque la inversión pública no estaba dirigida al mejoramiento de barrios como los ubicados en los sectores norte y sur de la ciudad; sino más bien, la idea era instalar en ellos servicios urbanos que desincentivaban su uso residencial, tal como ocurre con el cementerio, el manicomio y el Mercado central en el área norte, y el matadero y la penitenciarias en el sur. Ambos custodiados por cuarteles militares.

Estas culturas otras desenvueltas al interior de la sociedad y que, en los habitáculos y comunidades del conventillos formadas por “el bajo pueblo”, no sólo se afianzaron sino que también se dividieron, formaron zonas subalternas extremas y moderadas. Las primeras, se expresaban fácilmente a través de la violencia, los códigos de las calles y de la desadaptación social (prostitutas, cartoneros, recolectores de basura). Sin una ley orgánica reguladora o al no existir un código moral que deslegitime las prácticas antisociales; los estratos más bajos de la subalternidad se despliegan destruyendo, golpeando y saqueando todo lo que existe a su alrededor. La obra de Cornejo se encuentra repleta de descripciones sobre estos personajes, produciendo un quiebre en el orden del discurso, puesto que ahora los hitos narrados que pueden otorgar una noción temporal de la historia contada, se desarrollan siguiendo los hechos violentos que trascurren en los relatos. Por esto, el tiempo histórico es el tiempo de la violencia narrada por el autor nacional que será analizado en el siguiente apartado.

Las masas de sujetos subalternos de las zonas moderadas –zapateros, peluqueros, feriantes, obreros de la construcción, lavanderas, etc.– fueron las víctimas de una doble opresión, cuyo linde se encontraba en el conventillo como espacio liminal: desde el interior de su cotidianidad en el conventillo y, desde el exterior del mismo, por el Estado.

Así, no sólo la nación y sus políticas de exclusión social eran las causante de su mal vivir, sino también sus vecinos. A pesar de su época, todo este conjunto heterogéneo de sujetos, comparten un hecho cultural importante: son parte de la historia que, aunque la perspectiva positivista no observó, y que desde la mirada marxista, fueron clasificados como individuos sin conciencia de clase y, por lo mismo, sin impacto histórico (“Para el marxismo clásico, el obrero era un ‘ser’ destinado a hacer la revolución. Su identidad se definía en la clase obrera, homogénea y ontológicamente revolucionaria” (Pinto, 2012, p. 94)); lograron insertarse en el imaginario social del país, a través de las letras nacionales. De aquí lo interesante de los cuentos del autor. En ellos, se explora la diversidad social que vive en condiciones mínimas de subsistencia sin reconocimiento aparente de su identidad sociopolítica y cultural.

Al hablar de construcción de subjetividad nacida de la voz de los personajes de la narrativa cornejeana, asumimos que una parte de la misma identidad o, para este caso, una contra identidad del sujeto es construida y desconstruída desde todo ángulo (“La Cuatro Dientes era enorme, con unos brazos fuertes y musculosos, al igual que los de un gañán [...] le pegaba a hombres y mujeres y para trabajar valía por dos hombres juntos” (ivi, p. 29)). En este sentido, la subjetividad presente en los relatos del autor desde el cariz literario, podría ser caracterizada como aquella noción que nos permite “saber cosas [...] que no pueden ser dichas en forma directa, que no pueden ser dichas sino mostradas, y que no pueden ser mostradas sino como la adquisición de determinadas capacidades, como el ejercicio de determinada mirada, de cierta actitud” (Thiebhaut, 1994, pp. 203-204), con la cual se convierten en representaciones sociales del imaginario chileno. Este constructo ligado al término identidad descrito por la micro historiografía, generan la posibilidad de leer los relatos y testimonios de los personajes de Luis Cornejo en tanto imagen de la marginalidad en el siglo XX:

La aseveración de que los sectores populares constituyen sujetos sociales planteó nuevos desafíos conceptuales. Las seguridades epistemológicas del pasado ya no servían. El sujeto popular no tiene una identidad fija, sino que constantemente está reformulándose, a partir de la experiencias acumuladas en la base, pero también de las percepciones que la élite tiene de ellos y de las funciones que el Estado, la Iglesia y, más contemporáneamente, los medios de comunicación social les han asignado (Pinto, 2012, p. 96).

Finalmente, este conjunto de actitudes descritas en los relatos Barrio bravo permiten acercarnos al fenómeno historizable, al comprender que ésta se halla desplegada hacia distintas direcciones en un entramado de sociogramas que dan cuenta de distintos acontecimientos históricos. La espacialidad, en este punto, se entendería como uno de los elementos constructivos en la obra de Cornejo Gamboa. Esto, si consideramos nuevamente los presupuestos del historiador italiano, Carlo Ginzburg el cual propone la reconstrucción microhistórica de la sociedad por medio de fuentes “no oficiales”, como la literatura, puesto que:

[...] nos ofrece la posibilidad de reconstruir no sólo masas diversas, sino personalidades individuales, sería absurdo rechazarla. Ampliar hacia abajo la noción histórica de ‘individuo’ no es objetivo de poca monta [...] En algunos estudios biográficos se ha demostrado que en un individuo [...] carente en sí de relieve [...], pueden escrutarse, como en un microcosmos (Ginzburg, 1997, p. 10).

Así, una reconfiguración de los elementos históricos de Chile puede ser extraída desde la intimidad de los mismos personajes de los textos cornejeanos, construyendo una visión de la historia desde el enfoque de ciertos contra ciudadanos.

En el caso del cuento “El Allegao” (aunque también puede ser visto en el cuento “El Señor González” y “La Cuatro Dientes”), los registros escriturales dan cuenta de los procesos socio-económicos que produjeron la alza considerable de la población marginal en los albores del siglo XX que trajo consigo la cesantía, la sobrepoblación y los altos índices de pobreza (“[...] las masas marginales aumentaron la población capitalina, en más o menos diez años, en 30% por encima de su crecimiento vegetativo, razón por la cual Santiago saltó en 1952 a una población de 1.436.676 habitantes [...] 40% de aumento [...]”(Salazar, 2012, p. 170)). De esta manera, la migración campo-ciudad, la cesantía, el hacinamiento y las precarias condiciones de vida que se despliegan en los conventillos y cuartos redondos, son explorados por el autor mediante el relato de la muerte de una mujer que deja a un ex marido, un hijo y un conviviente que vive de “allegado” en un horno junto a su covacha:

–Los doctores dijeron que murió de Tifus Morino o Murino o algo por el estilo. Esa enfermedad la pegan los piojos de los ratones. Más que seguro un piojo del ratón, que había junto a las gallinas, la picó. Los tarros de basura dan pata, pero a veces [...] –Bueno... Yo soy el marío ¿Y qué...? Hace seis años que abandoné a la María. Anduve por el sur. Me fue mal y regresé hace unos meses.
– ¿Y por qué vivías con ellos?
–Cuando regresé, no tenía donde dormir ni en qué trabajar. José me encontró. Él tiene carretón. Me ofreció trabajo (Cornejo, 1955, pp. 27-28).

Este aumento es considerable, aunque también el hecho de que esta explosión demográfica venía ocurriendo desde mediados del siglo XIX. Sin embargo, es interesante la diferencia que señala Gabriel Salazar sobre la posible identidad de este sujeto marginal que “a diferencia de sus congéneres de 1840, no contaminaron la ciudad, más bien fue ésta la que los contaminó a ellos (ejemplo: Zanjón de la Aguada). A lo sumo, la afearon. En más o en menos, los nuevos invasores sólo querían vivir, de cualquier modo, ahí, sin molestar y sin abocarse de lleno a producir específicamente algo y a luchar políticamente por ello” (Salazar, 2012, p. 171).

La cita anterior, nos lleva a otro proceso importante: los espacios en los cuales una subalternidad se encuentran en estado pleno de ebullición. Aunque también enajenándose cada vez más de la posibilidad de cambio –que no se piensa, debido a las políticas de segregación y exclusión socio cultural y política–, los cuentos “El Chicha Fresca” y “Cuello de Loza” son claros ejemplos de sujetos que, contrariamente a los dictámenes de la economía doméstica o del autocuidado, se pierden en la música y la “parranda” del día como medio de enajenación social. Ahora bien, si la idea de ser ciudadano se vincula con una cultura de la acción (práxis), estos relatos muestran una desconstrucción del ideal ciudadano impuesto por el modelo social imperante. Aquí, no existe el ciudadano que toma partido de las distintas instancias sociales para lograr alcanzar una meta definida de antemano por la estructura cultural a la cual pertenece –símbolo del progreso humano–; sino, muy por el contrario, aquí hay personajes que no quieren pertenecer. La marginalidad sigue la lógica de la exclusión:

Había muchas cosas que no comprendía o de las que no quería ni siquiera preocuparse, como por ejemplo, la vida de sus compañeros [...] que ahora trabajaban de día y estudiaban de noche; otros pertenecían a las juventudes de partidos políticos y, más de alguna vez , éstos últimos trataron de hacerlo comprender sus inquietudes. Él se encogía de hombros y [...] pensaba: Estos convierten la vida en un “guáter”. “Lo que es yo, me conformo con comprar números de la lotería; si gano, es porque yo estoy destinado a tener plata, si no, qué le vamos a hacer” (Cornejo, 1955, p. 43).

Esta se revela en todas sus formas: ideológica, económica, política, social, urbana, entre muchas otras. Nota característica relacionada con la inexistencia de una percepción de futuro, más bien, de un sentido de pertenencia y de conciencia existencial. Sin embargo, en ambas historias la fiesta y sus dinámicas, el baile y la algarabía provocan una similar sensación: una libertad instantánea:

Habían comido y tomado como nunca. Tres días de parranda les costaban ahora largas noches de sueño sin tener dónde dormir.
–¡Puchas, que me da rabia con ustedes! Miren la cara de pescao ahumao que tienen. No comprenden los aturdíos que es mejor gozar de la vía ahora que mañana. Porque mañana ni sabemos lo que va a pasar. ¡A lo mejor estiramos la pata como Ño Estaquio y la platita nuestra se la gasta otro desgraciao!
La carcajada fue general (ivi, p. 68).

De alguna manera, estos relatos muestran, por una parte, la exclusión social a la cual se ven expuestos y la performatividad que genera la vivencia cotidiana en una cultura específica. Pero, por otra parte, estos textos dan cuenta de una resistencia a la violencia cultural y estructural en la cual se encuentran insertos, sin conciencia de ello. Esto se enmarca dentro del planteamiento que sostiene la existencia de diversas formas de dominación violenta desde el plano simbólico, verbigracia, la religión, la ideología y el lenguaje, entro otras (Galtung, 1997, pp. 296-300). En el primer cuento, claramente se hace alusión al perfil ideológico que el protagonista no quiere asumir. Esto es un rasgo distintivo, por cuanto la mayoría de los escritores de los años 20 al 50 se identifican con algún partido político (Nicomedes Guzmán, Luis Alberto Mansilla) o con un movimiento sociopolítico (Manuel Rojas, González Vera) que repercute en la construcción de subjetividades al interior de sus relatos. La segunda historia se enmarca en una contra religiosidad, al suponer la existencia de un presente como ideologema de vida y gozo, en detrimento de lo divino que supone la eternidad.

En suma, esta emergencia de voces otras enraizadas a una espacialidad y a una temporalidad definidas, logran configurar una lectura no solo histórica y literaria de los textos de Luis Cornejo, sino también es posible leer su obra desde una mirada antropológica, por cuanto son los personajes de los relatos aquellos actantes indispensables para comprender la trama del texto y, desde este punto, el funcionamiento de una parte importante de la sociedad en una época específica. De este modo, signada por la pobreza, la marginalidad, la violencia y los espacios de la subalternidad (noche, fiesta); el conventillo y sus dinámicas estructuran una nueva comunidad chilena, organizada en virtud de códigos identitarios propios, donde el ciudadano/habitante es –en sí mismo– símbolo de un dispositivo contracultural que negará los discursos nacionales, institucionalizados debido, en gran medida, a que: “en la cotidianidad de la pobreza, para esos otros cuerpos dedicados al trabajo y la sobrevivencia, las nociones oficiales acerca de la identidad nacional y la igualdad resultan ajenas” (Guerra, 2013, p. 113), lo que permite la rearticulación del concepto de identidad desde “adentro”, matizando aquellos elementos que hacen de los grupos subalternos un conjunto de seres que comparten códigos comunes: la sobrevivencia, la violencia y resistencia social contra oficial.


Disco inferno o los hitos de una microhistoria de la violencia social: segundo soporte del sujeto bravo

En el apartado anterior se establecieron algunas consideraciones acerca de la construcción de subjetividades desde los relatos literarios, cuyos ideologemas permiten entrever lecturas históricas, y sociopolíticas. Algunos de los elementos analizados fueron la espacialidad y su relación con la historia nacional. Ahora, estudiaremos otra de las hebras que posibilita esta misma construcción: las violentas prácticas performáticas. Estas prácticas se desenvuelven al interior del conventillo dando cuenta de numerosos hitos y acontecimientos cuya articulación se realiza por medio de la diversificación de la violencia. En este sentido, en Barrio bravo se presentan, siguiendo la tesis de Johan Galtung en Cultural Violence (1990), 3 modalidades de violencia: estructural, cultural y directa. Esta triádica manifestación de la violencia genera una dialéctica sociocultural que se expresa en la totalidad de los cuentos creados por Luis Cornejo. Pero, es esta misma dialéctica violenta la que despliega el mapa histórico, el nexo con la realidad, en los relatos. Cada uno de los textos aparece significando un aspecto de la realidad y, por lo mismo, de la historia nacional. Estos aspectos se presentan como hitos o acontecimientos violentos que marcan la línea misma del relato. En primer lugar:

By ‘cultural violence’ we mean those aspects of culture, the symbolic sphere of our existence –exemplified by religion and ideology, language and art, empirical science and formal science (logic, mathematics) –that can be used to justify or legitimize direct or structural violence [...] (Galtung, 1998, p. 291).

Ahora bien, al hablar de la narrativa de Cornejo, nos damos cuenta de que todos los sujetos se desenvuelven en un ambiente complejo. Comparte más que “el metro cuadrado”: la situación de marginalidad. Es esta condición de marginalidad y pobreza extrema es la que frecuentemente socava las vidas de cada uno de los personajes. Así, por ejemplo, afirmando el concepto de Galtung, tanto “El Allegao” como “El Señor González” representan las máximas exclusiones socioculturales que los insertan en las dinámicas de la violencia estructural: viven de “allegados”, tienen trabajo precarios (recolector de basura) o son cesantes. Tras ellos las dinámicas cotidianas se destruyen violentamente, dejando penetrar en sus vidas otros tipos de violencia, como aquella dirigida al género o de modalidad doméstica: “¡No entiendo! –exclamó González–. El asunto no es tan fácil. No tendremos donde vivir ni qué comer. Por otra parte, lo tuyo ya no tiene remedio... Juana tendrá que andar mendigando...” (Cornejo, 1955, p. 55). Ambos relatos retratan la condición de muchos chilenos durante la primera mitad del siglo pasado. Respecto a esta violencia estructural, ella se manifiesta en históricamente en los procesos coyunturales que se dieron cita hacia la década del 30 del siglo pasado, como la migración campo-ciudad, explosión demográfica, el lucro del sistema habitacional y los procesos de urbanidad desmedida acaecidos en las grandes ciudades.

La marginalidad que viven los sujetos cornejeanos se encuentran desplegada, por una parte, de un modo vertical al, por ejemplo, descender en la escala social descrita como subalterna. Por ello, la aparición de cesantes como el Chicha Fresca, el Señor González, el marido de La Cuatro Dientes o el Allegao, comportan formas de cambios producidos al interior de la subalternidad desde una verticalidad, donde no se produce ascensión del estatus económico, sino más bien el deterioro de la clase, el lugar ocupado y la subjetividad misma deviniendo ruina y despojo de la condición de sujeto. De esta manera, los personajes pasan de condiciones precarias de subsistencia, a mínimas condiciones de existencia. En este sentido, tanto el tipo de violencia como de marginalidad se encuentra en la misma línea: ambos se desenvuelven según la idea de proceso y la condición. Estas dos variables son las que se diversifican, a su vez, en dos formas específicas de marginalidad y violencia: hechos violentos e hitos de la pobreza. En palabras de Johan Galtung: “Direct violence is an event; structural violence is a process with ups and downs; cultural violence is an invariant, a 'permanence', remaining essentially the same for long periods, given the slow transformations of basic culture” (Galtung, 1998, p. 294). No obstante, existiría una forma de marginalidad horizontal en el texto analizado, por cuanto el círculo común de las disfuncionales familias que configuran la obra, son víctimas –potenciales y actuales– del despojo, la miseria, la exclusión y la violencia. En este caso, la idea de marginalidad no solo se asocia al espacio físico, sino a las prácticas y acciones que los protagonistas realizan en Barrio bravo y que, en gran medida, se expanden siguiendo una continuidad que no acaba con la muerte del protagonista, muy por el contrario, el texto asume la muerte como una certeza pensada, experimentada, cotidiana.

Esta noción de marginalidad, debe ser entendida como un devenir y no como un hecho estático, permitiendo comprender, solo en parte, el fenómeno de la violencia urbana en todas sus dimensiones y tipologías en tanto forma de subsistencia, desorden y resistencia socio política y cultural. Así, basados en la teoría de la permeabilidad de las fronteras entre diversas situaciones sociales que entrecruzan sus dinámicas de desarrollo y entrecruzamiento, es posible sostener que un nexo entre la violencia urbana y la marginalidad, dado que “el marginal entra y sale de la integración social, pasando de la condición de trabajador a la de delincuente” (Astarita, 1998, p. 23), implicando que la misma condición puede ser observada como multidimensionales zonas de incomunicación o comunicación parcial con el entorno. Por lo mismo:

La marginalidad no es un fenómeno que pueda estudiarse en un corte sincrónico, como una fotografía, sino que implica la fluctuación. Esta movilidad se proyecta en un plano espacial: aunque no es determinante, el nomadismo es una característica de los marginales en distintos contextos históricos. En algunos casos, esa movilidad resulta un motivo importante de la estigmatización, en otros constituye una consecuencia de la segregación por parte de la sociedad: al no tener anclaje en la comunidad, los sujetos se mueven –como los vagabundos–, aunque puedan establecerse temporalmente (Rodríguez, 2011, p. 213).

Lo descrito anteriormente se evidencia con Pancho –el conviviente de La Cuatro Dientes–, por ejemplo, cesante, sin nada mejor que hacer que mirar a la calle desde la puerta del conventillo Las Delicias:

Mira, Pancho, yo sé que no tenís trabajo, que andái como tonto por las calles buscando pega... Como andan miles de gallos con las caras largas y muertos de hambre... Yo lo comprendo y lo aguanto...Lo aguanto porque te quiero, pero lo que no voy a aguantar es que andís tirándote a lacho con cuanta mujer vís en la calle (ivi, p. 36).

Otro caso se encuentra en la pandilla del Flaco Manguera que, a pasar de su juventud, pasan todo el día asentados en la esquina del barrio, acechando, molestando e insultando a los transeúntes, que lógicamente son sus vecinos: “El Flaco Manguera, hombre de 22 años, con varios robos a su haber, era el terror de esa esquina, cercana a la casa del carpintero; mujer que tuviera la osadía de pasar sola después de las diez de la noche debía sufrir las impertinencias de los secuaces” (ivi, p. 69).

Ambas historias, al igual que las demás, relatan una rutinaria percepción de lo cotidiano. Sin proyección, sus historias se construyen siguiendo el patrón del presente. Aquí, es clara la observancia de una contra historia enunciada en los cuentos. Del tiempo único y lineal que sustenta, ordenadamente, los hitos históricos con sus respectivos procesos en una secuencia de casos, le suceden éstas micro historias: múltiples relatos marcados por tiempos parciales y presentes que, en cada una de sus dinámicas, encuentran su origen en la marginalidad y la exclusión y, su final; en la muerte y la inercia. Inercia provocada, generalmente, por la situación de segregación y diferencia que existe dentro del espacio urbano y de la misma condición de subalternidad. Para Johan Galtung, lo que posibilita esta inercia es la violencia estructural o el componente activo de la violencia cultural cuya representación en la realidad se presenta en tanto acto violento o, en el caso de este estudio, hito violento:

A violent structure leaves marks not only on the human body but also on the mind and the spirit. The next four terms can be seen as parts of exploitation or as reinforcing components in the structure. They function by impeding consciousness formation and mobilization, two conditions for effective struggle against exploitation. Penetration, implanting the topdog inside the underdog so to speak, combined with segmentation, giving the underdog only a very partial view of what goes on, will do the first job. And marginalization. keeping the underdogs on the outside, combined with fragmentation, keeping the underdogs away from each other, will do the second job (Galtung, 1990, p. 294).

Los sujetos marginados y marginales presentarían ciertos rasgos o características que los identificarían y, que en el caso de los cuentos de Luis Cornejo, se muestran claramente: a) la resistencia a cualquier forma de ordenamiento jerarquizado e institucionalizado. Por lo mismo, es fácil advertir la furia con que los personajes atacan a los protagonistas porque –y aunque suene extraño– “actúan”, siguiendo patrones sociales; b) la exigencia externa de la movilidad social descendente, c) una extrema condición de inercia sustentada, entre muchas cosas, en una percepción de su temporalidad y tiempo cultural presente y diversificado; d) la naturalización de la muerte como consecuencia del mismo estado. Finalmente, e) la violencia extrema contra sí mismo y otros por motivos “simples”. De todos los aspectos mencionados, el de la violencia es uno de los más complejos, al instalarse y expandirse hacia todos los horizontes posibles. Además, las manifestaciones de la violencia son las que provocan y aumentan la sensación de despojo, soledad, desamparo legal, miseria, exclusión y miedo. En este caso, la violencia es la marca que los barrios bravos tallan en los sujetos que los habitan. Respecto a esta idea de percepción de la violencia urbana y social, Susana Rotker señala que:

La violencia produce crisis en todos los órdenes, también en el del discurso. Los individuos buscan sus propias articulaciones, repitiendo una y otra vez sus relatos personales, acaso al modo de exorcismo de una experiencia traumática, acaso al modo de explicar un panorama político y económico cuya complejidad es aprehensible ahora a partir del pequeño cuento de una persona a otra (Rotker, 2000, p. 9).

Ahora bien, la grave problemática de la violencia, se observa en el número total de relatos que evidencian golpes, soledad, abuso que experimentan sus personajes, llevándolos hasta la muerte. Empero, desde el punto de vista contra cultural, también puede ser observado una constante desconstrucción de las subjetividades provocada por la violencia directa o implícita (cultural) en el interior del conventillo –La Cuatro Dientes y Cuello de Loza–. Ejemplo de lo señalado es el cuento “El Capote”, donde el autor relata el violento ultraje que sufre una niña por una pandilla en los alrededores del conventillo Las Delicias:

Ya pues, mijita, déjeme sacarle los calzones. El estudiante inútilmente, hacia esfuerzos violentos para zafarse de sus amarras. La muchacha seguía debatiéndose. El jefe se irritó con esas resistencias y a tirones, le rasgó la bata floreada, la celeste enagua y, por último los blancos calzones. Ahora esta desnuda. Los pechos sin desarrollo, palpitaban. El Flaco Manguera ya estaba sobreexitado. Subió sobre ella, pero la víctima no se entregaba. En el colmo de la desesperación, jadeante gritó:
–¡Sujétenla de los brazos! ¡Y ábranle las piernas! (Cornejo, 1955, p. 73).

Cada una de las microhistorias relatadas en la obra Barrio bravo, presentan distintos hitos violentos que reconstruyen una historia de la violencia urbana, hacia la primera mitad del siglo XX. Así, diversas manifestaciones de la misma podemos encontrar en Barrio bravo: violencia física, de género, psicológica, urbana, implícita y explícita ¿cuántas otras representaciones de violencias tendríamos si analizáramos cada lexia presente en el relato? Empero, todos los actos violentos descritos en la obra corresponde a la violencia ejercida por una subjetividad subalterna que se ve fuertemente signada como un negativo símbolo social. A este respecto, los sociogramas (desnaturalización de la muerte, negación de la existencia, inmovilidad vital, etc.) que logran ser observados emergen de los distintos cruces entre dinámica interna y medios de comunicación, aportando el perfil que la historia oficial dona a la sociedad en tanto historia de la infamia:

Al otro día los diarios grandes insertaban la noticia; en algún lugar perdido. “Mujer borracha mató a lavandera embarazada. El hecho ocurrió en un conventillo del barrio bravo de Vivaceta. La asesina pasará mañana a juzgado del crimen” / Juana desapareció del barrio. Nunca más se supo de ella. Años después, el padre vio una foto en un diario: reconoció a su hija. “Una prostituta muerta, de un apuñalada, en un prostíbulo” (ivi, pp. 40-58).

Todas las historias se encuentran signadas por las ideas de violencia estructural y directa en tanto convergen formas segregadas de establecer vínculos con el exterior. Así, las subjetividades representadas en el texto de Luis Cornejo, quedan envueltas en el halo de la infamia que, en el caso de Chile, se agudizó gracias a la importancia que los medios de comunicación como la radio o el periódico dieron a estos espacios, y temáticas, pero siempre vistas desde el discurso mediático. Así, las reproducciones creadas por el autor, se erigieron y erigen como imágenes esmirriadas de una belle époque que se desplegaba a pasos rápidos a lo largo del país, aunque segregando a gran parte de la sociedad. Desde este cariz, los cuentos de Luis Cornejo apuntan a configurar una microhistoria no oficial, contra oficial, que responde al quiebre de la linealidad historiográfica, mediante el surgimiento de distintas temporalidades correspondiente a cada uno de los relatos. A esto se suma la reivindicación de las voces subalternas –que el autor mismo experimentó y conoció– colocadas en los intersticios de la historia chilena como parte de un proceso heterogéneo y diverso. Los relatos muestran una imagen de la sociedad, la nación y la cultura proveniente de un grupo específico de la sociedad chilena, el grupo marginal y subalterno que habita en los conventillos, por lo mismo, estas nociones son desconstruidas desde la condición subalterna, reconstruyendo trazos de una micro historia verosímil según la perspectiva literaria.


Reflexiones finales

En primer lugar, la idea de construir un sujeto desde la literatura de Cornejo Gamboa, se articula siguiendo algunas trazas teóricas de algunos historiadores y críticos literarios. En el caso chileno, los aportes a la historia social de Gabriel Salazar y Julio Pinto, además de la noción de microhistoria propuesta por Carlo Ginzburg, permiten entender que un sujeto no siempre debe estar conformando un grupo organizado políticamente, como ocurre con ciertos sistemas historiográficos como el materialismo histórico. Por ello, los personajes cornejeanos devienen sujetos desde el instante en que la noción de identidad deja el soporte estático para instalarse en el devenir mismo de la cultura y la historia. Historia signada por procesos, coyunturas que han producido situaciones como las descritas en la obra: miseria, abandono, exclusión y violencia.

De este modo, la construcción de un sujeto micro histórico en el relato de Cornejo, se realiza mediante diálogos, descripciones y caracterizaciones que acercan al lector a un momento de la historia nacional que nace de los grupos mayormente marginados y marginales de la sociedad, permitiéndonos el enfrentamiento con micro realidades que soportan la historia no contada por la voz oficial. Una historia silenciada por el relato de partes policiales, tribunales de justicia, hospitales o periódicos que han desvirtuado el imaginario sociopolítico, impidiendo la apertura de efectivas prácticas políticas que permitan reivindicar y reconfigurar el peso de la infamia que recae en los grupos subalternos, que para el caso de los textos de Luis Cornejo, se encuentran en la máxima exclusión social del país.

Así, el autor recrea escenas donde este sujeto micro histórico logra instalarse en el imaginario social, contraponiéndose a los sistemas idealistas y al silencio que el canon literario produjo muchas veces al observar la proliferación de escritores del “bajo pueblo” (Guzmán, González Vera, Rojas, Cornejo y muchos más). De suerte que, dejando de lado los lineamientos universalistas de los grandes sistemas dialécticos, la narrativa de Luis Cornejo se instala en el seno de la coyuntura sociopolítica que aún vive el país, pero que toma como coordenada histórica las décadas de 1930 a 1950, aunque siempre desde la mirada trágica de vivir en condiciones de extrema exclusión.

Desde la perspectiva de la práctica sociocultural, una antropología de la pobreza, entendida como una forma de adaptación a las condiciones en que se desarrollan los individuos bajo situaciones de carencia material y cultural, en la cual se produce una cultura marcada por las condiciones críticas que crean una visión del mundo, valores y comportamientos propios para sobrevivir en esas condiciones (Lewis 1961); es lo que Luis Cornejo ha desarrollado en sus obras al introducirse en el interior de la cotidianidad de los sujetos subalternos. Por esto, el conventillo no solo es “una reunión de cuartos redondos a lo largo de un espacio que se utilizaba de patio común” (Urbina, 2002, p. 91), sino también es locación de formación, sobrevivencia y resistencia donde se aprenden los valores inscritos en esta cultura que no encaja en aquella cultura oficial.

Por tanto, es el sujeto subalterno mismo y sus prácticas, hábitos y dinámicas las que conforman el mundo heterogéneo del conventillo. Esta subalternidad, por su parte, siempre desarrollada en estratos o capas –ya que no existe solo una forma o dimensión de la subalternidad o de la pobreza– crea las barreras que imposibilitan una total penetración en el “mundo de adentro” del conventillo aunque, al igual que la piel de un cuerpo extenso, la porosidad social –fruto de la mezcla urbana y el tránsito en “las grandes alamedas”–, entrega las claves para el florecimiento soterrado o a veces expuesto de los sujetos subalternos, desarticulando y resistiendo los ideales de su desaparición.

No obstante, un punto álgido en el análisis de la construcción del sujeto en Cornejo, responde a la proliferación de diversas manifestaciones, tipos y modalidades de la violencia urbana ejecutada por sujetos en condición de marginalidad. En este sentido, la esfera de lo marginal se vincula con el quiebre, en todo nivel y hacia cualquier lugar, de los medios y las oportunidades de integración social –y que a inicios del siglo XX se hacía más evidente su necesidad por parte de la población chilena en situación de pobreza y marginalidad–. De manera que, en esta investigación y en modo alguno agotando el tópico y las temáticas, se esbozaron dos soportes de análisis que permiten, más que explicar, comprender algunas características del devenir subalterno en los cuentos del escritor nacional. En primer lugar, una espacialidad heterogénea que circunda y limita el acceso a bienes culturales, sociales y políticos que posibilita el afianzamiento de las prácticas cotidianas identificando a los habitantes del conventillo con rasgos claramente explorados y expuestos en la narrativa cornejeana. Sin embargo, a pesar de esto, es necesario entender que los matices identitarios que fueron descritos, devienen multiplicidad de realidades diferentes que merecen ser atendidas de manera particular, puesto que cada relato comporta un trozo de historia particular del prisma discursivo que envuelve la totalidad de la obra. Secundariamente, la performatividad ligada a las prácticas y hábitos que desarrollan y envuelven a los personajes, se articula como el segundo soporte de análisis, por cuanto desde aquí se entiende la reproducción de variadas formas de violencia social. Violencia que ha sido enmarcada siguiendo los lineamientos teóricos conceptuales de Johan Galtung y Susana Rotker y que apuntan a una dimensión dinámica de la violencia en relación a tres modalidades: cultural, estructural y directa. El conjunto de los cuentos de Cornejo Gamboa todas las manifestaciones de las diversas modalidades de violencia.

El mundo interior del conventillo se mueve cíclicamente. Los procesos formativos de sus habitantes (personajes y sujetos) se encuentran arraigados a la lucha diaria por el sustento o por el cumplimiento de las labores en las fábricas, empresas y casas patronales. Sin embargo, no es suficiente la sobrevivencia y los códigos propios para resistir al sistema hegemónico, dado que el entrecruzamiento de las redes de poder generadas desde todos los rincones de una nación, envuelve a la totalidad de las dinámicas entre alternos y subalternos. No obstante, esta bicondición es la que permite la emergencia de rasgos y comportamientos de unos “entre” otros. Una porosidad heterogénea que llena los locus del cuerpo social, haciéndolo permeable al devenir de esta historias paralelas. Historias que, en la dinámica del afuera/adentro, no solo se articulan en función de dos tiempos simultáneos (oficial y propia), sino que además, son expresados en dos lenguajes o modos de vida diferentes, cuyas visiones de mundo se dividen y bifurcan con el pasar de sus años, con ciertas emergencias del sujeto subalterno. Al decir de Bhabha: “Es en la emergencia de los intersticios (el solapamiento y el desplazamiento de los dominios de la diferencia) donde se negocian las experiencias intersubjetivas y colectivas de nacionalidad, interés comunitario o valor cultural (Bhabha, 2002, p. 18).

En suma, tanto el espacio del conventillo como las prácticas de sus habitantes, se convierten en soportes para la generación de un sujeto marginal, en la literatura del autor chileno. Así, estas zonas de resistencia social bajo la cual distintas dinámicas (heterogeneidad, sobrevivencia y contracultura oficial) corren por senderos entrecruzados, cada vez más separados del orden institucional, aunque llenos de intersticios por donde se cuelan y observan las vidas de dos mundos diferentes, se contraponen a los modelos ordenadores del país, de la historia, de la narrativa. Cornejo, en este sentido se presenta como un exponente del contra canon. Y las microhistorias aparecidas en su obra, representaciones de una contra narratividad.

La separación total fue imposible, empero, la marginación se hizo abrumadora para cierto grupo de la sociedad. Dentro de este espacio, la sociedad busca su orden, jerarquizándose al interior de su propia subalternidad. Sin embargo, este ordenamiento social confirma la abolición de los preceptos del afuera (del bello mundo) por su inadecuación social al no prever, paradojalmente, los efectos de una modernidad demoledora y necesaria a la vez, produciéndose una crisis de la modernidad (y de los sujetos nacidos bajo su impronta) en una sociedad cuyas desigualdades aún tallan su paso por la historia del barrio bravo.

 

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Notas

[1] Cabe mencionar que la urbanización de Santiago y de sus alrededores era una de las tareas principales que debían enfrentar las élites de la época. Por esta razón, apelando a la materialidad del proyecto modernizador en el que Chile se veía envuelto desde 1860 (Salazar, 2012), Benjamín Vicuña Mackenna, en su calidad de Intendente de Santiago, en el año 1872, comienza la construcción de barrios populares donde “hacer el bien en estas condiciones es una obra de caridad y un negocio para personas prudentes” (Farías, 2015), agudizando el problema de la segregación social al someter al lucro las viviendas que por décadas muchos peones preindustriales y obreros debieron pagar, sin que este pago significara mejoras en las condiciones materiales de las viviendas sociales, claro está que no todas las viviendas corrieron igual suerte.
[2] En América Latina, numerosos son los países que enfrentan estas realidades siguiendo patrones similares amparados en los procesos de urbanización y modernización ocurridos en Chile. Así, naciones como Colombia, Argentina y Brasil, hacia principios del siglo XX promovieron un conjunto de reformas urbanas para proteger “el centro” y a sus habitantes. Una de las más importantes incluyó la sectorización de los barrios marginales. De este modo, las clases más pobres fueron desalojadas del centro de la ciudad, ubicándose en los morros y las periferias cercanos. A partir de 1910, tanto barrios como villas y favelas se expandieron hasta alcanzar los límites de los sectores acomodados, aunque la segregación continuó bajo sus propias leyes en cada uno de estos espacios. Al respecto, los artículos “Las Villas de Emergencia como espacios urbanos estigmatizados” (Giménez y Ginóbili, 2003), “Situación de pobreza extrema: Un caso en Colombia” (Castellar, 2009), y “Problemas socioeconómicos en las ciudades globales del Sur. Un estudio de caso: Río de Janeiro (Pérez, 2013) presentan interesantes notas sobre esta temática.
[3] Al respecto, para el pensador francés, ocupado en el modo bajo el cual las diversas configuraciones de la historia devienen narración, aunque sin universalizar los presupuestos en favor de lo narrativo (White, 1980), permite comprender la idea de que la historia se encuentra unida a la comprensión narrativa desde donde es posible conocer los acontecimientos que, narrados en el presente, apunta a configurar un tipo de saber pasado. Asimismo, la afirmación del nexo existente entre relato e historia, se fundamenta en el carácter intencional que posee el saber histórico, en virtud de la acción y el tiempo que envuelve dicha intencionalidad: “los acontecimientos históricos no difieren radicalmente de los acontecimientos enmarcados por la trama. La derivación indirecta de las estructuras de la historiografía a partir de las estructuras de base de la narración, establecida en las secciones precedentes, permiten pensar que es posible, mediante procedimientos apropiados de derivación, extender la noción de acontecimiento histórico a la reformulación que la idea de acontecimiento-estructurado-en-trama ha impuesto a los conceptos de singularidad, de contingencia y de desviación absoluta” (Ricoeur, 1983, p. 290)
[4] Una historia que se desarrolla al interior de una feria de entretenciones llamada London Park, en la ciudad de Valparaíso. En la historia dos amigos sueñan con la idea de destruir su fuente de trabajo. La rueda de Chicago es el espacio donde se desenvuelven los amigos, su espacio de subsistencia. Sin embargo, es el símbolo de la frustración, la pobreza, la enajenación y la miseria. En el texto, continuamente se expresa la desconstrucción del ciudadano. Una crítica que Pedro y Ruiz realizan al sistema social: “-¡Pero qué cosa dice! ¡Parca miseria! Usted no entiende nada... La patria señor... ¡Linda cosa! ¡Qué roto valiente, qué bandera, que canción nacional! ¡Esta cuestión es pura bulla, para que un montón de vivos se llenen la panza, mientras que los otros se chupan el dedo! (Cornejo, 1960, p. 8).
[5] Georg Hegel ubica la dimensión histórica de la identidad del sujeto a partir de la categoría del espíritu, que se encuentra y debe encontrase desplegado en la cultura misma del sujeto que ha traspasado los lindes de la materialidad individual para instalarse en la esfera de lo universal: “[...] lo que el individuo hace es la capacidad y el hábito ético universales de todos. Este contenido, en tanto que se singulariza totalmente, está, en su realidad, circunscrito dentro del actuar de todos. El trabajo del individuo para satisfacer sus necesidades es tanto una satisfacción de las necesidades de los otros como de las suyas propias, y sólo alcanza la satisfacción de sus propias necesidades por el trabajo de los otros. Así como el individuo lleva ya a cabo en su trabajo singular, inconscientemente, un trabajo universal como un objeto consciente; el todo se convierte en obra suya como totalidad, obra a la que se sacrifica y precisamente así se recobra a sí mismo desde esta totalidad [...]” (Hegel, 1966, p. 210). Este componente universal, el cual tiene que ser moldeado a través de la racionalidad conceptual en la asunción ética del sujeto como forma abstracta de pensamiento, es la capacidad de decisión y de superación en los procesos de alienación en su expresión cultural concreta. De modo que, la tarea del despliegue cultural del espíritu o concepto universal en la asunción o desarrollo de la conciencia histórica del sujeto. Y, en este sentido, “[...] la práctica material productiva (el trabajo) se presenta como una actividad del hombre en tanto éste es portador del Espíritu. Bajo esta espiritualización del trabajo, podía advertirse su papel, aunque en forma mistificada, en la formación del hombre [...]” (Sánchez, 1980, p. 82). Ahora bien, las subjetividades retratadas en Barrio bravo, al vivir en la máxima exclusión no organizada de la sociedad (no todos son trabajadores y, el personaje que sí lo es Cuello de Loza, no le interesa la organización partidista u organizada), devendrían representaciones del estado individual de la identidad, sin conciencia de sí ni para sí. Aunque desde la perspectiva de la “actualización constante del ser”, propuesta por Gabriel Salazar, podríamos hablar de la construcción de un sujeto bravo.
[6] En este sentido: “a las mutuales y organizaciones de socorro mutuo, y a la legislación social promulgada entre inicios del siglo XX y el gobierno de Arturo Alessandri Palma, se sumaran a partir del primer gobierno de Carlos Ibáñez del Campo, una serie de instituciones que buscaban responder de modo específico a las necesidades de protección social de los habitantes más pobres del país. De esa forma, en 1927, se constituyó el Ministerio de Bienestar Social, que tenía dentro de sus atribuciones el desarrollo de medidas de higiene, educación, protección del trabajo y previsión social. Ésta última se vio reforzada con la creación de instituciones como la Caja del Seguro Obrero Obligatorio y la Caja de Previsión de Empleados Particulares. Sin embargo, la gran crisis mundial de 1929 detuvo muchas de estas iniciativas, las cuales sólo quedaron reflejadas en el diseño institucional, sin financiamiento ni personal capacitado para llevarlas a cabo”. Estas son algunas de las políticas generadas en la década de 1930, empero, no fueron suficientes para aplacar las graves consecuencias de la coyuntura histórica que se extendían al presente desde el siglo XIX (memoriachilena.cl).

 

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Daniela Pinto Meza: Doctora en Literatura Hispanoamericana Contemporánea por la Universidad de Playa Ancha, Magíster en Filosofía Política, Licenciada y profesora de Filosofía por la Universidad de Santiago de Chile. Es autora de Palabra y pensamiento: Diálogos entre literatura y filosofía (Arica, Cinosargo, 2014). Integrante del Grupo Internacional de Investigación sobre Violencia (UPLA-CEA).
Contacto: pintomezadaniela@gmail.com



 

 

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