Miedo
A Rafael Cadenas
Existe un acto que transcurre en silencio,
al fondo de la sangre;
una mordedura sembrada en la gestación de las formas.
Ese íntimo temblor,
ese murmurar que escinde la aceptada mansedumbre,
es el miedo.
Para conjurarlo, hay quien alza templos de orgullo,
miserables dictaduras de razón o de fe
a las que ofrenda la copa en que vertió su deseo de lo eterno.
Es quien cumple sobre el otro sus maquinarias de molicie,
las minúsculas o mortíferas torturas sean el vuelco en la carencia,
el derrumbe de la casa del exilio.
Y sin embargo al fondo de la copa el miedo se agita como una serpiente.
También existe el que nunca será abandonado por el miedo,
pues ha descubierto el principio donde aquél se fortalece.
Es quien, renuente o incapaz de enfrentar el imperio del mundo,
sólo tiene el desarraigo como única palabra,
como débil tea para el descenso a la angustia de sí,
hondura donde yace, en su abierta desnudez,
el núcleo de esta conciencia.
Es la náusea en el instante en que se trama la urdimbre del día,
el andar desesperado en un espacio diminuto,
la voz grandilocuente o las catástrofes armadas ante la más nimia circunstancia.
Es quien pacta la traición a su índole habitada
y muere en la tristeza de encarnar lo aborrecido.
Y sin embargo el miedo nos traspasa a todos como una arteria que nos une en la misma nutrición.
Imposible salir de su custodia,
su vigilia ordena el estallar del pensamiento,
el desplegarse del ave oscura del insomnio.
Imposible escapar de su asechanza,
es el sesgo con el cual se mira,
y se es mirado,
el secreto en cuyo nombre nos sitiamos para convocar,
tal vez sin advertirlo,
o sigilosamente,
o en el vértigo del día,
la barbarie que nos oprime.
Imposible borrar su trazadura.
En ocasiones,
cuando un golpe de lo súbito nos arroja a la orfandad,
toda contención se fuga y revelamos,
en ciertos quiebres de la voz o del gesto,
las cicatrices que nervan las máscaras con que ocultamos este miedo.
Es el verdadero rostro de la herida,
la música,
el entreacto ejecutándose a lo lejos en una trama paralela a nuestros pasos,
aunque perversamente equívoca.
Son los órdenes del yo inscritos sobre piedra
para significar ante lo vasto.
Es la acumulación de acciones absurdas para demorar nuestra derrota,
aquel deshacerse en el tiempo hostil de la materia donde el miedo nos aguarda,
el miedo que no es posible exorcizar porque sabe su perfecta hechura,
su raíz añeja y definitiva,
único asidero
en el abandono de existir.
Fear *
An action taking place in silence,
deep in the blood,
biting through the seed of forms’ gestation.
Intimate tremor,
rumor cracking calm acceptance open:
this is fear.
To evoke it, some raise prideful temples,
wretched dictatorships of faith or reason,
lifting a cup which brims with anticipated eternity.
Whoever compels another into lustful machineries,
tiny lethal tortures capsizing tenderness,
demolition of the house of exile.
Nevertheless in the dregs fear writhes like a snake.
Some will never be abandoned by fear,
having discovered the source of its nourishment.
Whoever, renouncing or unable to face the world’s imperium,
takes extirpation as her only word,
a weak torch for the descent into self-anguish,
the abyss where quarks of consciousness
lie nakedly open.
Nauseous at dawn
when daily memory’s restrung,
wandering desperate in tiny dimensions,
grandiose or arming catastrophe to petty circumstance.
Whoever betrays inhabited nature
to die in the sad incarnation of what she abhors.
Nevertheless fear transfixes us all like an artery
linking us to the same nutrition.
Impossible to escape its custody,
sleeplessly ordering thought’s explosion,
dark bird of insomnia spreading her wings.
Impossible to avoid its snares,
the slant gaze with which it sees and is seen,
the secret in whose name we are surrounded,
evoking,
inadvertently,
self-concealed
or dizzied daily,
the barbarity oppressing us.
Impossible to erase its tracks.
From time to time,
when sudden blows orphan us,
every objection’s cast away and we reveal
in certain breaking words or gestures,
the scars nerving the masks which hide our fear.
True face of the wound:
music,
intermezzo distantly unfolding parallel to our footsteps,
perversely mistaken.
Orders of the self written in stone
to signify before vastness.
Piling up absurdities to delay defeat,
matter dissolved where fear awaits us in hostile time,
fear which cannot be exorcised because it chants its own perfect spell,
its definitive ancient root,
our only refuge
in the abandonment of existence.
* Translated by John Oliver Simon