Proyecto Patrimonio - 2016 | index | Elvira Hernández  | Carmen Gloria Parés  | Autores |
         
        
        
          
        
        
          
        
        
        
        Lectura de
        La Bandera de Chile, de Elvira Hernández,
 
          a 35 años (hoy, 2016)  del primer saludo a la Bandera
          
          Por Carmen Gloria Parés Fuentes
          
        
        
          
        
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        Ideas y ex  presiones en torno al trabajo poético. Una visita al contexto biográfico de  Elvira Hernández. Una aproximación a un contexto real para su bandera poética,  una lectura personal y poco guiada de su libro, a 32 años de los hechos. Un no  sé qué y 3 ideas centrales concluyentes.
         
        Todas las cosas ya fueron dichas. Pero como nadie
          escucha,  es preciso comenzar de nuevo.
          André  Gide
        El acto y el  arte de partir
          de  confundirse con el blanco.
          Elvira Hernández
        
          Partir desde dichas no  dichas, de leer la escritura que viene creciendo en los años en lenta y  pacífica forma, como una  bola de nieve  que no se acerca nunca, porque sólo va, se aleja y extiende un blanco que  alcanzará tenaz, alcanzará paras todas las pocas, todas las pocas que llevan por  oficio escribir. Símiles de esos locos bajitos de Serrat, las locas bajitas de  la poesía chilena, se están yendo y con cada una, se reestablece y canta de nuevo  como si fuera nuevo, el libro de un colega hombre. Pues, qué hace el libro de  poesía de una poeta chilena, sino hacer de descanso, de animita para las  fervientes oraciones  del poeta masculino, que a veces se pierde, que a veces  también pierde, zozobra de sí mismo. Qué hacen sino reestablecer unas figuras  poéticas masculinas, ya de por sí mismas establecidas, libros y oficios como el  de Mistral incluso, formando parte de una enumeración, de una lista, casi nunca  de un todo en sí mismo, de un pluscuamperfecto tiempo poético.
del poeta masculino, que a veces se pierde, que a veces  también pierde, zozobra de sí mismo. Qué hacen sino reestablecer unas figuras  poéticas masculinas, ya de por sí mismas establecidas, libros y oficios como el  de Mistral incluso, formando parte de una enumeración, de una lista, casi nunca  de un todo en sí mismo, de un pluscuamperfecto tiempo poético. 
         Es  grande la oportunidad y la tentación de continuar en esta gravedad cómplice por  el oficio de topo de las poetas chilenas, descargando con solidaria mansedumbre  un amargo y resentido discursillo reivindicatorio pero inútil en torno a sus  resultados, pues ni este destino de doble o triple esfuerzo y anonimato acabará  pronto, ni es necesario siquiera, al menos en este punto, decir lo tantas veces  dicho por otras y algunos otros. Si se olvida o si nadie escucha, como dice  Gide en la cita, a no perder tiempo en cosecha magra, más bien cantar por el  campo y limpiar silbando la guadaña para una colecta en otros lotes y caminar  con la cabeza igual en las nubes, respirando con esos pulmones que son la mitad  de todo. Pues como autora, me he propuesto no caer en la facilidad de la queja,  en el contexto de las justificaciones, en la testificación de cierta injusticia  humana y divina. Es que es respirar y ver con ojos bien cerrados que el olimpo de la Antipoesía fue poblado hace decenas de años por unas pringadas inspiradas, a  las que esta vez nadie expulsará. ¡Respirar tranquilas! porque como si fuéramos  bolivianas sin gaviotas y sal, el Antipoeta, ese Zeus americano, chileno, San  Fabiano, vivo y melenudo rey de esta selva, ha legado una salida al mar, de  aquí para siempre. Así que visto de esta manera, las poetas chilenas pueden  transitar desde la cordillera al mar sin necesidad de tratados ni pasaportes  literarios. Cabe aquí invertir energía y fuerza verbal en presentarlas por sus  obras, por sus hechos y que estos urdan su contexto particular, fuera de  escuelas críticas, movimientos y apreciaciones estéticas, donde la sociología política  y el chisme social son el dato y la cita, más que el mecanismo fino y único de  la poiesis y la lectura del mensaje que resulta. La pluma y la yerba mejor que  el micrófono y el parlante, más amigables y paralelos a la escritura, más  libres y fiables. Lunas en una eternidad de noches cantadas. Es la poesía la  más alta de las conexiones con otros mundos. Un misterio cuyo peso es atávico e  ineludible, como la muerte. En las Artes, las bellas, las sencillas e inspiradas  artes, la lírica otorga el más completo ejercicio al espíritu, por lo que lleva  de muerte/soledad/contemplación/belleza. Y para densificar más la idea que  ronda en este rodeo, si nos dedicásemos más a filosofar en ella, que a  calificarla, calibrarla y criticarla basados en tantos superficiales  indicadores modernos, estoy segura que no estaríamos situados-as hoy en una  minoría, por el contrario, el sentido común tendría mucho de poético.
         Dicho  esto no queda más que dar algunas luces biográficas sobre la poeta que le da  sentido y forma a este escrito. Ella es Elvira Hernández, pseudónimo o más bien  heterónimo, como ella misma definirá en una entrevista de 1997[1], de María Teresa Adriasola. María Teresa nace el año 1949 en  Lebu, pueblo minero de la Región del Biobío.  Estudió en su lugar natal y luego hace cursos superiores en Chillán, cambiando  de provincia, de mar a cordillera. El nombre Elvira lo elige por lo arcaico, y  el apellido Hernández por adopción de una familia que la recibía de infancia.  Elvira, la arcaica, siempre fue inquieta, reconoce, y desde pequeña sintió  desasosiego, escuchó historias en sus andanzas que le habrán marcado con lacre  el espíritu, el ánimo. Por una coincidencia cargada de señales conoce en la Comisaría de Chillán al famoso Chacal de Nahueltoro y junto a él y a un  Teniente es fotografiada siendo parte de ese extraño trío. Tenía 10 años. Luego  vino la reflexión existencial, a partir de un Chacal que ella vio  “terriblemente desvalido” y de otras historias  humanas que conoció en esa Comisaría, en sus calabozos. A partir de ahí,  conoció también el insomnio, que la acompañó en adelante.
        A los 20 años, habiendo sido confidente de “muchos  adultos sufrientes”, ingresa a estudiar Filosofía. Era el momento  de la revolución estudiantil francesa y no había tiempo para la reflexión,  muerte súbita. La que sería para nosotros Elvira, la arcaica poeta de  Lebu-Chillán, pasa a la acción, con la consigna  “Hay que transformar el mundo”. Acción  política, no social, rehúye fiestas por escribir, por entender su propio  trabajo que hasta ese momento no pasaba de imitaciones de clásicos. Elabora su  primer escrito, Meditaciones físicas  para un hombre que se fue, irrestrictamente inédito por azahares y vueltas  ásperas de la propia vida política. La que sería Hernández, que se cambiaba de  ropa luego de hacer la cimarra y dejaba su mochila en la casa de los Hernández,  y pasaba por la Comisaría de Chillán a mover unas tablas por donde entraba a  jugar a un patio, es detenida y ahora por sus propios actos y no como testigo  de los de otros. Tuvo fortaleza para afrontarlo y luego cae en la nada. Y esa  nada lo fue todo.  Nace el cúmulo de  cúmulos. Y la crisálida María Teresa es ahora Elvira Hernández, la mariposa blanrrozul  que aletea en torno a la Bandera de Chile.
        Cito a la autora:
        
           “No  tengo obra, tengo trabajos. Obra es la vinculación directa entre tu trabajo y  tu sociedad; reconocida relación recíproca con crítica de por medio: muchos  estratos que están actuando. En el momento en que el poeta pasa a ser parte de  nuestra riqueza, ya tiene obra y ya no lo pueden dominar. El que uno tenga una  buena crítica, no convierte eso en obra. Juan Luis Martínez en el momento en  que escribe, se plantea el enmudecimiento de su poesía. Parto del hecho de que  Chile tiene grandes voces, pero ya las voces cesan y viene el reinado de la  escritura, que es otra lengua. Juan Luis se sitúa en ésta como adelantado con La nueva novela. Después de esto, ¿qué  se puede escribir?”
        
        Pese a la  admiración que la poeta parece sentir por Juan Luis Martínez, y a la influencia  que su trabajo pueda tener en el de Hernández, el contexto de la Bandera de Chile me parece más real situarlo en la década del  80’, liderada por el régimen o dictadura militar, y todas  las consecuencias reales, proyectadas o revisionistas que este periodo tiene,  en lo que hay de poesía en Chile. A pesar, insisto, que el oficio de Hernández  bien cabe, nutre y no destiñe en discursos, ideas y trabajos escriturales más  visionarios como el de Martínez, el creacionismo de Huidobro, la  experimentación con la palabra de Cecilia Vicuña, entre otros poetas. El  trabajo de Hernández cabe aquí no tanto por una incursión experimental en la  palabra o en el caligrama. Ella más bien parece trabajar con la palabra tal  cual es, la oración con una sintaxis normal, lógica. Digamos que el conjunto de  palabras que disfraza o interviene o neologiza en la Bandera de Chile no es tan definitivo como para situarla en  una experimentación  a secas, pues ahí  perdería lo que tiene de símbolo su objeto cultural, y por tanto de vaso  comunicante, aunque sea parta contradecir su importancia, su envergadura, su  inmaculada sensación de objeto de facto, la bandera. Donde puedo estimar su  atmósfera menos convencional es más bien en el hecho mismo poético, la hazaña  de tomar un elemento tan cargado de significaciones en muchos sentidos y  hacerlo materia poética, volumen, forma, fondo, altura, ancho. Es ese mismo  ejercicio que hace 19 veces en la página 32 de su libro [2]  IZAR ARRIAR .Una  rutina que lo expresa todo. A fin de cuentas, la hablante lírica es una  atrevida cuyo atrevimiento mayor a mi parecer es que, y ahora sí poniendo su trabajo en el  contexto real que le corresponde, para bien o para mal, siendo injusto para  ella o no, más real al justo momento en que ella escribió La Bandera de Chile, izada en lecturas durante 10 años antes de ser arriada  a la publicación, el atrevimiento de haber agarrado este símbolo patrio, por  decir lo menos, y soltarlo así cuando de solo recordar la atmósfera de esos  primeros años 80’ da escalofrío. Ella pertenecería a la Generación del Roneo, donde unos pocos y pocas que permanecieron o  simplemente vivían en Chile escribieron y publicaron, pasando y pasando sus  trabajos de mano en mano. Leerlos también daría escalofrío. Mi pregunta es cuántas  de esas escrituras resisten el paso de tiempo, que lo único que hace es  correrles el horizonte escénico tan abruptamente, que, sin quererlo, ellos  pueden volverse involuntariamente arcaicos. Cuántos trabajos de aquellos  resistirían una lectura cargada de este contexto de 30 años después, sin pasar  por el calificativo de rancio, pasado, pretérito, comunismo, etc. En realidad  la pregunta clave al hablar de visión poética es ¿cuán vigente está la obra?
        Me  parece que La   Bandera de Chile es de una vigencia  y de una inteligencia muy particular. Hace muchos años me convencí de que la  región del Biobío es prolífica y generosa en poetas. Elvira Hernández, de esos  pagos y lares nacida y criada, suma a esta idea que me agrada mucho. No es  tanto un tema de cantidad de poetas sino más bien de la calidad chilena de esa  poesía, una particular vibración artística, un genio muy nacional. La Bandera de Chile difícilmente podría haberse configurado en un poeta o en  una poeta citadina desde nacimiento. Porque en la ciudad, y para todos lo  efectos designaré como ciudad solo a Santiago, no se ve del todo La Bandera de Chile. Porque la ciudad difícilmente tiene celebraciones  vernáculas, no celebra su propio aniversario, porque la ciudad al fin y al  cabo, híbrida, siempre work in progress, está desvinculada de aquella que de  capital representa: el territorio. La Bandera de la  ciudad en este libro “está a un costado, olvidada” (Pág.18) Apenas se le  dedican unos versos pocos en esta página, el resto me parece es todo territorio,  simbología, nación y exclusión. Es un libro breve e intenso. Y al respecto  tengo 3 ideas centrales sobre el libro, ideas distintas en cuanto a lo que  recupero como información del libro a lo que han escrito sobre el libro  académicos-as.
        Primera. A pesar de todo lo expresado  en cuanto a la belleza de la lírica  y  las reivindicaciones a la poesía, creo que he elegido uno de los libros menos  estéticos líricamente hablando. La Bandera de Chile no me emociona ni me conmociona con versos  bien puestos, rimados. Lejos de eso parece lija el paño a veces. Y eso me atrae  de una manera misteriosa, porque en ese  misterio opera el mensaje, baña el significado, perpleja la vista, me pide  guardar algo, y retirarse sin dar la espalda.
                    Segunda. Una BANDERA femin-izada en  la observación de su comportamiento, de su sentido, de su olvido. Feminizada  por la innegable autoría del escrito, y por ende su baño de significaciones, su  nueva mirada a un objeto más del mundo de la guerra, de la milicia, de la  nación por la razón o la fuerza.
        Tercera. La gran amplitud de su frialdad y su nihilismo. Y  con esto concluyo. El libro en este tiempo, justamente en este tiempo en que la  política del pueblo, ingenua y vanguardista en paralelo, habla de cambios, de  asambleas que nunca le han permitido tener, de renacionalizaciones, mira y es  mirado como libro ¿de qué manera en este contexto furioso y demandante? Porque  calidez  no hay en esas páginas, ni  reverencia, ni elegancia, ni mentiras tipo calmante para el invierno. Del porte  de la Bandera que pongas en tu casa cuando izas en las fiestas si  es que izas, es la significación de esa bandera propia que nos muestra el  libro. La Bandera de Chile que está frente a La Moneda, por ejemplo, qué expresa frente a este libro,  escrito el año 81’ con una empatía autoral que desborda mucha ternura.  Podrá ser  no simpático ni de bello  lenguaje el libro porque no es un Himno ni una Oda, y la Arcaica no nos quiso mentir. Así que me pregunto ¿qué camino  recorrerá la Bandera de Chile dentro de la poesía chilena? Cierro con  el final 
          “La Bandera de Chile declara                dos puntos
            . . . . . . . . . . . . . . su silencio”
         
         
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        Citas
        [1]  Diario La Época, Suplemento Literatura y Libros. Entrevista Domingo 29 de junio  de 1997 a Elvira Hernández por  Virginia Vidal (QPD) La entrevista está a publicada en sitio www.memoriachilena.cl 
        [2] La Bandera de Chile, Elvira Hernández. Libros de Tierra Firme,  Buenos Aires 1991, con Prólogo de Federico Shopf. Publicado en sitio www.memoriachilena.cl 
          
        
        Bibliografía  de Lectura
        ¿Qué  es una Bandera y para que sirve? A propósito de la Bandera de Chile de Elvira Hernández. María Inés Zaldívar. En Anales de Literatura  Chilena, Año 4, Diciembre 2003, Número 4, 203-208. Publicado en sitio www.memoriachilena.cl