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Visiones de un Aisén narrado desde el Ñire Negro

CG. Parés Fuentes




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Apuntes que anteceden a las visiones

Ha pasado tiempo, ha corrido solo (y fantasma), como el tren del libro Aysén: La Estación del Olvido. Ha volado en medio de una lectura y otra el espíritu de varios escritores entrañables que pertenecieron a aquellos parajes codiciados, aunque esté —bien en lo personal y quizá algo sola a estas alturas—  en contra de esa identidad subterfugia y servil, recargada de localidades o reducciones de la geografía unida a la experiencia humana, para hacer Literatura. Ha pasado el tiempo, desde la última vez que escribí para esta página, con ocasión de la muerte del escritor nacido en el Baker en 1943, Enrique Valdés Gajardo (http://letras.s5.com/cp060111.html) De eso hace ya 5 años. No sólo se fue Valdés, que puede haber sido, hasta ese momento, el escritor (masculino) más conocido de los lares aiseninos o que puede seguir siéndolo aún perfectamente. Antes se fue el irrepetible León Ocqueteaux Díaz y luego, con Bitácora del Barco Errante en camino de edición, se fue Guillermo Vas Naranjo, ambos poetas vivientes por largos años en la comuna de Chile Chico. Este vagón es así: Araya, B. en 2006; Ocqueteaux, L. el 2009;  Valdés E. el 2010 y  Vas Naranjo en el 2011.

Y así como podemos escribir, y quizá debamos hacerlo, en la muerte, podemos escribir en su opuesto, en el nacimiento de algo, ya que en el de alguien sería difícil intuir su oficio o profesión futura. Los hijos de los escritores, de las escritoras además de los propios hijos e hijas biológicas o de crianza, son los libros, las obras, aquellas enigmáticas charadas del tiempo personal. Danka Ivanoff Welmann, una entretenida escritora de historia de Aisén, con 10 libros ya en su producción, alcanzando el record de Valdés, ha dicho algo muy cierto hace apenas unos días: “Bueno, en mi caso yo no escribo para que profesionales de la historia me admiren, yo escribo para la gente de nuestra región, para que la gente de edad recuerde cosas y los jóvenes aprendan cosas. La historia en si es apasionante, y yo trato de hacerla amena, sin tecnicismo, sin utilizar un lenguaje que no pueda comprender un hombre de campo, una dueña de casa o un estudiante”. (Entrevista completa en http://www.eldivisadero.cl/noticia-35330).

Viniendo de ella, la primera autora contemporánea de Aisén en tener un libro (descargable) en Memoria Chilena, sitio de la conspicua DIBAM, es para no creerle  y asombrarse. No es porque no sea entretenida para la gente común, pues de nuevo lo digo y doy fe de que lo es, algo que escasea a ratos en todas partes. Si no porque sin quererlo, sin pretensiones académicas al menos formales, de esas que lustran de pies a cabeza muchas veces a varios de sus colegas, logra ser reconocida también por “la academia” de una u otra manera. Y qué importante es en épocas en que se pontifica sobre igualdad y multiculturalidad, escribir intencionadamente en sencillo, a prueba de universales. Ahí tiene un punto la estimada Danka, como lo tuvo Araya, como lo tiene Aleuy y sus huellas profusas. (http://www.eldivisadero.cl/las_huellas)


Editorializando la cultura, pasado y presente

Ha llegado hasta la presente versión de FILSA (22 de Octubre-08 de Noviembre 2015)  Ediciones Ñire Negro, editorial cuyo romance, embarazo, parto y familia ocurre en la región aisenina, con centro en Coyhaique. Con un infante catálogo, ya sabe de pequeños éxitos editoriales, de esos aciertos de la intuición que debe tener un buen editor, toda vez que cuenta con la Novela o el relato novelado del libro Almas en el Río, del poeta nacido en Nehuentúe, Eleododo Sanhueza Ramírez, que ya tiene una 2da edición en dos años, un record, un fenómeno reconocido. Algo que parece evidente e innegable, y entonces sólo hay que navegar a piacere la corriente que circunda, acomodarse en la habitación amplia de la grandeza escénica, a observar, como si mirásemos nubes cargadas de agua.

Para mí, que algo conocí de estos esfuerzos al borde del planeta, es grato tener la oportunidad de mostrar parte de esta proeza editorial, no para victimizarla con el canto pegajoso del esfuerzo, el aislamiento y la provincia lejana. Hay que dejar de abastecer la literatura escrita en el sur, especialmente la de Aisén, con pesados y memoriales adjetivos que pertenecen en exclusiva a un tiempo que ya fue y a un grupo de personas que ya hizo lo suyo y que dejó su estampa. Abrió el camino, hizo la huella para caminar y hoy toca descolonizarse un poco, crear con masilla fresca moldes literarios no sólo nuevos, sino que propios, generacionales tal vez, que respondan a una actualidad mucho más matizada que pura, como era a la que le cantaban varios poetas de hace décadas y a la que le escribieron breves narraciones algunos hombres de palabra que sin nacer ahí  —excepto y vuelvo a él brevemente—-  Valdés, que hizo el camino contrario y se educó fuera de la región, retrataron las pericias de hombres y mujeres típicas, autóctonas, que vivían casi normalmente si no fuera por la presencia desbordante de la naturaleza, sin el peso de ser personajes o ser la cara del baile o del asado para la foto del turista. Vivían no más, y quizá nunca se enteraron de que inspiraban textos. Algunos de ellos también escribieron y hoy sus obras se reeditan para incorporarlas a un canon un poco impuesto por el peso de los concursos y de los financiamientos de Gobierno para todas y cada una de las actividades culturales que se hacen en base a la identidad y lo que sea que eso signifique a estas alturas de palabras tan saturadas.

Nueva Narrativa

Almas en el Río, es un libro categorizado como Novela. Me permito darle una vuelta a esto, sabiendo que muchos libros que se escriben hoy entre un género y otro, son clasificados como Novela, un poco por prestigio autoral, un poco por marketing, un poco porque se han bajado las altas barreras de todo y la literatura ya no pesa lo mismo, ni es la exégesis de unos cuantos iluminados. En este caso estamos frente a un cruce de géneros, una especie de guión documental que muestra con nombres y fechas a las víctimas y a algunos de sus familiares: fichas o resúmenes de los casos, acciones y voces que se mezclan con al menos dos personajes centrales ficcionados pero que no son desarrollados con profundidad, quizá adrede en la intención general del autor, de su causa. Personajes que son colocados como hilos de una historia a la que se le saca trote narrativo, sin duda, pero sin esa contundencia que dejan las tradicionales historias noveladas, cuando se cierra un libro. Podría ser un cuento largo, o una nouvele policial o aldeana. Lo leí, sin embargo, como un Relato. Un importante relato. Quizá es la contemporaneidad con el autor y con las muertes, esos extraños sucesos impunes extrañamente hasta el día de hoy. Pero si se recorre la historia de Chile a largo y ancho deja de ser extraño lo de las muertes que no cuadran con el relato oficial. Quizá esa contemporaneidad con hechos tristes, escalofriantes como la entrada a La Parabólica, en el libro. Hasta ahí todavía se sentía la lectura como ir a caballo en el trote de la muerte, en el momento de llegar a ese momento se produce un cruce con la maldad real y todo eso que te parecía antes hasta entretenido en el pulso de contarlo con los expedientes numerados, cuando pasas por la Parabólica pasas por una crudeza negra, cinematográfica, de cuervo, de pueblo malo norteamericano, lleno de asesinos y que se llama Puerto Aysén, y nunca se ocultó en la novela, como tantas cosas que no lo hicieron y me la hacen inverosímil, pese a la inmensa carga real y por lo mismo quizá. Frente a eso me quedo con el relato, pero me encanta la narración. Benito Foisy tiene una endemoniada intimidad. Una frase genial o simpática es cuando al principio hay un experto opinante lo que ayuda al autor en su fuero personal a enviar un mensaje generacional, contemporáneo otra vez, con una finta bolañesca con la que sale jugando. Es una novela pese a lo dura, muy íntima. La intimidad y unidad que logra darle de principio a fin a su relato, pese a que se pierde un poco en la mitad, en el clamor de algunos diálogos muy precisos, que no llegan a entorpecerlo porque va unido un todo en un tejido firme, chilote si quieres, de esos grandes chalecos pesados donde si sobra un poco no le hace y si hay hoyos tampoco. En ese sentido sí es una novela, y es una novela cálida con su personaje principal: tranquilo, observador, siempre con miedo, desde el principio pero con la gallardía necesaria para construir la historia de su personaje imbuido en las muertes de todos y todas ellas, diría en un final magistral, tierno y por eso nunca lo hace predecible o nunca de una manera consciente; el relato metiéndose en el río, en el río de la muerte a cientos de kilómetros de distancia de todos sus contribuyentes. Es cálida esa muerte, nos hace pensar en la muerte de ellos y ellas de una manera que ya no se siente tan sola o espeluznante, como la niña del camino a Cisnes, o de nuevo la Parabólica. Todo ello también la convierte en una novela. El personaje por sobre la realidad común, la cuota grande de información que lleva pero que al convertirla en obra corre el peligro de que la historia de los casos de los jóvenes de Puerto Aysén termine siendo una ficción que se traspase de generaciones en generaciones, impunemente. Y la conozcamos por este libro, y la conozcan en decenas de años más por este libro, sin probarse nada, sin saberse a ciencia cierta más que lo que cuenta el autor, no sin preocupación y respaldado por lo que parece ser una investigación, al menos una lectura de los hechos, de los incidentes relatados en sus fuentes jurídicas, en las impresiones de la gente, en la moral del autor y de su Sherlock amigo. Será conocido el relato por no ser los hechos entendidos y castigados como corresponde. Al igual que Santa María de Iquique, al igual que Bajo Pisagua.


Creo que este es el riesgo o el peligro más palmario cuando hay un cruce de géneros: el riesgo que corre el texto de perder intensidad o identidad de género pendulando la historia y el estilo de un lado para otro.  Todo lo anterior sin embargo no pesa más allá de una disquisición literaria, pues la obra en sí mantiene intactas sus virtudes propias.

Está bien escrita, con un notorio empeño en llegar con sencillez a prácticamente cualquier lector, a pesar de que es dura te cobija, hay una intimidad con la casa, la pieza del hotel, se agradece esa calidez del personaje que logra Eleodoro durante todo el trayecto del libro hasta su fin y despedida, un vaivén con todos ellos.

Otros títulos para otras lecturas.

Luego del éxito literario de este libro, como el origen y consecuencia de una energía y fenómeno expandido que tiene que ser retribuido, sanado y compensado con igual intensidad y compromiso, viene del pañuelo de otro profesor, de un profesor de diferente materia- un aliento de ungüento que cura el alma algo herida con las almas del río. Así nace la idea, la cura en ocho libros bellamente dibujados con historias de ovejas y lanas de todos colores, los que toman mate en sus diferentes versiones, guanacas pintadas en murallones del pasado tehuelche; la amistad de un niño de la pampa del corral con un huemul, hasta la vejez; la naturaleza quemada que sana en manos de duendes como una memoria de la magia, al estilo de la literatura infantil de los países invitados a esta versión de la Feria, en especial de Suecia, con Selma Lagerlöf, la primera mujer en obtener algo que en los últimos 20 años se ha hecho más común, no tan raro: el Premio Nobel de Literatura. 

Encontramos también entre los cuentos la historia de unos niños amigos y un amor entrando a la adolescencia, y la resistencia de un hombre solitario y gruñón que descubre la risa con sus vecinos. Un grupo de animales que queriendo seguir lo humano descubre lo mejor de sus ritos, lo que no siempre se ve o que no siempre está.


Con binomios o nidos la Colección “Cuentos del Ñire”, Primera Colección de Literatura Infantil producida en la región, es una sutil muestra de Aisén, de un poco de lo mucho por develar a los ojos de los más pequeños, de las jóvenes y niños, de las niñas y los jóvenes que van creciendo en una tierra de ensueño, y que quizá aún no lo sepan, porque no la han viajado, no se han detenido a escuchar a un viejo, no han caminado en medio de los bosques o no han bailado chamame con la compañera. Es bueno abrir el cajón del Ñire, como el armario de C.S. Lewis en Narnia,  enterarse de qué hay allá, al otro lado, leer esos dibujos que saltan y comen la vista edificada con suaves lomajes y espesuras, ver esas historias que desenvuelven una tierra desde la estrella del alba a la estrella nocturna.

El fomento lector que tanto se intenta empoderar y goza de recursos y discursos a destajo, necesita de un tamiz diverso a la  industria, a la moda, a la producción en serie de un encanto que no siempre tienen o logran los cuentos infantiles de hoy, forzando el lenguaje como si fuera un elástico, produciendo estudios y doctorados para penetrar mundos tan sutiles a los que sólo se penetra con el alma liviana y natural, sin tanto racionalismo. Quedarse con el encanto del cuentista, de la ilustradora, de los cuentos y los dibujos que los corresponden. Nada más que eso, la sencillez de venir a contar historias.

Poesía, Madre de todas las batallas

Para terminar esta ya larga comunicación, un poco de Poesía, presente en no más de 3 ó 4 libros de la Editorial, y por consiguiente en la versión en desarrollo de FILSA. Un libro que no tiene registro vernáculo sino que aporta una mirada- de vuelo- comedida y algo colonial. Un aire de la zona central se adentra en la alforja de un caballo cansino que nos hace llegar al paraje donde un ángel de alas hechas, como el hombre de El silencio de los inocentes, que zurcía su cuerpo con pieles de otros cuerpos, se deposita en Quemar la Alas, de Mauricio Osorio Pefaur.  Enmienda una estadía, más bien emigra como los pájaros que recorren grandes distancias y uno de ellos, lisiado y apartado de la banda, sin la perturbación y maldad cinematográfica del hombre de la película, perfecciona la herida de la soledad, la herida de la memoria, decide bajar y quedarse en esos campos que lo harán alerta, distante e infiltrado,  para volar a ras, gallina, revuelto, graznado. Otra intimidad que vale una mirada intrusa de vuelta, al sobaco, a las alas como manteles raídos y páginas mercurio para depositar las plumas de otros pájaros.

Un servidor de las vallas, o un espantapájaros, que se acurruca entre moscas para hacer la faena. Cose, camina como un ave de corral, un ángel caído a su humanidad,  anuncia que se va y que cuando llegue al confín de su destino quemará o intentará quemar las alas, salir del alma del futuro como cenizas al papel. Qué más puedo decir de un canto breve y hermenéutico.

Todo esto contribuye a disponer un momento muy especial en la literatura aisenina, revitalizada con un brote generacional soplando brisas frescas, muy frescas, desde el bosque de Ñires.



 



 

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Visiones de un Aisén narrado desde el Ñire Negro.
Por Carmen Gloria Parés Fuentes