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Pezoa Véliz, Poeta de los Marginados
NADA Antología de Carlos Pezoa Véliz. Ediciones UDP, Santiago, 2012, 125 páginas.
Por Soledad Rodillo M.
http://laferiadelasvanidades.blogspot.com/
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Para Carlos Pezoa Véliz (1879-1908) la poesía no debía ser inofensiva ni sublime ni preciosista. La poesía debía mostrar, delatar, hacerse parte de “la miseria y la injusticia” que se desbordaban por Chile a comienzos del 1900 y que parecían resaltar ante la llegada del incipiente progreso. Por eso sus temas más recurrentes fueron la inequidad, la explotación de los campesinos y la pobreza, y sus personajes favoritos, las víctimas de este mundo más moderno: aquellos a los que la sociedad tachaba de vulgares, insignificantes y marginales, y todos los que “han rozado la parte suculenta del banquete humano sólo con el deseo”.
Como cronista del infortunio, Pezoa Véliz reparó en las vidas anónimas y en los personajes relegados de la literatura y de la sociedad. Escribió de vagos, campesinos, prostitutas, mendigos y borrachos, “con los ojos bien abiertos al entorno social de su tiempo, que era mayoritariamente pobre, y pobre tirando a miserable”, como apuntó Manuel Vicuña en el prólogo de Nada, la antología de Pezoa Véliz que acaba de publicar Ediciones UDP, “y esto sin escudarse en las nociones de recato o buen gusto inscritas en la estética preciosista”.
Desesperanza
No se tienen mayores datos sobre la infancia de Carlos Pezoa Véliz, salvo que nació en Santiago en 1879 y que a sus pocos años fue dado en adopción. Sobre su preparación académica se sabe que estudió en varios colegios y que a los 19 años entró al ejército, de donde desertó al poco tiempo para volver a su vida bohemia. Su obra, que había sido publicada sólo en periódicos y revistas de la época, fue recopilada en 1912 por su amigo Ernesto Montenegro en Alma Chilena. Más tarde, en 1927, Armando Donoso recopiló poemas y artículos periodísticos en Campanas de Oro, y en 1957 Nicomedes Guzmán amplió esta recopilación y publicó Antología de Carlos Pezoa Véliz. Ahora Ediciones UDP publica Nada, una antología cuya selección estuvo a cargo de Germán Carrasco, y que incluye poemas como Nada, Alma Chilena y Tarde en el hospital, además de obras en prosa.
Los poemas de Pezoa Véliz muestran una visión desencantada del mundo y de la vida, y un sentimiento de fatalidad que son temas recurrentes en la literatura modernista a la que el poeta se acerca en determinados momentos, y que se hace parte de un período histórico y social de crisis, guerras y profundos cambios sociales. Carlos Pezoa Véliz siente la injusticia desde su nacimiento, cuando es adoptado por un matrimonio mayor, que le da una casa pero no afecto. “Su educación es descuidada como la de todos esos pobres seres que se recogen de la calle, más por satisfacer una egoísta afección paternal que por los deberes que impone la verdadera paternidad”, escribió Ernesto Montenegro en Alma Chilena. En ese mismo prólogo, Montenegro nos hará una pincelada de la adolescencia de Pezoa Véliz, marcada por sus “merodeos por los barrios lejanos”, donde conocerá la pobreza de quienes viven en “el jergón de las viviendas de favor” y donde pasará hambre y frío como muchos en esa época.
Ante este mundo injusto y cambiante, Pezoa Véliz se siente desamparado e intranquilo. Y esta incertidumbre puede verse en su poema Nada, que habla del hallazgo de un cadáver en la calle del pueblo: un joven que nadie conoció pese a que solía pasar por la ciudad-, y que nadie parece echar de menos, por estar todos inmersos en sus propias preocupaciones.
Fatalidad
“En medio de una sociedad abrumadoramente materialista y tan satisfecha de su falta de ideales, el poeta [del modernismo] se siente como un expatriado, y aún como un perseguido”, escribió Mario Rodríguez en El modernismo en Chile y en Hispanoamérica, y esta concepción –que viene del Romanticismo y nos recuerda a Allan Poe y Baudelaire- va a darle al poeta, por un lado, la sensación de encontrarse fuera de este mundo cruel e inhumano, y por otro lado, la libertad para poder crear poesía desde su rechazo del mundo y sobre su distante relación con él.
En sus poemas, Carlos Pezoa Véliz nos va a mostrar en gloria y majestad a este poeta abatido de fin de siècle: al vate enamorado de la mujer mundana –de la prostituta, de la corrompida-, un poeta pobre, miserable y hambriento, y que ve en su destino sólo tristeza y fatalidad. Y va a recrear –como en Nocturno- el ambiente de esta bohemia dolorosa: un ambiente corrupto con enfermedades, alcohol y miseria- y similar al que describe Dumas en La Dama de las Camelias y Murger en Escenas de una vida bohemia.
Su poesía va a recurrir a los motivos más clásicos del modernismo –como la imagen devastada del mundo o de la mujer fatal-, pero también va a estar influida por una fuerte mirada hacia Francia –de sus lecturas de Baudelaire y Zolá-, por unos claros vistazos hacia la cultura greco-romana, y también por una profunda mirada a su interior: a su país, a las costumbres chilenas, a la vida de campo y al tema social de la injusticia y la explotación campesina. “Pezoa Véliz mezcló la tradición de la lira popular, de las décimas voceadas en las plazas y en los mercados, con expresiones de la cultura más prestigiada y canónica”, escribió Vicuña en Nada, “y todo mientras incursionaba en los ámbitos de la emergente industria cultural masiva”.
Este multiculturalismo, que a su vez es sincrético con la conciencia artística de otras latitudes, se ve reflejado en el uso recurrente que hace del francés y de las imágenes que llegan del París bohemio del siglo XIX, como cuando habla de buhardillas, burdeles y cafés o insiste en asimilar a la criolla Ana –en Nocturno- a una parisién. Es una poesía con opio y tuberculosis -como la poesía europea de la época-, con mandolinas y golondrinas - símbolos del Modernismo-, con alusiones a los dioses griegos y a personajes de Víctor Hugo y Daudet, y llenas de citas a Lamartine, Huysmans, Cervantes y Quevedo.
En ese sentido, no es extraño que su obra sea diferente de la de sus contemporáneos, pues a los motivos ya explicitados, él fue capaz de agregar humor e ironía, incluso a los poemas más dolorosos y melancólicos; conjugar evasión y arraigo en un mismo poema –como en Nada-, y mostrarnos -en un entorno campesino- la impersonalidad de un mundo que se dice “moderno”.