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Desamparo eterno
Tierra bravía. Carlos Pezoa Véliz. Garceta, 2018, 103 páginas.
Por José Ignacio Silva
Publicado en Las Últimas Noticias. 22 de febrero de 2019
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El primer avistamiento que el ciudadano común tiene del poeta Carlos Pezoa Véliz es la imagen lánguida de alguien que reposa, sin mucha esperanza, en una cama de hospital mientras afuera todo se moja con la lluvia. Se conoce poco más de él, salvo los rasgos más pintorescos de su biografia, así como su poesía y periodismo autodidactas, y el "malditismo" que rodeó su corta vida.
La obra de Pezoa, dispersa en periódicos y publicaciones sueltas, se comenzó a reunir poco después de su muerte, ocurrida en 1908. Así, hacia mediados del siglo XX aparecieron los compilados hechos por Nicomedes Guzmán, y otro por el crítico Raúl Silva Castro en 1964, probablemente el más reconocido. Ahí se incluyen las crónicas que Pezoa publicó en prensa, crónicas que el autor prometió, en 1905, aglutinar en un libro que se llamaría Tierra bravía. El poeta murió tres años después y ese libro no alcanzó a nacer hasta ahora, en esta edición a cargo de Cristóbal Gaete.
Este compendio es breve: seis crónicas de temática urbana porteña, con preeminencia del tipo humano de la calle. Se ve al pícaro amoral en "El niño diablo" ("Leyes del Estado, leyes de la Iglesia, leyes de Dios... A todas se las mete en el bolsillo de su chaleco") junto con los desamparados, y a "hombres sin ocupación, perros vagabundos, mercachifles arruinados, muchachos haraposos, empleadillos hambrientos" en "La calle de Viana". Sobresale "El candor de los pobres", una estampa harto severa: "Los maestros son unos infelices que ganan cincuenta pesos mensuales por enseñarles a los pobres la resignación, la esclavitud y la mentira". Pezoa propicia la insurrección, con una pluma combativa y amarga: "No hay más que una vida de eterno desamparo, donde para alcanzar la migaja de placer que os corresponda como hombres es fuerza que la arrebatéis a bayonetazos".
Gaete nos insta a ver a Pezoa —al menos al de Tierra bravía— como "un cronista chileno de principios del siglo XX" y lo que se lee en el libro es precisamente eso, el pormenor de un
país pobre en extremo, donde los más abandonados luchaban por sobrevivir. En cuanto a estilo, a pesar de que ciertas noticias biográficas se esfuerzan por encumbrar a Pezoa como un poeta que superó a Bécquer y al modernismo rubendariano, este libro confirma que el autor se mantuvo tributario de esos modos literarios. Están los rayos de luna, las tierras exóticas, las doncellas de belleza sin par. Además lo que se lee es, sin más, poesía en un continuum horizontal. Pezoa relata
lo que ve con desborde de adjetivos e imágenes, amaneradas modalidades expresivas propias de la época: "Es seguro que mucho antes de concluir el guardián su ensimismamiento de autoridad bobalicona, el niño diablo se ha cogido a cuatro tontos a ras de las faltriqueras y se ha ganado unos cuantos pesos en menos que dijo veinticinco cuartetas de zumba", se despacha.
Cabe remarcar las no pocas desprolijidades que contiene el volumen, visibles en cursivas y comillas faltantes y palabras sobrantes, entre otros deslices. Por ejemplo, "El estero de Marga-Marga" en el índice se consigna como "Malga Malga"; en "El niño diablo" (texto particularmente descuidado) se habla de "callanería" y "despejado", mientras que en las antologías de Armando Donoso y Nicomedes Guzmán se lee "canallería" y "despojado", amén de que la versión de Gaete omite párrafos enteros, sin explicación. Una lástima, pues la idea de hacerle justicia a Pezoa Véliz es del todo loable, pero un expediente que no está a su altura no lo es tanto.