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ENCUENTROS Y DESENCUENTROS

Clemente Riedemann

 

Centrado en reuniones de discusión durante las mañanas y las tardes; y lecturas al mediodía y por las noches, el encuentro se inició con la atmósfera de ánimo precavido que suele vincularse con la ausencia de expectativas. Asimilado el impacto de saber que “veinte años fueron nada”, los escritores chilenos abordamos la tarea de conversar sobre nueva educación;  ética y política; reconocimiento social del escritor; e impacto de los nuevos medios editoriales. Fueron conversaciones tranquilas, desapasionadas, con pocas ideas y casi ninguna esperanza, debido a que la mayoría de las demandas eran muy similares a las planteadas hace veinte años.

Las propuestas y recomendaciones del encuentro dan cuenta de lo siguiente: mayor inclusión de la literatura chilena e inserción del pluriculturalismo en el sistema educativo; la reconstitución de espacios para el desarrollo de la sociabilidad literaria; instalación de una política de difusión y de reconocimiento de la creación literaria y sus autores en todas las regiones del país; nuevos estilos de gestión para la Sociedad de Escritores de Chile; formulación y evaluación de nuevas políticas públicas en el ámbito del libro y la cultura, teniendo como base la creación de un observatorio del libro.

Escuché a Ennio Moltedo agradecer en la Plaza Pinto el reconocimiento a su obra entregado por la sociedad de escritores de Valparaíso y pensé en el desamparo de este oficio luego de toda una vida dedicada a la escritura; al respecto, Eduardo Llanos y Elvira Hernández estuvieron de acuerdo en sus aprensiones sobre la creación de premios regionales de literatura. Ambos señalaron que ello podría significar una pérdida para la calidad de la escritura. Quizás no lo saben, pero ese tipo de opiniones trabaja a favor del centralismo y la exclusión; en la Piedra Feliz, Waldo Rojas dibujó un mapa de París y apuntó el lugar donde vive en su barrio de Belleville. Le pedí que incluyera unos versos en el boceto y él gentilmente accedió a escribir en francés algo que traduzco así: "Bella vida en Belleville, / la vida hermosa en el barrio/con miles de vidas donde / está la mía que me habita".

Jorge Montealegre me contó en un taxi sobre sus avatares luego de salir de la institucionalidad cultural; Hernán Miranda leyó una noche unos horribles poemas donde parodia las baladas de Villon; Alejandro Pérez mostró su afecto por el idioma alemán en una caminata nocturna en busca de cigarrillos; Antonio Gil mató con su atuendo de jefe de la mafia de Palermo; Andrés Morales presentó su antología de poetas de los 80’s y recibió reprimendas por decir que la Editorial Quimantú estaba muerta; José Angel Cuevas no dijo nada, a pesar que tiene tanto que filosofar sobre todo lo que significa ser chileno en Chile; Germán Carrasco continúa con su gestión de sacar los choros del canasto a quien se le ponga por delante, aunque el interlocutor no sea choro ni tenga canasto para plantárselo a él en la cabeza; Carlos Cociña sigue amable y mantiene su mirada errabunda, pero está más flaco e irradia una melancolía feroz; Eduardo Parra persiste en su postura enhiesta, amorosa, como el héroe cultural que es.

Juan Cameron las hizo de director de escena y estuvo a la altura, olvidado de sí y brindándose para el grupo; Álvaro Inostroza me regaló su libro Hablar de memoria, donde cuenta cómo es la vida familiar de un escritor después de los sueños incumplidos; José María Memet está robusto, sigue profiriendo maldiciones tras sus gafas y ya casi no dice puras frases célebres; Malú Urriola se ve seriecita, parece muy concentrada en su obra, que ahora es menos actitud y más literatura; Cristian Vila hizo como que no me quería, a pesar de las tremendos carretes que nos hemos pegado en Punta Arenas, cerca del Polo, en la soledad total del mundo.

Virgilio Rodríguez, gran señor, el afecto espontáneo. Me traje al sur su aire bueno, bello e inteligente; Eric Pohlhammer, hermoso y alegre, tal como lo recordaba. Nos tocó leer juntos en La Sebastiana en un día de sol bellísimoy fuimos vecinos en la fugacidad del baile en La Piedra Feliz. Escribir no le ha hecho daño, acaso porque escribe desde la alegría de vivir; María Inés Saldívar me dijo: “Estás más serio”. Le respondí: “No estoy serio. Soy feo”. Pero parece que no creyó que era un chiste; Federico Shopf sin el glamour de antaño, pero con su cabeza intacta, lúcido en su valoración de la literatura y una mayor presencia del afecto en su cercanía personal. La vida nos quita, pero también nos da. Lo importante es mantener aquello que dio sentido al viaje.

Pensé: “Esta es mi especie”. Pensé en Linneo. Los escritores somos acá unos marginales heroicos. Casi nadie piensa el país y el mundo como nosotros lo hacemos, desde la pertenencia, la alteridad, la sensibilidad, lo micro y lo macro, lo sincrónico y lo diacrónico. Digo, con el compromiso existencial con que lo hacemos. Nos hemos jugado la vida en este pensamiento. Pero al poder le importamos un comino. A menos, claro, que vendamos muchos libros o cuestionemos ese poder.

Y, así, a unos les ceñirán coronas de olivo y a otros los pondrán en la cárcel, como a Manuel Olate. Sin embargo, tener el poder de escribir, ojalá lo mejor posible, continúa siendo una manera de hacer que la vida valga la pena. No se está nunca sin pensar, lo cual honra a la especie. Y a veces se experimenta el amor, fugaz o permanente, lo cual expande el espíritu. Le pone a uno en situación de acabar con todas las páginas en blanco que se pongan por delante.

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(c) Clemente Riedemann
(c) SURALIDAD Antropología Poética de Chile 


 

 

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