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La perplejidad en la última novela de Cynthia Rimsky

Por Maria Belen Bascuñan


Los perplejos, es el título del tercer libro de Cynthia Rimsky (1962); le anteceden La novela del otro y Poste restante. Cuando me lo topé por primera vez, sentí intriga por saber qué anunciaban esas palabras. Al toparme con el adjetivo “perplejo” acompañado sólo por el artículo “los”, percibí el libro como un texto confuso, habitado sólo por personajes dudosos, inciertos e irresolutos, sin un motivo explícito.

Luego, ojeando el libro, no encontré pistas que iluminaran una primera aproximación hacia argumento. A diferencia de lo acostumbrado, no se divide en capítulos sino en “partes” sin un rótulo (parte I, parte II, parte III, hasta el número VI). Con un poco más de información entendí que el título hace referencia a otra obra literaria: Guía de los perplejos, texto del siglo XII, atribuido al cordobés Rabí Moshé ben Maimón (Maimónides). Esta alusión es el punto de encuentro de dos historias biográficas ficcionalizadas, que intercaladas y narradas en tiempo presente —pero con ocho siglos de diferencia entre ellas—, se entrelazan en la novela. Una, es la de Maimónides; la otra, se basa en el diario de viaje que escribió Cynthia Rimsky mientras investigó la vida y obra de este autor.

Si bien Los perplejos aludea una “guía”, las 385 páginas del libro están desprovistas no sólo de indicaciones temáticas para el lector (ya que las “partes” no señalan más que el ordenamiento de éstas) sino también de un nódulo dramático que nos adentre en el argumento. No obstante, en algunos pasajes se esboza un espinoso argumento, que de “parte” en “parte” se desarrolla, y que en las siguientes líneas resumiré.

Ambos personajes, movidos por una necesidad existencial, inician un viaje incierto e impostergable. La búsqueda de una respuesta trascendental en la palabra, es lo basal de esta relación. Maimónides busca esclarecer el significado de las Escrituras para redactar un compendio. Se propone iluminar al pueblo judío, que se encuentra bajo el poder musulmán, a través de la lectura de las Escrituras. Ella busca dilucidar la vida comprimida en el legado literario de este filósofo, para reconstruir su relato de biográfico. Motivada por descubrir alguna verdad en La guía de los perplejos, se dispone a escribir una novela acerca de su experiencia con este texto.

Por el siglo XII, el culto de los judíos fue prohibido por los musulmanes, y Maimónides decide emigrar junto a su padre, el Juez. Inicia así una travesía de diez años en dirección al Mediterráneo con el objetivo de guiar a judíos y conversos desorientados, y enseñarles a comprender la Ley. La recepción de sus enseñanzas no lo satisface, pero no renuncia a su llamado. Ella, por el otro lado, se ha ganado una beca para la creación del libro; tras un período de poca productividad decide arribar a Córdova para buscar respuestas en los lugares donde anduvo el filósofo. El desplazamiento físico por países euroasiáticos, también común en ambos, es la vía para concretar estos propósitos; pero en este viaje, descubrirán dos puntos de inflexión que despojan a la palabra de luminosidad: la arbitrariedad del significado y la impotencia frente al dolor.

Una vez iniciado el viaje, ambos viven una tormenta. Maimónides en un barco, cruzando a Fez, y ella en un avión, con destino Venecia. La tormenta se presenta como una experiencia, pero también como figura de lo que traspasa un límite; algo que desdibuja la diferencia entre lo real y lo imaginario, y desacredita el valor de lo certero. Maimónides piensa que la inteligencia es un atributo insuficiente para leer, porque descifra el sentido literal de la existencia, y no facilita una comprensión en el reverso de las cosas. Especula que el pecado de Job habría sido no entenderlo.

Si bien Maimónides insiste en la objetividad de una verdad única en las Escrituras, el mundo en el que se mueve da señas de lo contrario. En Alejandría los rabinos carecen de claridad para explicar la Ley, y se muestran ambiguos frente a las inquietudes de la comunidad. Por otra parte, redacta la Guía de los perplejos con el propósito de indicar el significado del Libro sagrado, pero es rechazada por las autoridades, que alegan la parcialidad de sus premisas. Los rabinos se preguntan cómo llegó a esas deducciones, que son cuestionables.

La palabra, en ambas historias se presenta como un objeto opaco, incapaz de guiar e iluminar una verdad o un propósito único. Ya advirtió Barthes que “Por el simple efecto de la polisemia (estado rudimentario de la escritura) el compromiso combativo de una palabra literaria es, desde su origen, dudoso” (56). El personaje que representa a Cynthia Rimsky comprueba una y otra vez esta premisa, y anota que “Noche tras noche, dispuesta a leer lo mismo, la representación era diferente […] Cada vez que intentaba pasar de la lectura a la hoja en blanco me encontraba con que el foco de la novela se había desplazado” (Rimsky, 69).

Maimónides busca explicar a un joven de Abbas el sentido de conservar el nombre, a pesar de las presiones políticas y religiosas de los musulmanes en el poder; la importancia de no renegar la ascendencia, la cultura, la religión, y un joven le interroga: ¿y usted cree que aun es posible el honor?” (Rimsky, 143). Le es entonces encomendado escribir una guía de la Ley para los perplejos. Ella, una vez en Córdova, y luego de asistir a un decepcionante congreso de filosofía medieval, padece una desazón: ¿qué vino a buscar a  este lugar que no pudiera encontrar en los libros que leyó en Santiago?

Terminada la redacción de la Guía, Maimónides pierde a quien fue más cercano: su hermano Daniel. Él se estaba en un viaje de negocios iniciado años antes, con motivo reunir el dinero que Maimónides requería para subsistir, mientras redactaba el compendio de la ley. Al filósofo no le alcanza el entendimiento para enfrentar este acontecimiento inesperado. Durante los siguientes años guarda silencio, y se dedica a borrar los rastros del libro que escribió. Maimónides, empecinado en una lectura trascendente, tropieza olímpicamente con la finitud de las cosas. Su motivación por la lectura pierde lugar, porque la palabra es impotente frente al dolor.

El panorama es desolador. Según la experiencia de Maimónides, la errancia y perplejidad de los habitantes de Fez, Abbas, Alejandría o Ayalón, no se esclareció con su interpretación del Libro sagrado. En este último lugar el filósofo fue recibido en una mansión, levantada en medio del desierto, por su primo Josefo, y su mujer, Helena. Ella intenta sobreponerse a las circunstancias, educando en la Ley a hijos de inquilinos no judíos. Pero es juzgada por Maimónides ¿desde qué lugar se manifiesta? ¿Con qué derecho enseña las Escrituras? Ella por su lado, recorre Belgrado y se pregunta si lo que está frente a sus ojos no serán sombras. Se enfrenta con atisbos de algo inconmensurable, algo que no conoció en los viajes imaginarios que los libros le proporcionaron. Constata los rastros del bombardeo sufrido en 1999, que formó parte de la Guerra de Kosovo. Luego en Montenegro, país involucrado en la Guerra de Bosnia, hace amistad en un bar con el “personaje de la barra”. Es un ser sombrío, atrapado en un pasado marcado por la culpa y el dolor. ¿Para qué escribes? le pregunta a su amiga. Desencantado del mundo, ha cerrado las puertas a las palabras, y se ha instalado en una suerte de purgatorio. Ella anota, “El hombre que pasa las noches contemplando el error del mundo no necesita palabras” (Rimsky, 365), y decide dejarlo, para volver a Santiago y concretar su proyecto.

En general, las vivencias de ambos personajes de la novela son desalentadoras, pero no todo está perdido. En la sexta y última parte, él y ella desconfían, cada uno a su modo, de la posibilidad de una tutoría al lector. A pesar de que la investigación que ella emprende para encontrar “luces” a favor de la elaboración de su novela no ha sido exitosa, no está dispuesta a renunciar a escribirla. Por otro lado, la intención del filósofo de transmitir un sentido trascendental de las Escrituras en una “guía” fracasa; pero sus palabras no perecerán.

Vuelvo a mi interés inicial por el título, y compruebo que efectivamente es un texto equívoco, habitado, en su mayoría por personajes inciertos e irresolutos. Pero hay algo más. El discontinuo argumento de esta novela se nos aparece como un diálogo imaginario entre Cynthia Rimsky y el autor de la Guía de los perplejos del cual resulta una inversión a dicha referencia literaria: Los perplejos apuesta por una lectura sin guía. Testimonia, en ese sentido la inoperancia de una tutoría en la lectura. Al aludir en el título de la novela al compendio medieval y suprimir la función “guía”, la autora anuncia su perspectiva relativa a la luminosidad con que la razón y la religión se presentan en la tradición judeo-cristiana. Como Helena, extraña en tierras adversas, y carente de la autoridad que propicia la sabiduría, se descubre, pero sin paralizarse, ante un gran signo de interrogación.


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Bibliografía

-Rimsky, Cynthia. Los perplejos. Santiago: Sangría, 2009.
- Barthes, Roland. El placer del texto. México: Siglo XXI, 1996.

 

 


 

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