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Un lobo ceremonial. Lobo Atado de Luis Marcelo Pérez 
Cerrojo Ediciones, 2016
        Por Carolina Reyes Torres 
 
          Publicado en https://poesiaycritica.wordpress.com/  26 de Marzo de 2017
          
          
        
        
          
            
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          La poesía erótica siempre es un gran reto, ya  que debe ser tan milenaria como la escritura misma. Safo escribía poesía  erótica, hasta la Biblia en el Antiguo Testamento contiene su dosis de erotismo  en el Cantar de los Cantares, por solo dar algunos ejemplos de antigüedad. El  desafío entonces es mayor. Es el camino que toma Luis Marcelo Pérez  (Montevideo, 1971) con su poemario Lobo Atado, publicado por la  editorial chilena Cerrojo Ediciones. En veinte poemas nos sumerge en la  atmosfera de la intimidad, breves poemas que van junto con algunas difusas  ilustraciones de cuerpos que nos ayudan a entrar en el ambiente amatorio.
         Estos veinte poemas también podrían ser  considerados veinte pequeñas narraciones de una historia mayor, ya que en los  primeros versos se establece ese comienzo entre dos personas, ese salto al  vacío que en realidad ninguno de nosotros tiene tan claro a donde va conducir  al final, pero donde la pulsión del deseo ya está presente: “Muy temprano /  vencimos el no te conocía / tu falda, mis pies / el café y aquella taza /  derramada (21). Deberíamos acotar que quizá estos veinte poemas, de forma  inconsciente, nos remiten a los veinte poemas de amor de Neruda. En donde en  esta ocasión, Pérez mueve las estacas un poco más allá que el vate llevándonos  al erotismo puro.
         Siempre el juego va entre la ausencia y la  presencia. Ausencia que es recordada de forma febril: “El recuerdo de sus  pechos / esparciéndose por mi boca / me distrae / de la blanca hoja / en el que  le dedico / este poema” (19). El acoso fantasmal del cuerpo anhelado que  interrumpe como una tormenta neuronal cualquier actividad que desarrollemos en  el presente. Y la presencia donde el deseo se colma en la fusión, en una unidad  corporal que se vuelve un nosotros: “Arriba tu cuerpo, / debajo el mío, /  prendidos / por fuera, por dentro / más cuerpo, los cuerpos / los nuestros”  (25).
         Para hacernos entrar en el juego retórico de lo  erótico, Pérez ocupa muy bien varios recursos o vicios del lenguaje. Así, la  cacofonía “la hembra con hambre” (31) suena muy bien para ejemplificarnos el  apetito sexual de esta amante poética. A pesar del sexo, el gemido y el sudor o  el orgasmo, la palabra es parte fundamental de este juego ritual: “Conteo final  de la prosa / y el verbo” (37). La palabra acompaña el devenir íntimo amatorio  de esta voz poética varonil, atrapado en el cuerpo de la que ansía. Acorralado  prácticamente por el deseo y con la necesidad estética de no caer en lo  pornográfico. La voz es auxiliada por las palabras y la poesía, para completar  algunas escenas algo descriptivas, un juego de imágenes que es el propio lector  el que debe terminar de trazar: “Jugoso gusano / sujeta la poesía / que tu  lengua derrite / en el bronce de tus pechos” (37).
         El hablante poético habita varios aspectos del  deseo, si se quiere algo más descriptivo o duro, pero también hay momentos para  una inefable ternura y fragilidad, de parte de este rotundo amante: “Cuando  caiga la tarde, / si me dejas, te mostraré / todos los pasajes / que conjuran  la ternura” (41). La intimidad sexual como una práctica religiosa otra, que  lleva a otro tipo de creencias, posiblemente más primordiales y alejadas de  todo lo que entendemos por religión, es uno de los tópicos que aborda el  poemario. Un escéptico amante que al entrar en contacto con el cuerpo querido  logra llegar a su propio credo, desdeñando el clásico impuesto por el  cristianismo: “No creo / en el nombre del padre. / Creo en vos, / que sacudís  los bosques / cuando rezas en mi cuerpo” (53).
         El conocimiento a través de la experiencia y la  posesión a través de este conocimiento también es algo que aparece en el  poemario: “Conozco tu piel / como el azúcar al itinerario / de tu mirada” (55).  Nos da la impresión de un amante que sabe de su oficio amatorio, una virtud que  permanentemente habita en las fantasías sexuales de mujeres.
         Mención aparte es el intertexto concreto que el  poeta decidió darle a esta voz varonil. El lobo como otra de las expresiones  monstruosas atadas a lo sexual, recordemos tan solo Caperucita y el lobo,  se debe decir que asimismo en esa línea está el vampiro de Brian Stoker. Pero  también podría ser por algunas características biológicas del lobo, como por  ejemplo, la monogamia que en la mayoría de las especies existe, lo que se  podría interpretar a nivel humano como una férrea fidelidad. La  territorialiadad y lo sensorial de la especie podrían ser claves para entender  a este lobo, en este contexto, donde el territorio puede ser el cuerpo anhelado  y lo sensorial ayuda en el poemario a la descripción y al desempeño amatorio.  Lo medieval es algo más difuso de entender, puede ser lo esencial de la época,  un periodo con rudimentos técnicos muy básicos y donde el ser humano era  dependiente absolutamente de los ciclos de la naturaleza. Edad precapitalista,  entendiéndose la época que vivimos –de capitalismo en expansión- como el  resumidero de muchos de los problemas de salud que vivimos, incluidas las  neurosis y los problemas sexuales. D. H. Lawrence consideraba la era del  capital y la tecnologización extrema como el comienzo del fin de Inglaterra, el  resumidero de muchos problemas sociales,  incluida la mala vida sexual de  los ingleses de su tiempo, la cual no abarcaba al goce.
         El lobo del medioevo que tercamente repite el  culto amatorio, rendido y extasiado para fruición de su amante: “Me confieso,  soy el lobo medieval / que se desata desafiante / cada media noche en punto /  para abordar todo espacio posible /  y saciar tus instintos exaltados”  (63). Este el tono general de este poemario. Luis Marcelo Pérez con mucho oficio  nos sume en su erótica poética. Veinte poemas muy bien cuidados en el uso del  lenguaje, la metáfora y por sobre todo de no entrar en los lugares comunes de  lo sexual explícito. Celebramos también los intertextos; los visuales y los  escritos, en un tipo de poesía que por centrarse en los cuerpos y sus simbiosis  tiende a ser un tanto cerrada.