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Los Zapatos de Gamuza. Crónica de la muerte de Luis González, de Felipe González Alonso
Mar de Gente Editorial Cooperativa, Santiago, 2014. 76 pp.
Por Carolina Reyes Torres
Publicado en http://dosdisparos.com/ 15 de Enero de 2015
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La crónica roja abunda en los noticiarios televisivos del medio día: mujeres muertas, actualmente se les llama femicidios -en épocas anteriores eran los llamados crímenes pasionales- robos con intimidación, robos con muerte, entre muchos casos de carácter criminal. La crónica roja tiene su espacio en los medios audiovisuales, pero primero tuvo su reinado en los periódicos y siempre ha sido un recurso y una fuente de inspiración para la literatura: la novela negra se nutre de ella. Sin embargo no teníamos memoria de que también pudiera influenciar a la poesía. Este es el caso del poemario Zapatos de Gamuza. Crónica de la muerte de Luis González de Felipe González Alfonso (Santiago de Chile, 1980), en donde a través de sus poemas y con ayuda de imágenes fotográficas sacadas de los periódicos de época, reconstruye o re interpreta la muerte violenta de su abuelo Luis González que se desempeñaba como taxista a principio de la década del 60’ en Santiago de Chile.
El hecho se produce en el área de los Domínicos, actualmente el lugar está en medio de una comuna acomodada, pero en aquella época el sector estaba a las afueras de Santiago y con un marcado carácter rural. Allí, el asesino, ultima al taxista con tres balazos en la nuca. Este es el puntapié inicial que tiene el poeta para adentrarnos en este réquiem poético en honor al joven muerto que fue su abuelo. Uno de los poemas emplaza una de las tantas preguntas capitales, si es que el tema a tratar es acerca de la muerte, pero que se complejiza cuando se piensa en una muerte de estas características: “Cuanto vale un hombre encaramado a su vacío / sobre la nieve y el asfalto / con tres balazos en la nuca /-las manos destrozadas-/ un lobo/ sobre la nieve" (23) El precio de la muerte, de esta forma de morir brutal y dramática que corta el devenir normal de un individuo que en un lapsus de diez segundos pasa de ser una persona más, a ser portada de la crónica roja del año de 1961, y su tragedia personal genera ganancias en la prensa local escrita: “el diario de la tarde / con la fotografía de Luis González / muerto / cuánto vale” (23)
Aquí también hay espacio para la historia íntima de la víctima, porque evidentemente esto no solo se trata del difunto y de las causas de su asesinato, sino de los que quedaron, entre esos su esposa y sus hijos. Hay palabras para esos momentos íntimos y anónimos de Luis González y su esposa: “Luis González y Rosa Ordoñez / se conocen en la infancia. / El nombre de la calle: Toro Mazote. / Pero los diarios no registran la mirada, / el beso el abrazo / no figuran en la crónica.” (31) Una vida de silente estabilidad y tranquilidad jamás será portada de una crónica, el dulce anonimato solo es quebrantado por el horror de la sangre, solo entonces los focos, flash y grabadoras giraran a buscar la información, esa información que será portada.
El poemario de Felipe González es una verdadera instalación escritural en donde mezcla fotos relacionadas con el caso de su abuelo, pero en paralelo completa esta revisión personal de la muerte de Luis González con otros temas: otra historia de crónica roja, un episodio imaginario entre Isidora Zegers y Alessandri, una famosa vedette del Bim Bam Bum de aquella época, un episodio en la vida de Bertrand Russell y hasta el propio autor en el jardín del Luxemburgo. Estas otras situaciones poetizadas ayudan a encuadrar más el hecho de sangre del taxista dándole un contexto poético más específico y dan la posibilidad de hacer juegos intertextuales.
Es interesante en el caso del poema “Bertrand Russell incita a la violencia en las calles de Londres” habla de un episodio del filósofo, que termina con Russell encarcelado: “-apoyado en los barrotes junto a su esposa-, / Bertrand Russell se lamenta / por la inevitable, / por la inminente destrucción del mundo” (35) Bertrand Russell como un testigo lúcido y privilegiado que ve con horror como la violencia destruirá todo a su alrededor. Russell como un niño asustado que percibe el asesinato que se está cometiendo con la paz mundial y con el mundo. Y eso se anexa en el próximo poema cuando se habla de un niño testigo Luis Banda Galaz, el testigo de la muerte de Luis González, el que vio el rostro del asesino y a pesar de sus cortos años comprendió lo duro de la situación. Y como Russell entendió que tras la muerte de González un micro mundo familiar estaba en peligro de desmoronarse completamente.
El poeta aventura posibles causas de la muerte de su abuelo, hasta este punto de verdad estábamos encariñados con el taxista asesinado. Pero el personaje de Luis se vuelve poroso, inestable y contradictorio al entrar una tercera en disputa con alcance de apellidos: Gloria González. La chica de clase acomodada que descubre que más que novia fue amante de Luis. En un abrir y cerrar de ojos se pasa entonces del deseo a la muerte, del eros al tanatos, los celos en retrospectiva harán el resto: “Gloria González grito: / quiero verlo muerto / Destrozado / Quiero que lo maten” (55). De esta forma aparece en escena un heraldo extemporáneo de la honra familiar, un hermano policía que se entera de manera casual de la situación de su hermana -supone el poeta- y el policía metamorfoseado en hermano humillado de principios del siglo XIX, no decide batirse a duelo con el malhechor que profano la honra de su hermana, sino que contacta a alguien para que le de tres tiros a mansalva.
En el poema “Tanta desgracia cayó sobre nosotros” habla la esposa de Luis González, reflexiona con más distancia, los hechos que vivió con su esposo, habla de su honorabilidad: “Nunca llego después de las ocho” (67) y como buena hija de su tiempo tira todos los dardos de la maldad sobre la otra: “Gloria González lo seguía / siempre lo supe” (67). También se cuestiona de lo aleatorio y el sin sentido de la desgracia: "Tanta desgracia / porque tenía que tocarnos / a nosotros" (67). A pesar de todas las precauciones que como contra hechizo del mal tomaron: "Nos casamos por la iglesia (…) / y aun con todo eso / -la fe y las bendiciones- / ¡Tanta desgracia cayó sobre nosotros!" (67).
El poema “El sueño de Luis González” se puede entender como un sueño aislado premonitorio o el purgatorio personal de este personaje de no ficción, en donde su aleccionamiento consiste en volver a vivir todo otra vez, nunca olvidando “(…) los zapatos / los mismos de gamuza” (72) de su agresor.
Los zapatos de Gamuza. Crónica de la muerte de Luis González es un gran ajuste de cuentas poético con la muerte y con la memoria que hace este nieto sobreviviente, como una segunda parte de esta crónica roja. Si el sicario del policía hizo lo suyo con el taxista en 1961, cincuenta años después el nieto se toma revancha y venganza, ya no en tinta sangre, puesto que siempre esta se secara y convertirá en polvo, sino en la soberbia sublime de la última palabra, la escrita.