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El lumpen y su transición. Dolores o la inutilidad de todo, de Ignacio Borel
Emergencia Narrativa, 2014

Por Carolina Reyes
Publicado en https://poesiaycritica.wordpress.com/ 24 de Abril de 2016


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Dolores o la inutilidad del todo de Ignacio Borel (1978) es un conjunto de retazos testimoniales con los cuales escribe una ficción acerca de un asalto a un banco, hecho delictual tan en boga en los albores de la transición democrática (si quisiéramos ser más sinceros deberíamos llamarla posdictadura, término acuñado por Juan Pablo Cárdenas, director de Radio Universidad de Chile).

En nueve capítulos Borel hace esta puesta en escena, y nosotros caemos en la trampa de pensar el relato de una forma muy dramática al principio, con víctimas y victimarios definidos. Pero conforme transcurre la narración, esta división comienza a ser borroneada cuando comenzamos a tener más elementos sobre la mesa. La fragmentación se produce por la  organización de los capítulos  entre analepsis, flash backs y diarios ordenados a la inversa, entre otros recursos.

Luca y Romano Cordero son dos hermanos que quedaron a medio camino en sus vidas, con un padre delincuente muerto y una madre internada en el siquiátrico. Los Cordero quedaron a cargo de sus abuelos en Valparaíso. Como telón de fondo está la dictadura y el comienzo del primer gobierno “democrático” en Chile. Podemos ver las diferencias anímicas entre los dos hermanos, uno con más deseos de ser temperamental y otro más reflexivo. Luca quiere ser carabinero, pero no lo dejan por sus antecedentes y al tiempo decide entrar al servicio militar: “Glorita se acabó el duelo, me voy a presentar en el Servicio Militar y me voy a convertir en el mejor soldado que haya tenido el ejército chileno” (21). Lo intenta, pero no resulta, sufre un extraño accidente automovilístico en un camión del ejército, es dado de baja y con eso la esperanza de incluirse en la neo democrática sociedad chilena. Termina trabajando en una armería en Valparaíso, dirigida por su dueño, un fascista gerente de Banco llamado Ambrosio Bachman. Es él quien le propone a Luca hacer el asalto del mismo banco en que trabaja, ya que ha hecho algunos negocios y no han resultado como él quería.

Romano por su parte es de carácter más reflexivo e introspectivo, tenemos opción de ver algunos fragmentos de sus diarios en el transcurso del relato: “Tercera recaída, mucha paranoia, poquísima fe” (101). Pero el libro abre con Dolores, una mujer que para el tiempo presente del relato luce como una superstar no reconocida aun por la farándula: “¿Cómo luce Dolores Dávila esposada? Dolores Dávila esposada no parece una delincuente […] Dolores Dávila esposada más bien parece una fantasía erótica” (7). Enfrenta un juicio por ser parte de un atraco a un banco a principios de los noventa, donde ella alega inocencia. Para ese entonces ella es una emprendedora, tiene un café muy concurrido en Viña del Mar y unas inversiones en el extranjero. Ocurre lo de siempre, el dinero blinda a Dolores y al poco andar sale libre. Antaño Dolores era otra cosa, de una genealogía bastarda, hija de una prostituta con un cliente, se le puede ver como una sobreviviente.

Pero Dolores alguna vez fue parte de la vida de los Cordero, en particular de Romano, y si al principio todo esto se  ve como una traición, cuando llegamos a los retazos de su Diario de Muerte, entendemos que todo nunca fue mejor. Romano antes de cumplir los 18 años se convirtió en la pareja de Dolores, dejó el colegio y se fueron a vivir a Horcón. Y luego desde ahí partieron hacia España, pero allá la cosa empeoró de forma dramática: “Con hambre y Dolores llegué a Santiago luego de conocer el hambre, puedo afirmar que el hambre es aún peor que Santiago” (84). Romano y Dolores terminaron finalmente en el narcotráfico, posiblemente como dealers y adictos en La Coruña. La situación es desesperada. Por eso cuando Luca le propone a su hermano lo del asalto, él finalmente acepta, dado lo precario de su situación, y se devuelve con la chica a Santiago.

Y comienzan a pensar en el atraco y la posibilidad de tener esos millones dentro de sus bolsillos. Pero algo sale mal. Bachman y Dávila pueden escapar, pero Romano cae preso y Luca debe huir, junto con otro compinche, del lugar. La desgracia termina de cubrir al resto de la familia Cordero. Romano, después de un par de años, decide suicidarse dentro de la cárcel pública y Luca, al principio con un gigante delirio de persecución y temor, se sumerge en la clandestinidad.

Lo de Dolores es más extraño y ambiguo. Aparentemente salen con Bachman del país, luego se le ve en Buenos Aires y finalmente –después de algunos años– está de regreso en Chile donde ocurre el intento de juicio que rápidamente sus abogados y millones detienen. Por último, hay una conversación final entre Luca Cordero y Dolores pasado todo el desastre de principios de los 90 que los involucró a los dos. Él le recrimina la traición que le hizo a su hermano: “No debiste traicionarlo en el momento de su muerte no debiste dejarlo solo” (118). A lo que ella contesta con una frialdad glacial: “La muerte de Romano me importa menos que tú, su vida fue interesante su muerte aburridísima” (118).

Dolores o la inutilidad de todo puede ser leída en clave alegórica. Una terrible alegoría de esta transición post dictatorial que aún no sabemos dónde nos dirige. Como si se tratara de una ley darwiniana, aparentemente los más hambrientos de vida y estabilidad sabrán sobrevivir. La hija de la prostituta, una camaleona existencial que pasa por drogadicta, sigue por pobre, transita como delincuente, y novia de delincuentes, que finalmente deviene en empresaria y madre divorciada con un hijo. Ella es la metáfora del tipo de sociedad en que Chile ha sido transformado a la fuerza. Por oposición, los Cordero son la hojarasca que queda desechada en los grandes procesos sociales. Los que entraron mal ubicados a la historia y nunca supieron cómo mejorar su posición, abandonados a su suerte escuchan distintos cantos de sirena, que solo les conducirán a la perdición.



 

 

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