En mi casa no hay animales, esa fue una decisión de vida tomada por mis progenitores, no sé qué nivel de debate debieron experimentar para esa resolución conyugal. Mis padres si tuvieron relaciones con mascotas en su vida, mi viejo habla que mi abuelo solía tener gatos y cuando era más joven solía criar un gallo, que cuando cocinaba los domingos le tiraba restos de carne cruda para avivarle una especie de agresividad, quizá volverlo más matón entre sus pares, ahora no sé. En Otavalo, Ecuador, vi por fuera una gallera municipal, donde se realizan peleas de gallos, no me atreví a entrar, desde afuera se veía un poco oscura y me acordé de O’Higgins, nuestro prócer, que hizo todo lo posible porque se acabaran ese tipo de actividades. Claramente en Ecuador no resultó y como dice el refrán “si no puedes con ellos úneteles”. Los gatos fueron otro ítem, mi papá se acuerda del último animal que vio a mi abuelo con vida y que tuvo que pasar su funeral, «Minino» no entendía lo que pasaba, demasiada gente en un living y una caja de madera en la que podía ver a través del vidrio a su amo durmiendo, el testigo me asegura que el gato maulló toda la noche encima del vidrio del ataúd de mi abuelo.
Mi madre tiene su propia historia con los animales; a los siete años le regalaron un cachorrito lo apodó «Plinplín» y lo adoptó como su hijo perruno, hacía todas las cosas con él, menos ir al colegio, incluso dormía junto con ella. Un día que Plinplín un poquito más crecido quiso asomarse a la libertad de la calle, al ver abierta la reja de la casa salió disparado y en el instante fue atropellado y muerto por un auto. Mi madre vivió ese episodio como su primer duelo y frente al dolor inexplicable de la pérdida de su cachorro decidió en ese mismo momento, mientras veía los restos de Plinplín, de nunca más tener una mascota en su vida.
Cuando mi hermano y yo crecimos lo suficiente como para entender la dinámica de tener animalitos en casa le pedimos a mi papá comprar un perrito y él siempre nos contestaba a modo de bromar «para qué queremos más animalitos, con ustedes hay bastante entretención» nos decía jocoso camino a la feria o al supermercado.
Crecí sin animales a mi alrededor, aunque si con muchas plantas, el reino vegetal ha gobernado casi todas las casas en las que hemos vivido: cardenales, gomeros, rosas, ligustrinas, limoneros entre otros nos han acompañado como centinelas en nuestras vidas.
Al ser niños sin mascotas mi hermano y yo los convertimos en nuestros propios dragones monstruosos, mención aparte eran unos Dóberman que una vecina, bastante mala persona, se le ocurría soltar a la tarde en la plaza donde jugaban los niños, nosotros les teníamos terror, eran nuestras némesis. Una vez vimos el movimiento completo; la vieja amargada soltaba los perros y los animalejos después de un día entero encerrados salían disparados a correr por la plaza, ahí se armaba el revuelo. Mi hermano y yo estábamos en la entrada de la plaza, vimos la maniobra en su totalidad y nos arrancamos de vuelta a la casa de nuestra abuela, dejamos botado un monopatín nuevo, regalo de un tío para la navidad, cuando nos acordamos, pasado el peligro, volvimos a buscarlo pero lo perdimos irremediablemente.
Me dan algo de pena los animales en departamentos, un amigo me comentaba que tuvo una gatita sin esterilizar en su hogar y el nivel de sufrimiento de su pobre felina en la época de celo quedándose sola en la casa fue el fin de su relación con animalitos en su edificio. Debo decir que también me parece terrible lo de la esterilización, sé que ahora es un actuar de tenencia responsable, pero siempre pienso que es injusto el procedimiento porque nunca se sabrá lo que verdaderamente quiere la mascota.
Por otra parte le tengo un poco de temor a la gente que ama más a los animales que a las personas con estas frase del tipo “la verdadera fidelidad te la da tu perro” o cosas así, considero que es un rasgo de fascismo encubierto, nunca voy olvidar una película sobre la Segunda Guerra Mundial y los nazis, recuerdo que el más maléfico de la cinta, es decir, el general que administraba el campo de concentración, siempre tenía en sus brazos un gatito gris que acariciaba. Sin embargo, se sabe que en algunas personalidades sicópatas el camino de violencia pudo haber comenzado en la niñez cuando lograron matar de forma cruenta a un animalito.
Las mascotas son los reyes de las rrss, es posible pegarse horas frente a reels de perros y gatos en instagram o en otras plataformas y se hacen debates sobre quiénes son mejores si los gatos o los perros, me da mucha risa la razón de que los gatos ganarían esta controversia porque jamás estarán amaestrados por la policía para incautar mariguana en los aeropuertos, dando a entender que los felinos no serán nunca informantes de la autoridad.
Es bien impresionante el viaje existencial que puede operar en alguien que decide tener un mascota en su casa, parten por poseer una alta responsabilidad en los cuidados que le brindan, hasta comenzar la senda de la liberación animal aterrizando a un veganismo político y militante, denunciando la crueldad que se genera con los animales en la crianza industrial, las actividades tradicionales como el rodeo, las corridas de toros o los circos. Consideran a sus animales como un miembro más de su familia y así los lloran cuando fallecen. En nuestra actual constitución son considerados como objetos, algo así como muebles, los animalistas y algunos abogados ecologistas dicen que son seres sintientes, yo estoy de acuerdo con eso, por eso mi escrúpulo con la esterilización, hace poco hubo una posibilidad de cambiar su situación, pero no fue posible, para otra vez será.
imagen: Andy Warhol sitting with Archie. Por Jamie Wyeth
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Solorza. e-mail: letras.s5.com@gmail.com Mascotas. Por Carolina Reyes Torres