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Relectura: El amante de Lady
Chatterley
Por Carolina Reyes Torres
Publicado en Revista Intemperie. 7 de Noviembre de 2014
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Ya Anais Nin lo supo en su momento y tan embrujada fue por la prosa de D. H. Lawrence que le dedico una investigación de carácter no académica, a mediados de los 50 del siglo pasado, Henry Miller también haría lo propio ya entrada la década del 80. Y es que David Herbert Lawrence nacido en 1885 en un pueblo minero al norte de Inglaterra, hijo de madre profesora y padre minero, fue una de las puntas de la lanza para comenzar a derribar estéticamente los remanentes de la época Victoriana. Si Virginia Wolf y Joyce taladraron esa estética a través de la forma y fueron realmente unos terroristas literarios al hacerlo a través de la corriente de la conciencia, en el caso de Lawrence su modernismo, que en algunos casos casi se vuelve contemporaneidad, radica no tanto en una novedad en la forma de sus relatos, si no que en el contenido de los mismos.
Hablar de amor en la literatura es un tema difícil de abordar, pero si consideramos hablar de sexo, aun hoy a pesar de los más de 100 años de historia del cine de por medio y de toda la literatura erótica best seller o no que se haya editado, sigue siendo un tema aún más complejo de desarrollar. No por nada incluso hoy en día en Chile están en boga decenas de talleres literarios enfocados a hacer cuentos o novela erótica. Y esa fue la primera detonación de Lawrence como escritor, abordar el tema íntimo casi sin autocensura. Tema que se hace más que evidente en el caso del libro El amante de Lady Chatterley, una de sus obras más famosas y controversiales. Con fervientes admiradores y declarados enemigos, con una recepción literaria que ha cambiado según el paso de los años. Desde una aprobación por parte de sus lectores contemporáneos, la censura posterior del estado británico, su reposición en la década del 60 y previo juicio en contra de la editorial Pinguin que fue la que reedito sus obras, el asesinato literario que hizo la crítica feminista a esta obra y otras del escritor, hasta la reciente recuperación de la misma por parte de la crítica anarquista. Tamaño vendaval solo lo puede provocar un libro señero.
La historia en cuestión es acerca de Constance Reid, una chica de la alta sociedad progresista inglesa que se casa con Clifford Chatterley, perteneciente a la aristocracia terrateniente y se convierte de este modo en la flamante Lady Chatterley. El drama se sucede cuando una vez casados la primera guerra mundial estalla y Lord Chatterley debe ir al frente volviendo herido y como secuela sin la posibilidad de volver a caminar de por vida. Deciden que su residencia definitiva pasada la guerra serán las Midlands, tierras de minas carboníferas, minas que también posee la familia Chatterley.
La mansión de los Chatterley está anclada en medio de un bosque, es ahí cuando Connie conoce a Mellors, el guardabosque contratado por su marido para cuidar del lugar, que en definitiva y después de muchas páginas de libro se convertirá en su amante. Hasta aquí el relato pareciera desembocar en una novela erótica, y sin duda lo es, con cientos de descripciones explicitas de muchos de los encuentros que tuvieron Connie y Mellors.
Pero el libro no solo da cuenta de esa verdad personal entre ambos personajes, sino que también quiere mostrar el fresco de una época, época de muerte, la Gran Guerra, como se le llamaba a la primera guerra mundial, con más de ocho millones de muertos, estaba a la vuelta de la esquina en el recuerdo de sus supervivientes. No por nada el libro comienza con un estremecedor diagnóstico del momento por parte del escritor: “La nuestra es una época esencialmente trágica, por eso nos negamos a tomarla trágicamente”.
El capitalismo de corte manchesteriano parecía devorar a toda la sociedad inglesa, y el colonialismo británico azotaba gran parte de los confines en todas las direcciones de la rosa de los vientos. Y D.H. Lawrence estaba en contra de todo eso, en particular del capitalismo y como consecuencia la tecnologisación de la vida. Abominaba tanto de la revolución industrial que había de alguna forma mecanizado al ser humano, como de la guerra que hizo estragos en las juventudes de toda Europa y en donde la tecnología ayudo a la construcción de miles de armas que fueron ocupadas en esa última guerra de trincheras que fue la primera guerra mundial.
Lawrence consideraba a las culturas antiguas dignas de ser estudiadas, porque dado su punto de vista se enfocaban en las cosas fundamentales para el ser humano, entre esas una relación endogámica con las naturaleza y un acercamiento al sexo sin ataduras de ningún tipo. Lawrence creía en la sacralidad del sexo y en la fuerza del deseo como motores fundamentales, que una sociedad mecanicista como la inglesa quería acallar, pero que él veía casi como única vía de salvación, el reconectarse con estas dos partes: la naturaleza y el sexo. Y eso es lo que se puede notar en las páginas de este libro donde la conjura del deseo se realiza en medio de ese bosque que remite a otras épocas antiguas, la voluptuosidad y el verdor de ese jardín enorme, metaforiza la pasión que pilla de sorpresa a todos los protagonistas de la novela. Y que transformara el curso de sus biografías, no solo de ellos, sino que también del lector que asome por sus páginas.