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Serie poetas chilenos

CLEMENTE RIEDEMANN
(Valdivia, 1953)




.. .. .. .. .. .

REWIND

Siendo apenas un chicuelo  
fui instruido en la vulgaridad de las reformas  
en el desprecio por la revolución.  
 
En el Kindergarten había tipos que se burlaban de mí  
porque no tenía cartuchera de cuero  
sino un canastillo de plástico rojo  
para transportar mi sanguche de muss con nata fresca.  
Uno de esos forajidos es ahora alcalde de la ciudad.  
 
O.K. muchachos vengan a bailar.  
 
Sufrí crisis asmáticas hasta la edad de seis.  
Diez años más tarde me pescó una tebecé.  
Trastornos psicosomáticos al llegar la primavera.  
En diciembre debuté en la cama de una chica.  
A los veinte me pusieron corriente en los cocos.  
 
O.K. muchachos vengan a bailar.  
 
Contemplemos reunidos los hermosos amaneceres  
que en televisión han preparado para nosotros.  
Si cada mañana me levanto es porque estoy cierto  
que la vida me adeuda los días más felices.  
Y si acaso no fuese de ese modo mi destino  
me levantaría lo mismo de todas maneras.

 

 

ME LA PUSIERON FOME POR DELANTE

Me la pusieron fome y dura sobre el pupitre  
con cruces ahogada bajo una capa de barniz amarillento.  
En la mesa había un orificio hacia el noreste  
por donde huía, enflautada, la paciencia  
llevándose a rastra a aquellas reinas  
de cabello seco y boca dolorida, ensoledada.  
Me la entraron en pesadillas  
dirigiendo corros de huérfanas  
en las afueras de las cámaras de gases.  
Con sentimiento de culpa me la escribieron  
y nos la premiaron de puro avergonzados.  
¡Ay Lucila, por qué te engabrielaste!  
¿Por qué, en Chile, son tan pocos  
los qué se quieren como los nacen?  
Me la impusieron profesora y no poeta, ovalada  
en estampitas, con su Pentateuco y sus tacones  
hundiéndose de a poco en lodos meridionales.  
¡Cuán áspera y fea me la leyeron!  
Nunca pudo viajar conmigo su equipaje.  
Capitán de ríos turbios, buceador de oscuros  
lagos, vagabundo en Mehuín o Carelmapu  
nunca vi su rostro en la espuma de los mares,  
ni sus sonetos en la arena de la tarde.  
Me la ensonetaron de obituario y no la soltaron  
potranca golondrina bajo la lluvia de alas rumorosas.

 

 

ZULEMA EN GRIS

La ventana  
de mi pieza en Valparaíso  
no daba al mar; nunca vi las caracolas  
caer de rodillas en la playa  
expulsadas por el mar, ni produje  
sombra con mi mano para ver al tope  
las banderas de los barcos que traían automóviles.  
 
Chocaban con mi ojo otras ventanas  
que enrojecían al anochecer y que  
como flores mustias, por las mañanas se abrían  
mostrándome los pechos de unas señoritas  
que arrojaban orines sobre los gatos matinales  
de Valparaíso.  
 
Esos pechos eran para mí  
como toda la paciencia del mundo  
acumulada en los volcanes, un beso  
que la vida a diario me traía, más  
azules que el océano, más intensas  
que todas las batallas de la guerra  
y yo amaba esos botones a partir de  
las 10 A.M.  
 
Porque esa era toda la sal que yo tenía,  
el agua inmensa que aún ahora necesito.

 

 

LA CASA DE ZULEMA

Nunca pude entrar en la casa de Zulema. 
Tenía miedo de encontrarme allí 
en mitad de un fatal merequetengue 
con los huesudos talones de mi padre  
o de salir al patio para orinar 
codo a codo con el fiscal de la Corte. 
Una mañana vi parado en el umbral 
                                   a mi profesor-jefe.

Lentas nubes plomas interferían  
el libre acceso a aquella puerta.

Cierta vez, echando mano de todos mis ahorros, 
con viriles zancadas me dirigí a casa de Zulema: 
   Golpeé, 
con las cañuelas tiritando.

Tras la puerta, espada en ristre 
Gabriel Arcángel 
-“Entra. Te esperábamos.”

 

 

LOS CABROS CANTARON QUÉ PENA SIENTE EL ALMA
Y DESPUÉS NO SE ESCUCHARON MÁS CANTOS

Qué pena siente el alma cantaban los amigos
mientras dábamos vueltas por el patio
recordando los días del pasado.
A veces podíamos mirar sus cabezas rapadas
subir bajar detrás de los barrotes
sus manos tratando de comunicarnos un mensaje.
Otros días no se oía no se veía nada.
Las ventanas eran como televisores apagados
mientras dábamos vueltas por el patio.
Un lunes nos dejaron ver “Sábados Gigantes”:
Don Francisco sentaba a unos tipos en la silla
eléctrica. En nuestro grupo se oían sollozos
cuando el hombre gordo se reía.
Una tarde –me acuerdo- cuando las nubes se
pusieron rojas, los cabros cantaron “Qué pena
siente el alma” y después ya no se escucharon mas cantos.

 

 

EL HOMBRE DE LEIPZIG

El padre del padre de mi padre 
traía todo el mar en sus mejillas. 
No trajo papeles ni osamentas. 
Le quitaron su historia en las aduanas 
y venía de lejos.

Al llegar, sólo la niebla, 
pañal de maíz para envolver 
los viejos barcos de madera: 
la “Steinward”, el “Hermann”, 
el bergantín “Susanne” y el “Alfred”. 
Todos buscando el paraíso. 
Para todos, desengaño y selva.

(El daguerrotipo muestra a unas 
familias apiñadas y sin saber 
a qué atenerse. Allí dormitan en el 
suelo el hacedor de calamorros 
y la mujer del peluquero. 
También, un niño con paperas)

¡Oh viejos barcos de madera! 
¡Oh germánicos famélicos! 
Les prometieron la tierra 
pero la tierra tenía dueños falsos. 
Falsas estacas de papel 
y no auténticos rewes milenarios.

El padre del padre de mi padre 
hubo de hablar en otra lengua, 
gotear, de nuevo, el semen 
de la aurora. A fundar cosas 
es que vino el hombre de tan lejos.

Corral, después de un siglo 
pronuncio tu nombre en la mañana. 
Estoy de pie sobre una lancha 
arrojando trozos de carne podrida 
a las gaviotas.

Por aquí entró en América 
el perseguido, uno que no fue 
rico ni famoso, sino bello. Porque 
bello es todo cuanto sigue siendo, 
a pesar de la muerte, el deterioro 
y el olvido.

El hombre de Leipzig, el carpintero, 
me trajo a tierra en el lápiz de su oreja, 
de donde he bajado 
para organizar el mundo 
con palabras.

 

 

EL POETA HABLA DE SÍ MISMO

Si yo apareciera  
detrás de la puerta 
y me saludara 
sentiría miedo  
de enfrentar 
mis propios ojos 
con los ojos del que entra 
y no reconocerle.

Comprendería  
lo que ven 
aquellos a los cuales  
no amo 
cuando los miro  
con los ojos 
del que aparece  
detrás de la puerta 
sin sonreír.

 

 

MARATHON

Yo soy el atleta consumado,
mi  porvenir es brillante.
Los cronistas dicen que llegaré lejos,
mas –yo lo sé- no he de arribar
a meta alguna.
Vengo de la estación de policía,
de regreso al cementerio general.
Yo soy el corredor descalzo.
La ruta sembrada de cadáveres famosos.
Tras de mí, los vivos, atletas iracundos,
Desean procurarse –a mis costillas-
la victoria. Ellos quieren verme tropezar,
caer, escupir sangre; arrojan vidrio molido
sobre el asfalto, tachuelas,
ratas comedoras de uñas.
¡Rumas de periódicos y libros!
Pero no pueden matarme.
Pero no pueden matarme.
Porque no pueden matarme dos veces…

 

 

TE MIRAN EL CULO DESDE ARRIBA

Cuídate, Rodríguez,
que te pueden insertar micrófonos
del tamaño de una lenteja en las murallas,
en tu máquina de escribir, teléfonos,
citófonos, en tus propios slips,
camarada.
(Dispositivos colocados en máquinas de escribir
eléctricas transmiten las señales emitidas
por las teclas a un equipo decodificador
ubicado fuera de tu casa ((como quien dice
“in-put & out-put” al servicio de las fuerzas
del mal)) ¿Cachai?)

En serio, Rodríguez,
sin ánimo de bromear, los mensajes
de tu minicomputador pueden ser leídos 
por unos ojitos como de mina copuchenta ocultos
en su interior o por sistemas de intercepción 
estacionados a + de 1 kilómetro del lugar,
los que recogen sus ondas radiales sin hacerse
el menor problema (es que se trata de
equipos buena onda, loco).

Te pueden emitir rayos láser
focalizándolo en las ventanas
para leerte las palabras a partir de las
vibraciones que tu voz ocasiona en los cristales.
Micro-ondas dirigidas a las paredes pueden
capturar reverberaciones de casi todo lo que está 
sucediendo adentro, para que una computadora
(no la tuya) las analice.

Ojo con las fotocopiadoras: cámaras
–que miran como la Anouk Aimée en “La Cortina
Carmesí- instaladas dentro de ellas
pueden fotografiarte documentos que ingresan
suave silenciosamente a esas máquinas
maravillosas…

También, Rodríguez
–me duele decírtelo- satélites espías
te televisan el culo mientras fornicas,
efectúan acercamientos con sus zooms
para hacerte arte rupturista de retaguardia
con tus lunares, tus espinillas
y cicatrices desde el espacio.

 

 

AL TOQUE DE GONG

Ésta es una transmisión desde 
SANTIAGO ES CHILE. 
Todos conectados –los hispanos- a sus 
weltanschaaung de pordioseros. 
Al toque de gong, sírvanse encadenar. 
OK? 
(amén)

Happy togheter y sin hacer perro muerto. 
Inmersos todos en el potpurri eterno 
de los dioses pornógrafos y las misses 
universales.

Encadenados a sus sueños estándar, a sus 
opiniones estándar, sobre horizontes 
estándar, pugnan –los spanish- por un 
trato preferencial en las colas de acceso 
a la modernidad, 
OK? 
(amén)

 

 

LA ESPECULACIÓN DE LO PRETÉRITO 
 
Seguid viniendo a Santiago es Chile 
la capital de moda en SUDA América. 
Traed vuestros bártulos a cuestas. 
Instalaos en las periferias del sur. 
Que el párroco belga del lugar 
bautice a los nuevos retoños. 
 
Venid y resarcíos en los vertederos venenosos. 
Inhalad a pleno pulmón el gas 
que salvará la fruta para Miami i os 
matará como moscas. Aniquilad 
las pulgas del tigre tuerto, sordo i mudo 
que ingresa al zoológico de Wall Street. 
 
Venid, venid a los cómodos hipermercados 
a empujar como podáis el carro de la vida. 
Abandonad vuestras ciudadelas aguachentas 
donde la conquista de SUDA América 
aún no se ha consumado. 
 
Traed, para el viaje, una gallina muerta. 
Un guatero para preparar el té. Venid 
a fenecer entre el gentío anónimo 
que trepa los escaños sin mover los pies. 
Mejorad vuestra calidad de vida.  
Sed del montón que se consume en los 
centros comerciales sin saciar jamás 
sus ansias de felicidad. 
 
Continuad viniendo al gran Santiago: 
Os aguardan con las fosas abiertas.

 

CODO A CODO CON POMPIER

Grandes poetas conocí. A algunos entregué mi afecto. Otros pasaron a todo full, como trenes rayando zarzamoras.

Del brazo con una bailarina vi una vez a Neruda bajo los tilos. Parecía un hipopótamo. Con Nicanor entre murallas, froto a veces las antenas. “Dicen que ya he muerto” – riendo, cuenta.

Teillier habla a solas maravillado en su muerte forastera. “Soy una leyenda” – acaso bromea. Gonzalo aquí, acullá, siempre –los días van tan rápidos- el enigma no por frecuente es menos indescifrable.

La comunicación es difícil entre los comunicadores. Libro en mano, otro gallo escribe.

Conversé una vez con Pompier, pija en ristre en el urinario de la Biblioteca Nacional. “¿Te tiras a los leones?” –consultó. Parecía tenerle julepe al cariño. En lugar de llevarte las de abajo, Lihn les hincaba el diente.

Austero, puso el poeta otro dilema: “Puesto que estamos en confianza –ni un botón cabeceaba en su pecho- te digo. “Hay unos tipos ahí adentro, pero la sala está vacía”. Con el tintineo del orín pensé. “La musiquilla de las pobres esferas”.

Afuera, en la noche de Santiago, relucían los cuchillos.

 

 

CHAMACO VALDÉS

Porque chuteaste mi infancia hasta las estrellas 
del banderín que iluminó mi pieza oscura 
allá en los callejones polvorientos 
es que quiero escribirte este poema.

“Fuerte y a un costado”  –dijiste, 
seguro como la bala que ya inició su viaje 
y que un día incendiará mi carne  
tirándome de bruces en una cuneta.

O como el sol de la mañana 
que alumbra la panera 
mientras leo en el periódico 
una entrevista en que confiesas  
cómo deben patearse los penales:

“Fuerte y a un costado –dices- Es lo más 
seguro”. Así te llevé en el corazón 
durante los años en que la vida 
se agarraba con estoperoles a la tierra 
en la cancha del club Tricolor.

Ahora los dos estamos viejos. 
Yo recuerdo casi todos tus goles. 
Tú no sabes que escribo poemas.

 

STELLA EN EL CIELO CON AMANTES

A Stella Díaz Varín

Cuando Stella se vaya al cielo –porque allí tendrá que ir para alegrar con su voz ronca a los introvertidos ángeles de Dios- entrará con la cabeza echada un poco hacia atrás, como generala del chascarro y del aletazo y, seguro, de a caballo sobre el lomo de algún poeta de la muy cojonuda escuela de Santiago.

Y una mesa del Rosedal, una baranda del Cinzano y una pista de baile de La Serena o del Lago Yelcho tendrán que acomodarse a ella entre las nubes, para que la alegría no se entristezca nunca.

Seguro que los santos querrán confesársele a toda hora, envalentonados con un aguardiente de Colchagua. Y le oirán luego discurrir, embobados, sobre las peripecias de los escritores –los crudos, los cocidos, los demás- contemplando esa belleza a lo Bacall que se apuntala en su rostro y que produce en uno el impulso de avanzar hacia atrás en el tiempo para meterse en su cama por dos o tres días consecutivos.

Instalada ahora en su vejez, con ese espléndido aire de pistolera, dispuesta  a hacerle un hoyo en el pecho a cualquiera que escriba mal, que se pase de listo o que le falte el respeto, produce ella unas páginas aéreas donde se ve al hombre avanzando a duras penas por las avenidas, de poste en poste, con los ojos enrojecidos por la bruma emocional.

Sus amantes, por qué no, se han ido casi todos al infierno y olvidaron dejar sus nuevos números telefónicos. Pero los más jóvenes, los que no le pidieron nada a Stella cuando ella tenía de todo, la rodean ahora con su amor y le entonan esta serenata.

 

POR FAVOR, NO MAS RIMBAUD 

Hasta cuando amenazan con el adolescente maldito. 
Nunca tanto hubo de ser como le endiosan los que no pueden comprenderle. 

Ni se le lee, ni se le piensa, sino como una tristeza pasada de moda. 
Un amor de juventud que ya no erecta la pesadumbre de la carne.

Estar a solas con sus ficciones es suficiente para un hombre libre. 

Por favor, no más Charleville. Despegaos del charol, rameras. 
Enterradle -¡oh enterradle!- una estaca en el corazón.

 

 

ONE WAY PARA LA POESÍA DEL SUR

Adelante, muchachos. Nadie ha dicho la última palabra. Ni Aumen, ni el Loco Estero, ni Bataille, ni Baudrillard.

Muchos pueden anunciar, denunciar, renunciar. Pocos aprenden a vivir en este mundo como en el primer día de la composición.

¡Adelante! Ahí mismo donde fallece una calle, habrá de nacer otra en la imaginación.

Las cordilleras se levantarán. Los desiertos volverán a secarte a cabalidad. La antigua ciudad triturará al subway.

¡Adelante, adelante!, no hagáis caso de la gente. Escribid, no más, con tutti, a como dé lugar. Con un corazón de este porte. Con la cabeza como una sandía abierta al infinito.

 

 

NO ERES LA ÚNICA QUE USA GAFAS 
 
No eres la única que usa gafas cuando estás triste.  
Vi a otras mujeres en la puerta del mall  
que bien podrían haber sido golpeadas recientemente.  
 
No sé cómo hay tipos que tienen estómago  
para golpear a sus mujeres de cuando en vez.  
Ni sé cómo hay mujeres que pueden resistirlo  
y salen de compras con las gafas puestas. 
 
Tú y las demás deberían salir  
con sus moretones al desnudo,  
a ver qué pasa con la ciudadanía.  
Quizás sólo obtengan una que otra sonrisa.  
Quizás consigan un par de gafas gratis de Vendóme.  
 
Creo que debieran matar a esos infelices  
mientras duermen, después de haber visto  
cuatro partidos de fútbol al hilo.  
 
No eres la única y la producción de gafas  
continúa en aumento.  
Sólo cabe rezar por ti y las otras que van al mall  
con sus aires de diva y viéndolo todo oscuro  
un miércoles como éste. 
 

 

* * *

 

Clemente Riedemann (Valdivia, 1953). Estudio pedagogía y antropología. Es considerado uno de los poetas más importantes del sur de Chile. Sus textos aparecen en importantes revistas y antologías literarias. Entre sus libros figuran: Primer Arqueo, Karra Maw'n y otros poemas, Isla del Rey, Gente en la carretera y Coronación de Enrique Brouwer. En 1990 obtuvo el premio de poesía Pablo Neruda. Parte de su obra ha sido traducida al inglés y al alemán. Es autor de muchas letras de canciones del popular dúo "Schwenke y Nilo".



 



 

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