Cuando Cynthia Rimsky (1962) se enteró semanas atrás de que había ganado el Premio Herralde de Novela, uno de los más prestigiosos de la literatura en español, estaba en el campo. Trabajaba en una nueva versión de su novela «Clara y confusa», que narra la historia de un plomero que se enamora de Clara, una artista visual que pone restricciones a su relación, con la que obtuvo el galardón. Rimsky escribía en su casa de Azcuénaga, un pueblo rural a una hora y media de Buenos Aires, donde vive. En 2012 dejó su casa en Loreto con Dardignac, en Bellavista, para instalarse primero en la capital argentina y luego, años más tarde, en Azcuénaga, donde remodeló una casa antigua, corta el pasto ella misma, mantiene una cuenta en el almacén del pueblo y convive con invasiones de insectos como parte de la rutina.
"Fue súper sorpresivo. Nunca imaginé ganarlo con la versión que envié", dice Rimsky desde el Café Mosqueto, en Santiago. "Ha sido lindo porque mucha gente que no me leía ahora está interesada en leerme, y otra gente que me leía, pero en silencio, ahora habla de los libros. Ha validado una cierta lectura de mis libros".
Egresada de periodismo de la U. de Chile, Rimsky militó en los años 80 en el MAPU y la Coordinadora Nacional de Regionales del Partido Socialista. Siempre quiso ser escritora, y para ello se trasladó a Valparaíso. Sin embargo, reconoce que las noches en los bares, el alcohol y las drogas la alejaron de la escritura hasta cumplir 40 años, cuando finalmente decidió enfocarse en su oficio. "Ganó la luz, ganó el deseo de hacer algo conmigo", dice. "Lo que ordena es el deseo. No la coerción, ni una cosa moral, sino el deseo de escribir, de terminar un libro".
Hoy, Rimsky es profesora en la carrera Artes de la Escritura de la Universidad Nacional de las Artes de Buenos Aires, a la que viaja una vez por semana, y docente virtual del Diplomado de Escritura de la U. Católica de Valparaíso. Su trayectoria incluye títulos como «Poste restante»—donde la narradora viaja a Ucrania en busca de los restos de su familia—, «La revolución a dedo» —inspirada en un viaje a Nicaragua durante la Revolución Sandinista— y «Yomurí» —la historia de un padre que se niega a ser internado en un asilo—. Ha recibido galardones como el Premio Juegos Literarios Gabriela Mistral, el Premio Municipal de Santiago y el Premio a la Mejor Obra Literaria del Consejo Nacional de la Cultura de Chile, y también ha sido reconocida entre sus pares. Rimsky es contemporánea de Roberto Brodsky y Cristián Wamken.
—Fuguet dijo que la segunda persona con la que más temía encontrarse después de Pinochet en los ochenta era con ud. ¿Por qué?
—Le dije una vez que le encontraba toda la razón. Era muy radical. Era tremenda. Yo no tenía matices en términos políticos.
—¿Pero cuál era el temor?
—Por ejemplo, había una reunión en la escuela para decidir un paro y yo decía que había que ir al paro porque había que jugársela y estar en la primera línea. No admitía que había gente que podía tener otras funciones. Como ser más cálida y con más matices.
El reconocimiento del Herralde, que Rimsky comparte con nombres como Mariana Enríquez, Martín Caparrós y Roberto Bolaño, marca un hito: es la primera mujer chilena en obtenerlo.
—¿Se han acercado personas que antes no lo hacían?
—Me han dicho, sobre todo en Argentina, que se alegraron mucho porque sienten que la que ganó es una de las nuestras, como de este lado, no era alguien que se pensaba que iba a ganar.
—¿Cómo son las que se piensa que no se lo van a ganar?
—Tenemos un perfil más bajo, menos popularidad. Se habla menos de nosotras o en círculos más reducidos. Pero no estamos en la primera página de los medios, ni llenamos teatros, ni ninguna de esas cosas.
"El método es divertirme"
En más de una ocasión le habían dicho a Rimsky que su escritura era confusa, que no quedaba claro de qué trataba. Esa crítica la llevó a reflexionar sobre la claridad y la confusión, el eje de su más reciente obra. En ese proceso, relata, decidió bucear en sus raíces lectoras para entender el origen de la sensación de incomprensión. En un diario de vida que escribió a los nueve años, con tapas de cuero rojo y un candado, encontró una pista:
"Yo decía que me sentía incomprendida", cuenta. Y por otro lado, había partes que decía que no comprendía el mundo. La incomprensión viene como de muy atrás. Ahora dejé de sentirme incomprendida, porque lo encuentro un poco egocéntrico, pero me cuesta mucho comprender las cosas. Me cuesta mucho el pensamiento abstracto. Por eso en mis libros estoy trabajando desde la materialidad, desde cosas muy concretas. Mis libros nunca pueden asumir una postura frente a las cosas. Puedo construir una mirada sobre ellas, pero no tratar de explicarlas, las dejo abiertas. En este mundo están sobrando tantas explicaciones".
—¿Existe presión en el arte por explicar el mundo para alcanzar un público masivo?
—Hay una presión y hay una moda por la claridad, que las cosas sean muy transparentes, fáciles de leer, que tengan un solo significado, o uno muy claro, que cuando termines el libro y vas a una reunión social, digas: Leí un libro que se trata sobre esto y te pones a conversar sobre ese tema. Entonces, evidentemente, eso es lo que está en la superficie.
—En su libro «Clara y confusa», una artista rehúye a ser interpretada, lo que pareciera ser la razón de que sea excluida, al menos, por una crítica de arte. ¿Cuánto apela a su propia experiencia como autora?
—Cuando eres escritora, tienes libros publicados, se te presentan varias opciones para entrar al campo literario. Y cada escritor o escritora construye su propio camino. Algunos, por ejemplo, prefieren disponer de su tiempo en hacer relaciones sociales que luego les van a ayudar. Otros se aíslan y no les interesa el mercado, publican en editoriales muy pequeñitas y les da exactamente lo mismo. Mi camino fue escribir: tengo once libros publicados. Empecé a escribir a los 40, o sea, he escrito un montón. A mí no me gustan mucho las relaciones sociales ni ir a comidas. Entonces dije: voy a escribir pero voy a escribir mucho, cosa que no me puedan dejar de ver, no me puedan dejar de leer. Y ese fue el camino que hice y fui ganando premios, todos los premios que he ganado han sido por mi trabajo. Nunca me han dado un premio por otra cosa que no sea por un libro.
—¿Reivindica la idea de ser clara en su propósito a pesar de que esto pueda ser confuso para los demás?
—Lo que planteo en mi libro es que nunca hay claridad y confusión sola. Que la vida es una tensión entre la claridad y la confusión, y que pensar que uno está en una o en otra, es completamente equivocado. La vida es una permanente tensión. El equilibrio es el desequilibrio que trata de equilibrarse. Pero no hay equilibrio. Vivimos en una constante tensión entre la comprensión y la incomprensión, entre el rechazo y la aceptación y entre la claridad y la confusión. Pero ni Clara, es clara, ni el plomero es confuso, sino que es una tensión que vivimos todos y que quizás lo que plantea el libro es cómo reconocer el fenómeno.
—Ud. escribe de viajes. ¿Qué le ha dado el viaje a su obra?
—Los escritores y las escritoras somos personas que tienen una mirada, y es una de las razones por las que uno lee a un escritor y no a otro. Entonces los viajes me han permitido tener una distancia. Salirme completamente de este encasquetado chileno de si estudiaste en este colegio o vives acá. Pero, sobre todo eso, vas construyendo una mirada. Yo necesito distancia. Todo en mi vida me funciona cuando tengo distancia. Las relaciones familiares, las relaciones de pareja, las relaciones laborales, todo me funciona cuando tengo distancia y puedo ver las cosas separadas de mí.
—Ud. ha dicho, sin embargo, que se inventó la categoría de literatura de viaje.
—Es para que supieran dónde ponerme, pero no creo que hago literatura de viaje. Y ahí me empezó a ir mejor. Hay una tendencia a la necesidad de ponerte en un lugar. Esto es esto. Entonces lo puedo tomar. Sé cómo leerlo.
—¿Cuál es el método?
—El método es divertirme. Yo me divierto. Ya no me preocupa no saber de qué se trata mi novela, ya no me angustia. Al contrario, es un desafío. Me entretiene no saber adónde van las novelas. Y me han dicho que de esta novela, lo que más se aprecia, es que el lector se da cuenta que el escritor tampoco sabe adónde va. Y eso es muy interesante para un lector porque redobla la emoción.
"Está bueno discutir"
—¿Elogian en Chile a sus escritores?
—En España me decían que Chile era el país donde los escritores más se criticaban y se hablaba mal de ellos y entre ellos, que era tremendo, como provincia. Varios comentarios de gente que vino a Chile, y que si se juntaba con uno, no podía juntarse con el otro. Me quedé plop. Yo no lo veo tanto, porque vengo poco. No me meto en eso, mis amigos y amigas escritores tampoco, pero parece que es medio terrible y por eso he estado diciendo: corten la cosa. Es tan difícil, es tan precario ser
escritor, que además andar peleando entre nosotros, es una cosa rarísima.
—¿No es así en Argentina?
—En Argentina la gente tiene discusiones tremendas, pero después están sentados en la mesa, tomando un café y conversando porque está bueno discutir, está bueno pensar distinto. Está bueno enfrentarse, no se trata de hacer la cultura de los acuerdos en La Concertación, pero por eso no tienen que quedar enemistados y tener bandos. Esa es la diferencia, en todos los países se discute y en todos los países hay grupos de afinidades.
—A ud. la habían rechazado en varias editoriales antes de publicar. ¿Cómo se sigue siendo escritora después de que te rechazan en varias editoriales?
—Bueno, por eso es difícil ser escritora. Por eso la gente cuando me decía: Ay, tú eres una escritora Random. Bueno, Random me publicó «El futuro es un lugar extraño» cuando otras editoriales independientes no lo quisieron publicar. Y «Los perplejos» también me costó muchísimo publicarlo. La novela «En obra» y «Ramal» también. Es difícil sostener la escritura. Puedes escribir, pero sostener y tragarte esos fracasos... Mi segundo libro no es un buen libro y fracasar también es parte de cualquier proyecto, y es difícil y tienes que levantarte si te gusta, si tu pasión es esa. Hay que seguir mandando a las editoriales. Hasta que alguna te responda. A mí me ha pasado que los editores y editoras que me han publicado es gente que se enamora de mis libros. Sin ninguna otra consideración se lanzan a publicar. Tengo que llegar a ese tipo de editores.
—Hoy se discute sobre los trabajos que la IA podría reemplazar. ¿Ha pensado si podría eventualmente ser una amenaza para la escritura?
—No lo pienso porque esta discusión la he vivido tanto tiempo. O sea que el computador iba a ser una amenaza para los escritores. Primero la máquina de escribir, después el computador, después los libros virtuales. Dejo pasar un poco estas discusiones. Que se añejen un poco, tomar distancia y ver la real dimensión porque creo que así en caliente te la están poniendo para tenerte todo el día conversando. Y creo que uno también tiene que decir: No, esto no lo quiero conversar. Le voy a dar tiempo.
—¿Hay algo que vuelve humana a la escritura?
—Imagino que hay una diferencia entre una máquina y un ser humano, partiendo desde ahí. No son lo mismo. Por lo tanto, la escritura no puede ser la misma.
—Pero un usuario podría pedirle a la IA que escriba como ud.
—No puede ser que escriba igual, porque no tengo un patrón, no tengo algoritmos en mí y él construye en base a algoritmos. Por lo tanto, puede escribir mejor o peor. Puede escribir diferente, pero no puede escribir como yo. No sabe lo que viene. No es lógica. Lo puedes programar: No sea lógica. Desvíese cada tantas páginas. Pero ni yo misma sé hacia dónde me desvío. No tengo idea, no me quiero meter en ese tema No me interesa realmente. Creo que todo el rato nos están soltando bolsas de humo, para que estemos todo el día como conejitos detrás de estas cosas y yo no quiero andar como conejito.
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dirigida por Luis Martinez Solorza. e-mail: letras.s5.com@gmail.com Cynthia Rimsky:
"Dejé de sentirme incomprendida, porque lo encuentro egocéntrico"
Por Muriel Alarcón
Publicado en La Segunda, 27 de diciembre 2024