Cynthia Rimsky (Santiago de Chile, 1962) y Xita Rubert (Barcelona, 1996) no se conocían. Tampoco se habían leído, antes. Ese adverbio de tiempo sirve para delimitar un hecho, extraordinario, que a partir de ahora marcará sus vidas, al menos las literarias. Me refiero, claro, a la concesión del Premio Herralde, que este año han ganado ex aequo, una circunstancia que no se producía, en el palmarés del galardón que lleva el nombre del editor fundador de Anagrama, desde 1994.
"Es como cuando te toca compartir cuarto en un festival y no conoces a tu compañera. Podría haber sido desastroso, pero ha sido todo lo contrario. Escucho a Xita y me encanta, porque todo lo que dice me resulta muy interesante", cuenta Rimsky, con esa mezcla de introversión y agilidad mental, tan brillante en lo narrativo, que la caracteriza.
Lo hace al final de la charla que ambas mantienen a propuesta del suplemento Abril, separadas, en ese momento, en lo geográfico, por un océano y unidas, siempre, en la escritura, el motor que propulsa sus trayectorias, también vinculadas a la enseñanza (Cynthia, en Buenos Aires y Xita, en Princeton, Nueva York).
Las novelas que han cruzado sus destinos, Clara y confusa, de Rimsky, y Los hechos de Key Biscayne, de Rubert, llegarán a las librerías españolas el 27 de noviembre.
—Les separan 34 años y les ha unido este galardón, pero además las dos trabajan en la universidad, dan clase. ¿Qué le aporta al escritor la vida académica, o qué le quita?
—Cynthia Rymski: Mi caso es distinto del de Xita, yo no soy doctorada, no me interesó seguir la vida académica. Quería escribir y me fui formando, soy autodidacta. Y dar clase para mí es un espacio muy lindo, es seguir conectada con las generaciones más jóvenes y es muy lindo ver cómo empiezan a pensar en cosas que nunca antes se habían fijado. La idea del descubrimiento que se produce en la universidad es maravilloso, ser testigo de eso y a veces facilitadora es muy lindo.
—Xita Rubert: Desde pequeña, yo lo que quería era escribir y me pareció que la universidad te permitía el tiempo, el espacio, la financiación para hacerlo. Dar clases es algo que me gusta muchísimo, lo he descubierto como una vocación, también, como la escritura. Pero la universidad me da un orden, una disciplina y un salario. Y además es una riqueza grande estar en un contexto en el que continúo aprendiendo, no estoy yo sola con mis delirios literarios.
—Hecha esta pregunta, la siguiente es casi obligatoria, o pertinente: ¿qué es para ustedes la literatura, qué significa en sus vidas?
—C. R. Para mí significa un espacio de libertad. Cuando yo empecé, trabajé en cosas muy diversas y escribir era robarle el tiempo a los trabajos. Tanto leer como escribir es un espacio que es solamente mío, nadie manda, me demoro el tiempo que quiero, y es un espacio de mucha soledad, de mucha concentración y de una tremenda libertad. Desde chica, cuando leía, me imaginaba a esas heroínas de los libros, quería ser ellas y no la vida que llevaba con mis padres y con ese destino que me tenían preparado. La literatura siempre fue como una ventana por donde yo podía salir.
—X. R. Desde pequeña, fue una especie de costumbre, una cosa que hacía sin pensar. Cuando crecí continué escribiendo y, ahora, es una especie de búsqueda, sigue siendo una costumbre, porque es algo que intento hacer cada día, si no tengo una historia entre manos no sabría qué hacer, pero cuando me entrego a esas horas de trabajo al final es una búsqueda, porque acabo encontrando cosas mucho más maravillosas y terribles de lo que esperaba.
—De algún modo, en la novela de Cynthia se plantea qué es el arte, qué nos aporta, cómo nos cambia e influye. ¿Se atreven a responder?
—X. R. No lo sé... Cuando pienso en el arte, no pienso necesariamente en la literatura. La literatura me parece una expresión artística más, posiblemente no la más directa. A mí me gusta mucho la música y la danza, el baile, yo si pudiera me pasaría el día bailando. Para mí, es una manera de confesar los secretos de una manera velada. Tal vez eso es el arte, pensamos que nos estamos comunicando, pero lo hacemos de una manera indirecta, como si no fuera un mensaje en abierto, sino encriptado, para ciertas personas.
—C. R. Básicamente, el arte todavía tiene algún sentido porque es una creación que obedece al deseo de alguien, no de ganar dinero o de estar inserto en algún aparato productivo, sino para trabajar con la imaginación, descubrir cosas nuevas. El único aporte que le veo al arte es la idea de abrir mundo. No creo ya que haya transformaciones en los lectores. Cuando era pequeña, yo leía y a mí me transformó el mundo, yo estaba destinada a ser una cosa y fui otra porque leí, pero no sé si hoy en día la lectura tiene esa potencia.
—X. R. Yo creo que es muy importante lo que ha dicho Cynthia sobre la imaginación. La ficción es capaz de llevar el pensamiento a lugares que observando la pura realidad uno tal vez no llega, hay que estirarla y exagerarla para poder especular sobre qué es lo que está pasando.
—C. R:. Como que le agrega otras capas a lo real, quiebra esta idea de lo informativo, de lo realista.
—Xita, usted ha dicho que su novela es "un retrato social de las personas que viven al margen de la realidad" y Cynthia, en alguna ocasión, ha asegurado: "Las cosas que escribo siempre están en el borde, coqueteando con lo real". ¿Qué es para ustedes la realidad y qué la ficción? ¿Cómo se relacionan con ambas para escribir?
—C. R. Hay un texto que se llama La canción material, de Juan José Saer, donde explica cómo uno trabaja con materiales reales y la función del escritor es hacer cantar ese material, que tenga otro sonido, mediante la intervención, el collage, distintos procedimientos que hacen que esos materiales que aparentemente son reales, la mesa, la ventana, al trabajarlos construyes otro tono que no está cuando los ves. Y creo que esa es la relación entre el arte y lo real.
—X. R. Esa manipulación de la realidad o esa recreación o esa creación, como decía Cynthia, tiene que ver con lo crítico y con aportar algo que tiene que decirse y no es obvio, pero está ahí. Como novelista, tengo que manipular la realidad para que la realidad no me manipule, tal vez.
—C. R. Uno empieza a ver cosas que no sabe si son reales o no, pero, evidentemente, te basas en algo real. Pero, después, eso se dispara y se asocia a un punto de vista, a una mirada, vas construyendo una mirada.
—En ese sentido, ¿cómo se escribe lo oculto, lo que no se ve?
—X. R. En mi caso, suelo trabajar con personajes que se mienten a sí mismos. Si como escritor eres capaz de dar con un narrador que pueda describir los gestos, la respiración, el titubeo de una persona que se está mintiendo a sí misma, es posible sacar de lo no dicho y la mentira la verdad; o digamos que, si lo que se declara es una mentira, también hay otra cosa que está haciendo un contrapunto y es el lector el que elige, cada uno escoge su capa de realidad. Yo tengo esa sensibilidad, me fijo en lo que las personas pueden estar ocultando o no saber de sí mismas.
—C. R. Yo he ido trabajando una mirada de profunda desconfianza, y creo que eso es muy chileno. Los chilenos son personas muy desconfiadas y esto partió del tiempo de la dictadura de Pinochet, cuando aparecían cosas en los diarios y tú sabías que eran totalmente distintas. A mí me empezó a interesar y angustiar esta distancia que había entre el lenguaje, la ideología, el pensamiento y lo que ocurre. La mirada de mis personajes siempre está puesta en ese intersticio en el que eso está quebrado, hay una distancia entre discurso y actuar.
—Hablemos ahora de los personajes masculinos retratados en las dos novelas. Ahora que está tan de moda la expresión masculinidad tóxica y la palabra relato, ¿creen que mediante la literatura podemos construir relatos alternativos que cambien la realidad?
—C. R. A mí me planteó muchos problemas cuando tomó auge el feminismo, qué pasaba con los libros que había leído, Nabokob, Lolita, y con mi escritura. Empecé a pensar en la idea de los matices. Lo único que puedo aportar, desde mi formación, que es más clásica, son matices en todos los personajes, que sean inclasificables. Yo no estoy dispuesta a dejar de amar a mi padre porque era un machista. Es interesante pensar esos personajes en toda su complejidad y todos sus matices, y quizás eso es lo que puedo aportar en esta época en que está todo muy en blanco y negro.
—X. R. Sólo añadiría que tal vez eso se pueda hacer a través del humor, que es algo que queda un poco fuera de estas conversaciones sobre si la literatura o el arte debe mostrar maneras alternativas de comportarse, de amarse, de tratar a las mujeres. Hay matices y hay ternura en personajes terribles. A mí los escritores que me gustan más son los que te muestran que puede haber algo oscuro en esta especie de ídolos morales, como estamos viendo estos días. Tal vez la literatura y el teatro y el cine sea el lugar donde mostrar el comportamiento humano entre lo que creemos que somos y lo que somos, entre lo que deberíamos ser y lo que nos han formado para ser.
—C. R. Además, creo que los escritores no podemos perder el punto de vista crítico. Creo que somos críticos, básicamente, y en ese sentido no comprarnos ninguna verdad. El escritor siempre tiene que mantener una distancia respecto al poder, a la verdad oficial, respecto a cualquier verdad.
—Por cierto, el jurado dijo de sus novelas que son "excéntricas". ¿Qué les sugiere ese adjetivo? ¿Por qué creen que las definieron así? —C. R. A mí me encanta la palabra, la encuentro preciosa.
—X. R. Lo de excéntrico está muy bien, porque si un tipo de historia es excéntrico significa que no se asimila, estás leyendo algo que tal vez estás viendo por primera vez, y eso es algo valiosísimo. Mi deseo es morirme y que la hora antes esté viendo las cosas de un modo nuevo, no pensar lo que siempre he pensado y no sentir lo que siempre he sentido.
—C. R. Y es una literatura que se juega en la forma. Estoy segura de que lo primero que piensa Xita es cómo voy a contar esta historia, no qué historia voy a contar. No estamos preocupadas de contar historias, sino de encontrar nuevas formas de contar historias, trabajar estructuras, que es lo literario.
—Cynthia está afincada desde hace años en Argentina, un país bastante peculiar, políticamente, y Xita vive ahora en Estados Unidos, otro país con muchas aristas, sociales y políticas. ¿Creen que de dónde venimos y sobre todo dónde vivimos influye en lo que escribimos y cómo lo hacemos?
—C. R. Creo que sí. Tengo la sensación de que mi escritura cambió bastante desde que me fui a vivir a Argentina. Por otra parte, esta novela la comencé cuando subió Milei, que era el horror, la gente que me rodeaba estaba muy deprimida, y me dije: tengo que encontrar belleza, un sentido para poder seguir viviendo y no pasarme cuatro años deprimida. La novela tiene eso, es una cierta resistencia, a partir del humor, a lo que está pasando en la Argentina.
—X. R. Yo crecí hablando gallego, catalán y castellano, indistintamente, en mi familia. Entonces, las distintas maneras de ser que te aportan distintas lenguas y distintas culturas es algo que es parte de mí. En la edad adulta, he replicado un poco ese vaivén cultural. Hay algo tal vez en mi manera de escribir en español, en la sintaxis, sobre todo, que viene de estar en contacto con otras lenguas. Para mí, hay algo rico ahí, en la mezcla, y tal vez es eso lo que acaba resultando excéntrico.
—Para acabar, después de lo hablado, ¿es la mejor literatura la que refleja la paradoja que es la vida, lo ambivalentes que somos?
—C. R. La gran literatura es la que no refleja. La literatura tiene que distorsionar, borronear, opacar, pero no reflejar, porque reflejar sería como mirarse en el espejo, y yo no quiero que pase eso en mi libro, me muero, me muero muerta [ríe]. Que sea un espejo que distorsione, pero que no refleje.
—X. R. Sí, sí, sí, que extrañe, estoy de acuerdo, tiene que extrañar, más que reflejar. Tal vez mostrar una versión de algo que nos parece que conocemos, pero que resulta ser otra cosa, siempre.
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Cynthia Rimsky y Xita Rubert ganadoras del Premio Herralde 2024:
"El escritor siempre tiene que mantener una distancia respecto al poder"
Por Inés Martín Rodrigo
Publicado en EL PERIÓDICO DE ESPAÑA, 23 de noviembre 2024