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EL MISTERIO SEBALD
Por Cynthia Rimsky
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Habiéndome marchado definitivamente de Valparaíso para vivir en Santiago, no me resignaba y seguí volviendo con frecuencia. En el camino desde la terminal de buses jugaba a reconocer y a ser reconocida. Una mirada, un atisbo de sonrisa, un gesto con la mano o la cabeza, la comprobación de que el turronero seguía parado afuera del cine Condell, ante la mesita plegable cubierta por un mantel floreado, aferrado el minúsculo martillo con el que gastaba esa sustancia imposible de cortar, me impedía olvidar que ante la aparente normalidad vivíamos entonces bajo una dictadura militar. Así, en vez de forjar una carrera, subía y bajaba cerros, entraba y salía de bares, me sentaba horas en una escalera para observar lo que en Santiago no tenía: horizonte.
En esos trayectos fui conociendo de cerca o de vista a los porteños que esperaba reconocer 15 años después, cuando ya vivía y trabajaba en Santiago. Hasta que asomó el día en que no hubo un solo gesto y por el diario me enteré de la desaparición del turronero. “Había un turronero en Valparaíso, pero murió y nadie de su familia siguió con el negocio. Tampoco mis tres hijos o mis seis nietos quisieron seguir mis pasos. A todos los tiré al gancho, tal como lo hicieron mis abuelos conmigo, pero a ninguno le gustó. Hoy todos prefieren la computación”.
El regreso a Valparaíso se convirtió en un viaje de ida y vuelta. Mis amigos se casaron, tuvieron hijos y dejé de llegar a sus casas. Esa vez me alojaba en un departamento prestado en uno de los nuevos edificios que están destruyendo los cerros, y en la biblioteca encontré un libro de Sebald que desconocía. No recuerdo la fecha, tampoco el título, sí la emoción que me causó descubrir unas breves líneas donde él mismo develaba de qué estaba hecha su escritura. ¿Por qué no robé el libro, anoté su título o transcribí la frase? Por la misma razón que no me detuve a hablar con el turronero para preguntarle cómo hacía su turrón, ni anoté en un cuaderno mis observaciones para reconstituirlo cuando ya no estuviera.
Hace tres años atravesé la Cordillera de Los Andes con un par de maletas, en un bus con destino a Buenos Aires, donde actualmente vivo como emigrante. Mis libros quedaron guardados en Santiago a excepción de los que cupieron en la maleta. A los dos de Sebald que traje se añadieron dos que tenía mi pareja y uno que compramos a medias. Ahora que me encargan este texto, vuelve a rondarme el misterio que me fue revelado en Valparaíso y, como no hay tiempo para revisarlos todos, cojo uno al azar y leo:“Pero nada más llegar a Viena resultó que los días no ocupados en tareas de escritura y del jardín, se me hacen extraordinariamente largos y no tengo dónde dirigirme”.Inmediatamente se me ocurre que Vértigo puede ser ese libro; esta, la frase; y el misterio, que Sebald cultiva las imágenes como si fueran plantas de su jardín.
Por ejemplo, en el primer relato, Beyle o el extraño hecho del amor dice: “…Beyle llamó la atención de Madame Gherardi sobre una vieja y pesada embarcación que, con un palo mayor doblado en el tercio superior y velas rugosas de un marrón amarillento, parecía, a juzgar por las apariencias, haber tomado puerto también no hacía mucho, y de la cual salían dos hombres con chaquetas oscuras y botones de plata llevando una camilla a tierra, en la que, ostensiblemente yacía un hombre bajo una gran tela de seda franjeada…” Bien podría ser esta imagen el resultado de un injerto que hizo a partir de El cazador Gracchus de Kafka, donde un cazador, que murió por perseguir una gamuza en la Selva Negra, navega eternamente por el mundo en una barca sin timón.
La técnica permite que ambos -vástago y patrón- se junten vegetativamente y convivan. El único requisito es que pertenezcan a la misma familia, así se garantiza la compatibilidad funcional, la interacción de las células y el tránsito de las sustancias vitales. En Sueños, Walter Benjamin relata una experiencia de lo familiar; de visita en la casa de los O en las India Holandesa, entra a un cuarto revestido en madera oscura que da una sensación de opulencia, el guía le dice que eso no es todo y lo invita a subir una escalera, al mirar hacia abajo, “ante mis ojos se extendía justamente esa habitación revestida en madera, cálida y nostálgica, que acababa de abandonar hacía un instante”. Según Benjamin lo familiar se produce al realizar por segunda vez un trayecto. Sebald pudo escribir Vértigo después que repitió el trayecto que se vio obligado a interrumpir años antes. Y esa primera vez, en Riva, había repetido los pasos dados por Kafka.
Imágenes de la obra de Sebald. Cultural Inquiry [cc].
Para hacer un injerto se necesita una navaja muy afilada que produzca cortes limpios. De esa manera Sebald va desprendiendo del cuento de Kafka los botones dorados, la barca, la frazada floreada, los dos jóvenes que encuentra en el bus, los dados, el muelle, las palomas, los barqueros, el canal, cuando despierta en el hotel y siente como si hubiese surcado un ancho mar… No solo recorta imágenes de El cazador, a lo largo del libro injerta otros personajes, lugares, ideas e historias de otros escritores.
Para que un injerto tenga éxito se deben poner en contacto el cambium del patrón y el de la variedad. El cambium es una capa de células muy fina (menos de 1 milímetro) de color verde, anterior a lo blanco –antes de la página-, que produce las células que formarán los tejidos vasculares -por los que circula el agua y la savia con nutrientes- que producirá la soldadura.
Lo que Sebald pone en contacto de ambas imágenes son las sombras. Así queda fijada en Madame Gherardi la imagen de la barca, como una sombra, así aparecen Luis de Baviera, Dante, Casanova, el mismo Kafka, Stendhal, la sacristana de la capilla de los Pellegrini, la guerra, la destrucción…
Si la planta debe atarse con una rafia para que no la afecte la sequedad, el viento u otro movimiento, para mantener firme el injerto Sebald usa las coincidencias. No importa que las zarandee con su angustia, la ingravidez, los círculos, su melancolía, el miedo, las coincidencias fijan la imagen en la historia que está contando y, a pesar de todos sus movimientos a favor y en contra, no se desprenden.
Pudiendo ser Vértigo el libro y “los días no ocupados en tareas de escritura y del jardín” la frase que descubrí en Valparaíso, algo me hace dudar. Se me ocurre buscar en internet si los nombres de los lugares y personas que encuentra en su viaje existen. Ernst Herbeck estuvo encerrado en un psiquiátrico“atormentado por la insignificancia de sus pensamientos” hasta que un médico nuevo le pasó lápiz y papel y sus poemas se publican hasta hoy, el castillo de Greifenstein se vende en 2 millones 800 mil euros, Kritzendorf vive permanente inundaciones, los mineros del Schneeberg mueren por el cáncer del pulmón, Luis II de Baviera “fue un alma enfermiza con un espíritu turbado y melancólico, volcado en los delirios de su alma”… Busco quién es Grillparzer, que Sebald recuerda en Venecia, y me aparece que el tema central de su producción es “el individuo, dividido entre su yo interno y el mundo exterior, que no encuentra una reconciliación posible para estos opuestos”.
No recuerdo esa noche hasta qué profundidad escarbé para encontrar lo real de su escritura, en un momento comprendí que Sebald no hizo esos viajes o si los hizo, no ocurrió cómo y lo que cuenta, tal vez lo único que necesitaba era salir al jardín para cuidar sus plantas, sí recuerdo que pocas horas antes, cuando una amiga me tiró el I Ching, me salió el hexagrama de la Oposición, y que al despertar, me encontré con que el libro estaba abierto en la página 88 y, bajo las palabras que en Valparaíso me develaron el misterio de cómo están hechos los libros de Sebald y los turrones del viejo que se paraba fuera del cine Condell, quien logré averiguar utilizaba fuego y mármol, hay una línea temblorosa a lápiz grafito.
Ahora que Chile ha dejado de ser un regreso para convertirse en un viaje de ida y vuelta, lo que me tiene inmersa en la Oposición, leo nuevamente la frase donde hace 15 años creí encontrar la respuesta al misterio de mi vida por venir. “Estuve sentado próximo a la puerta abierta de la terraza, con papeles y apuntes extendidos a mi alrededor, haciendo líneas de conexión entre sucesos que distaban mucho entre sí y que a mí me parecían formar parte del mismo orden”.
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Cynthia Rimsky, Santiago de Chile, 1962, actualmente vive en Buenos Aires. Ha publicado los libros Poste restante (2001 y 2010), La novela de otro (2004), Los Perplejos (2009), Ramal (2011) y el texto Cielos Vacíosen Nicaragua al cubo (2014). Su escritura se desarrolla en la frontera de los géneros, más que novelas, construye trayectos por los que se desplazan personajes distanciados, tanto de la imaginación como de la realidad, que no pretenden llegar a alguna parte sino “encontrar un ángulo enrarecido desde donde verse”. La observación minuciosa, la inclusión de imágenes, mapas, fotografías, el relato de una experiencia dilatada en el desarraigo, la escritura y el accidente como lo inevitable, conforman su proyecto de escritura. Actualmente imparte cursos y talleres sobre los paseantes, las escrituras del viaje y la crónica literaria. Colabora en medios de comunicación.