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Cynthia Rimsky, escritora: “Mi tarea es destruir el ego”
EL FUTURO ES UN LUGAR EXTRAÑO. Cynthia Rimsky
Literatura Random House, 2016, 178 páginas.

Por Macarena Gallo
Publicado en The Clinic, 28 de Diciembre de 2017


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Radicada hace seis años en Argentina -vive en un pueblito cercano a Buenos Aires cultivando una huerta y andando en moto por caminos de tierra-, Cynthia Rimsky (55) acaba de recibir el Premio Municipal de Literatura de Santiago por su libro El futuro es un lugar extraño, una novela “prodigiosa, durísima e implacable”, a juicio del escritor argentino Federico Falco, sobre la generación que dio la lucha a Pinochet y se desencantó tras el retorno a la democracia. Para algunos, un reconocimiento tardío en Chile. A ella, en todo caso, pareciera darle lo mismo los premios y el mundillo literario en general. Rimsky, autora de Poste Restante y Ramal entre otros, vino a Chile a recibir esta distinción y hablamos con ella sobre su bajo perfil y de egos literarios, además de su vida al otro lado de la cordillera, las protestas contra Macri y cómo ve a Chile a la distancia.

La Caldini -así se llama la protagonista de El futuro es un lugar extraño- es una mujer cuarentona acusada de abandono de hogar por su esposo. En medio del lío judicial, regresa a la casa que ambos compartían en un barrio que queda a espaldas de la Virgen del Cerro San Cristóbal. Entre sus recuerdos, encuentra un baúl donde se supone están guardados los apuntes de un viaje a Nicaragua que hizo cuando fue a conocer la revolución sandinista y era una veinteañera idealista. Ese baúl la sumerge en un proceso de tratar de desentreñar a esa joven que fue y que parece haber olvidado. Un viaje, que a medida que va avanzando el relato, se va desfigurando. “Me parecía interesante plantearse a los 40 años no saber quién fuiste a los 20. Puedes ver fotos de ese entonces, pero qué pensaste ese día, cuántas veces lloraste, a quién miraste cuando estabas en la calle, eso es imposible. Y es eso lo que te constituyó, no los grandes relatos que uno hace ahora, sino que fue la pena cuando viste a tu novio besando a una compañera de partido. Es eso que no está constituido por la gran historia”, dice Rimsky.

Aunque tiene un trasfondo autobiográfico, porque efectivamente la autora viajó a Nicaragua poco antes del retorno a la democracia, la novela es de ficción. “Lo que hago es trabajar con materiales documentales que luego voy borroneando, pegándoles elementos y al final quedan irreconocibles. Y de esa lectura sale otra y otra escritura.

Por eso me demoro cuatro o cinco años en terminar una novela, pues me interesa esa idea de una lectura permanente sobre los mismos materiales”, confiesa.

La idea fue tomando forma, justamente, cuando encontró unos apuntes de ese viaje a Nicaragua y quiso hacer algo con ellos. Antes lo había intentado hacer, pero no había quedado conforme y ahí quedó. “No encontraba el punto de vista para contarlo. Todo me salía muy épico. Y yo tenía la clara conciencia que en ese tiempo había sido muy crítica también, que nunca me pude amoldar, a pesar de que militaba en la izquierda y participé en la lucha contra Pinochet”, dice Rimsky.


¿Cuáles eran tus principales críticas a la izquierda?
Se discutía mucho y hacía poco. Se entrampaban en discusiones tontas, como si primero era la vanguardia revolucionaria, el activismo social o la democracia. Cosas que aún las escuchas. Sentía también que había una gran diferencia entre el mundo popular y la militancia burguesa. Mientras a los intelectuales los veías ascendiendo socialmente o en su profesión, el mundo popular quedaba en el mismo lugar.

Fuiste a conocer la revolución nicaragüense. ¿Con qué te encontraste allá?
Con bastante horror. No Nicaragua mismo, sino porque yo era muy utopista y creía que ahí estaría el cielo. ¡Y no había ningún cielo allá! Era un lugar lleno de problemas, con dirigentes que hoy están entre los más corruptos del mundo, como Daniel Ortega y otros. De hecho, hice un ejercicio: En un cuaderno anoté muchos nombres y después me di el trabajo de guglearlos a todos. ¡Y era el mapa de la delincuencia!

— ¿Qué pasó cuando volviste a Chile?
Fue un shock. Porque me fui en plena revolución, de que va a caer Pinochet, y cuando volví todos mis amigos estaban en la new wave. Todos con ropa negra y antes los había dejado como para ir a la peña, ja ja, ja. No entendía nada. Tampoco hallaba cómo insertarme. Era el tiempo de La Terraza de Ñuñoa y corría mucha cocaína que antes no había, porque tú eras de izquierda y jamás ibas a jalar coca. De hecho, yo fumé marihuana por primera vez cuando era grande porque militando en la izquierda era impensado.

La historia de La Caldini es el reflejo de una generación que participó activamente en la lucha contra Pinochet pero que llegada la democracia se fue desencantando de la política.
Me acuerdo que cuando todos salieron a celebrar la democracia con Aylwin, nosotros nos quedamos en casa, porque dijimos “no fue esto por lo que peleamos”. Veías que todos estaban trabajando por agarrar un cargo y no les importaba nada más. Una parte de mi generación quedó completamente fuera de eso, porque se resistió. Una cosa muy extraña, porque se armó una democracia con la gente que enganchó en los cargos y los demás quedamos como espectadores confundidos. Fue muy fuerte.

LA MOTOQUERA

Con el tiempo, ¿sigues definiéndote de izquierda?
Hoy no sé lo que es la izquierda. No me parece muy atractivo lo que se dice ser de izquierda.

¿Qué te parece el Frente Amplio?
De repente veo mucha certeza y me pregunto cómo lo van a hacer y nunca dicen el cómo. Yo también creo en una sociedad más justa. Pero Lagos también lo decía. El problema es el cómo. Cómo se le quita el poder a los empresarios hoy día, cómo vas a negociar si ellos tienen todo el dinero.

¿Votaste en Argentina en primera vuelta?
Diré algo terrible: decidí no votar hasta que cambien la Constitución, así que nunca he votado.

¿Cómo ves el triunfo arrasador de la derecha en Chile y el fracaso de las ideas progresistas?
Ayer una amiga mapuche, que se vino del campo a los 13 años a trabajar de empleada, me contó que no votó. Después de años de humillaciones, pésimos sueldos, malos tratos, hoy tiene su casa propia con electrodomésticos, mantequillera, cuchillo para la mantequilla, mantelitos, adornitos que venden a cuotas en los malls, y una hija en la universidad privada. Cuando fui a verla a Cerro Navia, me encontré con que vive enrejada. Le pregunté si habían muchos asaltos. “No tanto”, me contestó. Le pregunté por qué no votó. “Porque sea quién sea hay que luchar en la vida”. Y agregó: “Ellos dicen que será todo bonito y no es así”. Es lo más interesante que he escuchado y sigo intentando comprender su respuesta, porque creo que lo que fracasó fue la capacidad de escucharnos y de dialogar fuera de las redes sociales, de estar ahí, con las personas, sus rejas y sus deudas, y que eso es más importante que una elección. Poner el deseo en ese 51% que no cree ya en esta democracia del capital, el negociado y la corrupción. No es un fracaso, es una oportunidad, no solo en Chile, de ir construyendo una alternativa que no tenga la etiqueta de izquierda o derecha sino una comunitaria.

¿Por qué te fuiste a vivir a Buenos Aires?
Una situación personal que no tiene que ver con la literatura, sino que con el corazón.

¿Cómo fue armarte una vida allá?
Dejé todo en una bodega y me fui en bus. No podía soportar hacerlo en avión. Era muy rápido. Me llevé una maleta grande. Y mientras iba viajando, me sentía tan liviana. O sea, esa posibilidad de decidir ahora voy a vivir con lo que tengo en la maleta. Fue súper liberador. Ahora, no lo pasé bien los tres primeros años. Fue duro. Yo no era escritora. Circulaba un poco Ramal y nada más. Tampoco me metí en grupos, empecé a vivir, a aprenderme el nombre de las calles y los números de las micros.

No vives en Buenos Aires, sino que en un área rural…
Sí. Es una vida bien campestre. Tengo mi huerta y cultivo mis verduras. En invierno comí remolacha hasta que estaba un poco morada, ja, ja, ja. Cada vez me gusta más un lugar más pequeño y tranquilo. Tengo la sensación de que no necesito una vida agitada, porque tampoco tengo una gran vida ni social ni laboral como para tener que vivir en una ciudad.

Me contaba tu editor de Random, Vicente Undurraga, que andas en moto por el campo. 
Sí. Ando en una moto bien piola, no de esas rudas, por caminos de tierra visitando pueblitos. Estoy escribiendo sobre esos recorridos y me entretiene mucho. Converso con la gente. Por ejemplo, visito a un cachurero cada dos semanas, voy a otro cafecito donde llegan gauchos y tocan guitarra, o hablo con la carnicera del pueblo. De ahí salen historias.

Ahora debe estar difícil la vida con Macri…
Es el horror. La cosa está muy difícil económicamente. Están tratando de hacer allá lo que pasó acá en Chile. Y es muy triste.

Han habido protestas por la reforma a las pensiones que hizo.
No es una reforma, sino un recorte porque Macri necesita dinero para pagar los intereses de la enorme deuda que contrajo y que tiene nuevamente a la Argentina entre los países con mayor deuda en el mundo. En paralelo, liberó de pagar impuestos el Bingo de su amigo Angelici, a la soja, al trigo y el maíz, a las multinacionales, a los autos de lujo… Macri quiere disciplinar al pueblo por el estómago. ¿Recuerdas el apretarse el cinturón de Pinochet? Recortando salarios y derechos, precarizando puestos de trabajo para que tengan la nariz enterrada en la sobrevivencia. ¿Suena familiar? Con la represión, busca desplazar la lucha política desde las organizaciones sociales y la calle, hacia los espacios que maneja la élite en el poder como en Chile. Aquí uno ve la misma estrategia chilena pero en diferido: aparecen los que tiran piedras y hacen destrozos, justo delante de las cámaras de tv, que solo transmiten eso de las marchas multitudinarias e inmediatamente la protesta es criminalizada. Pero en Argentina, a diferencia de Chile, hay conciencia política, tradición organizativa y participativa. Macri está yendo derecho al enfrentamiento y está sonando muy fuerte que viene un nuevo 2001. No sé qué pasará. Creo que ante este capitalismo global, no tiene sentido plantear luchas nacionales, si vamos a protestar por las AFP, tiene que ser también con Perú, Argentina, Brasil, como se hizo con el #Niunamenos.

¿Piensas volver a Chile?
No sé. Uno nunca sabe. O puede que me vaya a Tumbuktú… Pero por ahora voy a seguir. Ya no existe eso de irse escapando del horror en horror. No, me quedo allá y apechugaré.


LA VIRGEN Y EL YO

A propósito de la lucha en poblaciones, en la novela sitúas desde la ficción al barrio de El Salto como bastión de la resistencia contra Pinochet cuando no lo fue.
Usé El Salto porque me permitía hacer más ficción. Es el barrio donde se formó una parte del Mapu Lautaro y donde vivían unos amigos que alguna vez visité y nos tomamos una chuica de vino, y qué sé yo, pero nunca más volví. Me gustó el nombre.

En el capítulo final del libro recreas una protesta como si estuviese pasando en tiempo real. No está contada ni desde los pacos ni los manifestantes. Es bien curiosa la escena.
-No quería poner los carabineros reprimían y por otro lado los derechos humanos. O sea, las protestas donde uno tiraba la piedra y el otro el balín, sino lo que quería era producir la sensación de protesta. No el discurso sobre la dictadura, sino que se sintiera la dictadura. No solo la represión, sino también la gente que estaba en contra de la dictadura, que se sintiera ese momento, las relaciones, las dudas, lo que ahí pasaba. Todo lo que estaba en juego. Y que el lector sintiera como cuando estás en una película tres D de la que te sientes envuelto.

El futuro es un lugar extraño está situada al otro lado del Mapocho. Tengo entendido que viviste en Maruri, en Recoleta, durante mucho tiempo. ¿Cómo has visto su deterioro?
Es bien triste. Primero vino toda la cosa inmobiliaria que destruyó un barrio precioso. Un barrio que en cualquier lugar del mundo sería una joya. Ahora es un barrio de inmigrantes que viven hacinados en casas y olvidados de la mano de Dios.

— En la novela, aparecen varios personajes que circulan por el vecindario: El vendedor de mapas, la señora de la picada de la esquina…
Una vez una amiga académica me dijo: tú serás la única escritora de la que tendremos que hacer un estudio sobre la importancia de la caja de helados en el señor que los vende en el valle del Kilimari. Y, claro, es así: me interesa donde no está el poder central, la gente que no aparece en el diario ni este lado de la ciudad, que ni siquiera es el Anticristo, porque hasta él salió en The Clinic. Porque ya ni siquiera los millenials van para allá y no los ven. Tengo la sensación que en las cosas más mínimas está todo.

Todo eso en el libro con el telón de fondo de la virgen del cerro San Cristóbal.
Sí. Partió de una razón. Me esguincé y estuve en cama. Desde el sillón de mi casa, veía a la virgen por la ventana. Me intrigaba mucho, porque justo donde está la virgen hay un socavón que da hacia el poniente. Siempre me preguntaba por qué estaba ahí. Empecé a investigar y descubrí cosas de la virgen que realmente eran como parte de la historia de Chile. O sea, estos señores ricos que la mandan hacer a Roma, pero además es una copia, y después se queda varada, hay que poner más plata para traerla, la suben y le queda chico el camino. ¡Qué más chileno que eso! Y los señores no quisieron poner más plata para hacer otro camino, entonces la virgen se quedó a los pies del cerro durante meses. Entonces, imaginaba a la gente que iba a verla y lo que hacía. Me dio pie a la ficción.

¿Te encomendabas a la virgen?
No, ja, ja. Soy atea. Además que es muy curioso, pero un día a la virgen la empezaron a iluminar todos los días de un color distinto. ¿Por qué esas cosas? A partir de eso, empecé a pensar y escribir. ¿Te das cuenta que todo lo alejado al yo?

¿No te llama el yoísmo?
No me gusta ni creo en el yo. No me siento cómoda. Hace un tiempo leía al neurobiólogo Francisco Varela que decía que tus neuronas se renuevan todos los días o cada dos minutos, no me acuerdo bien, pero entonces no existía el yo, no hay nada permanente ni continuo. Por lo tanto, el yo es solo una construcción. Si es por eso prefiero construir una tercera persona. No comulgo con el yoísmo. Mi tarea es destruir el ego.

A propósito, el Premio Municipal de Literatura de Santiago por esta novela, ¿cómo lo recibes? 
O sea, lo encuentro regio, pero podría haber sido otro jurado y otro el premiado. Son súper circunstanciales. Tampoco creo que sea un hito en mi carrera. Me parece bien, se pone el libro en un lugar que no estaba, porque quizá como no soy de ninguna camarilla se había hecho más difícil…Y ya está.

Es un reconocimiento tardío en Chile, a diferencia de lo que pasa contigo en Argentina.
Es que allá existe una cosa que yo siento que te gusta y da lo mismo si estoy en la universidad o haciendo un taller en un cafecito olvidado en el barrio de La Boca. Si le gustó el libro alguien se la va a jugar por ti. En Chile, el ambiente literario es de mirar de dónde eres, a quién representas, qué me puedes dar a cambio, en qué tejido social estás. Y el trabajo es lo que está al último. Es porque somos un país chico, provinciano, conservador. Para sobrevivir es mucho más feroz.

Para hacerse un espacio solo, sin el paraguas de las camarillas o sin lobby, es más díficil.
Sí, me demoré mucho. Tengo 55 años, ja, ja, ja. Pero y qué. Cuál era el apuro. Yo soy el ejemplo viviente de que se puede ser escritor sin hacer lobby. Tampoco tengo ninguna ansiedad de ser reconocida como escritora. Te vas a la tumba y te comen los gusanos igual, eso. Soy bajo perfil. No hago sociales literarias. No tengo muchos amigos escritores ni voy generalmente a cosas de escritores. O sea, no me interesan los gremios. Soy muchas cosas. De hecho, cuando era joven y me costaba escribir y era más insegura, la escritura ocupaba toda mi vida y yo era literaria completa. Hoy día ocupa un espacio en mi vida. Y no creo que por ser escritora sea nada especial. Soy un ser humano, básicamente.

En una entrevista, a propósito de este reconocimiento, deslizaste una crítica cuando premian a las mujeres solo por ser mujeres y la obra queda en segundo plano. 
Eso lo encuentro peyorativo. Devuelvo el premio si hay alguien me premió por el hecho de ser mujer. No puede ser que te den un premio por criterio de género.

¿Eres feminista?
En realidad, no me defino. Me molestan las etiquetas, los conceptos pre hechos, porque creo que los conceptos evolucionan todo el tiempo. Estoy en contra de los femenicidios, de la violencia contra la mujer, en eso no me pierdo. Pero definirme como feminista sería decir que soy perfecta y no lo soy. Significaría admitir que no me queda ningún resabio de machismo ni patriarcado. Y me encantaría que fuese así. Pero no sé si sea verdad. Es una utopía ser feminista.

¿Qué te parecen las escritoras que están escribiendo a partir de ser mujeres?
En verdad, no he leído mucho. Voy atrasada en la lectura. Hay otra escritura de mujer que no voy decir que me patea la guata. Pero no porque sea mujer, sino porque no me gusta. Me patea la guata la escritura muy ligada a la experiencia con poco trabajo literario, poco cruce, poco pensamiento, pocas ideas detrás. Esa inmediatez que siento de repente… Se confunde con lo cotidiano, como si eso fuera una literatura cotidiana, pero la literatura cotidiana es Pèrec, un tipo que reflexiona, que se distancia de lo cotidiano y eso cotidiano lo transforma en otra cosa.

Y para Argentina, ¿te llevas literatura chilena?
Sí, bastante. Los libros chilenos que he leído con atención son Esta parcela de Guadalupe Santa Cruz, El leñador Mike Wilson, Recurso de amparo, la próxima novela de Betina Keizman, La imagen inquieta de Fernando Pérez Villalón, Poesía cero de Carlos Cociña, Serrano de Gonzalo León, releo a Carlos Droguett, Marta Brunet, Enrique Lihn, y muchos más pendientes porque, como te decía, no leo por novedades o lo que “hay que leer” sino que me voy encontrando azarosamente con los libros de acuerdo a los temas que voy pensando, porque los libros se van llamando unos a otros y ese es mi historial de navegación.

¿Y de Argentina a quiénes recomiendas?
Me parecen interesantes cinco mujeres: María Negroni, María Moreno, María Sonia Cristoff, Gabriela Cabezón y la Sara Gallardo que está muerta. Todas tienen una preocupación por la escritura. Son inteligentes, sensibles y corren riesgos. Y porque trabajando casi todas con materiales reales, le dan una vuelta, como un extrañamiento a su escritura que me me parece súper interesante. Son bien osadas.



 

 

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Por Macarena Gallo
Publicado en The Clinic, 28 de Diciembre de 2017