1. Hay una fantasía que sobrevuela por todas partes y que suele tomar por asalto a quienes dedican buena parte de sus vidas a la literatura: volver a escribir como si fuera la primera vez, escribir como si se fuera otra persona, escribir, en suma, sin recurrir a las argucias o a los temas sobre los que ya se ha escrito. Cuenta la historia que un célebre escritor de novelas góticas se prometía a sí mismo terminar con un último relato gótico para finalmente tratar de escribir otra cosa. Al cabo de los años había conseguido una fanaticada irredenta que esperaba con fruición su próxima entrega, seducido por las mieles del éxito y la facilidad con que le brotaban sus novelitas llevaba años postergando esa idea de escribir algo distinto, radicalmente distinto. Pero ahora, una vez que terminara lo que estaba escribiendo, ahora sí, iba a exprimir su imaginación volcánica para empezar de nuevo y de otra forma. La utopía de ser otra escritora puebla las páginas de Clara y confusa (2024) de Cynthia Rimsky, aunque como toda novedad esta va de la mano de la reescritura de los libros precedentes. Con todo, la sorpresa y la incertidumbre acompañan la lectura desde un principio.
2. Clara y confusa es una novela antichilena, pero lo es en la mejor tradición de lo anti, vale decir, es una novela que se inscribe con decisión en la literatura chilena. De hecho, uno de sus gestos fundantes replica algo que Rimsky ya había ensayado en Yomurí (2022): inventa una lengua hecha de chilenismos y argentinismos que transcurre en un lugar de difícil ubicación. Todo indica que la acción ocurre entre dos pueblos argentinos, a imagen de Azcuénaga y sus alrededores, donde Rimsky vive, aunque en el pueblo de la novela exista una Biblioteca Municipal Manuel Rojas, y aunque el narrador, un plomero argentino, no un gasfíter chileno, hablé de chaqueta y no de saco, de calcetas y no de medias. Para desplazarse por el desfiladero de lo antichileno, sugería un autoreivindicado poeta de la claridad, hay que cambiarle el nombre a las cosas. Rimsky, por su parte, alterna los localismos lingüísticos de ambos lados de la cordillera sin que ello se corresponda con ninguna lógica. Los usos locales de la lengua se trasvisten, juegan, se confunden. Imposible no recordar aquí a Nelsón Villagra interpretando al mismísimo Diablo en Nadie dijo nada de Raúl Ruiz. En aquella película el evidente acento rioplatense del Diablo sorprende a los parroquianos de un bar santiaguino, quienes en distintos momentos de la noche le hacen la misma pregunta: “¿argentino?”, ante lo que el Diablo se apura a responder, no sin antes cambiar el tono y el acento de su voz: “no, no, chileno, de Antofagasta”. La repetición convierte al diálogo en una suerte de gac del absurdo, pues ese diablo chileno que habla como argentino lleva muy luego a la risa. Ruiz insiste por esa vía con uno de sus procedimientos favoritos: esto no es lo que parece, o mejor, esto parece ser algo que no es, o incluso, lo que parece ser no es, o inclusive, eso de parecer no es nada claro, pero también, parecer confunde, y ante todo, la chilenidad se expresa por la negativa, como una sombra, a caballo entre el humor acre y la tirria hacia el horroroso Chile. Hay una conciencia chilena que Rimsky combate en sus ficciones y esta novela da un paso más en ese derrotero.
3. Y si se trata de la deformación como una vía de expresión de lo nacional, cabría anotar en esa cuenta la deriva que va desde la presencia fantasmal en Yomurí de Mariano Latorre, amo y señor del criollismo chileno, hasta la fiesta del pastelito criollo en Clara y confusa, en cuyos festejos se honra la tradición nacional. Ahora bien, la tradición festejada aquí es la argentina: un discurso estereotipado construye una serie que reúne al pastelito criollo con el gaucho, la torta frita, el Martín Fierro y el mate, todos estandartes del pasado y del porvenir de un pueblo. Tratándose de criolladas, el pastelito borra la sombra del criollismo que hacía las veces de centro velado de Yomurí, como si en esa mutación de lo criollo se jugara también un paso de baile que sigue preguntándose sobre las formas de armar y desarmar la tradición literaria. “En el caos se asienta la tradición”, concluye el narrador de Clara y confusa al ver la avalancha de gente que ha venido a la fiesta del pastelito criollo.
4. Entre paréntesis, hay otro tránsito que va del criollismo al arte conceptual y del que se podrían tirar los hilos para escudriñar la precisa contemporaneidad de Clara y confusa y de Próspera (2024)de Mario Verdugo, aunque más no sea para deleitarse con dos formas de asediar, desde los márgenes, a los estandartes de la literatura chilena.
5. Clara y confusa es una novela antirealista y ahí reside también su oposición a lo nacional, a ese reducto narrativo donde predominan la inclinación a la trascendencia de lo representado, la pasión por la visibilización de lo que se supone silenciado, el anhelo por el fresco histórico, la alegoría de la derrota, el destino cifrado en un grito. La historia del plomero especialista en filtraciones fantasmas que se enamora de una artista plástica y que al mismo tiempo investiga la corrupción de su propio gremio, no cuenta con los estandartes de lo importante y podría ser difícil de tragar para quienes busquen, instigados por las luces del Premio Herralde, la gran novela del presente en que vivimos. La sustracción realista y la atención puesta a lo menor son deliberadas y eso mismo explica la distribución episódica y fragmentaria de las anécdotas con que se arma la narración. Más aún, el humor en las aventuras del plomero y la artista, dos “desadaptados entre sus colegas”, invita a seguir al pie de la letra esta historia de enigmas frustrados y de movimientos improductivos. El principio de construcción descubierto en la primera novela, Poste restante (2001), y prolongado a lo largo de toda la obra de Rimsky, encuentra aquí una nueva reescritura: alguien sale de su casa a buscar algo puntual y en el camino encuentra otras cosas que resignifican o hacen olvidar el punto de partida. Aquí, desde luego, importa menos lo encontrado que el procedimiento puesto en obra.
6. Clara y confusa es también una novela sobre la recepción de la propia obra de Rimsky en clave humorística, una ficción que fabula una historia a partir de cómo ha sido leída su literatura. El par de adjetivos que da título al libro, de hecho, replica el costado contradictorio de lo que se ha dicho de sus libros y cómo se los ha empujado al rincón de lo raro, de lo desconcertante, de lo confuso. Y esto último, bien a pesar de que muchas de sus historias circulen como crónicas de viajes, género claro si los hay. El colmo de la confusión tuvo lugar hace unos años cuando la Municipalidad de Santiago le otorgó a Rimsky el primer premio del género referencial por su libro La revolución a dedo (2020), pues a todas luces se trata de una novela. Si bien es un libro que bien podría ser catalogado de ficción documental, ya que toma como referencia a los cuadernos escritos en un viaje que la autora realizó, tanto los procedimientos narrativos como la historia narrada dan cuenta de su carácter ficcional; basta recordar aquí la deriva paranoide y onírica con que se cierra el relato para insistir sobre el chiste involuntario de esta confusión. Como sea, en los libros de Rimsky late con fuerza la pregunta por las formas de narrar, así como por la potencia imaginaria del detalle y de lo insignificante.
7. Clara y confusa también es una idea sobre la literatura, una idea de vocación discreta, menor, aunque decididamente contraria tanto a la corrección política reinante y a su agenda de sensibilización, como a su doble opuesto, bravío y servil, el de la incorrección política rabiosa. La novela de Rimsky transita por un umbral que sueña con desarmar esa dualidad que hace de la literatura un estrecho universo de etiquetas preformateadas por el mercado. Tal vez por lo mismo y en voz baja Clara y confusa incita a la vieja y entrañable discusión sobre la actualidad de la literatura de izquierda, más aún cuando se trata de una novela que pone en suspenso el sentido y se resiste a los centros narrativos. Una novela hecha de aventuras que no se cierran y que a cambio se contentan con una deriva permanente, tal y como esos escritores que Arlt llamaba novelistas pura sangre, renuentes al plan y a todo método que implicase estar sujeto a una conducta determinada (¿una novela infinita?). Una historia de amor donde la pasión está hecha de restricciones que desandan los preceptos de aquella forma del amor que dice ofrendar todo de sí y esperar todo de su prójimo, de paso, Clara y confusa dibuja en su reverso una suerte de venus de las pieles criolla donde es Clara la que impone las reglas (¿un amor de otro tiempo?). Una novela donde una artista visual se entrega al ejercicio de ir ordenando sus materiales sin jerarquías, sólo para intentar percibir cómo las cosas “trabajan la diferencia a sus espaldas”. Por lo mismo, en “el taller tiene obras que llevan diez años transformándose” (¿un arte que funda comunidades inexistentes?). Es una novela donde un plomero experto en filtraciones fantasmas ausculta las paredes y se hace conocido entre sus clientes y colegas, como lo fuera su mentor, por “la ausencia de resultados concretos” (¿una literatura sin resultados?). En fin, las preguntas se acumulan al costado del texto, lo único cierto, Clara y confusa es una gozosa provocación ante las actualidades de la literatura.
26 de diciembre 2024
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Carlos Walker: chileno, autor de El horror como forma en J. J. Saer (2019) y Contra Bolaño (2022). Investigador del CONICET en el Instituto de Literatura Hispanoamericana de la UBA.
www.letras.mysite.com: Página chilena al servicio de la cultura
dirigida por Luis Martinez Solorza. e-mail: letras.s5.com@gmail.com
Apuntes para la confusión.
Sobre "Clara y confusa" (2024) de Cynthia Rimsky
Por Carlos Walker