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Poste restante y la literatura de viajes
Por Gilda Waldman
Universidad Nacional Autónoma de México
Publicado en revista Escritural, N°7 Diciembre de 2013
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La obra de Cynthia Rimsky, compuesta hasta el momento por cuatro novelas, es ciertamente una literatura ligada al viaje, no en el sentido modélico que asumió el género, en particular en el siglo XIX, orientado a describir la historia natural de los lugares visitados; documentar expediciones científicas, narrar aventuras, o informar de tierras lejanas a un lector que difícilmente llegaría a conocerlas. El relato de viaje canónico, escrito en el período de mayor expansión y exploración europea, procuraba, así, representar las imágenes de un mundo en expansión, proporcionar mapas de tierras exóticas, o de construir un imaginario del “Otro”, dejando constancia quien escribía de lo vivido en sus encuentros con éste. El relato de viajes se convirtió así, al menos en el mundo occidental, en una forma de conocimiento, en la que coincidían la configuración autobiográfica y testimonial como eje de una narración que daba cuenta, de manera descriptiva y con gran rigor en la información, de las observaciones realizadas —de la manera más objetiva posible— por un viajero a partir de su experiencia en lugares lejanos y desconocidos.
Hoy, el relato de viajes ha asumido nuevos aires, en el entorno de la crisis del positivismo y de la definición estricta de los géneros, así como de las transformaciones en las formas de sensibilidad y en las maneras de contar un mundo que reclama nuevas formas de narrarse. Ha dado paso a nuevas formas de relatos que, si bien conservan ciertas características de género que le son propias y que lo definen frente a otros tipos de narraciones —como por ejemplo, la relación con la experiencia demostrable, el carácter del narrador como testigo presencial, un efecto de realidad que le de verosimilitud al texto, y la Alteridad como protagonista— ya no son necesariamente una fuente objetiva de información, sino una mirada que participa y se implica en lo narrado. En esta línea, el actual relato de viajes ya no pretende sólo dar cuenta de una realidad de la que se da testimonio, sino que inscribe en él la visión íntima y personal del autor-viajero; éste aporta ahora una mirada subjetiva e intensa que toma cuerpo en una voz en primera persona, el cual ya no se limita sólo a narrar el viaje sino que se vuelve parte de él explicitando, al mismo tiempo, el ejercicio de escritura, y privilegiando más que la descripción, lo que va ocurriendo en el viaje mismo.
Más sensual que descriptivo, el nuevo relato de viajes se construye a través de sofisticadas técnicas de elaboración narrativa y de un entretejido de géneros literarios en el que se cruzan la crónica, el ensayo, la ficción, las memorias, la autobiografía, etc., en una errancia estilística que refleja el cruzamiento permanente de territorios e identidades y la incesante transgresión de fronteras del viaje contemporáneo. Quien escribe hoy relatos de viajes, más allá de la narración misma, se convierte él mismo en ese viaje, y simultáneamente, sin excluir el trazado cartográfico, la narración puede ser una excusa para reflexionar en torno a ciertos temas cruciales de nuestra contemporaneidad: la memoria, el olvido, el exilio, el desarraigo, las trazas posible entre los tuétanos de la historia y el presente, el discurrir por la diversidad, la extranjería, la pertenencia, el hogar, etc., en una tonalidad más cercana a las voces que a las piedras, más interesada en develar las historias mínimas y ocultas de quienes van apareciendo en el viaje que en la cartografía del mismo. Ejemplo de lo anterior lo encontramos en las obras de autores como Bruce Chatwin, Claudio Magris, Peter Handke, V.S. Naipaul, Ryszard Kapuzinsky, G.W. Sebald, y Martín Caparrós en el caso latinoamericano.
Es en esta línea en la que se inserta la literatura de viajes de de Cynthia Rimsky, signada por su primer libro Poste Restante, publicado originalmente en el 2001 y posteriormente en una segunda edición en el año 2010. Ciertamente, el relato de viajes en Chile encuentra hitos cruciales en textos como La sombra del humo en el espejo, de Augusto D’Halmar, referido a las travesías del autor por Oriente; en las inolvidables Crónicas de Joaquín Edward Bello y, sin duda, en parte de la obra de Gabriela Mistral, quien relata en diversos textos su travesía por regiones extranjeras y, en su Poema de Chile,reconstruye desde la memoria sus recorridos por la geografía chilena. Pero Poste Restante —texto que relata el recorrido a saltos por distintas ciudades rumbo a Ulanov, Ucrania, de donde habría emigrado el abuelo paterno de la autora— se encuentran en un registro diferente. Construido desde los intersticios de la biografía y la historia, desgranado a través de trazos y gestos mínimos, el relato constituye una experiencia estética y vivencial que da cuenta de un viaje en busca de una memoria genealógica e histórica que va encontrando, en su propia errancia, otras historias y otras memorias.
Estructurado en un mosaico de fragmentos narrativos con grandes espacios en blanco —en un guiño (casi) explícito a Benjamin, para quien la posibilidad de acceso a la experiencia verdadera sólo es posible a través del fragmento— da cuenta de un viaje inconcluso, contrapuesto a cualquier simbología del absoluto. Escritura fisurada en su linealidad, construida en los huecos, las ausencias, los silencios y los murmullos de un viaje que se desgrana desde el lado de lo secreto a fin de develar lo celosamente guardado y decir lo que no se puede decir, Poste Restante constituye la narrativa de un viaje discontinuo que encuentra en la carencia y en el quiebre su marca de origen. Ya en el título esto aparece expresado. “Poste restante” es el servicio de correos que permite a un viajero, o a quien no tiene domicilio fijo, recibir cartas en una oficina postal. Pero las cartas —marca de intimidad— no siempre le llegan a la viajera-autora o no son retiradas. “Poste restante”, que podría ser el refugio donde detenerse, aferrarse a lo amado y conocido, no lo es. Las cartas serán devueltas a sus remitentes. En este sentido, el relato de viaje no sólo se afirma, inicialmente, en un lugar de interrogación y duda constante a través de una escritura del fragmento —subversivo en sí mismo— sino que parte de una subjetividad herida: la de la no-pertenencia cabal, imposibilitada de ofrecer una imagen completa de sí misma, pero que también, en su Alteridad, permite develar lo oculto y lanzar una mirada lúcida sobre la opacidad de lo establecido.
Relato de viaje que transcurren en una suerte de errancia estilística —en el que se conjuntan, desde una mirada intimista, los trazados cartográficos, la biografía, la historia, testimonios, relatos orales que dan paso a las voces de otros y la ficción literaria— Poste Restante está construido y diseñado simultáneamente con un lenguaje narrativo y otro gráfico, como si este último cumpliera el imperativo de inscribir, de otra manera, la experiencia del viaje. Dibujos, fotografías de documentos, postales, mapas, guías de viaje, recortes de periódicos, notas personales, cartas, apuntes en una agenda, etc., recogidos a lo largo del viaje, se intercalan en el texto y lo comparten, a fin de encontrar las huellas primarias de la genealogía y abrir los silencios de una historia familiar silenciada y difusa en la memoria. Se trata, así, de un doble viaje: el geográfico y el textual, y de un doble relato: el narrativo y el gráfico. Texto y visualidad se mueven, así, entre dos polos, en una línea sutil que alumbra los paisajes y las voces. Cada uno de ellos, en su propio código, visibiliza lo que queda oculto en el “otro” relato, generando la posibilidad de “otra” lectura. Entre ambos lenguajes se transita en una provisionalidad mutua, dando cuenta de la precariedad tanto de la experiencia del viaje como de su memoria. La viajera se sitúa, así, en un espacio intermediario entre dos mundos, dos lenguas; ubicada en el umbral, en tierra de nadie, la narración del viaje encuentra un espejo en la imagen. En este registro heterogéneo entre dos lenguajes, la identidad se desdobla (aunque sin perder su voz): Cynthia Rimsky esculpe las palabras en el texto, al tiempo que la experiencia estética de las imágenes va ofreciendo la “otra” clave de su viaje: la fotografía del álbum (equívoco) de fotografías que da origen al viaje, mapas de metro, listas en las que aparecen palabras en dos idiomas, papeles en los que está escrito en alfabeto cirílico el destino final de la travesía, copias de cuentas y gastos del viaje, las cartas no recibidas, reproducciones de guías de viajes, una fotografía de la desolada Ulanov, donde no queda memoria de la familia paterna. La disposición textual y gráfica rompe con una narración (racionalizadora) y lineal del texto, desconcertando al lector y evidenciando la provisionalidad, flexibilidad y maleabilidad de ambos lenguajes en su Alteridad mutua. En este moverse “entre lenguas” —en palabras de Rosi Braidotti— (Braidotti, 2008) que refleja el cruzamiento permanente de territorios e identidades y la incesante transgresión de fronteras del viaje contemporáneo, la “condición nómada” del relato de viajes anula la (supuesta) estabilidad imaginaria de una identidad del “yo” y la hegemonía de un lenguaje único, históricamente de carácter patriarcal liberando “la actividad del pensamiento del yugo del dogmatismo falocéntrico” nuevamente en palabras de Braidotti (2008:36). Quien viaja mira, recuerda, narra, grafica. El relato del viaje se presenta, entonces, como una multiplicidad de textos fragmentarios y desdoblados entre el lenguaje textual y el visual, pero también la narración lingüística aparece desdoblada en un relato disperso que multiplica, de manera descentrada y trizada, identidades, miradas y voces, en una aceptación tácita de que ningún sujeto coincide totalmente consigo mismo y de que la identidad narrativa —igualmente fragmentada y desdoblada— sólo se puede manifestar a través de múltiples voces: una narradora en primera y tercera persona. El desdoblamiento permite un habla desde otro cuerpo, otro nombre, para relatar un viaje discontinuo entre los espacios y tiempos de origen y destino, y que es, simultáneamente, un viaje a contracorriente.
Poste Restante relata el viaje de la autora-narradora por Israel, Egipto, Chipre, Turquía, Ucrania, Praga, Polonia, Austria, Eslovenia, hacia el pueblito de Ulanov, en Ucrania, del cual salió su abuelo paterno como tantos miles de judíos que, movidos por la necesidad o la desgracia, habían cruzado el océano en busca de la supervivencia física o espiritual. Pero ahora el viaje, real y metafórico, va en dirección contraria; reproduce, en sentido, inverso, la migración. Con la herencia de la historia a cuestas, y recogiendo ciertamente el legado judío de migraciones y diásporas, el viaje reproduce metafóricamente la densidad el viaje original, pero ahora el viaje no es el de quien va al Nuevo Mundo a construir una casa, plantar un jardín o ser parte del paisaje nacional en una sociedad que fundía en la “homogeneidad” las memorias de origen, sino que el viaje va tras las huellas de un pasado generacional y cultural para abrir los silencios de una historia familiar silenciada, discontinua, fragmentada, difusa en la memoria, cubierta por el polvo del olvido, “Las familias cuyo pasado se remonta a la historia de Chile encuentran objetos que siendo desconocidos están impresos en su memoria, que es también la memorial del país. Para los emigrantes, la historia es una línea trunca”, en palabras de la autora (Rimsky, 2010:40). Crónica de una travesía en sentido inverso, motivada ahora no por una trashumancia quizá indeseada o por un destino histórico de pérdidas y abandonos, este viaje “al revés” intenta retornar a los orígenes en un trazado de líneas cartográficas que dibujan paisajes, voces y retratos itinerantes y efímeros, para reconstruir una historia real pero también inventada. Esta vez el viaje no tiene la contundencia de un horizonte obligado, sino que insinúa la inquietud por “otros” destinos a los que se regresa en una trayectoria cruzada. Ciertamente, para buscar los orígenes perdidos y reparar una herida primigenia, pero también para revitalizar el pasado en el presente. En el empeño por encontrar la propia historia, el viaje no es lineal sino múltiple, poblándose de una multiplicidad de “historias de otros” reconstruidas a través de imágenes e indicios dispersos, trazos mínimos, gestos, huellas, en una errancia en la que la viajera se interna a la deriva por callejuelas olvidadas, a contracorriente de la “dirección única” de las grandes avenidas (en el sentido benjaminiano). En este viaje a los márgenes, en el que se “mira de otro modo” poniendo atención a los detalles casi invisibles y excepcionales, la viajera se convierte en cronista que da cuenta de los restos mudos de un mundo ya virtualmente desaparecido. El viaje tiene su ritmo propio, dado por el encuentro con las historias que afloran. Al recuperar los relatos olvidados, se potencia el poder de la palabra en un trabajo estético que se repliega sobre el lenguaje mismo pero, al mismo tiempo, la estructura narrativa impide una clausura o cierre, y la viajera se afirma, paradójicamente, en un lugar de interrogación y duda constante. La memoria se construye en el cruce permanente entre los detalles minúsculos de la biografía, los trazos de vida de los “otros” y el peso de la historia colectiva y familiar, recogiendo en todos los casos fragmentos del pasado para armar el rompecabezas de una memoria sin recuerdos.
El viaje relatado en Poste Restante está atravesado por la incompletitud, la falta, la ausencia, la precariedad, la orfandad. “Viajar es, por supuesto, la confesión de la impotencia: ir a buscar lo que te falta a otros lugares”, como escribe Martín Caparrós en su crónica de viajes titulada Una luna (Caparrós, 2009:16). El viaje surge de una situación de carencia, de una herida, de una precariedad existencial, del desmoronamiento de un cobijo protector. Es un viaje que se separa de la orilla, que deja atrás lo sólido de una morada, que rompe con las ataduras afectivas que enraizan y proporcionan identidad. La enunciación está dada desde el “fuera de”, desde una ausencia en la que se inicia y se reconstruye el viaje, desde una condición de no-pertenencia y extranjería radical. El viaje es, así, un romper amarras, despoblar lo conocido, ubicarse “desde el otro lado”. Surge como un “ser arrojadas al mundo”, como una dispersión elegida sabiendo, sin embargo, que el viaje constituye un paréntesis y a la vez un pasaje —y un extravío— entre los espacios y tiempos de origen y destino.
Poste Restante surge de la fractura de la historia familiar genealógica de la autora, de un desgarramiento del mundo de los orígenes, de un destierro de sus fuentes de procedencia, reemplazada por silencios o relatos fragmentarios, o de un relato que ha quedado interrumpido. La memoria de la historia familiar se ha perdido en el silencio; ella no sabe descifrar ya la lengua de los abuelos. Por otra parte, la pertenencia al país de origen, Chile, es una “línea trunca” que se debe imaginar o reconstruir. El viaje se vuelve, así, la búsqueda de un territorio (no necesariamente geográfico) de pertenencia, entendiendo que la pertenencia no reside necesariamente en un hogar, y que el “hogar” no significa necesariamente pertenencia. Poste restante constituye, en este sentido, un relato de viaje-ensayo-narrativo sobre el significado de la pertenencia, el desplazamiento y la pérdida, sobre el hogar como espacio de la vulnerabilidad, sobre el pasado como un campo atravesado por continuidades y discontinuidades.
La mecha que gatilla el viaje es el descubrimiento casual de un álbum de fotografías, que lleva en la portada un apellido casi similar al de la autora. El álbum, con fotos de una familia de vacaciones en algún lugar de Europa y que difícilmente tendría algo que ver con la familia de la narradora, son fotos que hieren, que resuenan entre las ruinas de la genealogía perdida. Vestigios de algo irrecuperable, irremediablemente perdido, las fotos son el registro de la ausencia. Fragmentos inconexos sin pasado ni presente, tomadas al azar, las fotos evocan un pasado que sólo reside en ellas. Son un rompecabezas que ciertamente, no corresponden a la carencia primigenia de la viajera, pero que le permiten iniciar el viaje y construir el relato de la búsqueda del verdadero origen de su historia, aunque sea a partir de fragmentos que no le pertenecen. Las fotos es lo único que ha quedado de esa famita desconocida. En su cotidianeidad, tienen un aire familiar, abren el camino a un pasado casi irreal; dejan en suspenso lo que podría haber sido su propia historia. Pero si toda construcción genealógica es una interpretación, también lo es el álbum de fotos. Las fotografías, en palabras de Susan Sontag, pueden ser “recortadas, retocadas, adulteradas, trucadas” (Sontag, 2006:14). En tanto interpretación —desde un ángulo— de la realidad, son una inagotable invitación a la conjetura Al no ser un calco real del mundo son, por tanto, también inexactas. El viaje se origina entonces desde el equívoco y la falta. “Al momento de encontrar el álbum de fotografías en el mercado persa había planificado un viaje a Ucrania. Como su interés no era encontrar parientes o el nombre en una tumba, decidió que buscar el origen de las fotografías podía ser un destino tan real como el otro”, escribe Rimsky (Rimsky, 2010:44). En el relato, las fotografías no aparecen: sólo su descripción mediada por el ojo de la escritora. Las fotografías son, entonces, una presencia y una ausencia, un viaje dentro de otro viaje, un secreto dentro de otro. Las fotos exigen ser contadas y la viajera, al quedar atrapada en su contemplación, persigue en el viaje los trazos fugitivos de esas fotos “que no son”, pero que desde su Alteridad, la incitan a un viaje incierto y precario, elaborado sobre la pérdida, cuyo relato no será sino resistir al extenso e inquietante territorio del olvido.
Pero el viaje, aunque sea un gesto desesperado por conocer el origen y por restituir el vacío de la fractura, será incompleto, y su relato guardará siempre relación con el desarraigo, la añoranza, el dolor. En Kiev nadie conoce ya el apellido del abuelo materno de la viajera de Poste Restante y en Ulanov no quedan trazas, ni tampoco memoria, de los judíos que vivían allí, ahora muertos o fugitivos. ¿Cómo buscar, o encontrar, la memoria entre las ruinas? Ulanov es ahora el territorio del silencio, “un lugar del cual huir y sentir nostalgia” (Rimsky, 2010:222), como lo es también el país de origen, Chile, horizonte de ninguna Itaca. Las fotos habían sido el mapa inicial para encontrar un lugar no conocido, pero a menudo imaginado. Pero al llegar allí, la autora-narradora encuentra el crepúsculo final, al tiempo que Chile es, a la distancia, el espacio de promesa y desolación. En cualquier caso, Poste Restante no relata un viaje como zona del deseo: ir a algún destino, regresar y narrarlo. Esencia, finalmente, de toda literatura de viajes.
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Bibliografía
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