Forasteros, plural de forastero, viene a nuestra lengua desde el catalán foraster y, antes, del latín foras. Lo que está afuera, pero ¿afuera de qué? Digamos que de lo humano. Es, entonces, lo inhumano, lo inefable, en sentido estricto. Este libro es una aventura hacia lo inhumano y al mismo tiempo un ejercicio de peregrinaje salvaje y sagrado, valga la redundancia, en sentido doble: hacia el ser y hacia el lenguaje.
El peregrinus se hace símbolo en la Edad Media cristiano-europea: viajero que por devoción o voto visita un lugar considerado sagrado. Viaja para encontrar un santuario ante lo desconocido. Este principio permite situarnos frente a las narraciones de Forasteros para inquirir ¿qué es lo sagrado, en qué sentido “peregrinan” los relatos y la(s) lengua(s) que habla(n) estas narraciones, cuál y dónde está el refugio que anhelan? Prima facie el texto responde: “Los dioses, o los ángeles, poseen un extraño sentido del humor (...) Pero, los dioses, o los ángeles, saben más (...)”. Aunque hacia el final esta certeza matiza: “Nadie sabe a ciencia cierta si los ángeles se distraen o no (...)” y deja instalada la pregunta; abre un camino.
Tal vez a alguien sorprende la inclusión de la ciencia, la academia (Abelardo, el profesor), la duda, la incerteza, lo desconocido, en un universo donde la casualidad no cabe, pues hay algo homeopático en las narraciones que homologan catalán, euskera, español, castellano, chileno, inglés y también aúnan tópicos y lugares comunes: la chica guapa, la fantasía lésbica, el hombre sin atributos... Tópicos de nuestra lengua y cultura vernáculas que en sí son prefabricados. La cuestión no es menor: en estas narraciones se encuentra el juego de la alotécnica (técnica como mecánica fabricada para realizar funciones contranaturales: la rueda, la flecha, la escritura) y la homotécnica, como las diferencia Peter Sloterdijk -quien pudiera escribir [crear] como dios daría al concepto de escritura [creación] un significado que ningún amanuense humano ha entendido hasta el momento.
Las tres narraciones –peregrinas- de Forasteros exponen, primero, el uso del lenguaje como técnica: los padres reniegan de los hijos con palabras, las estafas se hacen con palabras, los avisos fatales se comunican procedimental y correctamente con fórmulas del lenguaje, los rituales se dicen; y al mismo tiempo presenta lo inefable como algo omnipresente: las complicidades, el amor, los descubrimientos incomunicables, los encuentros extraordinarios se verifican en miradas, silencios, sensaciones, elementos.
Eso que tampoco se puede escribir —porque escribir es una alotécnica y un recuerdo: Giorgio Agamben afirma que toda verbalización del recuerdo es per se una falsedad- está instalado en todas las narraciones. Más allá de sensaciones como desarraigo, incomodidad, nostalgia, hay siempre algo indecible, inhumano. Explorar esto es difícil, pues sabemos que nos puede guiar a pesadillas (guerras, tortura, campos de concentración, mutilación y más, sin ningún “porqué” explicativo), pero es imposible resistir: lo inhumano, lo inefable que está fuera de nuestra técnica y más allá de esta, nos fascina. Desde la tragedia clásica hasta la ciencia ficción, y es también el objetivo de la ciencia: comprender, probar, conocer. En el disparatado peregrinar en que estamos arrojados entre viajes espaciales e ingeniería genética la reflexión literaria sobre la técnica es escasa: la literatura se hace para masas, se escribe como lector para lectores (comunidades lectoras, le llaman); pero ¿quién reflexiona sobre la naturaleza pre-técnica de la escritura, quién busca en la factura de las narraciones el sustrato básico, lo angélico, lo sagrado del relato, de la lengua, de la escritura? Estas narraciones lo hacen, pero advierten: quien lo haga será forastero.
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Peregrinar hacia el lenguaje
[Sobre Forasteros. Tres narraciones peregrinas, de Bernardo Navia]
Por Cristóbal Soto