
            
            Un romance entre bombas
            Abril en París, de Michael Wallner 
            
            Por Carlos Tromben
            La Tercera Cultura. Sábado 7 de julio de 2007
        
        
          La Segunda Guerra 
          Mundial sigue siendo 
          actual. Las razones no 
          son misteriosas puesto 
          que ésta alcanzó a millones, se desarrolló en 
          escenarios  de todo el mundo y su ferocidad y amplitud cubren tópicos que van desde el  heroísmo a la crueldad, el amor, la abnegación, la tecnología y estrategia.  Todo en mayúscula.
         Lo  novedoso proviene, desde hace algún tiempo a la fecha, del aporte de autores y  cineastas de lengua alemana, como el actor y guionista austríaco Michael  Wallner (1958). Su novela Abril en París sitúa al lector en el escenario más  glamoroso, si se puede hablar de tal, de la conflagración mundial. El París  ocupado por los nazis es un escenario ya mítico de bajezas, heroísmos, romance  y espionaje, que el autor aprovecha para producir una novela de suspenso  eficaz, aunque su móvil principal son los sentimientos.
          
          El protagonista, Michel Roth, es un cabo de la Wehrmacht, cuyo dominio  del francés lo pone en la mira de la Gestapo. Sin tener especial afinidad con el nazismo,  se ve involucrado en sórdidos interrogatorios, en los que oficia de traductor  y secretario. En el contexto de mediados de 1943, se trata de un trabajo  relativamente tranquilo en comparación al pavoroso frente ruso. Pero Michel  resiente no sólo la brutalidad de los interrogatorios, sino el aislamiento y la  desconfianza.
         Aparte de las chicas fáciles, ningún parisino confraterniza con el  enemigo. Por ello toma la decisión de dejar el uniforme y salir  subrepticiamente vestido de civil, con un libro de La Fontaine como coartada.  Pero lo que parece un pasatiempo inocente se torna pronto en una fuente de  peligro. A través de la atractiva Chantal, una mujer que trabaja de día en una  peluquería y de noche en un cabaret, entra en contacto con la resistencia.  Despierta las sospechas de sus superiores, y se ve empujado a tomar partido  entre unos y otros. En el momento de hacerlo, no habrá vuelta atrás.
        La novela se desarrolla  en un registro de corte casi policial, con los matices de un romance sobre el  fondo histórico turbulento. Al final, opta por la tragedia, cosa ineludible al  tópico. La guerra es insensata, la redención imposible (al menos desde el lado  alemán) y la vida, ese recurso escaso, favorece y perjudica según una ruleta  tan insondable como cruel.
         Wallner no abruma al lector con información; el narrador está  interesado en los hechos, aunque no escatima detalles del ambiente de una  ciudad sofisticada y liberal, oscurecida por la opresión.
         Los personajes alemanes están mejor delineados que los franceses y  ofrecen una gama matizada desde la malignidad pequeño-burguesa del capitán  Liebold, pasando por la rolliza mecanógrafa Rieleck-Sostmann, tan fogosa en la  cama como concienzuda en la administración del centro de torturas.
        Abril en París no tiene una sola pizca de relleno ni la intención de teorizar. Es un episodio más, dentro de un océano  inagotable de dolor y desesperanza.