Kafka en la Orilla de Haruki Murakami, 592 págs. Tusquet 2006.
Murakami y su bosque encantado
Por Carlos Tromben
Kafka en la Orilla, la nueva novela del escritor japonés con mayor reconocimiento internacional, narra las historias de un adolescente que huye de casa y un sobreviviente de la Segunda Guerra.
Leer a Haruki Murakami es una experiencia que bien se puede catalogar de única en la literatura contemporánea. No porque el lector se enfrente a un texto sin referencias (un imposible técnico hoy en 
día), sino por el resultado
que se extrae de sus páginas, comparable al despertar de un sueño especialmente vivido.
Kafka en la Orilla -recién traducida por Tusquets- contiene dos novelas en una, que convergen y se nutren mutuamente. Una de ellas (que corresponde a los capítulos impares) es la historia de Kafka Tamura, un adolescente que huye de la casa de su padre, escultor de fama mundial. La otra (los capítulos pares) se centra en la vida de Satoru Nakata, un hombre que pierde la memoria y todo trazo de pensamiento lógico en un extraño incidente durante su infancia, cuando terminaba la Segunda Guerra Mundial.
Ambos personajes, así como la estructura del relato, son antitéticos y a la vez complementarios. Kafka Tamura es un voraz lector quinceañero, que busca su destino lanzándose a la carretera y se refugia en una biblioteca ubicada en la isla de Shikoku, la menor del archipiélago japonés. Nakata, en cambio, es un anciano iletrado y simple, que habla con los gatos y subsiste gracias a una visión primordial de la vida, como los sabios de la antigua tradición budista.
La huida del joven Tamura tiene más que ver con Lewis Carroll que con Salinger. La defensa del viejo Nakata contra la hostilidad del mundo no radica en el dominio de las artes
marciales, sino en un modesto paraguas que tiene el don de hacer llover pescados y sanguijuelas del cielo.
Murakami acompaña a su dúo protagónico con una legión de seres entrañables, como el culto y ambivalente Oshima, la enigmática bibliotecaria Saeki y el chistoso camionero Hoshino. El mal, por su parte, aparece encamado en personajes disfrazados irónicamente de iconos del consumo de masas: Johnnie Walker, que no sólo se viste como el símbolo del whisky escocés, sino que colecciona y asesina gatos callejeros, y el no menos desconcertante Coronel Sanders (el patriarca del Kentucky Fried Chicken), que prostituye universitarias con formación en filosofía occidental.
Todos ellos se visitan en sueños, se desplazan a través del tiempo y del espacio, pasando de la frenética superficie urbana del Japón moderno a un mundo onírico, unido por extraños vasos comunicantes. Si bien hay una alusión sistemática, a través de la historia de Tamura, al mito de Edipo, la novela parece sostenerse fundamentalmente en una tradición nipona, ajena a la polaridad judeocristiana del bien y el mal. Ahí precisamente reside su encanto y su poder de seducción.
Nieto de un monje budista e hijo de profesores de literatura, Murakami es el novelista japonés con mayor reconocimiento internacional en la actualidad. El rechazo del establishment literario de su país es su fortaleza ante los lectores occidentales y sus compatriotas menores de 30 años. En toda su obra se mezclan tradición y modernidad, magia y realismo, erudición literaria y pop (especialmente musical). Kafka en la Orilla se lee, por lo tanto, como una cruza tan improbable como refrescante entre el autor checo que marcó el siglo XX y esas sorprendentes ficciones animadas japonesas que acaso marcarán el XXI.
"Imágenes que trascienden su propio significado se van poniendo de pie, como dibujos recortados, y empiezan a caminar por sí mismas", señala en un momento Tamura, haciéndose eco de una sensación que se experimenta al leer los sucesivos capítulos de esta novela y que se refuerza, a la manera de una sesión de meditación Zen, al cerrarla de golpe. Algo se nos ha revelado y no sabemos qué es.
