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CARLOS ALBERTO TRUJILLO,
POETA QUE VE DEBAJO DEL AGUA
Por Jaime Giordano
En los años sesenta, oíamos hablar de poesía del sur chileno y de inmediato pensábamos en fiestas, asados con pebre y vino tinto, y un grupo de alegres y dicharacheros escritores santiaguinos pasando unas despreocupadas vacaciones de verano invitados por atentos y obsequiosos poetas provincianos. La lluvia, las viejas estaciones de tren, los gansos quedaban para la soledad de los días invernales.
Es un alivio ver que ahora la provincia se beneficia de una cultura cada vez más desterritorializada: "El territorio de la verdad es más alto que la cumbre del Aconcagua" [ML, 95); "por los territorios del tiempo navegamos" [ML, 96); "el hombre construye su propio territorio" [ML, 90). Más interesante puede ser el "continente blanco" de papel, pues el territorio nacional está en riesgo de verse tan disminuido que quizás "hoy me dormiré como si nada/ y tal vez me despierte de argentino" [NN, 4]. Los márgenes del país se deslizan o se pierden dando la forma justa a una figura cuyo centro termina teniendo tan poca importancia como el de una cancha de fútbol. La realidad es que ya no se puede hablar de poesía chilena sin mencionar a muchísimos poetas que sólo conocen Santiago como inevitable lugar de paso.
Carlos Alberto Trujillo es el último de ellos cuya poesía ha llegado a mis manos, aunque mi primer encuentro con él fuera hace diez años en Castro cuando lo vi atareado tras una fotocopiadora donde la poesía se mezclaba con los formularios de notaría. Ahora ha seguido los pasos de otro poeta sureño, Enrique Giordano, doctorándose en la Universidad de Pennsylvania. Mientras Enrique es ahora profesor en la Universidad de Cincinnati, Carlos Alberto lo es en la de Villanova, en plena Filadelfia.
Con el tiempo, saltando de un extremo del planeta a otro, el temple irónico de sus versos se hace menos amargo, más consciente de la broma pesada que es el mundo.
Tanta palabra para explicar la pobre condición humana
....... .. .. Sartre
........... .. .. ... .. .. Unamuno
................. .. .. .. .. .. .. .. .. Camus
....... .................. .. .. ... .. .. .. .. .. .. Heidegger
[ ... ]
Y yo me encuentro de repente
Ante todas las puertas
Llevando en mi mano un manojo de llaves
Y sin saber qué hacer con ellas [ML, 107]
Su poesía no es poesía que pueda ser habitada. No ofrece refugio al lector. Estamos invitados a la intemperie, a un estado miserable, a una "olla vacía", a sueños que ya no se tienen (como los trenes, la "hoja de papel" en blanco, etc.). Lo concreto es sólo "un manojo de llaves/ Y sin saber qué hacer con ellas". La imagen es de las palabras, libros, ideas que no dan acceso a residencia segura.
Y como Trujillo tampoco es un poeta místico, resultan inalcanzables esas otras formas de residencia en la tierra que dan solaz y alivio al ser que nos vemos siendo. Sin embargo, no son raras las referencias a Dios en su poesía como naturalización de un concepto recogido del ambiente; una especie de mística chilena: Dios como proveedor que no provee, padre olvidadizo, padre sordo. Algo que tiene que ver más con "la campana de Quellón" llamando "a la misa de las siete" [ML, 54], que con ningún demiurgo. Más convincente y popular es la apelación al "Señor": "te rogamos, Señor/ ante esta olla vacía" [ML, 138], o "Pero cuéntame, Señor,/ cuánto falta para el final/ de esta mala película" [ML, 139]. Más que un concepto teológico, funciona aquí como una palabra con connotaciones de costumbre popular.
Las entonaciones nacionales y el oralismo conversatorio arrastran consigo toda clase de chilenismos como parte de su lenguaje poético; sugieren al mismo tiempo humor y mofa acerba, y un claro sentimiento de relegación. No se trata precisamente de marginación, sino de un sentimiento mucho más doloroso que es vivir fuera. La cotidianización del discurso es, pues, salvación y relegación al mismo tiempo.
El poeta -para mayor angustia aún- se sitúa en el umbral de la poesía, donde el valor salvador fundamental parece ser la predicación de su ausencia, como si ella consistiera en un eterno buscarla, un porfiado recomienzo. Es poesía que pide perdón por existir, o por no existir aún. El sueño de "un volantín/ que quiere ser gaviota" [ML, 71] puede ser también su anverso: "ese cielo/ grande como un volantín" [ML, 117]. El sueño lírico es, pues, una iniciación a un sacramento que se desconoce, como si realmente la poesía fuera mucho más que asunto de poetas.
Empiezo a familiarizarme con la idea
de que la poesía
nada tiene que ver con los poetas. [ML, 64]
Lo que es eterno es, pues, el sentimiento de frustración. Pero es una frustración con carácter de engaño; es decir, nos mintieron. Se da, pues, y afortunadamente, sin mucho sentimiento de culpa. La relegación es permanente; no una decisión del relegado quien, hablando propiamente, ha sido relegado.
La verdad es una inquietud permanente
una reunión prohibida una puerta (x)
clausurada un muerto en la calle [ML, 125]
El contraste más dramático es entre lo elevado y visto con respeto [LA POESÍA] y lo mínimo [LA VIDA] visto como obvio. La única permanencia indubitable que se reconoce en estos poemas es la de la obviedad de lo obvio:
Obviamente
todo es obvio cuando todo es obvio
[ ... ]
en lo obvio
está la madre del cordero. [LVD, 71]
Lo obvio no es ni lo absoluto ni lo relativo, ni el bien ni el mal, sino sólo lo que es obvio, y por lo tanto lo que sentimos, lo que no se puede obviar.
Se culmina en algo así como un movimiento pendular entre la bravata y una dimensión religiosa de la humildad: "Nunca quisimos contar las estrellas/ para no elevarnos al cielo" [LQ, 27]. Al mismo tiempo, somos ambiciosos: "Quiero ser senador o diputado […] pero soy nada más que un pobre humano/ ni pepedé ni demo ni cristiano" (NN, 5).
La imagen del "volantín que quiere ser gaviota" o que se queda "mirando ese cielo grande" [LQ, 28], entrega la intuición exacta que se corresponde en el poema con un intento (consciente o no, real o aparente) de afirmar una tabla de valores que ilustra lo poco que se pide. Estos valores se presentan como cualidades sustantivas de los "peces": "los peces cariño/ los peces son vida, ven debajo del agua, se multiplican y llegan a ser nuestro sustento. "Peces sonrisa" implica también una atenuación de la intensidad de la risa. Los valores muestran un rostro humilde: "cariño", "amistad", sólo después resumidos en la palabra "amor" que queda, por lo tanto, modestamente disminuida.
No hablemos más de amor
Ni de luces ni de señales mágicas
No hablemos más del cielo
[ ... ]
Caminemos con nuestros propios pies
Con nuestros propios cuatro tres dos pies
Sobre el camino" [LVD, 20]
Es, pues, una poesía que huye de la intensidad como si fuera un cáncer, el cáncer de la mentira. Esto conlleva un ejercicio empedernido de la litote, además de asumir un sublime posmoderno como lo había planteado Longinos hace casi dos mil años en su tratado sobre lo sublime (o excelencia): lo sublime no reside en la perfección, sino que se sitúa a medio camino. La perfección, lo absoluto son, en consecuencia, una redundancia, un domingo siete. Lo sublime sería pues, una simple "compensación": "A cada cuál su cada cuál/ A cada quien su cada quien // ¡Nada de números compuestos!" [LQ, 25].
La interrupción queda, pues, perdonada: Carlos Alberto Trujillo, contrario a lo que dice, parece ver debajo del agua, y no hay ninguna duda de que seguirá interrumpiendo. Así lo esperamos.
The Ohio State University
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Siglas usadas:
LVD: Los que no vemos debajo del agua (Santiago: Cambio, 1986)
ML: Mis limites. Antología de poesía (1974-1983) (Castro/ Santiago: Aumen,1992).
NN: Lope Sin Pega: No se engañe nadie, no (Drexel Hill, USA, 1995).