Cuando llegó a mis manos La palabra y su perro (Editorial Mago, Colección Escritores Chilenos y Latinoamericanos, 2019, 240 pp.) del poeta y profesor de literatura Carlos Trujillo, comencé a leerlo de inmediato. Confieso que lo he leído unas cinco veces y cada vez me resulta más inspirador. Tal vez este especial interés, se deba al hecho de que compartimos un mismo desafío y fascinación por la página en blanco y sus mundos. Y el volverse cada vez más inspirador, habla de la calidad del poeta que escribe, quien nos sugiere e inspira a escribir otros textos. Los poemas, mayoritariamente, son breves, porque las palabras son tesoros que no debemos malgastar, y eso es algo que Carlos Trujillo parece saberlo muy bien por su doble oficio de poeta y profesor. La palabra lo posee, y lo usa para hablar a través de él, y entonces “la palabra es ave y abre sus alas” (p.16). Y agrega "escribo como si fuera la palabra/ la que me lo pidiera ahora mismo" (p.19) porque sentado frente a ella, ésta “le permite vivir”.
Para Trujillo, la poesía es tan total, tan tremendamente abarcadora que “el Jardín del Edén cabe en un solo verso/ En todas sus versiones y lenguajes” (p.21). Por ello, el poeta se pregunta "¿De qué escribir sobre la blanca cara de una hoja de cuaderno?" (p.23). Y en esta pregunta vital, de su oficio, está el reto de la página en blanco, su jardín del edén, y el lápiz que nos ilusiona a todos, una poética que ilumina.
La palabra para Trujillo es un desafío vital: Entenderla, saber cómo se construye, qué busca decir, cómo hacerla volar en el papel y que les llegue a todos. Y en las añoranzas, en su poema "Carta" (p.32), con bellas imágenes nos permite instalarnos en quien la escribe. El poeta se coloca en una posición externa, para ver cómo se resuelve la (su) angustia por la palabra y su contenido: "Cuando miro al que soy y aquél cierra los ojos,/ Él no atina a verme ni lo veo" (p.36).
El poeta logra, además, con artificios de palabras, inquietarnos con las sugerencias que nacen de ese juego. Carlos dice: "Me descubro y me pierdo/ Me pierdo y me reencuentro"(p.47). Por eso, escribe para ser (p. 49), declaración vital del poeta. Ser en la poesía. Y es su fe en la palabra lo que le hace decir “Cada palabra/ Crea un aire más apropiado a su respiro”, “Frente al papel en blanco” (p. 64). De este modo, el papel en blanco es un universo por descubrir, la pluma es la nave y el explorador que lo lleva a esos rumbos, y el vocablo, la acción por la cual el descubridor —cuando dice “El presente/Un lápiz y un papel” (p.69)— describe lo que encuentra: “Miro con estos ojos pintados en la hoja/ Tus ojos que me miran en medio de la página" (p. 69).
La página es un misterio como la creación misma para Trujillo, quien, más adelante, sin apartarse ni un ápice de esa visión de mundo en la que palabra, escritura, lectura, misterio y nacimiento, nos dice “este nido naciente que es la página/ anidada en tus ojos” (p. 82).
El poeta es un perro sin amo, olfatea las palabras para encontrarlas una y otra vez en la página que asume como desafío vital, como forma de vida, como ritual, con su propia liturgia y rceremonia. En el mito adánico de ser el primero, ahora como Colón, el poeta descubre la palabra y la hace luz y la comparte. Sigue en la búsqueda, pero a veces sólo tiene la idea y no logra encontrar las palabras para expresarlas: Tal vez, como la Mistral, debe inventarlas ("el Salerno del viento bebí"). Aparece la obsesión de todo poeta, lo que escribió en los sueños y nunca escribirá de verdad. Trujillo no sólo respira escritura, también suda poesía. Y en la búsqueda de la palabra que construya el sentido y la forma, vuelve infinitamente a la página en blanco. El poeta, no es ajeno a sentir, puesto que escribir es desnudarse infinitamente, en busca del paraíso. Hay en el libro, un poema fundamental (Poemas viejos (3), p.81), que asume la poética del autor y el desafío que significa para el escritor estar frente a la página para ser descubierta, conquistada y poseída, para enseñorearse sobre ella (espero no ser acusado de machista), tratando, inevitablemente, de no dejar de ser influido por otros, pero él es uno de los santos elegidos por la poesía.
Trujillo es el “perro que olfatea la luz” (p.163) y se adentra en la realidad, donde nos coloca frente a la disyuntiva de saber qué es más real. El poeta se siente, de algún modo, la reencarnación de alguien y pretende a través del poema, rescatar los múltiples rostros “borrados” para que permanezcan, lo que se reitera en “Calcomanía” (p.177), porque una vez impresos en el papel, ya no le pertenecen al poeta y quedan allí para siempre, igual que en una pintura. Pero, por el contrario, pronto descubrimos que su fragilidad (la presunta fragilidad del poema) se derrumba, al nacer y renacer en un ciclo sin fin, en cada lectura de quienes lo leen.
El escritor, que como de pasada, reclama también por todos los provincianos, por la crítica centralista, al “no haber sido siquiera/ Una mugre en el ojo del crítico oficial” (p.183), nos lleva en su vuelo, "por lugares que no han visto mis ojos/ y por otros/ que nunca hollarán otros pies" (p.197). Y nosotros, sus lectores leyendo su poesía, nos volvemos una especie de laboriosos arqueólogos buscando las claves.
Por último, el poeta nos pregunta para qué sirve la poesía, y yo le respondo con Omar Lara, que la poesía sirve para encontrarnos, y, agrego, a modo personal, para habitar la intimidad de las palabras.
El poeta finaliza reiterando su pasión por la palabra y la página en blanco, mostrándonos cómo cada palabra llena un pedazo de vacío, cada letra se hace ventana, ojo, camino... La palabra y su perro, un libro que hay que leer en la poesía, y no sólo en la poesía chilena.
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Sobre "La Palabra y su Perro", de Carlos Trujillo
(Editorial Mago, Colección Escritores Chilenos y Latinoamericanos, 2019, 240 pp.)
Por Luis Zaror