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VOLAR EN LAS PALABRAS, Poemas de Carlos Trujillo.

Por Nelson Torres Muñoz



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Palabras fue editado en Perú y contiene una serie de poemas breves muy al estilo, a estas alturas ya, de Carlos Trujillo. Interesante e imposible no dejar de analizar la dedicatoria a Iván Carrasco Muñoz, profesor de la Universidad Austral de Valdivia y tal vez el que más conoce sobre la poesía del sur de Chile. No debe haber libro de autor chilote, valdiviano o portomontino que no haya pasado por sus agudos ojos tachadores. Carrasco y Trujillo, sin dudas, mucho tienen que ver con el notable desarrollo de la poesía chilena de las últimas generaciones.

Leo mentalmente los libros de Trujillo y voy cerciorándome que esa preocupación por el momento justo en que el lenguaje traga luz y se vuelve poesía viene no sólo de su libro La Hoja de Papel. Ya está en “Territorio de las Palabras” de su libro Los Territorios, así como en Escrito sobre un Balancín, y el propio título del libro Los que no vemos debajo del agua es en sí una condensación estético-poética. Éste tiene que ver con la opacidad del lenguaje y de ciertos discursos censurados a autotachados en los tiempos de la dictadura chilena. Y si nos remontamos a Las Musas Desvaídas, hallamos todo un abanico de alusiones en este sentido.

“Adecuado: /esa es la palabra que necesitaba...” O bien: “Entonces encontré la fórmula correcta / y la perdí...”

Trujillo nos pone –a los lectores- en el centro y momento justo del gran acontecimiento poético y nos hace partícipes del jolgorio o la desolación de ver la conversión maravillosa de la palabra o su chisporrotazo y muerte.

Eso es lo que vemos en esa escritura de 1977 y si nos trasladamos a La Hoja de Papel veremos que en ese libro todo se inicia con una mirada al oficio:

                        “Armo palabras en este interminable rompecabezas...”

Maravillosa arquitectura que se vuelve una trampa y no podemos salir de esa estructura. El poeta se queda extasiado en su propia creación. Difícil tarea ésta de trabajar sobre una planicie blanca que rechaza cualquier arresto poético. Es un rompecabezas. Cada pieza está en el poeta con todas las dificultades, no sólo del oficio, sino también las del hombre aprisionado bajo la caparazón del poeta.

La Hoja de Papel es un gran libro. Se nota que la empresa (no quiero decir “proyecto poético”) fue ambiciosa y especialmente ajena a los moldes poéticos tradicionales y propios de la poesía del sur en ese entonces. Me atrevería a decir, saliéndose también de los márgenes estéticos usuales del propio Trujillo. Excepto Los Territorios (*), Trujillo inaugura con La Hoja de Papel una línea de trabajo de principio a fin, de todo a todo, a libro completo, acerca de la reflexión del oficio en lenguaje metapoético. La poesía se refiere a sí misma, devela sus secretos y nos muestra a los lectores que este oficio no tiene mucho que ver con inspiraciones, trances ni bajadas de dioses a soplarles a los poetas ningún poema.

Aunque, en ciertos textos breves, pareciera ausentarse dicha preocupación casi existencial, al fijar los ojos en los versos vemos que ésta sigue ahí: “Y yo me encuentro de repente/
Ante todas las puertas/ Llevando un manojo de llaves /Y sin saber qué hacer con ellas...”

Llaves, puertas, en fin, nombres incluso de grandes pensadores, todo para dar cuenta de la utilidad e inutilidad de las palabras. Tanta palabra y de tanta riqueza semántica nos ofrece nuestro idioma para que el poeta, profesional del lenguaje, en algunos momentos, no sepa qué hacer con ellas

Hay hojas que caen de la hoja y hojas que se sueltan de sí mismas. La imagen recurrente en alusión al paso del tiempo, la llegada de una época más cruda o difícil. Hojas de papel, arrancadas de cuajo y con rabia de un cuaderno, amuñadas, tiradas al basurero. Una hoja y otra, en realidad, todos gestos del oficio, actitudes, acciones que se dan de modo usual cuando se ha asumido el oficio de manera seria, responsable, obsesiva y fanática.

Una manera de darle cuerpo e imagen a estas palabras que parecen de humo o de vapor,  es darles atributos humanos, de manera que nacen y son asistidas por otras en este parto lingüístico. La creación es un deleite y un sufrimiento, el éxtasis de lo nuevo y la duda que se carga como una mochila pesada de todo aquello que no fue, no pudo ser y no será jamás: “Qué hace la palabra que queda fuera del poema/ Y qué el espacio que se negó a crecer?”. El supuesto creador incluso suele no reconocerse en ellas, las palabras recién nacidas. “Somos lo que somos/ Borradores de lo que deseamos ser”. He ahí el dolor ante la certeza de no poder conseguir con las palabras la plenitud de los sueños. Siempre la idea de la jaula, de la trampa, pero el verso es demasiado vasto y todo se pierde y diluye en esta enorme marejada murmurante.

En otra fase de este juego metapoético, estas inquietudes, dudas e interrogantes pasan al creador de pie y vivo sobre el planeta: “¿Y si no fuera más/ Que ese otro que me mira en el espejo?” Ahora, el temor casi placentero de buscarse y no encontrarse. Se pierde la identidad, poema a poema, palabras que caen de las hojas; se ha ido perdiendo el sujeto original: “¿Y si abriendo la puerta/ me encontrara conmigo/ y no me viera?

El viaje al interior del mecanismo poético se va haciendo cada vez más complejo, así, en “Texto sobre Texto”: “Texto soy/ Sólo texto y su sombra”. Palabra es también el poeta, signos que vienen de otros poetas y, todo a su vez, de una sola voz anterior, la palabra primigenia, la de la creación más primera. Engaños, recovecos, juegos de luces y sombras, tal y cual, el mecanismo de creación de imágenes poéticas, sugerentes de una realidad difusa.

En otro momento ya entramos en la reflexión acerca de las opciones éticas, las responsabilidades sociales del oficio: ¿Qué hacer con la palabra/ si es lo único que queda en la alcancía/ y no acepta las leyes del mercado?” Así, la economía, hueca, vacía en sí misma de contenido emocional, y la política y la estética: temas que se abordan al momento de escribir y que nos hacen tomar decisiones respecto de qué queremos comunicarles a los lectores.

Dentro de este juego reflexivo es el lector el que siempre saldrá perdiendo y sin saber qué ni cómo ni cuándo perdió. Al lector le llega lo que le llega (versos, poemas imposibles de deshacer) y en el camino de esos poemas quedaron cientos de palabras, versos que no fueron, imágenes –tal vez- pletóricas de luz y emotividad, pero que no encajaron en la arquitectura del poema que llega al lector. No se conmoverá el lector por algo que no llegó a conocer, pero sí lo sabe el creador y no deja de angustiarse por algo que pudo ser mejor: “Es el lector quien pierde/ O imagina perdido/ Un poema que se nunca escribió/ O que debió ser otro”.

La idea de nacer, crecer y volar como las aves, tiene su insistente analogía en estos textos, respecto de la creación: “Hazte sílaba, letra / Hazte sonido y vuela”. El vuelo es la plenitud; volar, además, es la máxima sensación de liberación. Pero el camino es largo, desde el elemento más mínimo, casi atómico, indivisible y, apenas, con la más ínfima carga semántica: la sílaba, que –sola- carece de significado, pero lleva esa carga oculta como el material genético o como las micropartículas al interior del núcleo de los átomos. Sílaba, letra y sonido, en una inversión que va desde la palabra viva y resonante hasta su expresión más primitiva: el sonido, origen de todo.

Lo nuevo de la creación envejece apenas el poema terminó de escribirse. Se escribe desde la vejez del mundo hecho de palabras. Se puede darles otro soplo a las palabras viejas, “respirarlas de otro modo”. Algo se acerca a esa “vieja” idea de Huidobro respecto de la creación poética, pero Trujillo le da un sentido más trágico y angustiante: agrega la alta imposibilidad de lograr darle ese soplo de vida a esas palabras gastadas: “se infla o se desinfla/ flota, vuela o se va/ y nos deja tan solos...”

El manejo absoluto del mecanismo que opera al interior de la palabra poética llega incluso a hacer notar en el presente del verso y su instante preciso –aquí, ahora- en el que produce una alteración:


¿A dónde va este verso
que salta a la otra línea?

Los pájaros, las nubes y el viento entran en este magma interrogatorio, pero, con todo, sabemos a dónde van: es un misterio más de leyes físicas que metafóricas. Los versos, los poemas, mejor aún, sonido (desde el de la naturaleza al gutural humano), letra, sílaba, palabra (signo y luz), frase, verso, poema (que es el vuelo definitivo), alcanzan su plenitud y echan a volar, desaparecen, se hacen aire, regresan y no los reconocemos. Sencillos, cercanos al plano del habla cotidiano, tan sencillos que no porten ni una mínima carga de emoción, no vuelan y no dejan la página en blanco.

                        “A dónde va esta línea o huella o verso?”

Sin lugar a dudas Carlos Alberto Trujillo hace gala de toda su experiencia de poeta en este libro cuya empresa no dejaría de ser una terrible carga para cualquiera otro. Su trabajo es de alto vuelo y da cuenta en detalle del proceso de la creación poética y los gozos y desdichas del creador.

Le quedan a uno latiendo las imágenes de esas palabras que nacen tiritando como pequeños pájaros sin plumas y que anidarán después en las nubes. Nubes que no sabemos a dónde irán a parar o dónde se vaciará su agua viva de lluvia.

Quedan, también esas imágenes fotográficas que nos incitan a otra lectura: la de la generación de poetas Aumen, taller que Trujillo fundara en 1975, caras, rostros, gestos, seguramente de los seres con los que llegó a encariñarse y que también retribuyeron esa luz. He ahí Jaime Márquez, Rosa Muñoz, Nelson Torres, Nicanor Parra, Aristóteles España, David Miralles, Oscar Galindo, Mario García, Mario Contreras, Sergio Mansilla, Machi Alvarado, Héctor Véliz, Edward Rojas, Iván Carrasco, Jaime Quezada, Gonzalo Rojas, José Teiguel, Sonia Caicheo, Armando Uribe, Floridor Pérez, Miguel Arteche... entre otros.


Castro, 12 de diciembre del 2006.

 

 

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Carlos Trujillo nace en Castro, funda el taller literario Aumen, el que dirige hasta el año 1989. Doctorado en la Universidad de Pennsylvania, actualmente es profesor y director del Programa de Post-grado en Estudios Hispánicos en la Universidad de Villanova, Estados Unidos.

Ha publicado Las Musas Desvaídas (1977), Escrito sobre un Balancín (1979), Los Territorios (1982), Los que no vemos debajo del agua (1986), Mis Límites (1992), La Hoja de Papel (1992), No se engañe nadie, no. Sonetos y otros poemas de Lope Sin Pega  (1999), Todo es Prólogo (2000), y Palabras (2005).

 

 

 



 

 

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