El problema, el
interés crítico que genera la producción poética de José Angel Cuevas, hace
finalmente inútil la exculpación que éste inserta en la
presentación de Adiós muchedumbres - su último libro, en el
sentido de "no pertenecer a vanguardia ni postvanguardia alguna". La
advertencia acaso habría que dejársela a impresos que
delaten una mayor necesidad de la complacencia del lector para su mínima
sobrevida.
En gran parte de
los textos de Adiós muchedumbres (que es mayoritariamente una
antología de otros libros del autor), el extravío y el exilio a
los que el sujeto que
escribe se expone en el estricto plano de Santiago, están en una correspondencia
estratégica con su pertenencia y su permanencia en esta ciudad.
La nostalgia (ese
pesado y latigudo material) ha sido trabajada por Cuevas con formulaciones
muy precisas, casi desnudas. Aunque por ese lado podría emparentarse
esta poesía con la de los llamados poetas láricos -de los años sesenta y sus
inmediaciones-, justamente el caso es muy distinto. Estos últimos
acusaron en su momento la asfixia de Bizancio sin especificar qué les
impedía retornar a sus tierras de añoranza y dejar de experimentar el
displacer. Por otra parte, si bien la poesía de Cuevas es
ineludiblemente política y el 11 de septiembre de 1973 la cruza como una
trizadura, tampoco hay proximidad con cierta poética del exilio que recetó
cantar desmesuradamente a una Itaca proscrita por decreto.
El trabajo textual
de José Angel Cuevas se distancia de esas tendencias en la medida que también
prescinde de los gestos retóricos tan necesarios a ellas. Al
parecer, la fragilidad del sujeto en tránsito y la
fragilidad de sus propias referencias crean una poesía de anotaciones:
fechas, recintos, direcciones, frases atrapadas accidentalmente por la
memoria, apuntes de lo visto y oído en la agenda
de un sujeto que recorre los espacios urbanos sin ninguna pretensión de
protagonismo romántico, observador camuflado en las terceras filas,
mimetizado en la trastienda, flaneur de bulevares tercermundistas, voyeur del
cuerpo sórdido de una ciudad en perpetua expansión, testigo de fe de su
striptease.
El derrumbe y
la dispersión de ilusiones generacionales (a
medida que
avanzaba la reconstrucción nacional en los albores del régimen
militar) es el
peso gravitacional que mueve el péndulo de esta escritura.
La caminata del sujeto por las calles es nada más que una cara de su
suspensión: la vida va más rápido y siempre parece suceder en otro tiempo o lugar.
De ahí a la compulsión por dejar constancia precisa del sitio exacto de los
sucesos hay un
paso, un riguroso principio de necesidad: "El 12 de julio de
1972 (como se recordará) / a las 10:30 de l a noche empezó a nevar sobre
Santiago / este suscrito esperaba micro en la esquina de Avda. Matta y
Portugal".
E n
revista APSI. 3 de julio de 1989
Uno entre la
muchedumbre
Por Edmundo Moure
El escepticismo
contemporáneo suele ser ya habitual como tópico literario. La crisis
de las ideologías y el cuestionamiento del dios del progreso y su
pretencioso mesías la técnica , han destacado la duda como elemento
comun de la creación estética.
La poesía de José
Angel Cuevas contiene estos elementos, morigerados por el desenfado de
un humor que se manifiesta como cuestionamiento irónico de un mundo
cuya circunstancia no correspondió a los sueños del poeta, que él
sigue identificando como el colectivo anhelo de una realidad más
humana.
Adiós
muchedumbres es una breve antología de sus cinco breves libros,
anteriormente editados en formatos artesanales o precarios folletos;
humildes medios con que los poetas chilenos intentan romper las
ominosas barreras del silencio. Se encuentran aquí los mejores poemas
de Efectos personales y dominios públicos,
Contravidas, Introducción a Santiago, Canciones rock para
chilenos y Cantos amorosos y patrióticos...
Curiosa actitud
ésta, asumida por creadores en plena madurez del oficio: así Naín
Nómez y el propio José Angel Cuevas, de antologar sus textos como si
estuviesen realizando, a la manera de los veteranos escribas, el
proceso de recapitulación de su crepúsculo escritural...
El autor incorpora
giros coloquiales con natural soltura, sin recurrir al manido
expediente de caricaturescas imitaciones de la poesía sajona, tan al
uso de pretendidos vanguardistas criollos. Porque José Angel Cuevas
maneja y domina intuitivamente el lenguaje de la tribu, y aun cuando
introduce vocablos foráneos, les otorga su inconfundible sello
personal.
El ritmo poemático
-que a ratos nos deja sin aliento- es una suerte de sostenido
deambular por múltiples vericuetos de la ciudad de Santiago, hecha
mito y contradictoria entre la ira y la ternura, en contrapunto que
revela la escisión del hombre urbano, aún no liberado de sus raíces
rurales, que ama y odia a ese monstruo gris donde anhela establecer
una morada menos permeable a los desafectos de la áspera convivencia
social, a la vez que busca el cobijo hogareño de la grey
aldeana
El poeta encarna,
por antonomasia, la generación dispersa que él mismo bautizara como
"Los veteranos del 70"; hombres signados por el efímero sueño
socialista, aquel breve cauce que pareció liberar un cúmulo de
arbitrariedades y resolver atávicos traumas, herencia de las ciegas
clases dominantes... Pero la vida continúa para José Angel Cuevas como
un camino inacabable, sin estaciones predeterminadas, sin metas al
estilo de un pragmatismo adocenado, porque "... el mundo sigue para
todos / la vida no termina aún / y el hombre cree que perfectamente
podría / retomar la iniciativa / procurar otros enemigos / volver a
creer en algo nuevamente".
Los atributos que
evidencia este poeta son la honesta sencillez y la verdad desnuda en
su voz creadora, original, emotiva e irónica, de profundos lazos
existenciales que trasuntan una vocación de esperanza jamás
avasallada.
En El Fortín
Mapocho, 9 de julio de 1989.
Santiago de Chile