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PODER, CULTURA Y SABER. UNA PREGUNTA POR LAS INTELECTUALES:
GABRIELA MISTRAL EN MÉXICO 1922-1924


Por Carla Ulloa Inostroza[*]
Publicado en Lecturas críticas en investigación feminista
Norma Blasquez Graf / Martha Castañeda Salgado (coordinadoras)
Universidad Nacional Autónoma de México, 2016


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“Se trata del deber que tenemos los llamados intelectuales y artistas con respecto a los
necesitados, en la conmovedora extensión humana de esta palabra; los niños, los pobres, los desvalidos,
los infelices, los heridos por la pasión o la injusticia, los derrotados y vencidos de este mundo.
Es esta forma del amor al prójimo, el amor a los necesitados, la que deberíamos nosotros regalar de
un modo ancho y sin límites, pues tenemos el privilegio de poseer recursos espirituales que nos convierten
realmente en los más fuertes, aunque parezcamos débiles”

Gabriela Mistral Conferencia en Santiago de Chile, 1954


Los intelectuales latinoamericanos de la década de 1920 son entendidos hoy como una generación exitosa al construir redes, alianzas y proyectos continentales con propósitos políticos y culturales que favorecieron el latinoamericanismo.[1] De esa época de entreguerras resaltan muchos pensadores pero cuesta identificar a las intelectuales que en ese momento fueron sujetos claves en la articulación de redes y en la construcción de proyectos. La disipación de las mujeres en la historia de la ideas puede atenderse si nos fijamos en quién protagoniza, quién perdura y por qué, a través de un particularizado estudio histórico de la época, gracias a la metodología de investigación feminista. Por tanto la fundamentación teórica de esta investigación se ancla en la epistemología feminista que interroga acerca de quién puede conocer o generar conocimiento, qué clase de conocimiento, en qué circunstancias puede desarrollarse conocimiento y cómo o a través de qué pruebas las creencias son legitimadas como conocimiento (Blazquez 2010).

La hipótesis general de esta investigación señala que el periodo mexicano fue central para la internacionalización de la carrera de Gabriela Mistral, para la construcción de redes transamericanas y transatlánticas, la figuración en el panorama cultural-político latinoamericano del periodo y el tránsito de la imagen que gestionó la escritora desde maestra rural a intelectual pública latinoamericana. Investigaciones anteriores sobre esta etapa[2] señalan que la poeta vino a México por obra de José Vasconcelos, lo que en parte es cierto ya que el secretario de educación pública y el presidente Álvaro Obregón cursaron la invitación formal. Sin embargo, estas versiones no nos explica bien por qué una autora de una provincia chilena desconocida y aparentemente sin un currículum suficiente es invitada por el estado mexicano a ser parte de la reforma educativa. No es suficiente tampoco para entender las dimensiones intelectuales involucradas aquí; que exceden el proyecto vasconcelista y las habilidades del Secretario como gran intelectual latinoamericanista que llevaba un catastro de los productores de pensamiento en el continente. Por otro lado se desconoce la red de intelectuales mexicanos que intervinieron en la llegada de Mistral a México y en su posterior proceso de internacionalización. También se le quita centralidad a la gestión de autopromoción de la escritora, desmereciendo las enormes capacidades de promoción de su carrera, se la posiciona como una especie de “elegida” de Vasconcelos, cuando en realidad ella se hizo elegir. Nos parece importante por tanto devolver la centralidad del proceso investigativo al contexto histórico teniendo presente el formidable protagonismo de una mujer en tiempos donde las mujeres encontraban barreras tremendas, justamente la epistemología feminista pone en el centro del análisis las experiencias de las mujeres.


Intelectual: cuestión conceptual

Los intelectuales y su quehacer han sido estudiados profusamente en el siglo XX, quizás por la importancia que escritores, filósofos y líderes culturales tuvieron en las decisiones políticas de este periodo. La batalla de las ideas se agudizó en un momento histórico en donde los medios de comunicación y la opinión pública comenzaron a ser centrales y en momentos donde los ataques de Estados Unidos otorgaron cierta coincidencia a una generación que vio en el latinoamericanismo una salida política e ideológica frente al país del norte.[3]

El estudio sistemático de los intelectuales fue inaugurado a fines de la década de 1920 por Antonio Gramsci. Gran parte de las investigaciones sobre intelectuales parten con él o “beben” de su obra. Pero simultáneamente a Gramsci aparecía una advertencia sobre los intelectuales y su trabajo; Virginia Woolf estaba afirmando —casi al mismo tiempo que el teórico italiano— que la intelectual debía poseer un cuarto propio e independencia económica para poder pensar y crear, de ahí que para las mujeres hubiera un trayecto intelectual distinto porque justamente encontraban dificultades para adquirir las herramientas necesarias para crear. Woolf apuntó a las relaciones de poder entre sexos como un condicionante en el trabajo intelectual.

En América Latina tempranamente se reflexionó sobre la importancia del liderazgo intelectual, pero fue en la década de 1970 (época de las dictaduras y de las diásporas intelectuales del exilio) en que Ángel Rama ofreció una explicación histórica al rol y las funciones sociales de los intelectuales en América Latina. Tanto Gramsci como Rama no abordaron el “problema” de las intelectuales, es decir, la presencia problemática que significaba la intervención de una mujer y su ejercicio como intelectual. Pero ¿Qué entendemos por intelectual? ¿Qué es un intelectual? Carlos Altamirano advierte que este concepto es multívoco, polémico y de límites imprecisos. Evidentemente la definición de Antonio Gramsci es la más extendida y utilizada. Para él “todos los hombres son intelectuales” pero “no todos los hombres tienen en la sociedad la función de intelectuales” (Gramsci 1984, 13). La función social es la que los distingue y los hace dignos de análisis, dentro de un conjunto de relaciones sociales, ya que ellos elaboran de manera crítica una concepción de mundo. Según Gramsci los nuevos intelectuales son quienes tienen una “participación activa en la vida práctica, como constructor, organizador, <persuasivo permanente> no como simple orador” (Gramsci 1984, 14). Los intelectuales son básicamente productores de ideología, humanistas con capacidad de dirigencia, que se conectan con todos los grupos sociales para conquistarlos ideológicamente. El teórico italiano sostuvo que “son <empleados> del grupo dominante para el ejercicio de las funciones subalternas de la hegemonía social y del gobierno político” (Gramsci 1984, 16).

En esta misma línea Patricia Funes propone que una cualidad inherente a la condición intelectual es la función de crítico social (Funes 2006, 40) que a su vez es reconocido por parte de la sociedad y del estado. La vocación de intervención política de los intelectuales parece ser la característica aglutinadora de este grupo, en palabras de la investigadora: son sobre todo “heraldos de un proyecto” (Funes 2006, 42). También Gabriel Zaid ofrece una definición de intelectual —en la misma línea anterior— para él los intelectuales son grandes comunicadores sociales pero son fundamentalmente escritores. Estas personas que son una especie de conciencia de la sociedad por su capacidad crítica y por los artefactos culturales que construyen (los cuales contienen esa “conciencia” ya que una persona en sí misma no puede condensar tal reserva moral), están en permanente diálogo y comunicación; “un intelectual sin público no es intelectual” (Zaid 1990, 27), ya que solo el público puede conceder ese rasgo a una persona. Edward Said apuntó a la importancia de la relación entre intelectual y público o audiencia: “para mí el hecho decisivo es que el intelectual es un individuo dotado de la facultad de representar, encarnar y articular un mensaje, una visión, una actitud, filosofía u opinión por y en favor de un público (Said 1996, 30).

Y a propósito de la palabra público, es importante precisar la diferencia entre intelectuales que se abstraen e intelectuales que “salen” del campo cultural y participan de las luchas que se libran en toda la sociedad. Cuando hablamos de personas que intervienen activamente en proyectos culturales y políticos hablamos de “intelectual público”, que según Carlos Altamirano es:


Un ciudadano que busca animar la discusión de su comunidad y que se rehúsa por igual tanto al consenso complaciente como a las simplificaciones, sean las del mesianismo político, sean las del discurso mediático. No toma en nombre del sentido de la historia, ni cree que sea imprescindible una teoría general para plantear su posición respecto de lo justo y de lo injusto, de lo legítimo y de lo ilegítimo, o para defender el respeto o expresar solidaridad con las víctimas de la opresión, cualquiera sea esta. Al intervenir en el debate o al suscitarlo, el intelectual público suele valerse de su competencia en alguna disciplina, pero pretende una comunicación que no se limite a sus colegas ni al campo disciplinario al que pertenece. La democracia es su ambiente propicio (Altamirano 2013, 11).


Hasta aquí hemos definido al intelectual desde un punto de vista incompleto sin tener presente las particularidades culturales y sociales que operan como contexto histórico y social. La investigación feminista ofrece importantes claves para entender el poder y la cultura. Hasta muy entrado el siglo XX existió una opinión hegemónica, argumentada desde la ciencia y las convenciones sociales, sobre la inferioridad intelectual de la mujer, proclive a supuestos padecimientos físicos que mermaban sus capacidades de raciocinio. Ese tipo de argumentación, que hoy resulta carente de toda veracidad, fue en otras épocas una opinión válida tomada incluso por verdadera. Gabriela Mistral opinaba al respecto en su artículo “Educación Popular”, publicado en Punta Arenas el 21 de septiembre de 1918:


Las mujeres formamos un hemisferio humano. Toda ley, todo movimiento de libertad o de cultura, nos ha dejado por largo tiempo en la sombra. Siempre hemos llegado al festín del progreso, no como el invitado reacio que tarda en acudir, sino como el camarada vergonzante al que se invita con atraso y al que luego se disimula en el banquete por necio rubor.


Romper esa construcción social[4] tardó mucho tiempo y fue uno de los impedimentos sociales más relevantes que debieron enfrentar las primeras intelectuales públicas del siglo XX. Por otro lado la escasez de mujeres en sitios de poder, tanto a nivel práctico como simbólico, mermaba la capacidad de gestión y alianzas. Cuestiones concretas de tipo organizativo fueron también impedimentos para la generación pionera. Justamente Virginia Woolf pone el acento en este aspecto:

Eran legión los hombres que opinaban que, intelectualmente, no podía esperarse nada de las mujeres. Y aunque su padre no le leyera en voz alta estas opiniones, cualquier chica podía leerlas por su propia cuenta; y esta lectura, aun en el siglo diecinueve, debió de mermar su vitalidad y tener un profundo efecto sobre su trabajo. Siempre estaría oyendo esta afirmación: “No puedes hacer esto, eres incapaz de lo otro” (Woolf 2008, 40).


Entonces a partir de la advertencia de Woolf ¿Cómo dar por sentado que existen los intelectuales sin pensar en que existe una formación que hace posible esa emergencia: la educación formal e informal, el acceso a la cultura, el intercambio con pares, las redes, el campo cultural, entre otras? Es una pregunta básica a la hora de hacer el análisis en la cadena bibliográfica del concepto intelectual. La teoría feminista y las investigaciones en torno a la autoría femenina precisan la tremenda importancia del contexto de producción de la obra y las relaciones de poder que influyen en ellas. En este sentido un estudio situado nos permite evidenciar los mecanismos adecuados para entender la historia y genealogía de las intelectuales públicas latinoamericanas sin reproducir discursos androcéntricos. Desde los señeros estudios de Josefina Ludmer (1985) y Mary Louise Pratt (1995) se han precisado las tretas y estrategias de las autoras para poder ingresar al campo cultural. Los límites de lo decible en público y los códigos de cooptación de discursos con miras a la ampliación de los espacios femeninos también han sido estudiados en México por María Teresa Fernández (2014), quien precisó que durante la época posrevolucionaria se efectuó un proceso de modernización del patriarcado mediante la movilización de las mujeres hacia el trabajo, la educación y la política desde roles tradicionales que no afectaran el esquema que ubicó a las mujeres como ciudadanas de segunda clase: en este proceso de reactualización del discurso de la domesticidad y la maternidad Gabriela Mistral emergió como una voz clave para el estado mexicano.


Las mujeres en la “ciudad letrada” latinoamericana.

Las primeras intelectuales públicas en América Latina surgieron con el siglo XX, ya que sus antecesoras; las intelectuales decimonónicas, encontraron un panorama adverso para su emergencia. La explicación a la “imposibilidad” histórica de la existencia de intelectuales públicas en el siglo XIX puede ser entendida a través del concepto “ciudad letrada” que fue imaginado por Ángel Rama para hacer referencia a la tradición intelectual latinoamericana. La función social de los intelectuales era la de operar como “anillo protector del poder y el ejecutor de sus órdenes” (Rama 1998, 32). Esta explicación plantea que ese pequeño y exclusivo grupo de letrados estructuró el saber, el poder y la cultura en América Latina desde el periodo colonial. La propuesta de Ángel Rama puede ser revisitada y repensada desde un punto de vista situado y sujeto al contexto histórico, cultural y geográfico particular, por ello es una clave metodológica de cómo se ha organizado el campo cultural en nuestro continente. Para Rama la función social de los intelectuales latinoamericanos se desarrolló:


Desde el púlpito, la cátedra, la administración, el teatro, los plurales géneros ensayísticos […] Incluso lo hicieron los poetas, a pesar de ser solo una pequeña parte del conjunto letrado, y aún lo siguieron haciendo por un buen trecho del XIX independiente, hasta la modernización. Más aún, debe anotarse que la función poética (o, al menos, versificadora) fue patrimonio común de todos los letrados, dado que el rasgo definitorio de todos ellos fue el ejercicio de la letra […] La potencia del grupo letrado puede percibirse en su extraordinaria longevidad” (Rama 1998, 34-35).


No es casualidad para Rama que los intelectuales latinoamericanos conozcan bien la tradición poética y prosística del continente, ni que sus obras hagan permanente referencia a sus antecesores en una especie de continua filiación y de “familias” de intelectuales. El epigonalismo de los escritores sería según el crítico uruguayo la principal causa para que este grupo perviviera tanto tiempo —desde el XVI a la primera mitad del siglo XX. Sin modificaciones profundas en su composición de género, clase social, origen étnico y religioso que fue más o menos homogéneo hasta fines del siglo XIX: las múltiples exclusiones de otros sujetos hicieron que el canon intelectual latinoamericano presentara una notable ausencia de las intelectuales. En la relación epigonista de los escritores, salvo la excepción de Sor Juana, no hubo modelos ni ejemplos vigorosos para que se constituyera una imagen de intelectual pública en nuestro continente hasta el siglo XX, lo que nos permite señalar que las escritoras latinoamericanas de la segunda mitad del siglo XIX como pioneras que actuaron como ejemplo prototípico para las primeras intelectuales públicas que existieron en América Latina. El periodo finisecular marca un momento de inflexión en la historia de las intelectuales latinoamericanas, ya que ellas dieron la consistencia ideológica y el ejemplo a las activistas de la primera oleada del feminismo en el continente y a la vez serán el ejemplo de las primeras escritoras profesionales. Estas intelectuales, como Gertrudis Gómez de Avellaneda, Soledad Acosta de Samper, Laura Méndez de Cuenca, Juana Manuela Gorriti, Juana Manso, Mercedes Cabello de Carbonera, Nísia Floresta, Salomé Ureña, Adela Zamudio, entre otras, consiguieron cuestionar la aparente división entre espacio público y espacio privado y el ideario de la domesticidad.

Si aceptamos el argumento de Rama que señala que el epigonalismo es la causa de la fuerza y longevidad de los intelectuales en este continente, podríamos explicar cómo la política y cultura de esta parte del mundo estuvo en gran parte intervenida, diseñada y controlada por hombres. Este epigonalismo se desarrolló con un marcado sesgo de género ya que las identificaciones de los intelectuales con sus predecesores coinciden no solamente en el género sino en la falta de pensamiento sobre la desigualdad de los sexos al interior del campo cultural hasta bien entrado el siglo XX (salvo la excepción de Eugenio María de Hostos).

La visibilización de las intelectuales latinoamericanas tiene al menos cuatro esfuerzos notables y pioneros a fines del siglo XIX: los realizados por la escritora colombiana Soledad Acosta, por la peruana Clorinda Matto, por la argentina Juana Manuela Gorriti y por la española (viajera por Latinoamérica) Emilia Serrano. Como bien explican Carolina Alzate y Darcie Doll:


Las escritoras despliegan una trayectoria en donde la creación literaria, y escrituraria en general, se articula con otras acciones ligadas a la gestión y la crítica cultural, a partir de lo cual ellas van dando solidez tanto a la autoría femenina como a la presencia de sus discursos en el campo cultural. En ese trayecto, las mujeres construyen alianzas personales y colectivas que trascienden las demarcaciones nacionales o ideológicas, desplazándose física o discursivamente, para dar cuenta de las escritoras afines o solidarizar con campañas emprendidas por otras, difundir, apoyar y visibilizar los discursos producidos por sus compañeras de ruta (Alzate y Doll 2014, xii-xiii).


Es importante señalar que estas intelectuales estrecharon redes y promovieron el trabajo de sus pares formando revistas, reseñando obras, haciendo perfiles de mujeres notables, publicando cartas, dedicándose poemas u otros tipos de obras, apoyando decididamente la educación de las mujeres. Esa solidaridad se vio en gran medida reforzada por la enorme resistencia a la presencia de las mujeres en la ciudad letrada y por la necesidad de las autoras de construirse como tales. En este sentido Montserrat Ordóñez señala que:


Para las escritoras, preguntarse por el papel de la mujer en la historia y hacer catálogos de las contribuciones de esas mujeres ilustres o célebres a la cultura y a la vida pública fue una manera de encontrar modelos y autovalidarse, en un siglo [el XIX] positivista que legitimaba con datos científicos la inferioridad y la subordinación de la mujer (Alzate y Doll 2014, 38).


A pesar del esfuerzo realizado, estas grandes intelectuales decimonónicas no fueron intelectuales públicas, evidentemente fueron personajes centrales en las vidas culturales de sus países y de la región en general, pero no tuvieron la figuración necesaria para construirse como intelectuales públicas, si seguimos la definición de Carlos Altamirano. Las pensadoras del diecinueve debieron enfrentar la gran tarea de constituirse primero como autoras.

Hacia finales de la década de 1920 comenzaron a visibilizarse escritoras que tuvieron trabajos como periodistas, columnistas, ensayistas, académicas, diplomáticas, representantes políticas, conferencistas, editoras, publicistas, y en amplio sentido como funcionarias burócratas. Este grupo de intelectuales fueron además asiduas viajeras y/o estaban conectadas en redes transnacionales, sobresalen Victoria Ocampo, Teresa de la Parra, Palma Guillén, Camila Henríquez Ureña, Magda Portal y Gabriela Mistral. La desnaturalización del rol asignado a las mujeres cultas, inteligentes y políticas que buscaban intervenciones públicas fue posible gracias a la acumulación de una conciencia sobre el sistema patriarcal y a acciones decididas contra los obstáculos impuestos a las intelectuales.

La exclusión de las academias, de la representación política, de los espacios de decisión de agencias culturales, entre otros terrenos, fue retrocediendo gracias a la intervención de las intelectuales que lucharon simultáneamente y muchas veces como red. Ellas desplegaron estrategias para insertarse en el campo cultural, es decir, para subvertir los discursos hegemónicos que las apartaban y para constituirse en sujetos de discurso. Estas trayectorias son pesquisables, por una parte, a través de las iniciativas culturales que ellas impulsaron y, por otro lado, mediante las tomas de posición específicas en las que incursionaron. Una de las primeras estrategias de las escritoras fue citar y señalar a otras. El notable ensayo La mujer y su expresión, del año 1936 de Victoria Ocampo, ataca al monólogo masculino y su “no me interrumpas”, pero además identifica a las protagonistas de la época: Marie Curie, Virginia Woolf, Gabriela Mistral y María de Maeztu. Ocampo señala el “hándicap” que implica ser mujer e intelectual, pero a la vez llama a la acción concertada de las intelectuales públicas para vencer la desigualdad. Las ensayistas contemporáneas a Victoria Ocampo tuvieron reflexiones similares, la apuesta de esta generación fue la denuncia, la conciencia y la acción.[5]

Gabriela Mistral: intelectual pública en México 1922-1924

Gabriela Mistral tuvo una nutrida vida intelectual, analizada en cientos de investigaciones, por ello me centraré específicamente en una arista de su acción como intelectual pública en México; su intervención a favor del gobierno del presidente Álvaro Obregón en medio del debate suscitado por la Conferencia Panamericana del año 1923. En este hecho podemos observar una intelectual activa y partícipe de los debates culturales, políticos y económicos que ejerció una alianza con el poder para poder intervenir. Paralelamente la escritora estuvo desarrollando su obra poética, creando redes con otras y otros escritores y desarrollando opiniones críticas sobre México.

Mistral no tenía estudios profesionales, su procedencia rural y provinciana, su desventajada condición económica, su falta de “gracia” física, su clase social, su condición de mujer, fueron razones que la motivaron a abandonar Chile. Es necesario señalar que su viaje también fue inusual porque ella no tenía las características de las escritoras chilenas del periodo: no provenía de la clase propietaria de la elite blanca, no contaba con estudios universitarios o el gran tour europeo, no poseía recursos para financiar su autoformación, no era hija o nieta de intelectuales, ni era una figura cómoda para cierta parte del campo de poder chileno. Si bien es cierto sus contemporáneas Inés Echeverría Bello o Martina Barros Borgoño tenían acceso a la palabra pública, también sufrieron el castigo por tal atrevimiento con enormes barreras a sus carreras. En este sentido, el mérito de Gabriela Mistral como “artesana de sí misma” (tomo la expresión de la investigadora Claudia Cabello Hutt) es considerable, aunque no excepcional. Los mecanismos de creación de autoría, alianzas dentro del campo cultural y promoción de la propia obra a través de creación de relaciones de amistad con personajes claves forman parte de estrategias que también podemos observar en otras escritoras del periodo. Sin embargo, si se quiere observar lo excepcional en este contexto podemos acudir a los resultados que Mistral obtuvo (el premio Nobel de literatura en 1945).

México le dio un espacio clave a Gabriela Mistral: la posibilidad de lucir sus talentos organizativos e intelectuales. Durante su estadía participó en las misiones culturales, la enseñanza de las primeras letras para campesinos, las bibliotecas ambulantes, además de escribir y compilar los libros Lectura para mujeres y Lectura para maestros. Cuando la escritora, “huésped de honor de la Secretaria de Educación Pública”, y una de las principales colaboradoras de José Vasconcelos, arribó a México era una desconocida para el público y para el campo cultural de este país en general, pero no lo era para algunos intelectuales mexicanos relevantes y esa es la clave para comprender tanto la invitación como la recepción que el gobierno de Obregón le brinda a la joven poeta. Gabriela Mistral había construido una alianza con personajes claves de la cultura mexicana desde 1916, es decir siete años antes de su viaje, por eso ella declaró en La Habana que venía a México a “ensanchar” sus “alianzas espirituales”. Por otro lado era una escritora incipiente, no por el tamaño de su obra poética (casi inédita para esa época) sino por el abultado número de contactos y amistades que manejaba, como de las relaciones que tenía con editoriales y prensa, ya que publicaba poemas, ensayos y columnas en América Latina regularmente.

Su primera aparición en México fue en el año 1917 en la revista Pegaso, publicación que había sido fundada ese año por Enrique González Martínez, Ramón López Velarde y Efrén Rebolledo. González Martínez había ejercido labores como académico e integrante de la Secretaria de Instrucción Pública y Bellas Artes, en el año 1920 ingresó a la diplomacia y su primer envío como Ministro Plenipotenciario fue a Chile en 1921 en donde desarrolló una importante amistad con Mistral.

Esta generación de intelectuales mexicanos, agrupados bajo El Ateneo incluyó a varios hombres clave de la cultura mexicana de la década de 1920: José Vasconcelos, los hermanos Henríquez Ureña, Alfonso Reyes, Antonio Caso y Enrique González Martínez, todos escritores que con el paso del tiempo se convirtieron en grandes amigos de Gabriela Mistral. Pero el primer contacto de Mistral con México fue Amado Nervo, con quien la escritora trabó una nutrida correspondencia desde el 1916, aunque nunca se conocieron personalmente (por la muerte de él en Montevideo en 1919). Nervo fue para la poeta un referente importantísimo y a la vez carta de presentación de sus preferencias literarias ante sus contemporáneos.

Un año antes de venir a México, Gabriela Mistral publicó además un pequeño ensayo donde caracterizaba en excelentes términos al campo cultural de este país, sin haber pisado tierra mexicana ni haber conocido —más que epistolarmente— a las personas mencionadas anteriormente. Esta publicación titulada “La cultura mexicana”, que apareció en El Mercurio de Santiago el 26 de agosto de 1921, tenía como principal objetivo informar a los lectores chilenos sobre lo que sucedía en el país del norte. Ese ensayo podría ser leído como un guiño o la búsqueda de méritos necesarios para que Mistral pudiera ser entendida como una portavoz de la nueva realidad mexicana posrevolucionaria y así ser “deseada” por el poder. De alguna manera la intelectual debía mostrar que podía ser útil a los intereses del gobierno de Álvaro Obregón, y a la vez a los intereses culturales que se promovían desde la Secretaria de Educación Pública que buscaba un estrechamiento de lazos latinoamericanistas en pos de un proyecto que se posicionaba como renovador e integrador.

Otra lectura está en sintonía con la propuesta analítica de la prosa periodística mistraliana. La investigadora Claudia Cabello Hutt plantea que Mistral se construyó como una intelectual pública principalmente en torno a la alianza con intelectuales en el poder político a través de la publicación de textos laudatorios; “por medio de estos textos Mistral hace público quiénes son sus maestros y cuál es su escuela de pensamiento”, también sus ensayos son “punto de partida para relaciones intelectuales y de amistad que harán más visible a Mistral en el mapa cultural” (Cabello 2007, 58). Mistral solía dedicar sus poemas, recados, crónicas y ensayos periodísticos. En este sentido el ensayo “La cultura mexicana” de agosto de 1921 puede ser una búsqueda de alianza directa con José Vasconcelos que además fue acompañada de su publicación de la carta que la poeta le dirigió a intelectual en el número II de la revista El Maestro en octubre de 1921. El ensayo además menciona a Amado Nervo, Antonio Caso y Enrique González Martínez como paladines de la cultura mexicana y a la revista México Moderno y a la editorial México como las mejores de América. Entonces su mensaje laudatorio está dirigido al cuarteto formado por Nervo, muerto en Montevideo en 1919 pero todavía muy leído en la época, González Martínez, embajador de México en Chile en ese momento, Vasconcelos, rector y ministro, y Caso, filósofo, académico que sucedió a Vasconcelos en la rectoría de la Universidad Nacional. Al parecer este mensaje laudatorio no fue casualidad sino más bien formó parte de una estrategia de posicionamiento, siguiendo la teoría de campo cultural de Pierre Bourdieu, ya que los intelectuales desarrollan trayectorias configuradas a través de sucesivas tomas de posición dentro del campo, por ello la alianza con estos hombres (y no otros) implica de hecho un posicionamiento. Los cuatro escritores a los cuales menciona Mistral en este ensayo están involucrados al aparato estatal posrevolucionario, a través de la educación como en el caso de Vasconcelos y Caso, o a la diplomacia como Nervo y González Martínez, son por ello miembros de la intelectualidad oficial. Los cuatro intelectuales además poseían una vasta lista de contactos con editoriales, poetas, políticos, educadores y escritores de todo el continente, ya que los cuatro fueron grandes viajeros. Mistral además les dedicó poemas y crónicas reafirmando sus vínculos con estos intelectuales.

Las coincidencias ideológicas de Gabriela Mistral con el grupo de intelectuales que aquí hemos mencionado se encuentran ejemplo en la espiritualidad cristiana, sello de esta red que a pesar de ser laica reprobaba el ateísmo. También el espiritualismo cercano al budismo, el indigenismo, la preocupación por la reforma agraria, la desconfianza frente a Estados Unidos y la preocupación latinoamericanista fueron responsables de las coincidencias entre Mistral y esta generación de intelectuales mexicanos. Pablo Yankelevich establece los mecanismos con que la revolución mexicana y los gobiernos de la década de 1920 fueron difundidos en América Latina a partir de un tenso juego de publicidad:

El significado y las dimensiones de las imágenes que el México revolucionario proyectó en América Latina, se producen como resultado de un doble movimiento; por un lado, aquellas generadas en los círculos del poder estadounidense que, masivamente difundidas, se empeñaron en trasmitir la idea de una realidad anárquica y de barbarie; y por otro, desde México, a partir del despliegue de campañas propagandísticas y de cabildeo por parte de distintas facciones revolucionarias (Yankelevich 2003, 14).


En medio de la polémica sobre la evaluación positiva o negativa del proceso mexicano los intelectuales fueron claves, tanto por sus redes como por sus intervenciones públicas en la prensa de Europa, Estados Unidos y América Latina. La dimensión internacional de la polémica exigía por lo tanto a la vez actores internacionales.

En este contexto político el gobierno de Álvaro Obregón a través de la Secretario de Educación Pública cursó la invitación a Gabriela Mistral para venir a México. Pero ¿cuál era exactamente el trabajo que la escritora debía realizar en México? El expediente de la Secretaria de Educación Pública señala su contrato de trabajo con fecha 26 de julio de 1922 donde la profesora figura como “comisionada para la redacción de libros de lectura infantil”, es decir, en términos oficiales su labor era la de una escritora. Pero también Mistral trató de ser lo más útil posible a los intereses del gobierno de Obregón conjugando su labor oficial (educativa y cultural) con intervenciones discursivas que pretendían disputar la interpretación sobre los sucesos mexicanos y panamericanos. El día 28 de mayo de 1923 la intelectual le envió una carta al presidente Obregón en donde remite un artículo para ser publicado en Chile durante la Quinta Conferencia Panamericana que se desarrolló en Santiago durante ese mes. La carta decía:


Gabriela Mistral tiene la honra de saludar al Sr. Presidente Obregón i […] se permite enviarle una copia corregida del artículo que sobre él escribió i que fue enviado por cable a Chile […] en los días de la Confer. Panamericana. Lo publicó “El Mercurio”, diario del gobierno. Posteriormente ha ido a cinco publicaciones más, francesas, españolas e hispano-americanas. Se permite enviarle también […] un libro de ella, dedicado a su señorita hermana, a quien siente cordial por su cariño a la poesía, i el primer ejemplar de cantos escolares con letra suya que se ha impreso en la Secre. A los cuales seguirán otros. Se complace en dedicarle la honra i la alegría con que trabaja bajo su gobierno, que es cada día más prestijioso i constructivo entre los del Continente. San Anjel, D.F. Colonia Campestre, 92.[6]


El artículo que Gabriela Mistral adjuntó se tituló “El presidente Obregón y la situación de México”: merece especial análisis al ser un documento que da cuenta cabalmente de las funciones sociales que Mistral representaba como intelectual comprometida con el gobierno de turno. La primera parte del artículo se dedica a enumerar las virtudes personales, incluso físicas, del “varón de cuarenta años” con “fisonomía muy energética” e inteligente que es según la autora Álvaro Obregón. El objetivo era negar al “presidente sin cultura y lleno de vanidad grotesca que Blasco Ibáñez inventó en su libro unilateral y sin hidalguía sobre México”. Mistral que ya llevaba un año de residencia en México autoriza su postura en base a la experiencia, como era usual en las intelectuales decimonónicas que cuestionaban el orden de las cosas desde su propia experiencia. Esta pugna entre dos intelectuales que están disputando la interpretación sobre la revolución mexicana es una práctica normal en el campo cultural, la autorización de argumentos justamente se produce en pugnas que tienen como objetivo ofrecer una explicación de los hechos y una interpretación política de los mismos. Mistral caracterizó a Obregón como un hombre culto, lo nombró civilizador, democrático, moral, sensato y moderado, todos adjetivos opuestos a lo que por la época se propagaba sobre México (caos, desorden, descontrol, caudillismo, inmoralidad, extremo).

El objetivo del énfasis de estos conceptos fue posicionar a México frente a los países convocados a la Quinta Conferencia Panamericana de Santiago, reunión que no se celebraba desde antes de la primera guerra mundial cuando los países del continente se reunieron en Buenos Aires en 1910. Estas conferencias obedecían a la política estadounidense de búsqueda de injerencia, predominio y control de la región. Mistral lo sabía, por ello en el artículo nombró a los propagandistas que fundamentaban la doctrina hispanoamericana del presidente Obregón; José Enrique Rodó, Manuel Ugarte y Rufino Blanco Fombona, tres escritores, políticos y diplomáticos que escribieron sobre la unidad hispanoamericana y el imperialismo de Estados Unidos. ¿Por qué Mistral se empeña en crear una imagen de confianza y estabilidad con un largo artículo reproducido en varios periódicos de habla hispana? ¿Qué disputa existía en el México de mayo de 1923? En ese mes se iniciaban las conversaciones y la búsqueda de un acuerdo entre Estados Unidos y México conocido como Tratado de Bucarelli y concluido en agosto del mismo año. El país sufría una inestabilidad política producto de asonadas militares, Estados Unidos aún no reconocía al gobierno de Obregón como legítimo en reclamo a la aprobación de la Constitución de 1917. Mistral leyó este momento y utilizó su lenguaje simple y poético para apoyar al país que la acogía poniéndose a disposición de la lucha interpretativa:


La política de este régimen no es ni más ni menos nacionalista que la de Estados Unidos. Acaba la nación del Norte de dictar leyes tan rigurosas que llegan a parecer prohibitivas, respecto a los industriales extranjeros. Desde los primeros años de su independencia, los Estados Unidos se trazaron una línea absoluta de proteccionismo industrial. México no hizo otro tanto en su primer siglo de vida libre, y el gobierno del General Díaz, quizás por alentar la inversión de capitales extraños, fue lejos en sus franquicias […] Este gobierno ha declarado ahora la nacionalización del subsuelo en medio del escándalo de las compañías petroleras. Es cuestión vital para México, que hoy saca de esa industria casi todo el presupuesto nacional. Un pueblo tiene perfecto derecho a defender las cosas que han pasado a ser la fuente misma de su vida económica. La mejor prueba de que estas leyes no son exageradas, es el hecho de que las Compañías acaban de repartir dividendos enormes, casi fabulosos, entre sus accionistas. Una mayor prosperidad de estas empresas ya significaría la entrega de la riqueza mexicana y, por lo tanto, una ignorancia absoluta y torpe del criterio proteccionista que rige hoy en todos los países después de la Gran Guerra. El Presidente habla sobre el conflicto de Estados Unidos y México, sin una palabra de odio, pero con gran sentido, no solo de dignidad nacional, sino racial. Él ve claramente que el quebrantamiento de su país ante la acción económica de Estados Unidos, que ya se ha consumado en América Central y en las Antillas, sería fatal para los países del sur. Esta actitud del gobierno mexicano no puede ser apreciada todavía en toda su significación, cuando los países hermanos puedan mirarla nítidamente, en años más, sabrán ser justicieros hacia México y corresponderán con juicios diferentes de los que hoy tienen, al fuerte y digno hermano.


Mistral hizo propaganda de las razones justas que tenía México y develó la actitud imperialista de Estados Unidos. Pero ella no solo está haciendo defensa del gobierno sino que además justificó su apoyo en las conquistas sociales de México (reforma agraria y ampliación de la educación por ejemplo).


Conclusiones

¿Por qué México se interesa en una intelectual chilena casi desconocida aquí? ¿Cuáles son los aportes que la profesora rural podría efectuar a la reforma educativa mexicana? Y finalmente ¿Tiene este viaje otros propósitos? Esas interrogantes tratamos de responder aquí.

La coincidencia de visiones estéticas y éticas acercó a Gabriela Mistral con intelectuales latinoamericanos de ambos sexos, las posibilidades de trabajo mancomunado se ampliaron en México. La poeta chilena fue una gran gestoras de redes, lo que quedó materializado en sus libros Lecturas para mujeres y Lecturas para maestros, antologías publicadas por encargo de la Secretaria de Educación Pública en el año 1923 que incluyeron mayoritariamente textos de escritoras y escritores hispanoamericanos donde los mexicanos ocuparon casi un 20% del total de autores: Sor Juana Inés de la Cruz, Salvador Díaz Mirón, Manuel José Othón, Luis Urbina, Amado Nervo, Enrique González Martínez, José Juan Tablada, María Enriqueta Camarillo, Rafael López, Carlos Pereyra, José Vasconcelos, Antonio Caso, Antonio Mediz Bolio, Genaro Estrada, Alfonso Reyes, Julio Torri, Francisco Monterde García Icazbalceta y Josefina Zendejas figuraron en estas compilaciones. Como vemos se incluyó mayoritariamente a contemporáneos de Mistral.

Las antologías fueron una tarea encomendada por la SEP como ya hemos señalado, pero también constituyen una adecuada lectura del canon de la época, una oportunidad para promocionar a sus amigos chilenos (Eduardo Barrios, Pedro Prado, María Monvel y Pablo Neruda) y de difundirse a sí misma ya que una parte importante del libro fue escrita por Mistral. También se encontró con la posibilidad de comenzar relaciones de amistad con algunos escritores, ya que sus contemporáneos recibieron cartas de la antologadora para que autorizaran su aparición en los libros compilatorios, de hecho así se inició la amistad con Alfonso Reyes. Mistral delimitó el tono ideológico de los “grandes asuntos humanos” que preocupaban en el momento: la movilización de las mujeres, los campesinos, los maestros, la alfabetización, la revaloración del pasado prehispánico y colonial y el progreso estético, fueron según la poeta los ejes de su trabajo.

Gabriela Mistral podía ofrecer tres cosas al gobierno de Obregón: primero su pluma dedicada a crear entendimiento y solidaridad con el resto del continente, segundo un trabajo dedicado y constante junto a Vasconcelos en la reforma educativa y tercero un discurso tradicional sobre el rol de las mujeres en el proceso posrevolucionario. La autora parece haber entendido el propósito político de su viaje: un año antes de venir a México Gabriela Mistral publicó un pequeño ensayo donde caracterizaba en excelentes términos al campo cultural de este país, sin haber pisado tierra mexicana ni haber conocido más que epistolarmente a sus amigos mexicanos.

Una vez establecida en México la escritora tuvo un rol más específico: presentar a Álvaro Obregón como un presidente civil, cívico, patriota y educado contra la imagen de militar bruto y desalmado que se construía en su contra, Mistral construyó un estadista. La polémica entre civilidad y militarismo en México por cierto es más amplia de lo que podemos mencionar aquí, y la trayectoria posterior de Mistral da cuenta de un marcado antimilitarismo que no solo se vio alimentado por la persecución que la escritora sufrió por parte de Carlos Ibánez del Campo, dictador chileno, y Benito Mussolini. Pero en los comienzos de su carrera Mistral entendió que su labor era la de una intelectual orgánica que ofreciera salidas estratégicas a las disputas ideológicas del momento, además como queda evidenciado en la cita inicial de este artículo, era creyente del rol central y determinante que jugaban los intelectuales comprometidos con el cambio social.

Por tanto creo posible señalar que existieron al menos dos propósitos no oficiales del viaje de Mistral a México: se volvió útil para darle voz a la incorporación de las mujeres y los maestros al proyecto vasconcelista y fue útil para el gobierno de Obregón en medio de la lucha contra Estados Unidos. La intelectual no solo editó antologías, sino que viajó por el país intensamente y trabajó privadamente en sus libros. Vemos que los propósitos oficiales se conjugaron con una promoción de su estado económico, la ampliación de redes y la posibilidad de publicar. Su figura era “deseable” desde el poder, con el cual la poeta supo negociar atenuando sus escritos feministas es pos de una intervención activa en la política y cultura del momento.

Gabriela Mistral contribuyó en México a la ampliación de espacios para mujeres en puestos políticos y culturales claves. Si bien la estrategia de la escritora fue generar alianzas mayoritariamente masculinas y sustentar el rol tradicional de las mujeres en la sociedad también es cierto que ella promovió a sus contemporáneas, impulsó la autonomía sobre todo de las campesinas, puso a disposición de las lectoras un abanico de escritos de otras mujeres, entregó un ejemplo de figuración pública y vivió su vida a pesar de las convenciones de la época (como soltera, autónoma, autodidacta). Mistral no es un caso extraño de intelectual pública, con su trabajo soterrado y a veces complaciente con el poder, consiguió ampliar espacios, imaginarios y derechos en la década de 1920, asunto que cambia en las décadas posteriores donde la escritora se posicionará fuertemente a favor de los derechos que reclamaban las feministas gracias a su enorme capital simbólico. Su trabajo fue inmensamente difícil y debió tomar los resguardos necesarios en México.

Para finalizar este artículo y dejar abierta esta investigación que continúa, unas palabras de Gabriela Mistral de su ensayo “En la otra orilla. A bordo del Patria” escrito en mayo de 1924:


Gracias México, por el regalo que me hizo de su niñez blanca; gracias por las aldeas indias donde viví segura y contenta, gracias al hospedaje, no mercenario, de las austeras casas coloniales donde fui recibida como hija; gracias a la luz de la meseta que me dio salud y dicha; a las huertas de Michoacán y de Oaxaca, por sus frutos cuya dulzura va todavía en mi garganta; gracias al paisaje, línea por línea, y al cielo que, como en un cuento oriental, pudiera llamarse ´siete suavidades´.

 

 

 

[*] Estudiante de Doctorado del Programa de Posgrado en Estudios Latinoamericanos de la Universidad Nacional Autónoma de México.
carla.ulloa.i@gmail.com



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Notas

[1] Véase Funes, Patricia. Salvar la nación: Intelectuales, cultura y política en los años veinte latinoamericanos. Buenos Aires: Prometeo libros, 2006
[2] Véase: Valenzuela (1990, 2002, 2009), Schneider (1997), Claro (1999), Anhalt (2003), Zegers (2007) y Moraga (2013). La excepción a este tipo de interpretaciones es la realizada por Elizabeth Horan en el afterword del libro Motivos: The life of St. Francis. Bilingual press/Editorial Bilingüe, Arizona State University, Temple, Arizona, 2013. Agradezco a la Dra. Horan, biógrafa de Mistral, por el envío de su investigación.
[3] Solo por mencionar algunos ejemplos de la política intervencionista, de ocupación y dominio de Estados Unidos en América Latina: 1901 en Cuba Enmienda Platt, 1903 Colombia por canal de Panamá, en 1905-1916 República Dominicana, Haití en 1915, Nicaragua 1912-1925, México en 1914 bombardeo e invasión a Veracruz y 1916 expedición de Pershing contra Francisco Villa.
[4] Marcela Lagarde explica este proceso bajo la noción de cautiverio (Lagarde 1990, 151- 153)
[5] Véase Morales, Mayuli. Latinoamérica pensada por mujeres: Trece escritoras irrumpen el canon del siglo XX. Ciudad de México: Universidad Autónoma Metropolitana Iztapalapa, 2015.
[6] Documento del Archivo General de la Nación de México. Subrayado y ortografía idéntico al original.

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GABRIELA MISTRAL EN MÉXICO 1922-1924
Por Carla Ulloa Inostroza.
Publicado en Lecturas críticas en investigación feminista. Norma Blasquez Graf / Martha Castañeda Salgado (coordinadoras)
Universidad Nacional Autónoma de México, 2016