Give wine. Give bread. Give back your heart
to itself, to the stranger who has loved you
all your life, whom you ignored
for another, who knows you by heart.
Love after love
Derek Walcott
Muchas cosas buenas tiene Bogotá39, la lista de 39 escritores menores de 39 que el Hay Festival anunció en la feria del libro de Bogotá y que se enlaza con la lista publicada en 2007. Quiero subrayar una sola: la salud del sistema literario, que inevitablemente se empobrece cuando depende exclusivamente del star system favorecido por la industria editorial. Listas como Bogotá39, o México20, o la generación Granta 2010, o los 25 secretos de la FIL de Guadalajara revuelven las aguas, estimulan la conversación, ponen en juego nombres injustamente ignorados y cuestionan las rutas secretas de la canonización. Provocan las complicidades y los enfrentamientos indispensables para fortalecer la circulación de voces múltiples y diversas: el mundo del arte se nutre de las disonancias. El ejercicio, iniciado en 2007 y repetido en 2017, suspende temporalmente la sensación de fragilidad que planea sobre todos los que se deciden por el camino de herradura de las letras: hoy hay fiesta. Mañana habrá que seguir trabajando.
Unos cuantos datos: en la lista de 2007 había escritores de 17 países y en la de 2017, de 15. Como lo señaló El País, dominan los mexicanos, seguidos por los argentinos: nada de sorpresas. Hubo menos brasileños este año (dos en vez de cuatro) y menos cubanos: uno nada más, mientras que en 2007 hubo tres, dos de los cuales, mujeres. Hay trece mujeres en esta lista, tres más que hace diez años –en Colombia hubo protestas porque no se incluyó a una colombiana. En 2007 no hubo escritoras peruanas y este año hay dos. Ese es mi pie.
Una de las escritoras peruanas, Claudia Ulloa (Lima, 1979), ha publicado tres libros, dos con la editorial peruana Estruendomudo: el primero es El pez que aprendió a caminar, una colección de cuentos publicada en 2006 y reeditada con adiciones en 2013 (entre otras, un intercambio de cartas entre la autora y su editora). Ulloa, como la mayoría de sus coetáneos, se mueve mucho: estudió administración hotelera en Perú («quería ser chef») y después se fue a vivir a España: «No me acordaba de ese pedazo de Iberia que llevo dentro y no se me va a quitar nunca pues es una astilla rodeada de mi propia carne». Vive en Bodø (Noruega) hace más de siete años y allí enseña español y noruego. Su segundo libro, Séptima madrugada (2007), recoge las entradas de su blog
de insomne: «Lo malo de ser del tipo B es que la oscuridad es necesaria para la productividad pero, viviendo en el Polo Norte, con sus noches blancas, no produzco nada».
En 2016 la editorial chilena Laurel publicó Pajarito, que incluye textos de los dos libros anteriores y otros inéditos. El libro está dividido en seis secciones que proponen al lector un recorrido por las obsesiones de Ulloa y por su escritura. Combina, un poco a la manera de In Our Time, de Hemingway, cuentos tradicionales, cuentos que inmediatamente reconoceríamos como tales, con fragmentos no narrativos, que aparentemente se limitan a dejar constancia de un hecho o de una sensación, y con textos que francamente rompen las maneras tradicionales de contar. Está por ejemplo «D.», un maravilloso texto de desamor en forma de carta de despedida («I’m done with you»), que se resuelve en una lista de palabras en inglés que empiezan con d y termina con «Fue bonito mientras duró pero qué bueno que no duró (tanto)». Pajarito es un libro perturbador (y habría que leerlo de un tirón) en el que el predominio de la primera persona incluye una multitud de saltos, de fogonazos que incomodan: en Tercera conjugación, reconocemos a la narradora como Ulloa, maestra de español para noruegos: «El grupo Español 1 17:30/ 19:00/principiantes conjugaba perfectamente el verbo con la primera persona del singular en presente. Vivo».
Dos cuentos más atrás, en Pasatiempos de escritor, la primera persona es un escritor que ha decidido dejar de escribir para: «volver a mis aficiones de antes; coleccionar tornillos, por ejemplo». Hay unas cuantas irrupciones de lo fantástico («De vez en cuando ella me anima a que les hable a las luciérnagas») y de lo macabro («A veces hay gente que se está desangrando delante de mí y solo yo la veo») que se pueden leer como lo que aparentan ser o como guiños que encubren otros registros (la angustia o la tristeza). Hay (no pueden faltar en la literatura de hoy) nfinidad de referencias a la escritura, pero no hay frivolidad en ellas, sino el afán de dejar constancia de la dificultad. En una entrevista publicada hace unos días en el periódico peruano La República, Gabriela Wiener se refirió a un poema de Ulloa que empieza diciendo: «todo el mundo quiere que escriba una novela. Bueno, dos o tres», y le preguntó sobre los yugos a los que está sometida una escritora hoy en día. «Creo que una escritora no debería ceder ante ningún yugo», respondió Ulloa. «Yo encuentro libertad en el mismo acto de escribir». Esa libertad, ganada lenta y penosamente, es la que hace que su escritura sea sobresaliente: «Ayer en el aserradero fueron cayendo palabras como virutas. Escribí mentalmente un cuento, pero cuando llegué a casa estaba muy cansada, me acosté en el sofá y me quedé dormida con el olor a pino impregnado en el cuerpo. Olvidé el cuento».
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Hoy hay fiesta
[A propósito de Pajarito de Claudia Ulloa Donoso]
Por Margarita Valencia
Publicado en ABC Cultural, 20 de mayo 2017