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En el nombre de Vallejo

Por Enrique Sánchez Hernani
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La vida de Georgette Vallejo. A cien años de su nacimiento, un libro de Miguel Pachas Almeida da cuenta de la batalla de la viuda de César Vallejo por preservar la pureza de la poesía de nuestro poeta más importante.

 

Cuando el 15 de abril de 1938 César Vallejo deja sus terrenales huesos húmeros, en París y con aguacero, Georgette Philippart Travers, su viuda, apenas tenía 30 años. Nunca más se volvería a unir a hombre alguno. Su vida estaría ligada para siempre al genial poeta de Santiago de Chuco. Desde que decide venir al Perú en 1951 --el año 39 ya había publicado "Poemas humanos" conjuntamente con Raúl Porras Barrenechea--, entabla una quijotesca lucha por defender el legado vallejiano que le valió no pocos rumores adversos y decenas de polémicas, algunas donde pasó de las palabras a los hechos. Su carácter arisco y su total falta de doblez la convierten pronto en un personaje polémico que perseguiría tenazmente a todos los que se apartaran de la pureza original que ella exigía para tratar al vate.


De armas tomar

Una de las primeras víctimas de sus iras fue Juan Larrea que al venir a Lima en 1957 no tiene mejor idea que divulgar las deudas impagas que Vallejo había contraído con él. Georgette monta en cólera por tal desatino y califica de "sórdido" el comportamiento del falso amigo. Su guerra santa, a partir de entonces, no hallará paz. Ese mismo año denuncia que los dibujos de Picasso sobre Vallejo son "una infame y siniestra deformación del original" y se opone tenazmente a repatriar los restos de Vallejo. "Esta tumba me pertenece --deja en claro-- y nadie puede abrirla en mi ausencia y sin mi autorización". El gesto lo mantendrá hasta su muerte, cumpliendo, según explicó, un pedido expreso del poeta, que en vida solo había recibido vapuleos de sus compatriotas.

En 1964 cobra su segunda víctima. El poeta Gerardo Diego llega a Lima y lee unas cartas del vate peruano donde este confiesa que le debe un dinero. Georgette, en primera fila del auditorio, en la Universidad de San Marcos, le lanza un grito feroz y se retira llorando, gesto que algunos aplauden y otros pifian. La Cámara de Diputados debatió, a raíz del hecho, una moción para expulsar a Diego ante el agravio a Vallejo, que no prosperó.

Los otros capítulos de su titánica lucha incluirán una bofetada que le dio a Carlos Milla Batres, el editor del "Homenaje internacional a Vallejo", en mitad de un salón del hotel Crillón, por haber puesto en la portada una pintura de Macedonio de la Torre, que a tenor de la viuda no retrataba bien a su difunto esposo. Luego se lanza contra los editores piratas de los libros de Vallejo, contra quienes querían musicalizar sus versos, contra los traductores de la obra del poeta y le hace frente a no pocos 'especialistas' que discrepaban con ella en el uso y significado de sus versos.


Compleja devoción

El carácter de Georgette se condecía con la apariencia frágil y el rostro de belleza singular que poseía. Tiene pocos amigos y a estos les exige hasta lo humanamente imposible para que la acompañen en su cruzada. La devoción que sentía por el poeta no solo era una pasión conyugal sino que, como ella confesó, se extendía a la filiación política, que ella defendía a rajatabla. Ambos habían sido integrantes del Partido Comunista Francés. En una ocasión, durante una entrevista, Georgette llega a responder, frente a la pregunta de si entre ella y Vallejo hubo amor: "No, nosotros no buscábamos la felicidad individual, vivíamos para la revolución ". Quizá esto explique en parte por qué la pareja no tuvo hijos.

A los amigos fieles les retribuía con gestos inauditos. Al pintor Fernando De Szyszlo, por ejemplo, le regaló un mechón del cabello de Vallejo, que ella atesoraba como el recuerdo físico más próximo de su marido, además del manuscrito de un poema. El pintor había conocido a Georgette en París, en 1949, y desde allí guardaron una relación fraterna, al punto que el artista la auxilió en sus horas finales facilitándole su traslado a la clínica Maison de Santé, donde Georgette finalmente falleció en 1984. Y frente a la polémica que periódicamente se reabre, sobre repatriar los restos de Vallejo, a tenor de los testimonios recogidos en el libro de Miguel Pachas, parece que habría que actuar a la inversa y enviar los restos de Georgette al cementerio de Montparnasse en París, donde reposa el vate. Así lograrán lo que ella tanto quiso: estar juntos hasta después de la muerte.

 

 

 

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