Nacimiento en la última palabra. Las resurrecciones de César Vallejo.
Javier Aguirre Ortiz
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Muerto inmortal, Vallejo no termina, siempre empieza. El 16 de marzo celebramos su natalicio, y por eso, sus resurrecciones sucesivas. En su poesía habita una vocación de esperanza invencible. Poesía al límite de la lógica (“Absurdo, sólo tú eres puro”, dijo en Trilce) , sus preguntas, como reconoció Heidegger de los auténticos poetas, van más allá de las de los filósofos. Por eso el poeta es contradictorio, y de la muerte omnipresente no puede dejar de arrancar una esperanza desesperada, como si su abismo no le bastara al poeta, como si su amor no se contentara y pudiera más que la muerte.
El más célebre ejemplo de estas resurrecciones es su poema “Masa”, de España, aparta de mí este cáliz, el poemario más hondo escrito a raíz de la contienda incivil española, cuyo parangón pictórico no podría ser otro que el Guernica de Picasso:
Masa
Al fin de la batalla,
y muerto el combatiente, vino hacia él un hombre
y le dijo: "¡No mueras, te amo tanto!"
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.
Se le acercaron dos y repitiéronle:
"¡No nos dejes! ¡Valor! ¡Vuelve a la vida!"
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.
Acudieron a él veinte, cien, mil, quinientos mil,
clamando "¡Tanto amor y no poder nada contra la muerte!"
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.
Le rodearon millones de individuos,
con un ruego común: "¡Quédate hermano!"
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.
Entonces todos los hombres de la tierra
le rodearon; les vio el cadáver triste, emocionado;
incorporóse lentamente,
abrazó al primer hombre; echóse a andar...
Las categorías de muerte y resurrección no son aquí las tradicionales. La muerte se nos presenta como activa: “siguió muriendo”, conteniendo ya en sí un movimiento que anticipa esa esperanza de resurrección.
Pero esta no es la única resurrección de la poesía de Vallejo, muy al contrario, es un tema recurrente. Otro ejemplo muy conocido es el de su gran poema “La cena miserable” de Los Heraldos Negros:
LA CENA MISERABLE
Hasta cuándo estaremos esperando lo que
no se nos debe... Y en qué recodo estiraremos
nuestra pobre rodilla para siempre! Hasta cuándo
la cruz que nos alienta no detendrá sus remos.
Hasta cuándo la Duda nos brindará blasones
por haber padecido!...
Ya nos hemos sentado
mucho a la mesa, con la amargura de un niño
que a media noche, llora de hambre, desvelado...
Y cuándo nos veremos con los demás, al borde
de una mañana eterna, desayunados todos!
Hasta cuándo este valle de lágrimas, a donde
yo nunca dije que me trajeran.
De codos
todo bañado en llanto, repito cabizbajo
y vencido: hasta cuándo la cena durará.
Hay alguien que ha bebido mucho, y se burla,
y acerca y aleja de nosotros, como negra cuchara
de amarga esencia humana, la tumba...
Y menos sabe
ese oscuro hasta cuándo la cena durará!
Este poema oscuro, tiene sin embargo dos versos en que la miseria cotidiana queda trascendida por la aspiración anhelante de eternidad–el contraste es una quebrazón de gran intensidad-: “y cuándo nos veremos con los demás, al borde / de una mañana eterna, desayunados todos”.
La experiencia de la muerte en Vallejo es temprana, y la muerte de uno de sus hermanos le afectó inmensamente. Por eso el juego de la escondida infantil cobra una dimensión inesperada (el poema es también de LHN):
A mi hermano Miguel
Hermano, hoy estoy en el poyo de la casa,
¡donde nos haces una falta sin fondo!
Me acuerdo que jugábamos esta hora, y que mamá
nos acariciaba: "Pero, hijos...".
Ahora yo me escondo,
como antes, todas estas oraciones
vespertinas, y espero que tú no des conmigo.
Por la sala, el zaguán, los corredores,
después, te ocultas tú, y yo no doy contigo.
Me acuerdo que nos hacíamos llorar,
hermano, en aquel juego.
Miguel, tú te escondiste
una noche de agosto, al alborear;
pero, en vez de ocultarte riendo, estabas triste.
Y tu gemelo corazón de esas tardes
extintas se ha aburrido de no encontrarte. Y ya
cae sombra en el alma.
Oye, hermano, no tardes en salir.
Bueno... Puede inquietarse mamá.
Repito: “Oye, hermano, no tardes en salir. / Bueno... Puede inquietarse mamá.” La muerte real, el dolor lo requiere, ha de ser sólo ilusoria, como las desapariciones del juego. La hondura metafísica de Vallejo no reside en abstracciones, sino en vivencias trascendidas. El lenguaje, lugar de la revolución vallejiana, también da cuenta de esos desencajes: “nos haces una falta sin fondo”.
Pero si un libro tiene al lenguaje como protagonista en la obra del gran cholo, ese es Trilce (1922). Veamos este poema en el que, como en “La cena miserable”, también aparece el verbo “salir” en sus versos finales. Trataremos de desvelar sus claves.
XII
Escapo de una finta, peluza a peluza.
Un proyectil que no sé dónde irá a caer.
Incertidumbre. Tramonto. Cervical coyuntura.
Chasquido de moscón que muere
a mitad de su vuelo y cae a tierra.
¿Qué dice ahora Newton?
Pero, naturalmente, vosotros sois hijos.
Incertidumbre. Talones que no giran.
Carilla en nudo, fabrida
cinco espinas por un lado
y cinco por el otro: Chit! Ya sale.
Tal y como apuntó Américo Ferrari en su estudio introductorio a la Obra poética completa del máximo poeta peruano (Alianza Literaria), ya en LHN existen dos líneas poéticas, una continuadora del modernismo en retirada y otra propia, personalísima, que no obedece a influencias externas sino a su propio instinto poético, el mismo que le llevaría en Trilcea una de las propuestas más radicales y valiosas de las vanguardias de cualquier idioma o país. El hermetismo de muchos de sus poemas (que nos podría llevar a emparentarlo con un Mallarmé, en alguna raíz) aconseja una lectura detenida, verso a verso, que proponemos a continuación. Trataremos de demostrar que también este poema tiene como eje central la muerte y resurrección.
El poema se abre con una ocasión de peligro: “Escapo de una finta (…) / Un proyectil que no sé dónde irá a caer”. Esto es, la muerte está siempre al caer, nos acompaña, y es siempre una catástrofe, es lo más grave que puede acontecernos (“El momento más grave de mi vida no ha llegado todavía”, dice en otro poema). El proyectil aparece ahora contrastado por el vuelo de la mosca, que a pesar de su aparente insignificancia no deja de ser de idéntica trascendencia: su muerte también supone un chasquido. “¿Qué dice ahora Newton?”. La gravedad, claro. Pero la gravedad por la que se pregunta Vallejo es otra, es la gravedad de la cuestión, que no es otra que la de la muerte; Newton nos dará razones lógicas, con leyes demostrativas, pero no tiene nada que decir frente al abismo de la muerte. Dentro de las cuestiones más graves, y sin restarles gravedad, Vallejo suele acudir a menudo al humor para relativizar el antropocentrismo; en este caso la muerte humana aparece junto a la de la mosca, que también irónicamente “muere / a mitad de su vuelo”, lo que vendría a representar una suerte de plenitud. Si queremos apurar la figura crística de quien murió un viernesanto, podríamos retroceder unos versos: “Tramonto. Cervical coyuntura.” El tramonto haría referencia a una puesta de sol tras un monte (de ahí el italianismo, el monte sería el Gólgota); la cervical coyuntura haría referencia a la espalda, que algo tiene que ver en la crucifixión, y la palabra “coyuntura” nos recuerda el uso reiterado de la palabra “yunta” en el propio poeta, cuando habla de muerte y vida como inextricables, así como las junturas cervicales no se pueden soltar, porque están ligadas. Una coyuntura es pues, un conjunto inextricable, sustancial, indivisible, las uniones van por dentro. Y sin embargo esa ligazón co-yuntura, implica también una separación. De ahí también la incertidumbre, que no es sólo en cuanto al tiempo, sino sobre todo en cuanto a la naturaleza del accidente, o de la sustancia que se esconde tras el accidente. Pero volvamos a la pregunta de Newton. Evidentemente, Newton no tiene nada que decir, ni la ciencia, ni la filosofía; sólo cabe preguntar, no responder. Y sin embargo, parece que la orfandad contuviera en sí la respuesta, la necesidad de un padre: “Pero, naturalmente, vosotros sois hijos.” No es la lógica la que responde las preguntas últimas, es la íntima necesidad de una respuesta la que reclama una contrapartida. La presencia del crucificado (inserto en cada quién como su propia columna vertebral) estaría continuada por los talones que no giran (clavados) ; el nudo reiteraría la ligadura, esto es, la coyuntura (la cruz sería también una co-yuntura); la “carilla” nos estaría hablando de una precepción afectiva del rostro; en “fabrida” tendríamos otro italianismo, que nos remite también a lo divino (“ilmigliorfabro”, Dios, el mejor artesano); y las espinas divididas (“cinco espinas por un lado / y cinco por el otro”) reitera la idea de división, de separación, al mismo tiempo que la de juntura, juntura inextricable como la de muerte y vida. Ese final “Chit!”, ese mandar callar abunda en la inefabilidad, en que nada se puede decir o saber ante la muerte y su después (razón íntima y última de la distorsión del lenguaje insuficiente). Sin palabras, ya sólo podemos ver lo invisible: “Ya sale”. Nacimiento en la última palabra.
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