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CÉSAR VALLEJO JIRONEANDO EN LIMA
Por Fernando Carrasco Nuñez
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Hemos dejado los jardines y regresamos. El jirón central está en su hora.
La noche gana. Las confiterías iluminadas, los lujosos coches particulares,
los dandys y las mujeres bonitas en el momento más amable, frívolo y
elegante y, sobre todo, más democrático de la vida limeña.
(César Vallejo en 1918)
Una parte de la vida de nuestro poeta más leído y celebrado en diferentes latitudes del orbe, transcurrió en la capital del país. En este artículo nos interesa resaltar los lugares donde vivió César Vallejo en Lima, las instituciones en las cuales laboró como profesor y los escenarios donde conoció y compartió momentos de solaz y grata conversación con otros personajes de la época, quienes también empezaban a escribir su historia en las páginas de las letras peruanas, personajes (“Son pocos; pero son…”) que supieron reconocer, desde sus inicios, su talento poético y le brindaron su amistad y admiración como “pedacitos de pan fresco” a manos llenas.
En Lima, Vallejo también llevó una vida bohemia muy activa y mantuvo una relación sentimental, intensa y tortuosa, que duró aproximadamente un año, con Otilia Villanueva, una quinceañera que radicaba en la calle Maravillas de los Barrios Altos, que inspiró muchos de los poemas del libro Trilce.
* * *
Cuando el poeta César Vallejo hace mención a Lima en Los heraldos negros, la representa como un espacio agobiante: “ahora que me asfixia Bizancio” y en otros casos la vincula de manera íntima con el aguacero y el recuerdo doliente de los amores contrariados que avivan el sentimiento de culpa a causa, principalmente, del mal proceder del amante:
Esta tarde en Lima llueve. Y yo recuerdo
las cavernas crueles de mi ingratitud;
mi bloque de hielo sobre su amapola,
más fuerte que su “No seas así”.
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . (“Heces”)
En Lima… En Lima está lloviendo
el agua sucia de un dolor
qué mortífero. Está lloviendo
de la gotera de tu amor.
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . (“Lluvia”)
En algunos poemas de Trilce, siguen presentes estos temas asociados a la ciudad: lluvia, amor, culpa: “En esta noche pluviosa / ya lejos de ambos dos, salto de pronto…”. En otros poemas de este segundo libro, Vallejo hace referencia a sus caminatas y paseos por las afiladas calles de la capital, que llegaron a tornarse bastante familares para él, pues fueron testigos de experiencias intensas e íntimas. En los primeros versos de “Trilce VII” leemos:
Rumbé sin novedad por la veteada calle
que yo me sé. Todo sin novedad,
de veras. Y fondeé hacia cosas así,
y fui pasado.
Doblé la calle por la que raras
veces se pasa con bien, salida
heroica por la herida de aquella
esquina viva, nada a medias.
Estudiosos de la poesía de César Vallejo como el poeta Pablo Guevara o el investigador escocés James Higgins han reflexionado en torno a las huellas de la urbe limeña en la obra poética de César Vallejo. He aquí un tema que se puede desarrollar con mayor amplitud. Vamos a nuestro asunto.
I
El 10 de abril de 1911, César Abraham Vallejo Mendoza avistó el cielo gris de Lima por primera vez. Transcurría el primer gobierno de Augusto B. Leguía. Acababa de cumplir diecinueve años de edad. Lo recibió un amigo suyo de Huamachuco que ya residía en la capital: Nemesio León Guzmán, este amigo fue crucial en la vida de César Vallejo en Lima. León lo llevó desde el puerto del Callao a la pensión donde radicaba en el Centro de Lima, en la calle Corcovado N° 445 (hoy cuadra 4 del jirón Cuzco). Vallejo se matriculó en la Facultad de Ciencias de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos el 19 de abril de 1911. Es fácil imaginar al joven poeta de Santiago de Chuco en los patios de la Facultad de San Fernando o recorriendo por esos días los alrededores del jirón de la Unión camino al Mercado Central o a la Biblioteca Nacional en la actual avenida Abancay.
En aquella ocasión, debido a problemas económicos, que siempre lo agobiaron como “potros de bárbaros atilas”, Vallejo permaneció poco tiempo en Lima. A finales de mayo, atribulado por su precaria situación, aceptó trabajar como preceptor de los hijos del hacendado Domingo Sotil, quien radicaba en Acobamba, un centro poblado ubicado en la provincia de Ambo (Huánuco). El 6 de diciembre de 1911, apareció el primer poema publicado por César Vallejo: “Soneto” (debemos este hallazgo a Hugo Arias Hidalgo). Se trata de un poema de corte modernista publicado en la revista El Minero Ilustrado, de Cerro de Pasco:
El día toca a su fin. De la cumbre
de un enorme risco baja el rebaño
pastor garrido que con pesadumbre
toca en su quena un yaraví de antaño.
Estos versos, como bien señala Ricardo González Vigil, preludian “el tono y la óptica” de los poemas que conformarán la sección “Nostalgias imperiales” de Los heraldos negros. Al mismo tiempo, cabe añadir, anuncian la honda sensibilidad social que será un rasgo importante de la poesía vallejiana.
II
Seis años más tarde, ya con el título de Bachiller en Letras por la Universidad de La Libertad y con un cuaderno de poemas bajo el brazo, César Vallejo volvió a Lima. Esta vez llegó el 30 de diciembre de 1917 en el buque Ucayali. Se hospedó en el Hotel Colón de la calle Pescadería N” 145 (actualmente primera cuadra del jirón Carabaya, al lado del Palacio de Gobierno y a unos pasos del Bar Cordano y de la Casa de la Literatura. Hoy, en esta dirección, funciona el Hospedaje Lima).
Uno de los primeros autores a quien buscó y frecuentó César Vallejo en Lima fue Abraham Valdelomar por quien guardaba una inmensa admiración. Recordemos que su crónica titulada “Desde Lima. Con el Conde de Lemos”, donde relata su encuentro con el autor de “El caballero Carmelo” y líder del Movimiento Colónida, se publicó en La Reforma de Trujillo y está fechada el 18 de enero de 1918. Vallejo y Valdelomar solian pasear por el Parque de la Exposición y sostenían también amenas conversaciones mientras caminaban por el jirón de la Unión.
Ese mes de enero se publicó en la revista Mundo limeño su emblemático poema “Los heraldos negros”. Gracias a Valdelomar y a Víctor Raúl Haya de la Torre, líder estudiantil que ya se encontraba en Lima, César Vallejo entró en contacto con los jóvenes intelectuales de la época. Aquel verano, visitó en su casa del distrito de Barranco al poeta José María Eguren y también se entrevistó, en la Biblioteca Nacional, con el ya anciano Manuel González Prada, “el gran maestro”, a quien le dedicó un poema escrito por esos días: “Los dados eternos”.
En el mes de febrero, Vallejo sintió el primer golpe de la muerte en Lima: se enteró del fallecimiento de su antigua enamorada María Rosa Sandoval en Trujillo (“tú no tienes Marías que se van!”). A inicios de marzo, Abraham Valdelomar publicó en el semanario Sudamérica algunos fragmentos de cuatro poemas de Vallejo: “El poeta a su amada”, “La de a mil”, “El pan nuestro” y “Dios”. El artículo estaba titulado “La génesis de un gran poeta. César A. Vallejo, el poeta de la ternura”. Los fragmentos de los poemas aparecieron acompañados de palabras elogiosas y premonitorias. Era la primera victoria del poeta:
“Hermano en el dolor y en la Belleza, hermano en Dios: Hay en tu espíritu la chispa divina de los elegidos. Eres un gran artista, un hombre sincero y bueno, un niño lleno de dolor, de tristeza, de inquietud, de sombra y de esperanza. Tú podrás sufrir todos los dolores del mundo, herirán tus carnes los caninos de la envidia, te asaltarán los dardos de la incomprensión; verás, quizás, desvanecerse tus sueños, podrán los hombres no creer en ti; serán capaces de no arrodillarse a tu paso los esclavos; pero, sin embargo, tu espíritu, donde anida la chispa de Dios, será inmortal, fecundará otras almas y vivirá radiante en la gloria, por los siglos de los siglos. Amén”. (Valdelomar 2001: 262).
César Vallejo permaneció algunos meses en el Hotel Colón y posteriormente fue alojado por su amigo Nemesio León Guzmán, quien ahora radicaba, al lado de sus dos hermanos, en la calle Zamudio 662 (actualmente cuadra 6 del jirón Cuzco). Por esos días, César Vallejo fue contratado como profesor en el Colegio Barrós, una de las instituciones educativas más prestigiosas de la Lima de aquellos años. El colegio estaba ubicado en el jirón Áncash N° 506 (antes esquina Juan de la Coba y Cerco de San Francisco; actualmente esquina de la primera cuadra de la avenida Abancay y la cuadra 5 del jirón Áncash). Como se puede inferir, su situación económica mejoró. Y Vallejo empezó una relación sentimental con una jovencita: Otilia Villanueva Pajares, pariente de uno de los socios del colegio donde trabajaba el poeta. La identidad de esta muchacha de origen cajamarquino ha sido precisada en un artículo de Carlos Fernández y Valentino Gianuzzi (2011):
“Otilia Villanueva Pajares y César Vallejo Mendoza se conocieron en Lima en algún momento todavía no determinado del año 1918, muy probablemente a través de Manuel Rabanal Cortegana, colega de Vallejo en el Colegio Barrós. En septiembre de ese año, tras la muerte del propietario del Barrós, Vallejo y Rabanal toman la administración del colegio, rebautizándolo como Instituto Nacional. Semanas más tarde, el 25 de octubre, Rabanal contrae matrimonio con Rosa Villanueva Pajares, hermana de Otilia”.
Tiempo después, luego de su ruptura definitiva, el poeta, atormentado por la nostalgia y el sentimiento de culpa, recordaría a Otilia en numerosos poemas de su libro Trilce.
En el rincón aquel donde dormimos juntos
tantas noches, ahora me he sentado
a caminar. La cuja de los novios difuntos
fue sacada o tal vez qué habrá pasado.
(“Trilce XV”)
Se acabó el extraño, con quien, tarde
la noche, regresabas parla y parla.
Ya no habrá quien me aguarde,
dispuesto mi lugar, bueno lo malo.
(“Trilce XXXIV”)
Algunos de estos poemas que hacen referencia a Otilia tienen una intensa carga erótica. Como bien enfatiza Stephen Hart, en estos versos, el sexo con Otilia “es una actividad física, casi animal, descrita con un lenguaje pragmático y profano” (Hart 2014: 93).
Quemadura del segundo
en toda la tierna carnecilla del deseo,
picadura de ají vagoroso
a las dos de la tarde inmoral.
Guante de los bordes borde a borde.
Olorosa verdad tocada en vivo, al conectar
la antena del sexo
con lo que estamos siendo sin saberlo.
(Trilce XXX)
Con esta nueva condición económica y sentimental, César Vallejo, siempre vestido de negro, empezó a frecuentar con mayor asiduidad los bares y cafés del jirón de la Unión como el efervescente y ahora mítico Palais Concert (ubicado entre las calles Baquíjano y Minería, actualmente esquina de la cuadra 7 del jirón de la Unión con la avenida Emancipación), donde conoció y consolidó su amistad con jóvenes brillantes del momento como los hermanos More: Ernesto y Gonzalo, Luis Berninzone, Adán Felipe Mejía, el Corregidor, Percy Gibson, Pablo Abril de Vivero, Abraham Valdelomar, José Carlos Mariátegui y otros. El poeta Jorge Nájar en su notable novela biográfica César Vallejo la vida bárbara nos presenta al poeta paseando con Otilia por la calle de San Ildefonso rumbo al puente Balta buscando la oscuridad y el silencio propicias para la intimidad: “Después de comer bajaron hacia la plaza de Acho y caminaron por el jirón Trujillo hasta la altura del puente de piedra para regresar caminando a lo largo del jirón Áncash a la espera de que todo estuviera a oscuras y ellos pudieran entrar en la habitación” (Nájar 2019: 65).
En los primeros días del mes de agosto, César Vallejo recibió la triste noticia de la muerte de su madre. Fue un terrible golpe para él, quien siempre la llevaba en sus recuerdos. Tiempo antes había escrito estos versos pensando en ella:
Y mi madre pasea ya en los huertos,
saboreando un sabor ya sin sabor.
Está ahora tan suave,
tan ala, tan salida, tan amor.
(“Los pasos lejanos”)
Este es uno de los poemas que Vallejo venía revisando ahora que se alistaba a publicar su primer libro de versos. Mientras el poeta proseguía con su intensa vida bohemia en la capital, se venían suscitando problemas en su centro de labor que se agudizaron con la muerte del propietario, el profesor Pedro M. Barrós. Esta muerte produjo que el colegio cambiara de nombre y de ubicación: Instituto Nacional, calle Santa Clara N° 910 (actualmente cuadra 9 del jirón Áncash). A este nuevo escenario se trasladó a vivir el poeta, quien ahora había asumido el cargo de director del colegio.
Es indudable que la muerte de la madre y la de su hermano Miguel, acaecida pocos años antes, así como la de otros seres muy queridos, tuvieron un impacto muy hondo. Esto produjo un cambio en el carácter y la sensibilidad del joven poeta, quien siempre se había mostrado lúdico, ingenioso y chispeante con sus amigos más íntimos.
Adán Felipe Mejía, apodado el Corregidor, fue otro de los grandes amigos que tuvo César Vallejo en Lima. Los días domingos, al lado de los hermanos More y de otros jóvenes intelectuales, Vallejo visitaba a Adán Felipe, en el disitrito de San Miguel, cerca al malecón (exactamente en el cruce de las avenidas Costanera y el parque de la Media Luna), para comer y beber de lo mejor. En el conocido libro de Ernesto More sobre el autor de Trilce se recoge un artículo donde Mejía realiza un retrato vívido del Vallejo de aquellos tiempos:
“Miradlo acá: Erguido el cuerpo magro, sostiene la terracota de una cabeza fuerte. Bajo la tupida cabellera lacia, un noble rostro de indio, trazado a cuatro trazos poderosos por la mano segura de un alfarero artista. Un gran frontal a todo lo ancho, una nariz famosa y un gran mentón potente. Tal el rostro de huaco del gran cholo poeta” (More 1968: 113).
A inicios del año 1919, debido a serios problemas con los demás socios del colegio, principalmente con el cuñado de Otilia, Manuel Rabanal, con quien llegó incluso a la agresión física, César Vallejo tuvo que abandonar el trabajo y la habitación donde residía dentro de las instalacaiones del mismo colegio. Regresó entonces a la casa de su gran amigo Nemesio León Guzmán, en la calle Zamudio N° 622.
Aunque Juan Espejo afirma que durante estos días César Vallejo estuvo alejado de la convulsionada coyuntura política que se vivía en el país, a puertas del fin de la llamada República Aristocrática, el investigador Miguel Pachas, quien ha realizado un exhaustivo trabajo sobre la vida del autor de Trilce, sostiene lo contrario:
“Vallejo no estuvo ajeno a las luchas del pueblo y participó activamente en la lucha de las ocho horas. Asistió a las reuniones de los trabajadores y a las funciones del Teatro Obrero, en Vitarte, donde conoció a Julio Portocarrero Raymundo, dirigente de la fábrica textil de Vitarte y, con los años, fundador, junto a José Carlos Mariátegui, del Partido Socialista Peruano (Pachas 2018: 214).
A mediados de mayo, Vallejo se matriculó en la Facultad de Letras de San Marcos, donde entabló amistad con Luis Alberto Sánchez. En este difícil contexto, ya a mediados de año, César Vallejo se decidió por publicar su poemario Los heraldos negros, que permanecía, desde hacía varios meses, a la espera del prólogo prometido por Abaham Valdelomar, quien andaba de gira por diferentes escenarios del país dictando una serie de conferencias. La imprenta El Universo, donde se editó el primer libro de Vallejo, tenía su local en la calle de la Pileta de la Merced (actualmente cuadra 1 del jirón Cuzco).
Cuenta Espejo que los primeros ejemplares para su venta los llevó Vallejo a la librería La Aurora Literaria ubicada en la calle de Baquíjano N° 758 (actualmente cuadra 7 del jirón de la Unión). Casi al frente de esta librería se encontraba el diario La Prensa, un punto de encuentro recurrente entre los escritores de aquellos años. Puesto que Vallejo se hallaba sin trabajo, el poeta se dedicó a difundir y a vender su libro en los eventos literarios y políticos de aquellas semanas.
Precisa André Coyné que por esos días en que César Vallejo publicaba su primer libro de poemas culminaba su relación con Otilia Villanueva. El poeta amaba a Otilia, pero tenía terribles arrebatos de celos y, en ocasiones, trataba con cierta rudeza a la muchacha. (“…y hoy no he / de preguntarme si yo dejaba / el traje turbio de injusticia”, “cuánto va a dolerme el haber sido así”). Sobre esta coincidencia nos dice Coyné: “Establecimos que Los heraldos negros empezaron a salir de la imprenta durante la misma semana del rompimiento amoroso. Para entonces Vallejo ya tenía escrito muchos de los poemas alusivos a la historia con Otilia, los cuales, revisados a partir de 1920, encontrarían cabida en Trilce” (Coyné 1968: 77).
También por esos días, Vallejo fue contratado en el prestigioso colegio Nuestra Señora de Guadalupe (ubicado en la cuadra 12 de la avenida Alfonso Ugarte) como profesor para el cuarto y quinto grado de primaria. Todo parecía mejorar, aunque por las noches lo asaltaba el recuerdo vehemente de Otilia. (“De tres meses de ausente y diez de dulce”). Y un nuevo golpe lo remeció a inicios del mes de noviembre: la trágica muerte de Valdelomar en la ciudad de Ayacucho. César Vallejo lloró a causa de este triste suceso y escribió una sentida y ya conocida crónica que se publicó el 4 de noviembre en La Prensa. No está de más reproducir aquí la parte inicial:
“Abraham Valdelomar ha muerto”, dice la pizarra de La Prensa.
A las cuatro de la tarde he leído estas líneas incomprensibles, y hasta este momento no quieren quedarse en mi corazón. Gastón Róger también me lo ha dicho, y tampoco me resigno a aceptar semejante noticia. Llorando, sin embargo, atravieso el jirón por donde caminé tantas veces con Abraham, y sobrecogido de angustia y desesperación llego a mi casa y me echo a escribir precipitadamente y como loco estas líneas (Vallejo 1987: 40).
El verano de 1920 lo sorprendió sin trabajo. Se sabe que vivía en casa de Nemesio León y que almorzaba en la vivienda de las tías de su amigo Juan Espejo en la calle Santa Rosa de las Monjas (cuadra 6 del jirón Ayacucho, hoy jirón Antonio Miro Quesada). Vivía de sus ahorros. Descansaba hasta bien entrada la mañana. Por las tardes, acompañado de otros amigos poetas, visitaba el Palais Concert y luego se encaminaban hacia los Barrios Altos para incursionar en los fumaderos de opio de las calles Huaquilla, Capón y Hoyos. Sin duda, estas vivencias dejaron hondas huellas en el poeta, quien luego volcó algunas escenas de estas experiencias en parte de su trabajo creativo. Recordemos el inicio de su cuento “Cera”, escrito por aquellos tiempos en Lima:
“Aquella noche no pudimos fumar. Todos los ginkés de Lima estaban cerrados. Mi amigo, que conducíame por entre los taciturnos dédalos de la conocida mansión amarilla de la calle Hoyos, donde se dan numerosos fumaderos, despidióse por fin de mí, y, aporcelanadas alma y pituitarias, asaltó el primer eléctrico urbano y esfumóse entre la madrugada.
Todavía me sentía un tanto ebrio de los últimos alcoholes. ¡Oh mi bohemia de entonces…” (Vallejo 2013: 113).
Pero un nuevo golpe “como del odio de Dios” lo esperaba. Poco antes de reiniciarse las clases en el colegio Guadalupe, el poeta se enteró de que no le habían renovado el contrato. Pasó días de angustia e incertidumbre hasta que su amigo Juan Espejo Asturrizaga, autor de una importante biografía del poeta, le propuso viajar juntos a Trujillo: “El 27 de abril nos embarcamos en el vapor “Aysen” en El Callao, con destino a Salaverry. Llegamos el 30. Vallejo llevaba ahora a Trujillo, en un block, la mayor parte de los poemas que conformarían Trilce” (Espejo 1989: 107).
III
Luego de su viaje a Trujillo y a Santiago de Chuco y de su terrible experiencia carcelaria que duró 112 días (desde el 6 de noviembre de 1920 hasta el 26 de febrero de 1921), (“El momento más grave de mi vida fue mi prisión en una cárcel del Perú”), César Vallejo volvió a Lima en abril de 1921. Aquella vez fue alojado por su amigo Manuel Vásquez Díaz, quien residía en la calle Quilca Nª 273, altos (hoy jirón Quilca, a unos metros de la Bodega La Florida, actualmente el Bar Queirolo). Además de Vásquez Díaz, acompañaban a Vallejo por aquellos meses el pintor indigenista Alfonso Sánchez Urteaga (Camilo Blas), Crisólogo Quesada Campos y Carlos Espejo, hermano del biógrafo de César Vallejo. El estudioso español Luis Monguió apunta que, por estos días, César Vallejo recorría las calles de Lima acompañado también de los jóvenes poetas norteños Juan José Lora y Juan Luis Velázquez “dedicado parejamente a una vida bohemia”. Sobre el punto, Luis Alberto Sánchez (1988) ha escrito lo siguiente:
“… entonces habitó en la calle de Quilca, casi al frente del Teatro Colón, en una habitación alquilada por Manuel Vásquez Díaz a quien habían expulsado de la Universidad de Trujillo. Manuel Vásquez Díaz llamaba a la cama de su cuarto, “la cama incansable” porque él la ocupaba ocho horas; a esa hora llegaba Juan José Lora, más bohemio que todos, y se acostaba otras ocho y luego caía Vallejo que la ocupaba por las ocho restantes. Exageración aparte, era una vida libre y dura y al mismo tiempo dulce. Muchos hablan de cierto alcoholismo de Vallejo: no lo creo tan exacto. Bebía como todos y dejaba de beber como todos. Escribía y escribía”.
Poco después, el 15 de agosto, Vallejo fue contratado nuevamente en el colegio Guadalupe. A fines de ese año participó con el seudónimo “Del Ande” en un concurso de cuento organizado por la Asociación Entre Nous. Su cuento “Los Caynas” obtuvo el primer premio. Poco después se publicó en la revista Variedades su relato de corte fantástico “Más allá de la vida y la muerte”. La premiación del concurso mencionado se produjo el año siguiente, el 27 de mayo, en el antiguo Teatro Forero del jirón Ica (actualmente Teatro Municipal).
A inicios de enero de 1922, César Vallejo y dos amigos suyos: Crisólogo Quesada y Francisco Xandóval alquilaron una vivienda en la calle Acequia Alta Nª 425 (actualmente cuadra 5 del jirón Caylloma). En este cómodo lugar se daban cita numerosos amigos de Lima y sobre todo de Trujillo, por ello el sitio era conocido por los concurrentes como el Consulado de Trujillo. El poeta continuó dando clases en el colegio Guadalupe y puliendo los poemas de su nuevo libro que saldría a la luz el mes de octubre de ese mismo año: el poemario Trilce. Fueron meses apacibles y fructíferos. No obstante, tras la publicación de este nuevo libro, llegaron días sombríos y de abatimiento para el poeta, debido a la incomprensión del poemario por parte de la crítica. En una carta a su amigo Antenor Orrego escribe: “se discute, se niega, se ridiculiza y se aporrea el libro en los bebederos, en los grupos de la calle, en todas partes por las más diversas gentes” (Pachas 2018: 302).
En esta misma casa de la calle Acequia Alta, César Vallejo terminó de dar forma a los relatos que conformarían su libro Escalas y a su novela de carácter psicologista Fabla salvaje. Ambos textos se publicaron el año 1923, en los meses de marzo y abril, respectivamente. Por esos días, Vallejo se había enterado de su cese en el colegio Guadalupe, a causa de la maledicencia de algunos de sus colegas. Nuevamente se cernían sobre el poeta terribles días de angustia. Agobiado por distintos motivos como su problema legal en Trujillo que creía ya superado, Vallejo le escribió a su amigo Antenor Orrego, el prologuista de Trilce, para anunciarle su intención de abandonar el país. Gracias a la valiosa ayuda del filósofo norteño, quien siempre lo estimó y admiró desde sus años universitarios, el poeta viajó a Francia. No exagera Sánchez Lihón (2019) cuando al referirse a Orrego afirma: “Él lo predijo, lo anunció y lo consagró”.
César Vallejo partió hacia Europa acompañando a Julio Gálvez Orrego, el Chino Gálvez, en el buque Oroya, el 17 de junio de 1923. El Cholo Vallejo no volvió más.
Lo esperaban París, Georgette, Francia, el mundo, la inmortalidad.
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