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El desasosiego y la residencia
Claudio Guerrero Valenzuela. Las corrientes luminosas. : Ediciones Casa de Barro, 2020. 68 páginas.

Por Hugo Herrera Pardo



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Claudio Guerrero nos convoca a hablar sobre poesía, sobre su poesía, en tiempos en que un estremecimiento recorre los vínculos que unen las palabras a las cosas. Aunque esta ha sido la labor de la poesía desde siempre, tal ejercicio coincide, en el aquí y el ahora, con un estremecimiento en el campo de lo social. Y a eso se le podría llamar la dimensión poética de la crisis actual, es decir, la tarea de disputar los sentidos por-venir, aquellos que vincularán las palabras a las cosas luego de este tiempo en crisis, de torcimiento o en suspensión. Hablamos de palabras y cosas, entonces, y me gustaría iniciar el presente comentario sobre Las Corrientes Luminosas —cuarto poemario en la obra de Claudio Guerrero— recorriendo esa senda, pero no a partir de las palabras, sino que a partir de las cosas.

Y es que dos formas han llamado mi atención en la primera lectura de este libro. Esas dos formas son, por una parte, las cosas, y por otra, los sonidos. Las Corrientes Luminosas se encuentra atravesado por diversos sonidos que van desde vocalizaciones de aves a objetos deslizándose, desde brisas a sonidos musicales, desde voces a górgoros que irrumpen en los poemas, además de otras dos manifestaciones que le ofrecen contrapuntos a esta amplia sonoridad: ecos y silencios. Pero de los sonidos podremos hablar después, primero es necesario que debamos hablar de las cosas. Y para partir me quiero detener en el segundo poema del volumen, cuyo título es “Efectos personales”. En él, la voz poética encuentra, mientras busca papeles para un trámite, una serie de objetos de procedencia familiar. El poema despliega procedimientos característicos de la poesía objetual para hilar una larga serie de pequeños objetos encontrados en un antiguo tarjetero de color rojo, hallados, a su vez, dentro de un velador; una medalla, diversos tipos de carnet, una libreta de licencia para conducir, antiguas fotografías, entre ellos o, como se lee en el poema: “bienes personales que se guardan/ recuerdos del ser querido/ la pequeña reliquia de una vida/ reducida a un último hallazgo”.

En su bello ensayo “Desembalo mi biblioteca”, Walter Benjamin precisó una serie de aspectos que atan a las cosas y su respectivo coleccionista. Entre ellas, Benjamin menciona  el siguiente: “Toda pasión, sin duda, confina con el caos, y la pasión del coleccionista confina con el caos de los recuerdos” (p. 33), lo cual puede leerse como la amenaza que avanza solapadamente en el transcurso del largo inventario de cosas expuesto por el poeta en “Efectos personales”. Un segundo aspecto indicado por Benjamin allí y que me gustaría traer a mención es que “la existencia del coleccionista está regida por una tensión dialéctica entre los polos del orden y el desorden” (p. 34), reconocimiento que otorga los sentidos del punto de quiebre que ocurre en el poema, momento de inflexión al que quisiera referirme luego, pero antes me gustaría recuperar —para establecer una consonancia con los procedimientos del coleccionista— un tercer apunte de aquella lectura de Benjamin para extender al comentario de “Efectos personales”. Dice el filósofo alemán que para el coleccionista quizás “la posesión sea la relación más profunda que se pueda mantener con las cosas: no se trata, entonces, de que las cosas estén vivas en él; es, al contrario, él mismo quien habita en ellas” (p. 56). El poema en comento transcurre de manera descriptivamente serial hasta que un descubrimiento vendrá a estremecer a la voz y al sujeto que enuncia. Ese descubrimiento tiene que ver con dos fotos de la madre, las cuales alteran la rememoración, es decir, trastocan su modo de habitar en esas cosas, de reconocerse en ellas y en la historia familiar —la “palabra fundante”— que de allí emana, y el poema, a partir de ese punto, expresa aquella alteración mediante una serie de preguntas. En otros términos, la serie descriptiva transmuta en una serie de interrogantes como síntoma de un temblor que recorre la subjetividad de quien enuncia.

En su libro Intimidad de las cosas, Sergio Cueto muestra que “Hay una irreparable intimidad entre la cosa y el lugar. Una cosa en su lugar es una instancia del lugar de esa cosa” (ps. 9-10). Y agrega que ese estremecimiento que produce la intersección de un objeto determinado en un lugar específico es, tal vez, “la prueba de la experiencia de la belleza” (p. 10). De todas formas, ese estremecimiento, esa cosa en tal lugar (y en tal momento, podríamos añadir) es la instancia de una dislocación. Un incidente en la trayectoria del sujeto y en su habitar en las cosas. Para Cueto, entonces, “el lugar es irreparable que cuando una cosa se pierde, es decir, cuando no está en su lugar, es el orden de los lugares el que se pierde y el hombre se encuentra perdido entre las cosas, no encuentra residencia en ellas. Las cosas constituyen una residencia para el hombre en la medida en que son sitios, lugares. Pero el hombre sólo reside, se sienta en las cosas haciéndole lugar a su tener lugar, localizando las cosas” (p. 11). Si las cosas son residencias para el hombre, una habitación para el hombre, una de las potencias contenidas en las cosas sería la de actuar como lo ominoso, aquello que, de manera simultánea, puede ser percibido como lo familiar y como lo extraño. Y Cueto continúa: “Las cosas tienen su lugar en el pasado. El pasado es el tiempo de las cosas. Si el objeto siempre está presente ante un sujeto, el estar de la cosa tiene la forma del pasado, es decir, del sido ahí. La cosa ya está ahí cuando la reencuentro, de modo que no la encuentro nunca sino como ya ahí. A la cosa la reencuentro, y en ella me reencuentro a mí mismo como aquél que se esperaba en la cosa (…) La cosa espera en el pasado el uso del hombre” (p. 45).

Planteado en estos lineamientos, lo que despliega “Efectos personales” es un procedimiento de desasosiego frente a la propia residencia. Es tal vez por ello que para replantearse su propia poesía Claudio Guerrero retorna hacia su residencia, hacia su casa, estremeciendo su modo de habitar en ella. Y es que la casa es una espacialidad en la que transcurren varios de los poemas de Las Corrientes Luminosas, entre los que figuran “Remodelación”, “Pájaros en mi ventana” o “Interrogantes del padre y su hijo de nueve años en huelga general”, por mencionar algunos. Aunque resulta más preciso decir que el tópico de la casa recorre la poesía de Claudio Guerrero. De hecho, y sin ir tan lejos, ya en el título de su primer poemario aparece indicado ese tópico junto a otro que de igual modo atraviesa su poesía: el silencio (El silencio de esta casa, 2000, también en Ediciones Casa de Barro, lo cual puede verse como otra expresión del retorno a la residencia).

No obstante, ¿qué diferencia el tratamiento del tópico de la casa en la poesía de Claudio a este que se encuentra desde casi el mismo comienzo de Las Corrientes Luminosas? La respuesta más evidente sería que ese retorno —en este lugar, en este momento y por medio de estas cosas— viene acompañado o expresado por un retorno a la madre. Retorna a la infancia y al vínculo arcaico con la madre, ese lugar del nacimiento del lenguaje, y de la subjetividad dentro del relato familiar y del campo de lo social, para continuar recomenzando su poesía. En su propuesta de un “materialismo ensoñado” para recomenzar el materialismo histórico, León Rozitchner arguyó que “Si la madre no hubiera abierto con el hijo el espacio del ensoñamiento que es la trama del pensamiento, ninguna lengua hubiera podido crearse, porque no habría habido una materia ensoñada en la cual inscribirse” (p. 17). En el caso de la poesía de Claudio Guerrero, este espacio abierto en su retorno a la madre no viene dado por la figura de la ensoñación, sino del desasosiego, debido a la ausencia materna temprana remarcada en “Efectos personales”. Y en ese hallazgo del desasosiego, el poeta reinscribe, mediante un estremecimiento, la trama del pensamiento y de la lengua que sostienen su poesía. Para Rozitchner, la experiencia materna es la lengua primera, es el “soporte sonoro del sentido”. En Las Corrientes Luminosas esa lengua primera es conducida por lo que ha quedado imantado en la lengua de las cosas y por los sonidos que sirven de soporte al sentido. Y es en ese marco donde podemos comprender la presencia de esas múltiples sonoridades atravesando el poemario, siendo contrapunteadas, a su vez, por ecos y silencios.

Pero, finalmente, ¿qué se hace cuando ese vínculo entre las palabras y las cosas entran en un estado de desasosiego? Hace algún tiempo, en el espacio abierto por una lectura poética, Claudio comentó que lo más próximo a un “arte poética” que había escrito es un poema de título “Código menor”, incluido en Las Corrientes Luminosas, pero que previamente había aparecido en una plaquette del mismo título (Ediciones Inubicalistas, 2017). No obstante, hay otro poema contenido en el libro que nos encontramos presentando que, a partir de lo desarrollado anteriormente, puede ser leído como un “arte poética”. Ese poema es “Aguas”. Frente al desasosiego padecido en la propia residencia, en este poema podemos leer, como respuesta, versos como estos: “No se pasa hambre ni soledad/ en el braceo de la letra”. O también: “Y los postigos que alguna vez/ se cerraron/ se vuelven a abrir/ cada vez que se invoca/ el eco de los sonidos/ que nos hablarán del orden del misterio”. Frente a esa lengua vuelta a ser tramada luego de un viaje a lo materno originario, y los recuerdos que de allí emanan, la voz poética afirma “El deletreo tonal/ de un abecedario móvil/ cuyas gruesas paredes/ intentamos horadar/ sin mayor efecto/ que la recaudación de escombros”. En esa búsqueda y en esa voz —“al otro lado/ de estas corrientes luminosas”—el poeta encuentra el cobijo necesario para volver a hacer de las cosas el lugar de residencia del sujeto: “A lo lejos todavía la casa permanece erguida/ para recibir a sus visitantes./ A esa casa tenemos que dirigirnos”. A esa casa se ha dirigido Claudio Guerrero con Las Corrientes Luminosas, y en ella nos espera a nosotros, sus visitantes.

 

 

 

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Obras citadas

- Benjamin, Walter. Desembalo mi biblioteca. El arte de coleccionar. Traducción y prólogo de Fernando Ortega. Barcelona: Centellas, 2012.
- Cueto, Sergio. Intimidad de las cosas. Rosario: Nube Negra, 2018.
- Guerrero, Claudio. Las Corrientes Luminosas. San Felipe: Ediciones Casa de Barro, 2020.
- Rozitchner, León. Materialismo ensoñado. Ensayos. Buenos Aires: Tinta limón, 2011.



 

 

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