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REFUNDAR LA REPÚBLICA
HOMENAJE A LOS CONSTITUYENTES DE 1859
en conmemoración de 158 años de la batalla de Cerro Grande.
Tumba de Pedro Pablo Muñoz Godoy,
cementerio de La Serena
Por Cristián Vila Riquelme
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Lo proclamó Pedro León Gallo en la Plaza de Copiapó, por ahí por el mes de noviembre de 1858, cuando los llamados Constituyentes comenzaban a organizarse: “No soportaremos más este centralismo ciego y delirante. Al autoritarismo de Santiago opondremos nuestra valentía; a la ceguera de sus jefes, nuestra sana voluntad de progreso regional; al afán de imponer sus desaciertos, nuestra conciencia batalladora”.
Se podría decir que los Constituyentes comenzaron como un grupo insurreccional armado que, un 5 de enero del inolvidable año de 1859, con veinte hombres bajo el mando de Pedro Pablo Zapata, se apoderaron del cuartel de policía local de Copiapó sin disparar un tiro. Las autoridades gubernamentales escaparon y Pedro León Gallo fue proclamado “intendente revolucionario” por una asamblea ciudadana y, fíjense bien, hay que hacer hincapié en esto, es el primer intendente nombrado por los ciudadanos y no por el poder central de una república autoritaria y desigual.
Se formó un gobierno provisional en Atacama, con moneda propia y todo. Y el paso siguiente fue formar un ejército constituyente con 2000 efectivos para defenderse de la inminente reacción del gobierno central. De esos días apasionados y apasionantes viene esta bandera azul con la estrella dorada en su centro. No negaré que a pesar de los 2000 efectivos de aquel ejército el armamento era más que precario. Por eso hay que destacar al ingeniero Armando Carabantes, quien dirigió la fabricación, en las maestranzas del Copiapó de esa época, de varias piezas de artillería, más las consabidas pistolas y fusiles, sumándoles las armas que compraron o consiguieron de la policía y las guarniciones locales.
Con este ejército constitucionalista, con Pedro León Gallo y Pedro Pablo Muñoz a la cabeza, se enfrentaron victoriosamente con el ejército gubernamental en la batalla de Los Loros, ocupando luego La Serena, sin olvidar Ovalle e Illapel.
Inmediatamente posterior a la batalla de La Quebrada de Los Loros, diversas sublevaciones y montoneras se reanudaron en el centro y parte del sur más cercano a la capital de la república de Chile, pero fueron derrotadas, finalmente, en Pichidegua.
El gobierno autoritario central de Manuel Montt, exasperado por estos triunfos de las fuerzas regionalistas del norte del país, envió un ejército de 3000 efectivos a someter a los rebeldes, el cual zarpó de Valparaíso ―ya sometido― el 26 de abril de ese año marcado a fuego para las generaciones venideras, dado lo que fue esa lucha fundacional por la autonomía y la libertad.
El 29 de abril, hace 158 años, se enfrentaron en el Cerro Grande, el ejército centralista del gobierno y el ejército constitucionalista del norte, el cual se componía de sólo 1800 efectivos armados y una reserva que no contaba con armas de fuego. La traición pudo imponerse, y gracias al sabotaje (alguien arruinó la pólvora con ceniza y café molido) y a las cuentas alegres por las primeras victorias, los constitucionalistas fueron finalmente derrotados. La Serena fue ocupada de inmediato y Copiapó fue tomada tras cuatro horas de combate, 13 días después, el 12 de mayo.
Pedro Pablo Muñoz, bajo la inspiración de Francisco Bilbao y de Manuel Antonio Matta, fundó aquí en La Serena la “Sociedad de la Igualdad”, donde se gestaron muchas de las ideas libertarias y regionalistas que, posteriormente, en 1851, darían paso al movimiento revolucionario que terminó en el Sitio de La Serena; allí participó como teniente coronel del batallón “Igualdad” del ejército de la provincia de Coquimbo. Después de la derrota de esa insurrección, sabemos que en 1859 Pedro Pablo Muñoz Godoy formó parte del Estado Mayor del Ejército Constituyente, junto a todos sus próceres, participando en las dos batallas emblemáticas de ese período tan poco recordado en la historia oficial de este país: aquella de la victoria y aquella de la derrota (que conmemoramos hoy).
Hacemos nuestros, entonces, aquellos ideales que incitaron a estos hombres y mujeres constitucionalistas, cuyos pilares fueron, a través de una Asamblea Constituyente, la factura de una nueva Constitución que consagrara la descentralización o la autonomía regional en relación al poder central, la soberanía del pueblo y el respeto a todas las libertades que constituyen la esencia y la sustancia del ser humano. La refundación de la República es, pues, perfectamente posible, deseable y necesaria.
Por esto, permítaseme una digresión final, al alero de lo que postulaba el genial filósofo y luchador italiano, Antonio Gramsci, muerto en las cárceles fascistas de Benito Mussolinni: “El viejo mundo se muere. El nuevo tarda en aparecer. Y en ese claroscuro surgen los monstruos”.
Acabamos de asistir a un proceso eleccionario de algún modo perturbador en nuestra querida Francia. Perturbador, por cuanto las alternativas que resultaron de esas elecciones son, en el fondo, dos caras de una misma moneda autoritaria y negadora de cualquier atisbo de autonomía real, ya sea económica o socio-cultural. Ese ejemplo es decidor para lo que nos ocurre hoy en este largo país de desastres que es nuestro Chile. Sabemos que, por todos los escándalos que suceden a diario, es necesario refundar la República, haciéndonos eco de los ideales de los Constitucionalistas de 1859, con las proyecciones y las extensiones consecuentes. En este caso una República federal que nos garantice la autonomía regional y la palabra de todas nuestras comunidades frente al malentendido de la Globalización y de las arbitrariedades del neoliberalismo. Esa refundación es posible y necesaria, por cuanto las Instituciones actuales de nuestro país sólo funcionan como protectoras de los intereses de los trepadores, de los centralistas, de los ladrones de cuello y corbata y de sus lacayos. Las Instituciones no funcionan solas. Somos nosotros quienes las hacemos o no funcionar como corresponde. Ese es también el mensaje de estos precursores que lucharon en 1859 y que hoy recordamos. Porque la autonomía, la diversidad, la juridicidad, la constitución de nuevas formas de organización social, los vínculos comunitarios, su dimensión ecológica y antropológica, no son una utopía disolvente ni siquiera destructora de la tan manida unidad nacional, sino que, muy por el contrario, restituyen, por decirlo a la manera del joven filósofo francés del siglo XVI, Etiènne de la Boétie, la actividad o ser genérico del ser humano, que es la libertad.
Por eso, a pesar de los negros nubarrones y de los claroscuros que estamos sufriendo en todas partes, creo que en nuestro país otra República es posible y necesaria, en la cual la vida sea afirmada como apertura al Otro, como goce del Otro, en la que “los nosotros que son los ellos y los ellos que son los nosotros”, por decirlo como el subcomandante Marcos, tengan la alegría de la hospitalidad y la de una existencia plena, sin las arbitrariedades económicas ni los chantajes de la servidumbre.
La Serena, 29 abril 2017