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La indestructible energía de la Materia Oscura
Reseña de Materia Oscura de Carlos Villacorta /
Intermezzo Tropical, 2017.
100 pág.
Por Luis Fernando Chueca
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“La Materia Oscura no se destruye”, “La Materia Oscura solo se transforma en Oscura Materia”, dicen las proposiciones que corresponden a los títulos de las secciones primera y última que de este libro. Si la materia oscura, aquello que además nos constituye y constituye nuestro universo, es, como también se explica, invisible, incierta, hipotética, deducible solo por sus efectos, y entonces en cierta medida indecible, ¿cómo escribir sobre acerca de ella o cómo escribir desde allí?
De estos nudos se hace cargo el poemario que presentamos esta noche. Con ello lidian el viaje de regreso del hablante de estos textos, configurado como un Odiseo posmoderno en pos de su también hipotética Ítaca, y el autor, que en estos días ha vuelto a Lima y que vuelve a entregar un poemario. Regresos, tránsitos, recorridos. El registro de esos viajes es lo que tenemos entre manos. Sus palabras, entonces, dicen aunque saben que no llegarán a terminar de decir. Palabras que son grietas y abren grietas, y desde ellas, desde esas fisuras e incisiones, Materia Oscura, revelan e iluminan. Arden.
Con un tramado alegórico —entendiendo la alegoría no como “una relación convencional entre una imagen denotativa y su significado”, sino como dispositivo que entrecruza diversas referencias y alusiones, que se refractan y reflejan mutuamente—Materia oscura se propone, en primer lugar, como un canto de posguerra vinculado con lo sucedido en los 80 y 90 en el Perú, con “los rostros que las bombas han modelado” o con “alguna fosa … [en que] los muertos hablan con los muertos” en “nuestro país [que] ha sido consagrado / al golpe y al atropello de sus innumerables ciudadanos / donde la muerte ha desordenado los miembros del cuerpo nacional”. Con ello, Carlos Villacorta retoma algo que había comenzado a aparecer en algunos de sus poemarios anteriores. Quizá desde el grito, de 2001, su primer poemario post-Inmanencia, pero más notoriamente en el poema “El triunfo de la muerte” de Tríptico, del 2003, y en “1986” de Ciudad satélite, del 2007. Ahora emprende un viaje más en estos territorios que nos incumben y que varias veces hemos descuidado.
Pero el libro aborda al mismo tiempo otras guerras que se superponen a esta y conforman con ella un bullente magma en que confluyen, entrelazados, por momentos casi indiscernibles, diversos naufragios, batallas, combates —así, en plural—, de tiempos tanto anteriores como otros más recientes. Los poemas auscultan, así, el desarraigo, la enfermedad, la distancia, la soledad, la duda incluso —imagino— de saber si se está volviendo o se está yendo en cada uno de estos viajes. Y en todo ello reconoce como huella palpitante la derrota. El primer poema habla, al respecto, de que “Estos poemas invisibles que he tejido veinte años / son los restos de la oscura nave que una y otra vez / ha naufragado”.
El epígrafe del poeta griego Odyseus Elytis anuncia en las primeras páginas: “Tengo algo transparente e incomprensible por decir / Como el canto de un ave en tiempos de guerra”. Y el segundo poema del conjunto se subtitula “Primer poema de posguerra” (luego habrá uno segundo y uno último). Surge de esta conjunción una pregunta: ¿poemas de guerra o de posguerra? Quiero explorar brevemente la rajadura que esta tensión deja, creo, voluntariamente abierta. Así como en el subtítulo referido, varios otros poemas afirman o sugieren que se trata de una guerra concluida: una guerra de derrotas que no se ha logrado dejar atrás. Desde el presente de la enunciación, el hablante dice, al respecto: “Es tiempo de deshacerte de todo aquel polvo / que ha envejecido tu músculo cardiaco”, y luego “¿adónde llevarás sino las ruinas y los restos y los escombros / toda aquella materia oscura que paraliza tu corazón?”.
Situarse en la posguerra implica disponerse a los trabajos de memoria. Y recordar no es —no puede ser, o no es aquí, en todo caso— un ejercicio aséptico de reflexión. Walter Benjamin escribió que “articular el pasado históricamente no significa reconocerlo «tal y como ha sido». Significa apoderarse del recuerdo que relampaguea en el instante de un peligro”. Esto me parece central en la indagación en la Materia Oscura. Se recuerda, porque lo recuperado pugna, de algún modo, por incrustarse en el presente, por involucrarse activamente en él: algo que late, inquiere, desafía, incomoda, y exige transformar, inevitablemente, nuestro hoy. Es el trabajo de excavador que descubre y se descubre en lo que va apareciendo y debe hacer con urgencia algo con ello.
Regreso entonces al epígrafe de Elytis: “el canto de un ave en tiempos de guerra”. Si bien se afirma que la guerra (la mayor, la que nos ha dejado una montaña de escombros nacionales) ha concluido, los trabajos de memoria conducen a nuevos combates, batallas que no por más simbólicas dejan ser físicas también. La palabra no cesa de ser nunca, a su modo, cuerpo, que se enfrenta a las muchas deudas por saldar.
Pero el libro, como anoté, da cuenta de otras guerras, personales o colectivas. Como muestra puede ser oportuno citar un par de versos del poema “Palabras para definir el miedo”:
—en alguna fosa o huaca los muertos hablan con los muertos—
—en alguna fosa o huaca insignes tumbas del capitalismo”.
La semejanza entre ambos versos expresa una relación de identidad o de implicación. Es decir, la fosas, esas que asociamos a la guerra y a la violencia del Estado, ¿no tienen acaso algo, mucho, que ver con la arrasadora colonialidad implantada con la entrada del continente al horizonte occidental, a la razón instrumental y a la modernidad capitalista, que no han dejado de estar presentes en nuestra historia?
Para más señas continentales de la continuidad de guerras que vivimos, se lee en el mismo poema: “Más allá, en las fronteras de un país, miles de mujeres / son enterradas boca abajo de los pies de los hombres / que no las aman”. Es inevitable trazar líneas, causalidades, coexistencias, yuxtaposiciones. Reitero la pregunta, ¿la guerra ha terminado?
Entonces, si el poema final parece dar por cerrado el viaje de regreso y Odiseo escribe a Penélope una carta en que le dice “acabo de emprender el viaje de retorno / dejando atrás una guerra que ya no existe”, no se puede olvidar que ese texto se titula “Último mensaje de Odiseo a Penélope desde el fin del mundo” (énfasis mío), y que versos antes de la cita ha escrito “la guerra que ha acabado no cementará más que las tumbas de todos nosotros / de nuestro hijo Telémaco / de nuestras hijas / las que seguimos esperando en vano”. Ni que la posibilidad de esa afirmación representa apenas una pausa, un momento de suspensión, pues como dice el epígrafe de José Emilio Pacheco, “El único destino es seguir navegando, / en paz y en calma hasta el siguiente naufragio”.
Se entiende así, sin, duda la presencia de la figura de Odiseo como soporte o columna vertebral de este poemario. Odiseo, Calipso, Penélope, Telémaco. Pero no solo como figuras míticas vigentes para hablarnos de nuestro tiempo, sino también como herencia de poesía. Y es que la referencia a la poesía, esa otra Materia Oscura, es otro eje gravitante en este viaje. Quizá casi su única posibilidad. Por eso la compañía de Oquendo de Amat, de Vallejo, de Arguedas, de Pizarnik, de Akhmátova y Tsvetaeva, de Luis Hernández, de Josemári Reclade, entre otros del lado de allá. Y en el lado de acá, de Victoria Guerrero y de Florentino Díaz, a quien está dedicado el poema “Gracias por el estallido” con cuyo final quiero cerrar mi intervención: “Porque ya no hay duda de que la poesía ha sido siempre un estallido / un arco iris que nace de nuestros ojos. Por ese inmenso y santo ojo, hueco del océano / vendrá la luz que todo lo ilumina / Y arderá / como arde todo el universo”.
* * *
GRACIAS POR EL ESTALLIDO
[Nadie visita a Polifemo]
a Florentino Díaz
Florentino no perderá su ojo en medio de la noche
en el frío viaje de su casa al consultorio cuando ya nadie más lo escuche
o lo pueda ver
su ojo
todos sus ojos abiertos
el estallido ocular que poco o nada tiene de poético.
Florentino nunca más ciego en Lima que yo en los Estados Unidos
y aún así persistimos en la poesía . . . . . . . . . . . . . . ¡qué imbéciles!
Tanteando con ella entre las sombras . . . . . oh dichosa sombra
lo que nos hemos extirpado para poder hablar de ella
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .. . . . . . .. .desde ella
¿Qué podré hacer yo aquí ciego y huérfano
sin abrazos en esta tierra fría
sin libros en mi patria olvidada?
Hemos contemplado en la noche limeña
a los trabajadores estrellar su sueño contra la pesadilla-maquinaria
a los perros abandonados merodear en manadas en busca de un dueño
a los homeless iluminando con sus iris toda la ciudad de Los Ángeles
frente al abismo de su barril de lata
andando como se andan las calles de Berlín o de Nueva York o de París
con el temor a ser nuevamente golpeados.
Hemos sido testigos del nacimiento de nuestros hijos
en Miraflores o en Magdalena
nuestras infinitas estrellas de las constelaciones.
Hemos navegado hasta la orilla de las ciudades satélites
donde los poetas han muerto
donde los cometas se han disuelto
nadie predice los eclipses del poeta
Antes y después hemos reconocido
los rostros que las bombas han moldeado
el hambre que nuestras manos han estrechado
los vidrios que con nuestra cabeza hemos estallado
huérfanas imágenes que proyectamos en el mar de nuestro ojo
sobre ella se alzan las islas como viejas Ítacas a las que desembarcamos
cada diez años una y otra vez, ese viaje hacia el abismo donde proyectamos la memoria
Florentino no perderá su ojo en medio de la noche
Primero, su retina dilatada como todo cuerpo abierto al amanecer
absorberá la luz que ya nadie puede ver.
Porque ya no hay duda de que la poesía siempre ha sido un estallido
un arco iris que nace de nuestros ojos.
Por ese inmenso y santo ojo, hueco del océano
vendrá la luz que todo lo ilumina
Y arderá
como arde todo el universo.
ÚLTIMO MENSAJE DE ODISEO A PENÉLOPE DESDE EL FIN DEL MUNDO
[Así cantó el poeta]
Querida Penélope
La guerra ha terminado / lo han anunciado por las calles con el corazón abierto
llevando entre las manos / las heridas y cicatrices de otro tiempo / Sabes
que mi viaje ha sido largo e interminable como la marea de nuestro océano Mediterráneo y
que así como he encontrado la muerte tantas veces /
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . también he reconocido los rostros del Amor
que es uno y tiene tu nombre.
. . . . . . La guerra ha dejado la tierra quebrada y en silencio / como los silencios más
terribles / aquellos que mezclados con el llanto y la lluvia / son solo ecos en el pecho de lo
indecible / Es posible que mañana te digan / que yo también fui culpable / no lo dudes / la
guerra que ha acabado no cementará más que las tumbas de todos nosotros / de nuestro hijo
Telémaco / de nuestras hijas / las que seguimos esperando en vano.
. . . . . . Ya nadie te escribe cartas / Penélope / tejedora / no importa / acabo de emprender
el viaje de retorno / dejando atrás esta guerra que ya no existe / estos fragmentos invisibles
que te he tejido veinte años / los restos de mi nave que tantas veces
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .. . . . . . . . . . . . . . ha naufragado.
Mientras / permite que tus besos / impulsen las velas de mi nave / sobre la materia oscura
que nos rodea
. . . . . . .el mar nuestro
. . . . . . . . . . . y anuden con estos poemas ciegos
. . . . . . . . .. . . . . . . . . . . mi retorno
el que ahora te canto.
* * *
Fotografía de Rosana López Cubas