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Estación de caza: una entrevista a Diego Alfaro Palma

Por Rodolfo Reyes Macaya

 


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En un librito de Perec se puede leer que vivir es pasar de un espacio a otro haciendo lo posible por no golpearse.  Supongo que lo recuerdo tan bien porque ya me he golpeado en demasiadas ocasiones intentando pasar de una habitación a otra. Mi última habitación, por cierto, se ubica sobre avenida Rivadavia, Caballito, Bs.as. Y a pesar de la desmesura de la ciudad, intento moverme a pie: un ejercicio mental, a fin de cuentas; emprender largos paseos, en tratados médicos del siglo XIX, era considerado saludable para mantener el equilibrio psíquico, para no descerrajarse un tiro. Algunos días atrás caminé alrededor de una hora para llegar a Corrientes y Acuña de Figueroa, donde se sitúa el café La Orquídea, la rareza de Almagro que floreció en los años cincuenta. Fui hasta allí sólo para encontrarme con Diego Alfaro Palma (Limache, Chile. 1984), tomar una cerveza y conversar un poco. Librero, escritor, editor, traductor, Diego ha llevado una actividad no poco curiosa: hace más o menos seis meses, junto a Fernando Correa Navarro (Limache, Chile. 1981), dio origen, aquí en Buenos Aires, a “Limache 250”, editorial que ya ha publicado cinco títulos: Tordo (Diego A. P.), El guardián de la casa y otros cuentos (Fernando C.N), El pensamiento zorro (Ted Hughes),  La construcción del sueño (Henri Bergson) y Bandera roja (Jörg Fauser). A continuación no hago más que transcribir la entrevista; el escenario puede ser tan nebuloso como invisible.

- Si no me equivoco, en mayo de este año se llevó a cabo el lanzamiento de tu editorial “Limache 250” con dos títulos, “Tordo” y “El guardián de la casa”. ¿Cómo se desarrolló este proyecto? ¿Por qué precisamente aquí en Bs.As?
- Siempre mi intención fue hacer el doble papel. Ocupar el disfraz de poeta, o escritor (yo prefiero la palabra escritor) y el de editor. De cierta forma porque editar también conlleva acercarse a otras escrituras  que completan una obra. Participé en varias revistas en Chile. Tuve una pequeña editorial hecha a mano, se llamaba Ediciones del Subsuelo, eran textos de ensayo, pero la verdad es que no cundió mucho y las dificultades para encontrar un equipo eficiente fueron complicadas. Cuando llegué a Buenos Aires me encontré con Fernando Correa, quien había hecho un magister en edición. Dijimos, bueno, si tenemos el mismo interés por qué no hacemos algo. Empezamos a pensar y nos dimos cuenta que él tenía un libro de cuentos y yo tenía el adelanto de un librito de poesía. Si teníamos que partir con una editorial debía ser con nuestros trabajos, porque además somos libreros. Sin conocer a nadie. Y bueno, fue todo un proceso de aprender a usar los programas,  ver cómo editar los libros y en cierta forma nos autoeditamos y entre los dos hicimos el proceso de crítica. Y en eso conocimos a Diego Jausky, que se dedica a diseñar las tapas y que también ahora está traduciendo un ensayo de Banksy sobre el grafiti y la intervención urbana. Al final los tres somos factotum: editamos, traducimos, distribuimos y vendemos.  Resultó entonces que finalmente teníamos un buen equipo. Limache empezó a ser conocida, salieron notas en algunos medios y nos están invitando a festivales y ferias.

- No más de tres meses después lanzaron tres libros. Lo cual indica, por un lado, una cierta actividad frenética y por otro una curiosa singularidad editorial. Son títulos anormales Ahora bien, al margen de los gustos personales de los participantes  ¿Hay alguna línea editorial, digamos, un denominador común?
- Hay una línea principal y esa línea tiene que ver con un pensamiento poético sobre el mundo. Lo que nos interesa es publicar obras, o fragmentos de obras o visiones de obras que tengan una estricta relación con repensar poéticamente la realidad. Lo primero era, claro, mezclar por un lado creación, ya fuera narrativa o verso, luego ensayos, que tuvieran que ver con el mundo onírico o con la poesía, el caso de Henri Bergson y Ted Hughes, respectivamente.  Y también lo de Jörg Fauser, que eran traducciones de un poeta de la RDA para nada conocido, rudísimo y con un prólogo de Charles Bukowski. En este caso conseguimos un contacto con una traductora boliviana que vive en Berlín por medio de Víctor López.

El próximo libro que se viene aborda otra línea que nos interesa, que consiste en repensar la ciudad desde un aspecto creativo. Constant Nieuwenhuys es el otro autor que vamos a sacar. Es un arquitecto que pensó cómo hacer de la ciudad un espacio lúdico, donde más que hacer de la ciudad un espacio comercial, hacer valer la instancias en que las personas pudieran encontrarse, digamos, en un mundo que estuviera creado subterráneamente y que invitara al ciudadano común y corriente a otras formas de encuentro y participación. Después vendrá lo de Banksy, y luego un texto de Kennet Rexroth, que es un poeta norteamericano, sobre el jazz, son críticas a conciertos de Mingus, Davis, Modern Jazz Quartet, Coleman, etc. Y sí, somos frenéticos (se ríe).

- Recién hablabas sobre un doble papel. La especialización disciplinar podría ver esto con malos ojos ¿no crees? Una suerte de dispersión que impediría profundizar en un aspecto específico. Es más, una diletancia casi imperdonable. ¿Hay alguna de estas tareas que te interese por sobre las otras?
-  La que más me interesa es la creativa. Digamos, escribir. Escribir sobre todo poesía. He hecho los intentos de escribir prosa. Tengo un libro de cuentos inéditos. Siempre me interesó también el ensayo.  La reseña es una forma creativa de ahondar una obra que no es la tuya. Me llama la atención la visión de mundo que hay en una obra, además de los engranajes que hay dentro. El fin de semana estuve en el museo del agua, es un edificio precioso, un edificio estéticamente muy recargado, casi rococó. Bueno, se hizo un edificio con el objetivo de crear un monumento al agua pública. Esta fue una de las primeras ciudades en tener agua potable. Pero dentro del edificio está lleno de una maquinaria enorme y turbinas gigantes, que uno no se imagina y que daría para hacer la segunda parte de la película The Wall de Pink Floyd. Creo que eso es lo que me interesa de una obra, traducir, ensayar, estudiarlo, como también soy estudiante, venderlo, como también soy librero. Tiene que ver con eso. En primer lugar fijarse en los detalles que conforman una obra y luego adentrarse en las maquinarias que funcionan dentro.  Porque ahí está lo revolucionario que puede crear una obra y en eso, siempre he creído que el papel del escritor está ahí, en dar una nueva mirada sobre las cosas, que puede sonar algo un poco cursi y usado, pero en el tiempo en el que vivimos es imposible que alguien se quede en un sola actividad. Lo que se busca hoy es que todos se especialicen. Lo que tiene que hacer el artista es no especializarse. Esa es la única forma de adentrarse en todos los discursos que entrechocan en la realidad. Y ahí hay una postura que yo encuentro que es más radical que es, digamos, el mundo está lleno de texturas. Lo interesante es deshilar esas texturas.

- En el libro de Ted Hughes, “el pensamiento zorro” que tradujiste, se dice más o menos que escribir poemas es semejante a atrapar animales ¿crees que es así?
- La lucidez de Hughes es increíble. Ese texto está escrito en los años sesenta. Fue uno de los pocos poetas que se dio cuenta que adentrarse en un animal es adentrarse en un símbolo, y adentrarse en un símbolo es entrar en un campo de significados que nos es común a todos. Uno entiende que un zorro astuto, salvaje, cazador, solo. “El pensamiento zorro” es una forma individual de ver el mundo y de enfrentarse a la poesía. Cuando él dice que escribir un poema es como cazar un animal es adentrarse a algo que es como un lenguaje común y de ahí desrealizarlo y, de ahí, volver a entregarle un salvajismo dentro de la ciudad o dentro de las relaciones humanas. Este libro de Hughes para nosotros fue una apuesta porque el nombre de Hughes es un nombre difícil en la historia de la literatura, por su relación con Sylvia Plath, y todo lo que se le agrega, que dejó morir o llevó a la catástrofe a esa escritora norteamericana. Lo cierto es que cada uno tenía sus propios problemas. Pero aquí Hughes muestra  que, y por eso me siento cercano a él, es un escritor que puede escribir un cuento para niños, puede escribir ensayos, puede escribir poesía, puede ser un traductor de los griegos o de un escritor esloveno. La caza está ahí.

- A propósito de animales, podríamos hablar de “Tordo” ¿no?
- No. No pienso hablar (se ríe y, luego, bebe un sorbo de cerveza).

- ¿Lograste cazarlo?
- No, el tordo no se caza nunca.

- ¿Cómo fue el proceso de escritura? ¿Cuánto te costó si quiera acercarte a él?
- Mira, Tordo es por un lado una abstracción y por otro es una vivencia. Escribir es enfrentarse a esas dos partes. Terminé “Paseantes”, que fue el primer libro que publiqué, y luego decidí que tenía que dejar un poco esa estética e inmediatamente empezaron a salir otras cosas. Empecé a practicar el poema en prosa, me empecé a interesar en otros temas. Por ejemplo en la guerra, en aspectos generacionales y políticos. De pronto me di cuenta, estudiando al tordo, que tenía un valor muy importante en la cultura mapuche. Su nombre científico es Curaeus Curaeus y dentro de la mitología es un ave que cuida. Un cuidador. En las leyendas da un mensaje, algo que tiene que ver con la verdad de la historia. Además la palabra kur significa negro. De ahí Curicó, Curanilahue, etc. Entonces empecé a pensar en este pajarito negro, y me pregunté ¿por qué no poner este pájaro en medio de la ciudad o en medio de los conflictos del mundo?  En cierta forma Tordo fue para mí entrar en este aspecto de un pajarito común y corriente que tiene un significado perdido. ¿Qué puede hacer ese animal que significó para un pueblo el cuidado y la palabra, la verdad? 

- Y  la verdad, como Casandra, está condenada a que no la escuchen.
- Es lo que está pasando. Chile se ha vuelto un país de oídos cerrados. Y los pájaros tienen un oído muy fino. Ahí viene la experiencia personal. Cuando yo estaba caminando en el campo, siempre estaban  cerca los tordos. Cuando trabajé en una librería de Santiago o cuando también trabajé en un liceo en Peñalolén  y quería estar tranquilo, buscaba una plaza, y allí estaban los tordos. ¿Qué pasa con este pájaro? ¿Por qué me persigue? ¿Por qué es lo negro dentro del día? Entonces, dentro de esa oscuridad, que nosotros podemos creer vacía, vi que había algo agitándose.

- Leyendo Tordo, me dio la impresión que acontece un curioso cruce entre historia individual y la historia colectiva. Es más, la presencia del relato histórico, principalmente eurocéntrico, en allí parece constante: referencias a Verdún, a Normandía, a Sarajevo, Camden Town.
- Como te decía en un principio, me interesa mucho el relato de guerra porque lo encuentro un relato extremo. Allí es donde la palabra tiene que decir que otro hombre fue destrozado. Ahí uno tiene maestros, como Ernst Jünger o Blaise Cendrars. Han pasado casi cien años de la primera Gran Guerra, lo que significó la utilización de la tecnología, en su completo despliegue, para la destrucción de otro hombre. Nosotros ahora vemos las guerras por televisión. Pero ¿qué pasa cuando este pájaro está dando vueltas por ahí? ¿Por qué las guerras que vivimos antes se replican en la ciudad? Ocupar la imagen de Verdún o de Normandía, que es ver a todos los de tu generación avanzando y siendo destruidos. Es lo que nos ha pasado como generación: las frustraciones, este no campo para la realización de ciertas disciplinas, el ninguneo, las fallidas políticas públicas, la no resolución histórica que ha tenido el país en términos de juicios de Derechos Humanos. El levantamiento de Camden Town ¿por qué no tiene que ver con los estudiantes del 2011 y aún hoy? Y Tordo II,  que estoy trabajando, ya se hace cargo de otra cosa. Va directo al problema, sobre todo mi experiencia personal de las movilizaciones, como profesor y la historia de mi familia; son diez varios poemas de largo aliento donde lo simbólico pasa por una especie de trance entre lo colectivo y lo individual.

- En “Elegía al análisis a los procesos sociales”  (que por cierto está dedicada a Eric Hobsbawn) se dice que la poesía es el frío después del té…
- Ese poema lo trabajé mucho tiempo.  Cuando Hobsbawn murió sentí que como civilización algo había quedado pendiente. La poesía es el estremecimiento. Creo que hay una diferencia que los poetas anteriores, como generación, no pudieron separar. Por un lado la poesía es el estremecimiento de la palabra y ahí es donde ocurre la acción de llegar a otro, de invitarlo e incluso sacudirlo. Es muy torpe decir que con la poesía se acaba la política. Y es muy torpe decir que una escritura es meramente política porque se refiere a un contexto.

- ¿Y qué no sería torpe?
- Hacer las dos cosas. Digamos, no es que el poeta esté condenado  a hacer estremecer. El poeta también tiene que hacer. Ahí está su labor como profesor o como editor o como…

- ¿No estás de acuerdo con la vida contemplativa del poeta?
- No, para nada. Me parece súper torpe. De hecho es la idea más torpe del mundo (me gusta mucho la palabra torpe). Hace un rato estábamos hablando de Bolaño. Diego Jausky el otro día me mencionó una imagen muy bonita. Cuando Bolaño supo que iba a morir tomó sus diarios y dijo “los voy a dejar más o menos ordenados para que mis hijos puedan vivir”. El ya había dado todas las batallas, pero tenía que terminar esa batalla. ¿Qué es lo que dejo  para los míos? Ahí no hay una actitud contemplativa, sino salvaje.

- Incluso desesperada
- Desesperada, desesperada. Es muy cómodo pensar que si uno escribe algo sobre una parte de la contingencia, ahí se acaba el grito. Yo no me puedo quedar sentado escribiendo sobre la crisis de la educación si no hice nada.

- “La palabra no basta”
- No basta escribir un poema sobre las crisis que está pasando tu país. La poesía la hacen todos. Todos los días hay alguien que está haciendo poesía y no la está escribiendo. Poesía es acercarse a otro. En el momento en que uno lee a poetas que sí se la jugaron, te das cuenta que esa postura del poeta mesiánico, aquella idea del poeta que trae la palabra y la palabra cambia la realidad directamente, no causa ningún efecto. Si bien la palabra impulsa, después hay que saltar. El arte siempre está pensando que se puede crear otra vida. Hay que recordar ese poema de Rilke que habla sobre el torso de Rodin; termina con un verso precioso: “tengo que cambiar mi vida”. O sea, el arte sabe que la vida es insuficiente. La vida que vivimos nos deja secos.

- Sobre la sequedad y  el hastío, y también respecto al gesto escritural, Magris dice que “es posible que escribir signifique rellenar los espacios blancos de la existencia, esa nada que se abre de repente en las horas y en los días, entre los objetos de la habitación, y los absorbe dejando una desolación y una insignificancia infinitas.” ¿Qué te parece?
- Magris en otro texto, que se llama “Utopía y desencanto”, tiene una frase, que yo la escribí alguna vez en mi pieza, en donde dice que escribir es construir un arca de Noé en donde los rostros, las existencias  de todos esos que quizá no vayan a ser recordados puedan estar ahí, y que es una lucha entre la utopía y el desencanto. Que el yo pueda quedar y no pueda quedar. Que la palabra sea suficiente y no sea suficiente. Pero escribir es en gran medida una necesidad vital de muchas personas, y esa necesidad vital, si es que es bien llevada, no tiene que ver con dejar el anonimato sino con dejar el registro de una existencia. Hacer mostrar que ese asiento no estuvo vacío. Entonces, hay una responsabilidad en el acto de escribir. Una responsabilidad que es tan difícil de llevar porque cuando uno escribe se lleva a un montón de gente dentro. Es como ser médico. En el instante en el que un médico tiene que tratar a alguien sabe que no sólo está tratando a la persona que está en frente sino a un montón de personas que podrían tener el mismo problema. La escritura, por otra parte, tiene que ver un poco con eso, con eso que hablábamos antes. Es como estrechar una mano y que quizá no te la respondan.

 



Verdún
(Siente el gusano en las trincheras)

Jamás olvidarás la mierda de Verdún
sus cadáveres apostando sotanas
la marcha sobre muñones de ángeles
y pastorcitos lusitanos.
Larga vida a sus literas rebosantes
que no brindaron más arte que el asco
un alambre de púas
donde colgar la fe, una rata
a un compañero indeciso.

 

 

Panorama (fragmento)

El inquilino nunca dirá esto es hambre, me duelen las piernas, tengo las manos sucias. Tampoco este lugar no es para mí, esta no es mi guerra. Su milagro consta en rebanar una lámina de queso o multiplicar los días de pan. Té al desayuno, galletas a la cena. De cumpleaños una camisa ajustada  a su delgadez. Camina, pide libros prestados, cerveza con limón y sal, zapatos pegados al pie, se codea con el hombre de la basura hasta volverse real. Amar es un costo extra y no mutuo.

 

 

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* Estos dos poemas se encuentran Tordo. Diego Alfaro Palma. Limache 250. Buenos Aires. 2013. 
** Imagen de Martín Xaro



 



 

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Estación de caza: una entrevista a Diego Alfaro Palma.
Por Rodolfo Reyes Macaya