«De vientos el marino, de bueyes habla el labrador, cuenta el soldado sus heridas, el pastor sus ovejas; Yo prefiero contar las refriegas de mi justo lecho: cada uno pase el día en la actividad que pueda«.
Propercio, Elegía II, 1.
Los eruditos dirán que la Cintia de Propercio es equivalente a la Lesbia de Catulo, musas que dieron para un largo material de poemas que mantiene tan vivos a estos latinos como lo fueron al ser subvencionados por sus mecenas. Los eruditos no estarán lejos, aunque nunca sabremos si cotejarán la desazón de ambos poetas y la crueldad de sus amantes. Ahora bien, podríamos agregar que la anónima de Allí estás ha cumplido la misma función: destrozarle el corazón a un poeta, brindarnos buenos versos y de paso ser ofendida como merece la situación. Este es un libro que desde el primer momento de su aparición ha invitado a ser revisado y, por mi parte, a dedicarle unas cuantas lecturas a su delgado cuerpo de hojas, en donde el autor pareciera sugerir que más vale un buen manojo de poemas que ladrillo en mano.
Allí estás desde su formato invita a convertirse en un artefacto cotidiano; su tamaño, los poemas breves, el tono coloquial y la gran cantidad de objetos nombrados, hacen que este trabajo de Juan Santander llegue para quedarse más en los bolsillo que en los estantes. De esta misma forma, su título ya genera una cercanía, sin proponerse desde una altura o asociarse con alguna vanguardia o una opción generacional (espontánea o no). Sin embargo, esas dos palabras que encabezan este volumen no son propiamente estáticas. A quien se le escribe en estos poemas, a la manera de una epistola, es siempre un blanco móvil, un elemento fugaz, que sólo pareciera tener una posición efectiva en la memoria, es decir, en la reconstrucción del pasado más que en el habitar en el presente. El “estar allí” se comporta a la manera de quien apunta un lugar en medio de un viaje, dejándolo atrás, siendo recortado por el avance del paisaje, las ventanas y las cortinas; todo aquí está en travesía, en constantes vueltas al hogar, a la niñez, al lugar incidental que se le dio al personaje: “Imagínate que nuestra historia avanza sin repetirse, como los árboles de un parque”; siendo la soledad el único momento estático: “Ahora estás aquí mirando el humo del brasero, / solo como una panera o una foto en la pared / como el piso de tierra o unas cáscaras de fruta”.
No es azaroso, por tanto, el hecho de que al principio haya nombrado a los memorables Propercio y Catulo, pues la visión particular del amor o desamor que se relata en este libro, varía entre las artes más señeras de ambos poetas: por un lado una voz nostálgica y por otra el escarnio. El lector hallará ambas en constante tensión. Si en “Cuadernos” el hablante nos dice “Cuando empecé a llamarte por tu nombre / vi las sábanas cuadriculadas de tu cama, / me recordaron los cuadernos de la escuela / donde escribí que quería conocerte”, luego, en “La destrucción del mundo interior” el poeta lanza la bomba “Todo lo dejé por ti, que me hiciste tener relaciones en el pavimento” o en “A la provincia” donde “Claro y conciso, te aburriste de mí y de las metro estaciones. / Ahora piensas que alguien te espera en el frondoso Mulchén”. Desde ya ese “frondoso”, tan irónico, y tan potente en su desplazamiento, nos hacen recordar los pasajes Cayo Valerio cobrándole la cuita a quien dejó su lecho vacío. Lo cierto es que la postura del escarnio siempre ha sido y será la de la afirmación de la palabra poética ante las circunstancias, como diría Lihn, la capacidad de “reiterar la poesía” en un espacio que se brinda a entender el arte a la manera de un exorcismo, como a la vez un impulso crítico de las formas de vida imperantes mediante la observación de lo inmediato, cercano y en su desnudez, porque “a veces la amargura / se escapa de las fotos”.
Igualmente la relación con el espacio sugiere un entrecruce entre varias realidades urbanas, por una lado la provincia, marcada por la presencia del desierto (lugar de origen de Santander) donde los remolinos azotan las esquinas y, por otro, la metrópolis donde surge el quiebre con las imágenes de la infancia y los poemas se comienzan a invadir de objetos y situaciones compartidas en la rutina; igualmente, esta última, se vuelve una experiencia en donde se contrasta la idealización con lo patético, como en “Octubre” en donde una laguna artificial hace las veces del mar, donde los amantes se lanzan a un supuesto desconocido limitado por su función pública, o en otras palabras, en Allí estás hay una clara función desromantizadora mostrada o patentizada por la experiencia y pobreza a la que nos ajusta la vida en la gran ciudad: “Nada que no pueda arreglar un trocito de salmón sobre una bola de arroz”.
Lejos de las disecciones o contrastes que podamos observar en estos 31 poemas –uno para cada día del mes-, debemos decir que este es un libro logrado, con el cual uno podría sentir una especie de complicidad tal que por momentos nos dará la impresión de que los versos los hemos escuchado antes en una canción de los Smiths, siguiendo nuestras caminatas tentados de encontrar “la profunda relación / entre una máquina de coser / y la hoja de un olivo”. Pero valdrá también la pena para el lector el calcular las sílabas y notar el arte del que están forjadas estas palabras al desasosiego, sus endecasílabos o otras formas furtivas entre el avance libre, queriendo escapar de la página como una blusa “al menor indicio del calor”.
Poemas de "Allí estás" de Juan Santander Leal
Allí estás (Marea Baja Ediciones, 2009) de Juan Santander Leal (Copiapó, 1984), se plantea como una de las obras más interesantes publicadas en el último tiempo, afirmación que se sustenta no sólo en la prolijidad que demuestran los poemas ahí reunidos, sino también por funcionar a la manera de bisagras, en la apuesta por un verso que abra más que proponga un cierre inmediato. Parafraseando a Ezra Pound, aquí el golpe se da por la prosa que queda para el lector, en cómo la brevedad y la condensación en la que se establecen, logran el impacto para que, o sigamos hurgueteando en ellos, o fijemos –en un momento que supera la lectura- su punto final.
Entre el escarnio y la confesión, estos poemas de desquite bien merecen un ojo atento, para traslucir su sentido alegórico y su ingeniería. Sin embargo, como otros han hecho notar, no deja de ser significativo que la relación con el paisaje y la urbanidad del norte y el desierto –origen del poeta que aquí presentamos- sea parte constituyente de un hablante que se condice con el remolino y la sequía, como si éstas fueran la verdadera panorámica de su desolación.
1997
Pueblo contemplado con las líneas de la cara
casas que no saben donde entierran a sus hijos
duna donde observas en la tarde a los que huyen
otros que preparan la corbata y los cuadernos
tiempo malgastado bajo el sol de la mañana
cápsulas que esperan en un borde de la mesa.
Árbol de hoja angosta
Estás allí a mi lado
en el patio de mi casa
tentado de encontrar
la profunda relación
entre una máquina de coser
y la hoja de un olivo.
Te vienen a ver
Todavía lavas los pies de tus hermanas
cuando llegan desde lejos a contarte
cómo cambia la ciudad donde naciste.
La casa se hunde cada año unas pulgadas
y hay hortensias en el mismo macetero.
Tú les sirves té a tus parientes
y esperas que te hablen del pasado,
de la reja que saltaban a escondidas
para ir a bailar con los vecinos.
¿Te acuerdas del niño que vivía en la esquina?
Está muy gordo y calvo, te mandó cariños.
El presente se parece tan poco
a lo que verdaderamente importa.
Tú les hablas del trabajo y de unos perros
y no quieres que se vayan sin decirte
cómo están tus primos en sus tumbas.
Comida cruda
¿Cómo me di cuenta? Los platos vacíos, la sal y la pimienta en la mesa.
Imposible salir del vocabulario privado que . . . . . .construimos con ternura y terminó por destrozarnos.
Compartimos incluso la hinchazón de los ojos en los días de trabajo,
la maestría de maquillarse en el metro, la lluvia . . . . . .cayendo en los zapatos negros.
Cenas para traer y llevar, planes de vacaciones, . . . . . .silencios y peleas agendadas.
Todavía huimos al Litoral Central en los feriados religiosos.
Así me di cuenta. Por la esperanza puesta en los . . . . . .reproductores musicales,
por la triste convivencia con las cosas adquiridas.
Nada que no pueda arreglar un trocito de salmón sobre una bola de arroz,
un viaje a las importadoras, un helado de frutilla en el Paseo Estado.
Yo fui quien te arrastró a las convenciones, yo estoy obsesionado con ellas.
Imagínate que nuestra historia avanza sin . . . . . .repetirse, como los árboles de un parque.
Tú tienes el corazón más grande y firme que yo, de . . . . . .eso también me he dado cuenta.
www.letras.mysite.com: Página chilena al servicio de la cultura
dirigida por Luis Martinez Solorza. e-mail: letras.s5.com@gmail.com
Las musas y el pavimento:
sobre «Allí estás» de Juan Santander
Marea Baja, 2009, 45 páginas.
Por Diego Alfaro Palma
Publicado en LA CABINA INVISIBLE, 14 de octubre 2010